El poder constituyente: potencia del pueblo contra el colonialismo-neoliberal

19/07/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
movimientos.jpg
-A +A

Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados.

Rosa Luxemburgo.

 

Para romper la alienación que genera la división técnica del trabajo en el capitalismo se exige comprender el interés tanto del conocimiento técnico para ejercer cualquier oficio o profesión, como del saber político que le da sentido a la actividad misma. Este saber político no se construye en lo abstracto, sino en lo concreto, asociado a una realidad social específica. Esta es expresión clara de la praxis revolucionaria1; de otra manera puede ser verbalismo seudo revolucionario. Es necesario saber para quién se hace algo, en que sociedad se hace, contra o favor de quién se hace ese algo. Este saber se constituye en una fuerza emancipatoria que le da sentido al hacer. La relación dialéctica sujeto/objeto en el acto de conocer permite la formación de la conciencia humana que transforma el mundo. Visto así, la educación del ser humano se convierte en un hecho político, que puede tener poder subversivo. Afirmaba Freire que hoy son necesarios hombres y mujeres que, junto con la apropiación de los saberes científico-tecnológicos, estén también preparados para mirar con extrañeza el conocimiento cotidiano, haciendo extraño lo obvio, cavando, creando, construyendo y produciendo a favor de la democracia.

 

En este punto se discute sobre la potencia del poder constituyente que se construye desde los sujetos políticos de la periferia para combatir el capitalismo-neoliberal y crear formas alternativas viables y construibles por el Poder Popular en procesos históricos de autoformación y autoorganización activa2. Estos sujetos políticos, organizados en colectivos en lucha, crean alternativas y caminos de cambio en encuentros de conciencias altamente creativos, que trascienden a la denuncia y la movilización de una protesta de calle desarticulada y se logra avanzar sensiblemente en una fuerza real antihegemónica. En un momento de impugnación de todo lo que afecta su vida cotidiana y el futuro cobra fuerza popular y termina convirtiéndose en teoría para la acción transformadora, más allá de la reforma o la reivindicación puntual orientada por un ideal, y se convierte en un proyecto consensuado de cambio social de raíz que unifica e identifica a dicha fuerza social.

 

Trabajo cooperante y valoración del ser

 

El sistema capitalista ha generado una desvalorización del ser que niega la esencia humana. Por eso es por lo que sus contradicciones revelan su propia decadencia. La reflexión sobre la trascendencia histórica de la realidad humana en sociedad permitirá la valoración del ser, que es la esencia del socialismo contra el mundo de las cosas que impone el capitalismo (como sociedad de valoración de lo humano, de la convivencia solidaria, hacia el bien común). Esta imposición no solo la hace utilizando la fuerza de la represión, sino que hace ver al sistema como natural para generar conformismo y sumisión, a través del poder de la comunicación y el dominio cultural. Ambas son formas de sometimiento a los pueblos y, por ende, es inevitable que cada vez se tome más conciencia de esta irracional opresión y se eleve el nivel político de los sectores en lucha.

 

El sistema escolar, como parte fundamental del Estado, se halla en una condición de total sumisión, legal y funcional del aparato represor y controlador de éste, por lo que un cambio que cuestione este poder constituido, de entrada, tendrá cerradas las posibilidades de un cambio social de raíz y deberá actuar en contracorriente. En él se concentra la generación de incertidumbre hacia el futuro; la siembra de la sociedad del terror para justificar la pérdida de libertad como única garantía de “seguridad”, se fortalece la identidad cultural capitalista como modelo único de progreso social e inevitable destino. Fetiches muy difíciles de transformar porque cuenta con la resistencia al cambio y el efecto inercial de la cultura constituida. La resistencia a no perder privilegios en la sociedad de consumo y de mantener beneficios en la “libre competencia de mercado y de empresas”, se presenta precisamente en una realidad cuya tendencia abrumadora es a la exclusión creciente de oportunidades; en otras palabras, a disminuir crecientemente estas libertades. Este es un sistema que discrimina y favorece a los más poderosos en términos personales y grupales, y a un nivel más amplio saquea los recursos de comunidades y pueblos aprovechando al máximo las condiciones de debilidad jurídica, política o económica. Además, toma fuerza de su falso relato de igualdad y de libertad social, respaldada por la institucionalidad del Estado a su favor. Desmostar este relato termina poniendo en evidencia su discurso contradictorio y manipulador de conciencias.

 

De modo que una valoración acerca de su mal funcionamiento encuentra diferencias antagónicas y diversidad de sentidos que derivan en distintos criterios con los que coinciden en la necesidad de generar un sentido crítico y una acción liberadora del sujeto en formación, en la palabra y en la acción. Esto exige que los docentes y los familiares involucrados en una acción reciproca medien para contribuir a formar-formándose en el proceso transformador, que exige actuar de modo coordinado y planificado en una acción común de cambio social. La cultura de la hegemonía se aprende tanto fuera como dentro de la escuela, en la vida diría a través de múltiples mecanismos y procesos de interacción social, donde se confrontan los conocimientos con la realidad para darle sentido y significado. Se reproducen conductas y valores como el machismo, la misoginia, el patriarcado y la discriminación social en general, así como otras que en términos teóricos se rechazan y de modo mayoritario se quieren eliminar por la ciudadanía; sin embargo las instituciones hacen caso omiso a los mensajes contradictorios, bombardeados por todos los medios y redes sociales, que lejos de favorecer un “deber ser socialmente aspirado” toman otras formas conductuales más sofisticadas y con reducidas posibilidades de cambio. Por ejemplo, aparecen radicalismos en direcciones opuestas que se alejan de posiciones más racionales y equilibradas dentro del respeto a la diversidad cultural y valores coexistentes. Se manifiestan tradiciones en la cultura jurídica y ética dominante en la sociedad, institucionalizada de tal modo que deja poco margen para el cambio y la respuesta a los movimientos sociales en lucha, que reclaman justicia y les asista la razón. En momentos no basta la fuerza conceptual y práctica para frenar e impedir un atropello, aunque cuenten con argumentos convincentes ante la opinión pública; se requiere flexibilidad de las instituciones del Estado y de los gobiernos para hacer los ajustes necesarios que los compromete con el bien común de la humanidad y la coherencia teórica-práctica contra la institucionalización de la discriminación, cada vez más, reproductora de los valores que supuestamente atacan.

 

Aquí los medios de comunicación masiva tienen un rol cada vez más preponderante, y la cultura social que se contradice con el propio mensaje transformador escolar que muchas veces está comprometido con el cambio pero que no tiene mayor impacto. El efecto multiplicador de la enseñanza escolar, a lo largo de la vida y durante cada fase de este, hace que sea la base no solo de la formación para el trabajo sino de la formación ciudadana, con tendencia homogeneizante para la reproducción de los patrones de dominación-sumisión a favor de la hegemonía que ostenta el poder económico-social y político a nivel mundial.

 

A pesar del poder económico, militar y mediático, el nuevo milenio da cuenta de proyectos emancipatorios en el mundo que avivan la esperanza de los pueblos por su liberación, justamente porque existe una conciencia, cada vez más colectiva, de que el sistema capitalista reprime y promueve la violencia para mantener la discriminación y la opresión que la caracteriza en esencia. Por eso, es que los procesos o dimensiones de la construcción del saber transformador tienen como centro el trabajo cooperante emancipador (concepto desarrollado en Alves 2013) el cual se presenta como una categoría para la praxis emancipatoria que rompe con la división del trabajo alienante del capitalismo. Esto conduce indefectiblemente a la transformación de las relaciones sociales de producción que contienen y sintetizan el poder de la clase dominante.

 

Es así como entendemos el trabajo cooperante emancipador como aquel de naturaleza asociativa y consciente que permite la complementación de capacidades y habilidades objetivas y subjetivas de los trabajadores y trabajadoras participantes en la elaboración de procesos colectivos de producción material e inmaterial, que incluye todas las formas de producción de medios y condiciones de vida. El aporte individual cobra significado y reconocimiento en el trabajo mancomunado y articulado entre todo el colectivo. Existe una identificación con el hacer y su relevancia social e histórica, por eso rompe con la alienación y favorece la creatividad y la racionalidad humana en sociedad y en armonía con los territorios donde se habita3. Esto incluye el reconocimiento de la diversidad cultural a todos los niveles espacio/temporales en los que se actúa en sociedad. En tal sentido, en este tipo de trabajo se realizan actividades individuales y colectivas en las que se manifiesta la auto-creación por parte del colectivo de trabajo, de un saber transformador, que incluye conceptos, procedimientos y relaciones entre los mismos para actuar de forma orientada a dicho cambio social de raíz, y su contribución desde la praxis cotidiana desde lo popular, desde las clases subalternas emancipadas.

 

Desde el desarrollo del capitalismo histórico se podría afirmar que:

 

El universo social de los trabajadores es cada vez más heterogéneo, saturado de estratos, serializado. Lo "popular" remite a los patrones, ideales y valores de las clases subalternas gestados en el marco de los antagonismos esenciales, y alude a la delimitación de un campo. A partir de una desarmonía y una oposición que opera como fundamento: "vivir del trabajo propio o de la explotación del ajeno",4 podemos trazar una larga serie de oposiciones de lenguajes, creencias, valores, modos de vida y de relación con la naturaleza. Es innegable que una disyunción binaria esencial (capital-trabajo) está en la base de todas las configuraciones capitalistas, pero las mediaciones se incrementan día a día (Mazzeo, 2006:41)

 

Para que se consolide un trabajo cooperante de naturaleza contraria al capitalista su definición no estará intrínsecamente asociada al capital, al salario que devenga el trabajador o trabajadora como expresión del valor de cambio que adquiere en su condición de mercancía. La desalienación del trabajo implica el surgimiento de nuevas relaciones con lo que se produce, para qué y para quiénes es el beneficio directo de la producción. Un colectivo productivo cohesionado y asociado con intereses comunes y visiones político-culturales afines, aunque diversas, es indispensable relacionarlo intrínsecamente con la formación que le es inherente al desarrollo mismo de la actividad; que al ser cambiante debe ser permanente para estos colectivos que perciben las necesidades propias que orienta la demanda de la acción productiva específica. Demandas en términos de medios y condiciones de vida deseadas en correspondencia al contexto social e histórico que las enmarca, con conocimiento de las posibilidades y limitaciones del entorno vivencial. Por tanto, estos programas de autoformación colectiva se diseñan y planifican de manera dinámica y consensuada, a partir del reconocimiento de los conocimientos adquiridos con anterioridad y durante el propio proceso, así como de las nuevas demandas para la construcción y reconstrucción de saberes, que den respuesta coherente y relevante –contextualizadas– a las exigencias y limitaciones conocidas en su propia praxis social.

 

La socio-construcción de saberes y significados en programas de formación, más o menos estructurados de acuerdo con las necesidades colectivas y las experiencias de vida, genera una dinámica de actividades en estos colectivos para el empoderamiento (posesionamiento) del saber transformador en la propia actividad productiva, sin estar amarrado a ella y abierta a incorporar de modo natural nuevas exigencias de formación, devenida de la práctica cotidiana. Empoderamiento en el que, según Montero (2003:72), los miembros de una comunidad (individuos interesados y grupos organizados) desarrollan conjuntamente capacidades y recursos para controlar su situación de vida, actuando de manera comprometida, consciente y crítica, para lograr la transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos. Esto no es más que la investigación en la acción que demanda una cierta estructuración como resultado de los procesos de indagación de la realidad, de reflexión y sistematización de las experiencias para la creación de saberes emergentes emancipatorios. Saberes que retan a los esquemas mentales previos y se producen nuevos que podrán incidir en la actividad misma con perspectivas de futuro inmediato de superación de fallas, resolución de problemas o de reforzamiento de capacidades y habilidades de razonamiento de nivel superior y, por tanto, de cambios sustantivos orientados por el sentido del buen vivir.

 

Este trabajo cooperante emancipado está vinculado intrínsecamente a la formación que demanda en su hacer, que a la vez implica distintos grados de investigación tanto de la realidad inmediata a partir de la sistematización de experiencias como de reflexión en la que se interactúa como indagaciones teóricas para crear nuevos saberes con significado propio. De esta forma, se comprende y produce un vínculo inseparable entre investigación, formación y trabajo capaz de llenar expectativas de conocimiento de la realidad y resolver dudas en el individuo, el cual siempre estará en la búsqueda de respuestas en un contexto social que le facilite su comprensión. Esta es una práctica social educativa –formal e informal– centrada en la reflexión y en la acción, que supera la simple racionalidad técnica y que reconoce la complejidad del mundo interior del sujeto y las relaciones solidarias entre los mismos, para incidir en su realidad de manera de poder trascender lo histórico concreto de la actualidad vivida y enlazada con su memoria histórico-cultural. Las aportaciones de autores tales como Carr y Kemmis (1988) y de Schön (1992) señalan las limitaciones de una epistemología signada por la racionalidad técnica a lo que contraponen una de reflexión-acción de la práctica autoformativa colectiva que conduce a la emancipación del ser humano.

 

En otras palabras, se comienza a superar la alienación del trabajo y éste no está desvinculado de la actividad social del sujeto para producir condiciones y medios de vida, como algo inherente a la condición humana en sociedad y desde el reconocimiento pleno de la convivencia solidaria en una relación con los territorios y comunidades donde se cohabita5. Que en términos de la confrontación social de clases contra la cultura liberal burguesa es expresión de la superación del sentido común alienado que genera para garantizar su reproducción. Análisis de la realidad histórica que no puede ser comprendida desde la visión del trabajo solo como actividad económica. Su naturaleza existencial potencia su condición de medio para mantener la vida y le otorga “condiciones que van más allá del marco de la economía política” (Marcuse, 1972:10) para comprender su posibilidad de liberación en el marco del sistema capitalista que la convierte en una mercancía para intercambiar por bienes de existencia, quitándole su valor intrínseco.

 

El reconocimiento del trabajo como actividad material-espiritual que garantiza la existencia humana en sociedad desde una visión histórico-cultural y social definida permite comprender el cómo se desarrolla el mismo para lograr a plenitud esa naturaleza universal en una relación particular espacio/temporal concreta: a partir de la desalienación del trabajo en todas sus dimensiones. La conciencia de su carácter cambiante y cambiable en la propia praxis social orientada al bien común, no se queda en lo abstracto ni en la ilusión de una posibilidad de cambio social ajena a los propios sujetos, sino derivada de la potencia cognitiva auto-desarrollada en la producción de un saber coextensivo a la vida, que permita la edificación de una propuesta que anuncia un cambio social con potencial proyectivo de un futuro inmediato factible y realizable desde la propia fuerza colectiva.

 

Fuerza colectiva de un saber social que permitirá la construcción del cambio social de raíz, de saber emancipador y liberador del sujeto en sociedad. Éste tiene siempre un sentido dentro de un contexto social e histórico, tanto para el hacer, como para el ser y el trascender históricamente superando lo existente. En tal sentido, hemos hecho un esfuerzo para sintetizar una totalidad orgánica concreta en la creación de ese saber asociado a la transformación social, desde la perspectiva de los colectivos sociales y sus relaciones, para visualizarlo en tres procesos básicos, separados artificialmente hasta ahora: el trabajo, la formación y la investigación, tal como lo desarrollamos en Alves (2013: 138) La diferencia sustantiva está en asumir una perspectiva de integración de una misma realidad. Cada dimensión se percibe asociada a las otras dos. Sin embargo, para comprenderlas se reflexiona sobre cada una por separado, conceptualizándolas de tal forma que, en su definición, incluya a las otras dos. Estas tres categorías están dialéctica e históricamente relacionadas, no es comprensible concebir el desarrollo del trabajo cooperante en una acción productiva sin que éste genere un aprendizaje significativo. Aprendizaje resultado de la indagación teórica-práctica y la reflexión de la experiencia compartida con los sujetos involucrados. Los conocimientos ya producidos interactúen con los nuevos para avanzar en la praxis creadora de condiciones y medios de vida. De modo que el trabajo cooperante emancipador generado en una acción productiva, la formación en la praxis asociada al hacer social y la investigación en la acción, conducen, de forma conjunta, a la producción de nuevos saberes dentro de la acción productiva de los colectivos. Así encontramos incidencias mutuas en la dinámica social para su transformación que propician el saber para lograr la valoración del ser. Este complejo conjunto de relaciones entre las dimensiones la representamos en la Figura 10.

 

FIGURA 10: RELACIONES ENTRE LAS DIMENSIONES DEL SABER EMANCIPADO
 

 

Fuente: Elaboración propia, modificado a partir del gráfico 4 de Alves (2013:140)

 

 

 

En el trabajo cooperante se aprende de manera individual y colectiva, en tanto emancipado o en proceso de emancipación. La formación en la praxis se fortalece a partir de una intencionalidad del hacer con sentido social. Se programa así, el aprendizaje del conocimiento deseado para orientar la producción hacia un fin deseado. Este trabajo formador requiere indagación, investigación y producción de nuevos conocimientos contextualizados, de manera constante y como inherente a la autoformación. De allí su visualización integral como dimensiones de una misma realidad formativa y trasformadora dentro del proceso productivo (Alves, 2013: 138)

 

La acción productiva material e inmaterial de naturaleza cooperante se nutre de la investigación en la acción de los mismos sujetos de la producción y no puede entenderse sin ella, porque se queda sin argumentos científicos que puedan explicar las acciones implícitas en cada acto productivo social. De esta manera, se produce un posesionamiento del saber transformador (empoderamiento de saberes y significados), que se convierte en nuevo conocimiento en la medida en que se relaciona de manera inmediata con la realidad concreta de trabajo. La formación en la praxis es un proceso natural que se produce en sociedad en la interacción humana. Para que ésta se haga de forma conciente y con el propósito de generar saber emancipador se debe realizar en espacios de reflexión crítica y de sistematización de experiencias como método de aprendizaje colectivo y del propio deseo de socialización que produce este tipo de construcción transformadora. Esta socialización debe trascender a lo particular, a lo local y contribuir a lo general, a la teoría crítica emancipadora.

 

Cuando se hace énfasis en una de las tres dimensiones (trabajo, investigación o formación) para ver la relación con las otras dos, apreciamos su especificidad y el modo cómo se relaciona con las otras para comprenderla y definirla. En términos organizacionales estas actividades se presentan separadas con diferentes grados de independencia relativa, en función de los equipos y espacios que se destinen para cada una, pero su inseparabilidad como proceso social es evidente. En particular, se puede visualizar de forma separada la investigación de un proceso, pero no es separable de la auto indagación de la experiencia o la cultura propia. Si bien es cierto que nadie trabaja con la fuerza de los otros, ni nadie aprende por otras personas, si es posible hacer de estas actividades un esfuerzo compartido y complementario, donde todos los sujetos sean importantes y parte de lo que logra cada quien. En especial, cuando se trata de algo que es de interés colectivo y existe la voluntad expresa de crecer con cada acción. Y cada acción se oriente al buen vivir y en sana convivencia.

 

De este modo, estaremos hablando de planes de transformación social que no se centran en el trabajo enajenado cargado de individualismo, o de un trabajo reducido a la tarea desprovistos de todo interés social en el valor de uso de lo que se produce y para qué se hace. Aprender implica interés por saber para dar respuesta a situaciones o hechos de la vida, y el trabajo colaborativo (material y espiritual) lleva en su constitución la investigación participativa en la acción y una formación inherente a una praxis con compromiso de cambio y visión de futuro.

 

Dialéctica formación/trabajo cooperante/investigación

 

La primera relación que consideramos fundamental comprender en mayor detalle es la del trabajo y la formación que en él se genera. El trabajo humano se caracteriza por la proyección que hace en la mente (el sujeto) de lo que va a hacer. Se trata de un hacer-reflexionado para volver a hacer, como un proceso continuo de aprender haciendo y de hacer lo aprendido. Cuando el razonamiento es instrumental es poco creativo y se tenderá a automatizar, pero cuando se busca innovar para mejorar la calidad de vida y de la producción creada de él, cambia la naturaleza del proceso en sí mismo. Esto demanda más orden y planificación, abierto a lo inesperado, que potencia el proceso de formación de la experiencia práctica. Reflexionar sobre lo que se va a hacer y lo que se ha hecho, además sobre el impacto de las acciones para corregir, rechazar o mejorar nos ubica en otra cultura del saber. Una cultura que permite un conocimiento emancipador.

 

Reflexionar sobre el hacer no solo mejora a lo interno sino a lo externo de él. La posibilidad de que esta formación esté incluida en un programa también flexible se convierte en un proceso inteligente y conciente para facilitar las decisiones colectivas para la creación de saberes con potencial transformador, con capacidad autónoma y abierto a la formación de una conciencia práctica del para qué y el por qué se adquieren dichos conocimientos. De modo que si este proceso se ordena y planifica medianamente en un colectivo o comunidad se potenciará la capacidad de formación con objetivos precisos para incidir en su mejora continua. Como señalamos en Alves (2013: 141-142) se trata de reconstruir desde la esencia humana del vivir y no desde el modelo impuesto de formación/trabajo. Se parte de las demandas de formación, con cierta independencia para la planificación inicial. Luego se elabora un programa de formación, vinculado a las áreas de trabajo del colectivo y sus posibles conexiones y demandas de producción de investigación y nuevos saberes6.

 

La configuración de nuevos saberes se produce tanto por la sistematización de experiencias validadas con argumentaciones teóricas y prácticas convincentes validadas en el hacer. La percepción del saber-hacer y la voluntad de querer-hacer se constituyen en un potencial autotransformador para incidir en la historia y en la cultura orientada por un proyecto de cambio. En la figura 11 podemos observar las relaciones entre estas tres dimensiones en ambas direcciones.

 

FIGURA 11: CREACIÓN DEL SABER HACER EMANCIPADOR DESDE SUS RELACIONES RECIPROCAS
 

 

Fuente: Elaboración propia, mejorada del original, en Alves (2013:143).

 

 

El trabajo cooperativo supone un aprendizaje también cooperativo por lo que cambia el concepto de los ambientes de aprendizaje, no solo por su relación directa con el trabajo sino del modo en el que se concibe éste. La experiencia indica la necesidad de contar con espacios para el debate reflexivo para planificar y evaluar las acciones de trabajo y de precisar los conocimientos que deben producirse para lograr los objetivos planteados7. Es importante recordar, que se trata de una formación instituyente, que intenta romper con lo instituido que se convierta en una traba para el logro de lo deseado. Rompe con la naturaleza reproductora de la educación formal amarrada al modelo mercantilista, lineal y reduccionista, que es presa fácil del poder constituido. El aprendizaje cooperativo es por naturaleza dialógico, que revive de modo constante procesos de investigación y reflexión sobre la práctica en la que se propicia y favorece la solidaridad y complementariedad de capacidades entre los sujetos participantes en la acción de trabajo.

 

Tal como lo señalamos en Alves (2013) de la acción formativa a la acción social de trabajo se pueden presentar procesos tan cortos que pueden parecer simultáneos. En ambos casos se refiere tanto a la acción como a la reflexión, sobre la teoría adquirida o sobre la acción experiencial. Del trabajo surge la necesidad de formación como un continuo para profundizar en la realidad y por tanto puede orientar el plan (tiempo, área de conocimientos, temas, materiales, ambientes de aplicación, estrategias, entre otros). Ejemplos de esta situación pueden ser tanto el dominio de una tecnología para tener autonomía en la producción, como la concepción de una nueva gestión u organización del trabajo. Esta es una socio-construcción de saberes y significados capaz de reconstruir contenidos, estrategias y situaciones vivenciales que hacen pertinente, por naturaleza, el plan educativo. Esta dinámica permitirá asumir una nueva cultura de trabajo en la medida en que los logros y las respuestas a las exigencias de este se evidencien para el colectivo8.

 

La figura 11 es una representación simplificada de la realidad en la que no se definen las características y condiciones de los sujetos involucrados ni el entorno en el que se inscriben. Asimismo, si es una práctica cotidiana como parte de la cultura o debe ser aprendida bajo la convicción de su importancia. En las comunidades indígenas, así como algunos procesos artesanales en zonas rurales y urbanas encontramos formar de unificación de estas dimensiones. Algunas fuertemente penetradas por la cultura y la racionalidad capitalista mercantilizada, que disminuye su potencia e incide significativamente en su impacto reproductor del sistema hegemónico de poder.

 

La primera consideración es que, en esa reunión de sujetos distintos con niveles diferentes de experiencias y conocimientos, prácticamente, se personaliza el aprendizaje en una acción colectiva, cada quien es responsable de su ritmo y media con los demás de acuerdo al rol que asume. “El triunfo o avance individual es una mera consecuencia del avance del colectivo donde funciona y de la capacidad colectiva para eliminar toda expresión de inhibición para que afloren los conocimientos y se produzcan los saberes necesarios” (Alves, 2013: 144). Así se combina la mediación voluntaria y activa y la valoración a la solidaridad y complementariedad de capacidades con un espíritu democrático, no competitivo, en la que se tiende a eliminar la inhibición e incrementar la confianza entre sus pares. Por lo que tiene un fin auto organizativo.

 

Según Rauber (2004:81)

 

(…) la participación del pueblo organizado a la que nos referimos deberá contar con un desarrollo práctico de nuevas modalidades de representación, a todos los niveles de la sociedad, que irá disminuyendo la enajenación política del pueblo, en un proceso constante y creciente (en el sentido de multidimensional) de participación-apropiación protagónica de los actores intervinientes respecto del proceso de transformación mismo, hasta su eliminación (anhelo constitutivo –junto a otros– de la utopía de liberación).

 

Estos procesos buscan desarrollar métodos de enseñanza innovadores, basados en la propia experiencia de vida individual y colectiva, diseños de estrategias para superar dificultades de aprendizaje al tiempo que crea ese espacio necesario de reflexión sobre la problemática de la formación en la praxis del trabajo y en un contexto real, desde el punto de vista cultural y social. Esto es lo que permite desarrollar la creatividad y ponerla en práctica como inherente al ser humano y no como virtud de elegidos y privilegiados.

 

Este proceso de acción-reflexión-acción desde los mismos centros de trabajo crea espacios colectivos que permiten ejercer el control progresivo del proceso productivo desde la perspectiva de las clases subalternas emancipadas. La historia comienza a valorar el trabajo en su justa dimensión, lo cual significa el inicio de la construcción de un cambio civilizatorio en un proceso revolucionario de alcance histórico, que exige el cambio de las relaciones sociales de producción como algo imprescindible para evitar la regresión al capitalismo (Alves, 2013: 145)

 

La relación dialéctica e histórica desde estas tres dimensiones del hacer humano en sociedad (el trabajo, la formación y la investigación) se manifiesta en los distintos ámbitos de la praxis (trabajo-productivo existencial, convivencia-vida cotidiana, organización-gestión social y movilización-comunicación) que captan los sentidos del ser humano (social, político e histórico) que otorga capacidad y voluntad de actuar en sociedad. En Alves (2018: 110) planteamos tres líneas de análisis-crítico para comprender esa intrincada red de relaciones.

 

  1. La socio-productiva (material e inmaterial): esta línea permite hacer el análisis-crítico del saber-hacer en todos los ámbitos de reproducción de la existencia, o creación-reproducción de los medios de vida.

 

  1. La político-cultural (individual y colectiva): en esta línea observamos el saber-ser en las múltiples relaciones entre los sujetos. Se evidencia la dinámica de confrontación social desigual, asimétrica y diversa, en sus manifestaciones comunales, locales, nacionales e internacionales.

 

  1. La socio-histórica (reproducción-transformación): en ésta visualizamos el saber-hacer-proyectar desde la oferta-demanda de las necesidades-posibilidades concretas, las simbologías en la comprensión de lo real y las aspiraciones vinculadas a las experiencias de vida, a la memoria histórica de lucha y su relación con la vida presente y proyección de futuro.

 

En cada línea de análisis-crítico se comprende, o al menos eso es lo que pretendemos, un modo de saber (hacer, ser, saber-hacer-proyectar) desde relaciones y dimensiones distintas en las que se puede encontrar el sujeto, bien sea para conocer la realidad, y de cómo se concibe la misma. Ambas potencian y posibilitan la realizabilidad de un plan o medida, más aún si está permeada por la evaluación crítica durante la praxis social. Esto constituye una perspectiva de esa nueva cultura del conocer para transformar. En la esencia que permite valorar la incidencia en el proyecto/país, de acuerdo al futuro en construcción que debe tener fuerza para orientar la acción del presente.

 

El tratamiento multidimensional de los ámbitos de acción social en los que se desplaza el ser-social y asume su condición de ser-político incide en la transformación de su realidad concreta, de forma integral y con voluntad de querer hacer. Luego, se desplaza el ser-político desde una visión de la praxis social transformadora y que hace que se perciba a sí mismo como ser-histórico, que le permite avanzar en un saber-pensar-hacer para incidir en el presente con visión de futuro. El procedimiento para arribar a las distintas síntesis del análisis-crítico, a partir de esta multidimensionalidad representada debe ser comprendida en una visión de totalidad orgánica y dialéctica que conduce a precisar los diversos sentidos del hacer-pensar para ir configurando la teoría emergente para la acción (Alves, 2018:110 y 124).

 

En la Figura 12 se presenta una matriz de relaciones que visualiza cómo se va creando la praxis transformadora desde la teoría referenciada hasta la proyección histórica del cambio prefigurado. La reflexión y la acción son una unidad inseparable para la transformación social. Si lo seres humanos, tal como lo señala Freire (2005:161):

 

(…) son seres del quehacer esto se debe a que su hacer es acción y reflexión. Es praxis. Es transformación del mundo. Y, por ello mismo, todo hacer del quehacer debe tener, necesariamente, una teoría que lo ilumine. El quehacer es teoría y prácticas. Es reflexión y acción. No puede reducirse ni al verbalismo sin activismo.

 

De igual forma, aparecen otras categorías relacionales como liderazgo político-autonomía del poder popular, que también juegan un papel fundamental en la nueva relación del Gobierno como principio rector, desde una visión del ejercicio de la democracia distinta a la preexistente. Los procesos de cambio deben ir acompañados de nuevas perspectivas en el ejercicio y administración del poder, razón por la cual el liderazgo toma un valor determinante9.

 

Toda forma alternativa anticolonial y anticapitalista socio-productiva, político-cultural y sociohistórica, en la cual está implícita la naturaleza del ser como construcción histórica, es en sí misma una expresión de superación del sentido común alienado. Una elevación de la conciencia en la lucha que se renueva en ella en las relaciones sociales que emanan de la praxis. Qué responden al conjunto de interrogantes y desencadenan propuestas teóricas y prácticas de organización comunitaria con sentido del hacer y del pensar (Ver Figura 12). De la teoría referenciada a la resignificada las interrogantes de ¿para qué, dónde y quiénes trabajamos y cómo nos unimos y compartimos? Le da sentido al Ser Social. De la teoría resignificada a la emergente, que se produce en la praxis social para responder a las interrogantes ¿qué y para qué, cómo lo hacen y dónde y cuándo? Cada una y en conjunto le dan sentido al ser político, de decidir, de escuchar y ser oído. Finalmente, de la teoría transformadora a la proyección histórica las interrogantes ¿qué y cómo conocemos, qué y para qué actuamos y quiénes y cómo valoran la praxis? le dan sentido al ser histórico a la visión de futuro. Las respuestas en cada situación concreta no serán iguales, aunque con elementos socio-históricos comunes que nos identifican como pueblo. No serán rígidas ni acabadas, aunque firmes y precisas, porque forman parte de una nueva cultura y praxis transformadora en permanente construcción (Alves, 2018)

 

FIGURA 12: MATRIZ DE ANÁLISIS-CRÍTICO PARA LA CREACIÓN DE LA PRAXIS TRANSFORMADORA
 

Fuente: Tomado de las tablas 2 y 3 de Alves 2018 en las páginas 111 y 125.

 

Esta nueva racionalidad planificadora del cambio social tiene el propósito de prefigurar el futuro a partir de una propuesta inicial, susceptible de cambio a partir de la praxis y de la creación de caminos donde se concretan las ideas y las acciones sobre la realidad a transformar. Esto hará que se encuentren distintos momentos de conocimiento de la realidad con carácter valorativo para actuar sobre ella. La rigurosidad científica que esto exige los convierte en líneas de investigaciones permanentes intrínsecas a la gestión social. De ellas depende el éxito del programa, sus ajustes y corrección oportuna. Los resultados de estas investigaciones se suman al conocimiento para planificar y ejecutar el cambio social, por lo que implica una visión epistemológica socio-crítica y abierta a lo imprevisto (Alves, 2018: 573). Lo que se rechaza es la realidad que se quiere cambiar, la existente, la que se vive y que como toda realidad anclada no se cambia por decreto, y tampoco da indicios, por sí misma, qué y cómo superarla y transformarla en algo distinto, viable y aceptable. Al no saber a priori cómo hacer lo que queremos es posible que mucho de lo que hacemos no sea lo que queríamos.

 

Como diría Fals Borda (2014: 274) al referirse a la investigación que consideraba propia de los procesos de transformación en la acción participante, como una vivencia necesaria para progresar en democracia, como un complejo de actitudes y valores, y como un método de trabajo que dan sentido a la praxis en el terreno. No sólo como una metodología de investigación sino al mismo tiempo como una filosofía de la vida que convierte a sus practicantes en personas sentipensantes.

 

Potencia comunal del poder constituyente

 

Concebimos el saber comunal –o saber popular– como el conocimiento contextualizado que da respuesta colectiva a las demandas devenidas de la realidad concreta en sociedad para procurar el buen vivir en sana convivencia, haciendo uso de razonamientos y habilidades cognitivas, que exigen liberarnos de las ataduras que nos somete el sistema capitalista opresor, a través de un pensamiento crítico y reflexivo. Este saber emancipado e insubordinado al poder constituido, presiona de manera constante para lograr cambios en todos los ámbitos de la vida –socioproductivo, político-cultural o sociohistórico–. Integra y articula, en una totalidad orgánica, todos los saberes del hacer y del pensar que inciden en nuestra vida en sociedad. El saber obrero-popular, en la producción material o inmaterial; el saber convivir y compartir, en las relaciones de convivencia en la vida cotidiana; y en el saber organizar, planificar e innovar, en la configuración de nuevos saberes para (re)creación de caminos y horizontes de planes y proyectos. Todas las formas de saber creativo de carácter colectivo se sintetizan en el saber comunal en una totalidad de totalidades. De allí que tiene en sí mismo un poder para prefigurar un futuro digno por vivir y construir la sociedad fundada en nuevos valores de lo común, de lo humano.

 

Estamos convencidos de que el sujeto popular con capacidad de iniciativa social o el "sujeto estratégico" será plural y por lo tanto descentrado (al igual que las "reservas revolucionarias"), un sujeto de clase, sí, pero en un sentido no reduccionista. Un sujeto impensable desde las concepciones que sólo pueden inferir lo nuevo a partir de algún principio impasible y análogo. Un sujeto que se adecua a una praxis que se funda en la razón práctica y que reconoce la contingencia, una praxis creadora, inescindible de las significaciones imaginarias (Mazzeo, 2006:42). Creando el poder desde las clases subalternas se convierte en poder popular cuando se plantea un horizonte libertario que no se opone en forma absoluta e invariable a la realidad que se plantea transformar de raíz, sino que la comprende de modo dialéctico e histórico concreto en un proyecto de cambio de carácter emancipador abierto a crear metas y caminos que admiten ajustes.

 

La potencia del poder constituyente de una revolución anticapitalista y anticolonial en la búsqueda de un cambio civilizatorio se funda en la comprensión crítica del carácter histórico del capitalismo como sistema hegemónico mundial altamente contradictorio y de sus luchas para abolirlo y para resistir a su influencia negadora de otras formas de desarrollo humano. Su carácter mundial y globalizador hacen prácticamente imposible desprenderse de su influencia para crear alternativas que reconozcan la diversidad cultural e histórica de la sociedad. La originalidad de cada revolución, sus logros, errores y desviaciones en sus propósitos originales queda en el campo abstracto si este no es evaluado críticamente sobre el propio terreno de la lucha particular y desde los sujetos comprometidos con ella. También se corre el riesgo, muy dañino, de descalificar el valor y vigencia histórica de la utopía socialista, como alternativa real al capitalismo, por las prácticas e interpretaciones que de ella se hagan, obviamente sesgada por la diversidad de sentidos históricos en permanente debate. Toda utopía postcapitalista está por construir, requiere ser (re)creada por los propios sujetos del cambio. Se trata de una apuesta a futuro que hay que construirla siempre en contracorriente. No puede estar definida con antelación, ni ser inflexible en su forma y proceso; por el contrario, debe ir configurándose en el hacer a partir de generalidades consistentes (proyecto/nación o proyecto/comunidad) que orienten metas y caminos que pueden ser renovados y ajustados. No basta con saber que se niega o rechaza es indispensable ir dándole forma teórica y práctica al cambio social-cultural con alternativas abiertas a lo imprevisto, con fuerza de convicción y voluntad de cambio.

Los sujetos que conforman el poder constituyente transforman la realidad transformándose a sí mismos, y cuando asumen una perspectiva de teoría crítica emancipadora pueden visualizar su choque con el entorno, con la realidad constituida, para definir y crear caminos y metas en un horizonte de cambio estructural y sistémico. Los seres humanos transforman sus condiciones de vida y perspectivas de futuro, por lo que cada lucha es original, aunque tengan los mismos propósitos y sean los mismos sujetos en otras condiciones espacio/temporales. Todo proyecto social exige permanentemente la reinterpretación y la resignificación de saberes constituidos y la creación de constituyentes. El dogmatismo, la poca creencia en la fuerza del pueblo organizado en lucha para desarrollar y desplegar su potencia, terminan comprometiendo la democracia y otros principios vitales de la revolución contra el capitalista-colonial hegemónico a nivel mundial e impuesto con sangre y fuego, en la que se deja permear por la cultura burguesa que se combate. De allí, la importancia de estudiar cómo se forma la potencia del poder constituyente en una revolución de esta naturaleza, que nos conduce a valorar la reflexión de experiencias de lucha desde la teoría-crítica emancipadora que, a su vez, nos ha permitido realizar el debate sobre la diversidad cultural como potencia del saber-pensar constituyente, ya que éste emana de los encuentros de conciencia de los que luchan por la sociedad de lo común.

 

Cuando Luxemburgo (2003:74) afirma que “la concepción mecánica, burocrática y estereotipada sólo quiere ver en la lucha el producto de la organización a un cierto nivel de fuerza”, nos está advirtiendo de la imposibilidad de imponer una organización que niegue la dinámica histórica. Dinámica que hace de cada experiencia organizativa una expresión de esa lucha particular y de sus necesidades de unidad y funcionamiento coordinado; y ese carácter histórico va en contra de la imposición de un modelo organizativo ideal, como que si existiera una ley de la organización de las clases oprimidas, que supedita lo propio y singular a esa abstracción. Los partidos, los sindicatos, los consejos o comités de trabajadoras y trabajadores, así como las organizaciones comunitarias que se conforman para crear y defender a una revolución o superar una envestida o guerra, no pueden ser históricamente iguales en cada tiempo y espacio. Obsérvese, haciendo un breve repaso por la historia, que las formas de organización del pueblo en cada revolución han sido muy diferentes, a pesar de los esfuerzos por concebir desde arriba un modelo ideal e imponerlo con el propósito de avanzar más rápidamente. Sin poner en duda la buena fe ni hacer referencias a las desviaciones que esto causa, podríamos afirmar que la práctica nos enseña que las diferencias organizativas responden a las condiciones particulares de las vivencias de cada lucha y del desarrollo de sus propias fuerzas, así como a las identidades histórico-culturales de cada pueblo que combate contra el capitalismo que lo oprime y lo agrede en su vida cotidiana.

 

Si la organización es producto de la lucha y se recrea en ella, ésta dependerá del grado de la fuerza popular que impulsa el cambio social y de la voluntad de querer-hacer, aprovechando al máximo la energía colectiva. La presión es por no dejarse vencer, por no saber cómo luchar y por evitar el riesgo de perder el sacrificio que implica toda lucha de confrontación social; contra un adversario que solo se combate, con posibilidades de triunfo, si se rompe con la dispersión de la fuerza y se logra la unidad de acción. Esto dispara la inventiva popular de la creatividad organizativa10. Como en los demás aspectos de la lucha por el cambio social en esto no se pueden extrapolar conceptos y experiencias descontextualizadas en tiempo y espacio, ni desconocer la dialéctica de estos procesos. De ser así se facilitan las posiciones deterministas, que muchas veces se oponen a los principios y valores que pregonan. Las acciones erráticas o incomprensibles de algunos dirigentes, en sí mismo, o de las bases de una organización, independientemente de su proceso constitutivo, no comprometen la vigencia del pensamiento que defienden o comparten, sino que expresan un desvió de su propia interpretación sesgada sobre las experiencias de otros, que al igual que las propias estarán marcadas ideológicamente por quienes la hacen y para qué la hacen.

 

El poder constituyente remite a la organización de los procesos de transformación social, en el que aparece el debate inevitable del papel partido de la revolución y de cómo se forma éste. El partido concebido como vanguardia del proceso puede conducirlo a ser mediador organizativo del poder constituyente, con la presumible intensión de evitar movimientos espontáneos que pierden la “dirección” del proceso, pero de ninguna manera debería ocupar su lugar de forma definitiva e impositiva. Y mucho menos dejar de escuchar la sabiduría popular devenida del movimiento, de la experiencia espontánea o no, en la que puede estar la clave de la solución a una situación concreta o para la comprensión de las verdaderas trabas. La democracia en básica para actuar con autonomía creciente, de todo poder instituido, en la definición de sus propios caminos y metas.

 

Es justamente la incomprensión del proceso histórico que vivió Rusia bajo la dirección de Lenin que fue vista de modo distinto en la manera de conducir el poder constituyente en su momento. Desde los que apostaban a un fracaso porque no creían ni en la capacidad del Partido para impulsar y mediar un proceso democrático inclusivo, ni en la capacidad del pueblo para organizarse en un poder constituyente, por no contar “con una sociedad civil digna” de asumir ese reto y, por tanto, sería la razón del surgimiento de la “dictadura burocrática del partido” para llenar un vacío de las condiciones. Por eso Weber, de acuerdo con Negri (2015:375), “no alberga ninguna ilusión acerca del futuro ruso. Su comprensión de la concepción leninista del poder constituyente no le lleva a criticar la potencia del concepto, sino la pobreza de las condiciones a las que se aplica”. De hecho, afirma:

 

(…) lo que Weber expresa en negativo insistiendo en las condiciones negativas que necesariamente conducen al fracaso del concepto leninista del poder constituyente, Rosa Luxemburgo lo expresa positivamente, esto es, críticamente, partiendo de una consideración inherente a la práctica leninista del mismo11. Aunque al partido de Lenin le corresponde el enorme mérito –único entre los partidos marxistas– de haber conducido las masas al poder, sosteniendo con el máximo empeño, coherencia y radicalidad su espíritu revolucionario y la aspiración a la democracia, luego ha cedido a la pasividad y al compromiso, considerando el aislamiento internacional de la revolución y la solución inmediata de algunos problemas (la cuestión de la paz, el reconocimiento de los nacionalismos, la cuestión agraria) no como obstáculos a superar, sino como límites absolutos del proceso constituyente. Pero estos compromisos no son la ocasión para la victoria de una táctica justa, sino que dan paso a una mutación en la naturaleza del sujeto constituyente (Negri, 2015: 375-376).

 

El dilema parecería estar planteado entre la toma del poder, que implica una larga lucha hasta que se reúne la fuerza para desencadenar un cambio histórico acelerado, y luego enfrentar una realidad de aprender en la propia praxis, sin dejarse vencer por la continuidad democrática que demanda un proceso constituyente que encuentra condiciones históricas desconocidas e impredecibles para los que están construyendo el cambio. De allí, que para analizar el pasado sea totalmente diferente que para comprender el presente y prefigurar un futuro inmediato. Este poder, que es producto y productor de un proceso revolucionario anticapitalista y descolonial, impugna al poder constituido y crea posibilidades de cambio raizal. Es un proceso social generalizado de procesos continuos y simultáneos donde cada final es el inicio de otro nuevo. No demarca una temporalidad evolutiva, ni constituye un episodio histórico en un tiempo continuo y lineal que lo delimita; por el contrario, es discontinuo, desigual y asimétrico entre las distintas fuerzas que componen el poder constituyente y de sus relaciones espaciales e históricas concretas. Esto revela la importancia de separar la cuestión técnica del Estado, del proceso vivido por el sujeto político del momento, en los procesos de reforma parcial o en las y los revolucionarios que se plantean cambios en todo el orden social establecido.

 

El poder constituyente se torna en el absoluto originario de expresión de una comunidad productiva, afanosamente constituida pero capaz, una vez llegada a este punto, de desarrollarse libremente (Negri, 2015:337). Entendiendo por productiva una fuerza humana de trabajo –material e inmaterial–, vista desde un ángulo no mercantilista capaz de apreciar su valor de uso en la producción de medios y condiciones de vida en sociedad. La democracia que nos libera de la colonización del pensamiento es aquella que va minando, en la praxis cotidiana de la lucha, las relaciones jerárquicas y mercantilistas del saber, heredadas de la cultura burguesa. La “superioridad intelectual” es una de ellas, por eso los que presumen de tener siempre la razón y quieren imponer sus ideas irán perdiendo fuerza si no logran convencer con argumentos comprensibles a un colectivo que reflexiona críticamente su realidad; también si no logran demostrar, en la práctica, su capacidad de escuchar, aceptar las críticas y apreciar los aportes de los demás, en igualdad de condiciones, para construir pensamiento transformador en colectivo.

 

Desde la perspectiva de Luxemburgo, que asumimos, el poder constituyente es un elemento de organización que exige tomar en cuenta las circunstancias, condiciones y momento histórico, donde surgen formas organizativas de dirección propias de dicha situación, o se producen mutaciones de las existentes, no necesariamente en la dirección esperada. Por tanto, más allá de la capacidad de vanguardia o mediación de los partidos, de los sindicatos –en el caso de la clase trabajadora en sus centros de trabajo– u otras formas propias de los movimientos urbanos, campesinos o indígenas en lucha, debe estudiarse de modo contextualizado el desarrollo de las fuerzas productivas y la organización de trabajo que articula a toda la sociedad, que dan paso a nuevas formas de organización de estos movimientos en lucha a través del tiempo.

 

Sostiene Rosa Luxemburgo, que “en Rusia se daban todas las condiciones para un desarrollo auténtico del poder constituyente en la acepción revolucionaria y marxista”12, lo que coloca a nuestro criterio en la mirada de la praxis social particular. Para reivindicar la fuerza de este pensamiento y de su vigencia en la actualidad, asumimos el planteamiento de Luxemburgo (1978: 576:585)13, de que el poder constituyente está formado por cuatro elementos, que nos hemos permitimos hacerle un análisis-crítico para contextualizarlo a la realidad en estudio. Comenzando porque la “organización democrática14 está por encima de toda la iniciativa de las masas”. Esto es lo que le otorga el carácter democrático a la conceptualización de la esencia del poder constituyente y su desenvolvimiento durante todo el proceso revolucionario, de impugnación y cambios alternativos al orden constituido. El “carácter ilimitado del proyecto” es una condición para comprender el progreso histórico del mismo y éste emana de la “capacidad de articular el tiempo con arreglo a los hitos de la potencia transformadora”. Aquí, la autora destaca la relevancia de la relación de las acciones emprendidas con el tiempo proyectado, porque le confiere racionalidad al hecho político, y de la oportunidad histórica que define el cuándo y el qué de la renovación –propia de la condición constituyente­–. Por lo que consideramos que el proceso constituyente deja abierta la posibilidad de la innovación de la precisión del cómo y con qué, que se derivan del conocimiento particular del sujeto del cambio el dónde y su tiempo histórico.

 

Por su parte, la formación del poder constituyente apunta “al enraizamiento económico del poder constituyente, la capacidad de imponer la innovación no solo en el terreno político, sino también y sobre todo en el terreno industrial: democracia económica, colectivización extrema”. Entendemos esta democracia como fundamental desde el punto de vista procesual-concreto para iniciar la ruptura con el mercantilismo y reduccionismo economicista, que está en la esencia de la alienación del trabajo y su organización capitalista; que tiende a reducir todo al terreno de lo económico y dejar de lado lo histórico y lo político-cultural. La experiencia analizada por Luxemburgo es de gran interés en la actualidad, pese a la distancia temporal, sobre todo en la concepción que se difundió y asumió sobre el Partido, su relación con el Estado y con los movimientos populares, así como sus relaciones internacionales, tanto de solidaridad como de unidad programática para la acción mundial de los movimientos populares antisistema. Al igual que el cuarto elemento, que señala Luxemburgo, que identifica “como la dimensión espacial”, para darle la visión “dialéctica entre centralización y autodeterminación nacional, configurada de tal suerte que en ella la potencia de la unión internacional de los trabajadores puede confrontarse victoriosamente con el espacio político de la disgregación y de la separación espoleado por el enemigo”. Estos elementos: el carácter democrático, la temporalidad, el imperativo de innovar frente a la fuerza de lo económico sobre lo histórico-cultural y lo espacial como lo particular y propio de lo concreto que fortalece la visión dialéctica, son argumentos contundentes para comprender la dimensión y relevancia de un proceso constituyente en una revolución que quiere superar el sistema constituido.

 

La naturaleza particular del hecho histórico definirá la participación democrática del poder constituyente en la construcción del proyecto de cambio social, en la que van apareciendo nuevas estrategias no consideradas de acuerdo con la propia dinámica social y de las fuerzas enfrentadas. La propuesta de Luxemburgo se ubica en el mismo momento histórico de comprender al imperialismo, como fase superior del capitalismo, que demandaba nuevas estrategias para confrontarlo y construir una alternativa que lo sustituyera hacia una nueva civilización humana, así como la posibilidad de construir socialismo en una sola nación y la naturaleza del proceso de transición. Esta polémica, que hoy resulta obvia, en cuanto a la mundialización hegemónica del capital distinto a la de siglos anteriores, pero en la que se reconoce como tendencia de la racionalidad funcional del capitalismo de expansión ilimitada y de centralización de ganancias. Se estaba construyendo nueva teoría para comprender al capitalismo como un sistema histórico. Hace 100 años la lucha por la hegemonía mundial no era igual a la que llevó a las guerras mundiales, la Guerra Fría y al neoliberalismo, como nueva ortodoxia liberal-burguesa para superar las crisis de acumulación de capital y la deslegitimación de sus formas de organización mundial del trabajo y acumulación, en función del desarrollo de las fuerzas productivas. El cuadro internacional de hoy es muy distinto al de ayer, en la dinámica de reproducción/transformación, pero tiene un hilo conductor teórico-práctico que es la confrontación entre capitalismo, en su esencia sistémica, y la posibilidad de superación o abolición.

 

Otro debate que sin duda está asociado al carácter imperialista del capitalismo, de naturaleza explotadora de la fuerza de trabajo como generadora de plusvalor, es conocer cómo se ejerce este poder de dominación/subordinación que alude a la relación centro-periferia-colonial, y la necesidad de seguir reproduciendo capital originario a través del despojo, la destrucción de territorios y culturas existentes en zonas geográficas estratégicas –ante la evidente disminución de fuentes de recursos naturales y de materias primas– utilizando el poder económico y bélico en todas su formas. Donde aparecen guerras de nueva generación e injerencias externas que propician conflictos internos, detrás de los que se esconde este poder económico, que no escatima en utilizar cualquier arma destructiva para favorecer sus intereses, sin mirar sus consecuencias a las poblaciones y al ecosistema. Justamente Negri (2015:387-388) para demarcarse de las posiciones fenomenológicas y metafísicas, afirma, que el poder constituyente se configura sin perder sus características materiales, como proyecto creativo, como plena dilatación de la potencia. Al considerar las contradicciones y los conflictos de las pasiones como telón de fondo del proceso, el poder constituyente se realiza como tendencia, siempre se reabre y siempre se redefine como carácter absoluto en esa reapertura.

 

La distinción entre representación y concepto, entre el mundo de la apariencia y el mundo de la realidad, entre la práctica utilitaria cotidiana de los hombres y la praxis revolucionaria de la humanidad, o, en pocas palabras, "la escisión de lo único", es el modo como el pensamiento capta la "cosa misma". La dialéctica es el pensamiento crítico que quiere comprender la "cosa misma", y se pregunta sistemáticamente cómo es posible llegar a la comprensión de la realidad. Es, pues, lo opuesto a la sistematización doctrinaria o a la romantización de las representaciones comunes (Kosik, 1967: 32).

 

A esta reflexión agregamos la necesidad latente y permanente de hacer la autocrítica de este proceso complejo y en contracorriente, desde la propia praxis constituyente y por los propios sujetos comprometidos con ella. La resignificación permanente en la definición de caminos y metas permite combatir la tendencia a la dogmatización del pensamiento, siempre presente, llevada muchas veces por la desesperación de ver resultados sin haber aplicado las estrategias y medidas adecuadas al contexto particular, o por la mediatización de la cultura burguesa, difícil de superan por la fuerza del poder instituido y a la que hay que combatir con la reflexión-crítica y autocrítica que deviene en saber emancipador. Como diría Kosik (1967: 32) el pensamiento que quiera conocer adecuadamente la realidad, y que no se contente con los esquemas abstractos de la realidad, ni con simples representaciones también abstractas de ella, debe destruir la aparente independencia del mundo de las relaciones inmediatas cotidianas.

 

Este análisis nos permite apreciar la condición ontológica, que revela la visión del mundo que subyace en cada poder constituyente, así como su carácter histórico, capaz de convertir la necesidad social en posibilidad histórica de satisfacerla, en una acción colectiva que niegue el individualismo liberal burgués, impuesto por una concepción de desarrollo que fomenta la lógica de la competencia y el egoísmo entre los seres humanos, en contra del principio de solidaridad y de asociación cooperativa entre los mismos. Desde la racionalidad de la modernidad que antepone el interés privado al colectivo no es posible que se encuentren soluciones a los problemas sociales. En la tradición liberal el sujeto político dominador es individualista, egoísta y competitivo, capaz de aliarse, en competencia con los otros de su clase, motivado por el interés de acumulación de riqueza, aunque solo logre la que le permite el sistema que lo discrimina. A esta tradición impuesta rescatamos a un sujeto político colectivo, obligado por principio a ser democrático para compartir y convivir en solidaridad, a mantener la unidad del colectivo que implica respeto a la diversidad para controlar a la tendencia a imponer ideas de los que se sienten poseedores de la verdad única.

 

El carácter creativo-emancipador inherente al poder constituyente, que determina su potencia, no se apreciará hasta que se auto-visualice en su posibilidad de incidir en la realidad de forma evidente, que implica una acumulación histórica de fuerza colectiva que impugna a la vez que crea alternativas de apuesta al cambio raizal. Por lo que planteamos, la importancia vital en todo proceso constituyente de activar la memoria histórica ante un acontecimiento que la revive, y le da sentido político como continuidad de la lucha de independencia e insubordinación contra el poder constituido, para rescatar los valores culturales y sociopolíticos más apreciados. De no ser así, podría dejar sin sentido al poder constituyente que mira más hacia el futuro, y que ve al pasado para darle contenido conceptual e histórico a sus planteamientos de un nuevo devenir en construcción. No, para lamentarse de lo que aún no ha logrado. En el prefacio a la reciente edición en español, del libro de “Poder Constituyente” original de 1992, Negri (2015:16) afirma, que:

 

(…) en América Latina, el poder constituyente no se ha dado solo como movimiento singular de levantamiento, insurrección y toma del poder por parte de multitudes o, si se quiere, de las fuerzas populares, encaminado a transformarse en Constitución, sino que se ha presentado más bien como una continuidad de operaciones de renovación. Luego se ha prolongado en el tiempo a través de iniciativas constitucionales sucesivas. El poder constituyente no parece haber renunciado aquí, a representaciones simbólicas o a la exaltación de insurgencias temporales singulares (que permanecen vivas como narraciones), sino que parece haber preferido configurarse más bien como una potencia constituyente que se realiza en los tiempos (largos o breves) de un proceso más o menos radical y no obstante continuo.

 

Este proceso histórico latinoamericano presenta grandes asimetrías y desigualdades en su avance. Aunque se oriente por una misma utopía de un cambio civilizatorio que ha sido varias veces re-creada en las praxis transformadoras de los movimiento y organizaciones populares en conflictos, luchas y guerras sociales que se han desarrollado a lo largo de toda su existencia, después de su conquista y colonización, con mayor o menor éxito en el avance. Se trata de un proyecto social iniciado desde hace muchos siglos, que tomó auge a finales del siglo XX y en lo que va del XXI; parte de lo histórico-cultural para comprender lo circunstancial y de largo alcance en la lucha anticolonial y anticapitalista. Se orienta en la idea de la creación del autogobierno comunitario, de los productores y productoras asociados en redes sectoriales y territoriales, como forma de organización democrática de la vida en sociedad, vinculada de modo natural a sus territorios solidariamente compartidos, en la búsqueda del buen vivir de toda la población y como expresión de la dignidad humana, propia de sus imaginarios instituyentes, que se han ido configurando en el mestizaje cultural, marcado por esta historia de lucha y resistencia activa por rescatar su identidad cultural, cruelmente amenazada. Luchas continuadas contra el atropello y el despojo histórico de lo mejor de sus tradiciones culturales, sus cosmovisiones de la realidad y en contra de la destrucción de sus hábitats. Barbarie a la que han estado sometidos por el capitalismo-colonial. Luchas contra los que quieren silenciar sus luchas y aplican la violencia física y simbólica, propia de la racionalidad constitutiva del capitalismo –explotación, opresión, discriminación y exclusión de las mayorías populares– para garantizar la dominación/subordinación a este sistema depredador a nivel local, nacional e internacional. Como en cualquier parte del mundo estos poderes constituyentes comunales rescatan el poder creador de lo humano; ya que, desde esta perspectiva, tal como lo afirma Sossa Rojas (2010:51-52)

 

(…) subyace una idea trascendental, en el trabajo, el hombre, a través del despliegue de su ser, es decir, de su inteligencia, de su cuerpo y de su espíritu, produce valor, así mismo, cuando en el trabajo el hombre no despliega su ser, sus potencialidades físicas, se desvaloriza. En consecuencia, existe una intrincada conexión que hay entre el mundo (el trabajo, las relaciones sociales, la economía) y el hombre (su cuerpo, sus necesidades, su espíritu).

 

La idea sistémica de las redes productivas para articular la producción social con sentido de vida se enmarca en el denso entramado del tejido social entre los que asumen una praxis social contra toda forma de dominación-opresión de modo orgánico y colectivo en el propio terreno de la lucha en donde las propias condiciones particulares hacen de la articulación una necesidad concreta del hacer que prioriza la articulación propia para desarticular al oponente.

 

De modo que es en las relaciones en la praxis social es como se resuelven las contradicciones entre las subjetividades emancipadas/subordinadas, existentes al interior de todo proceso constituyente. Cada sujeto individual, en su colectivo apreciará la potencia de la fuerza del cambio, como parte de la conciencia de lucha, en la lucha misma. Conciencia construida que se abre espacio en la realidad social y política, que no puede ser negada por su legitimidad validada en la praxis y que nutre la potencia del proyecto de cambio de la utopía concreta desde la teoría-crítica emancipadora15. Por eso en el estudio de procesos en transformación se priorizan sus limitaciones y potencialidades, vistas como tendencias históricas para superarlas o reforzarla en una relación espacio/temporal previsible, e incluso se profundiza para llegar a detectar posibles amenazas y oportunidades, por lo general coyunturales y contingentes; que aun siendo estratégicas, por la velocidad de los cambios externos, en ningún caso son controlables directamente por los sujetos del cambio para proyectar la posibilidad-potencialidad del éxito16. He aquí la importancia de delinear acciones de coordinación nacional e internacional para incidir programáticamente y de manera colectiva, tanto en las amenazas, como para aprovechar las oportunidades que ofrece el entorno.

 

Sin poder constituyente popular no hay cambio civilizatorio

 

El capitalismo es histórico y, por tanto, sus posibilidades de superación también son históricas y es compromiso de quienes quieren cambiarlo el hallar o descubrir las claves del movimiento de la historia para convertirlas en pensamiento-acción transformadora, sabiendo que éstas no son leyes sino tendencias que pueden ser alteradas por situaciones no previstas. Las condiciones en la conformación del poder constituyente están asociadas a la realidad histórica particular, y esto nos remite al estudio de la praxis, de las condiciones subjetivas y objetivas del proceso de conformación de cada fuerza social particular con pretensión de cambiar el presente, con diversos niveles de claridad en el horizonte –utopía concreta– que orienta su acción y redefine su pensamiento; con la convicción de que toda construcción teórica-práctica –caminos y metas– es inacabada y debe ser recreada, continuamente, por los sujetos políticos en lucha con visión de futuro. De acuerdo al análisis realizado con anterioridad, el poder constituyente revolucionario es organizador, colectivo y democrático, y es un proceso histórico de redefinición y recreación de sujeto constituyente, del contenido de la materia a constituir en una totalidad coherente, de los caminos y metas planteadas. Es un cómo hacer ligado a un con qué teórico-práctico y a la necesidad permanente de evaluar sobre y desde la praxis el avance e impacto social del mismo y su potencia histórica para incidir en el presente con proyección de futuro. De allí, su invitación permanente a mejorar de modo colectivo y democrático, a superar las dificultades y limitaciones, a vencer las amenazas y resolver los efectos negativos de los errores cometidos. Esto coloca en tensión la relación utopía-práctica revolucionaria, durante los procesos de transformación social.

 

Asumimos que sin poder constituyente no hay revolución anticapitalista y anticolonial posible. La realidad vista integralmente permite la apreciación de límites y potencialidades en el plano de la conformación de proyectos de vida colectiva, dentro del cuadro de opciones que obligan a tener criterio y mecanismos para decidir de forma distinta: democráticamente. Reafirmamos que esta trama de articulación que vincula el presente, con las experiencias del pasado para plantearse horizontes de futuro, es una experiencia práctica e histórica. En este proceso histórico-político, propio de la dinámica social del ser humano para superarse, se involucra no solo el despliegue de la verdadera fuerza del poder constituyente sino de su relación con el Estado que impugna y cuestiona en la medida en que no responda a sus expectativas, necesidades y posibilidades que percibe como viables políticamente. Una invitación inequívoca para no confundirse con el idealismo o la metafísica, de comprenderse como proyecto emancipador viable, que toma del pasado cercano, la necesidad; del presente, la posibilidad y; del futuro, la fuerza potencial de un proyecto/país de futuro por vivir, en la cual se aprecia su vigencia renovada para orientar el pensamiento-acción hacia el cambio civilizatorio. Tal como plantea León (1997: 60-61) cuando hablamos del tiempo histórico de un sujeto estamos pensando en la manera como la práctica objetiva una construcción espacio-temporal de los sujetos, la cual está mediada por su subjetividad.

 

El poder constituyente no se reduce a diseñar y crear una nueva Constitución como producto final y definitivo, que exprese un sistema jurídico-político y ético desvinculado de la totalidad del sistema de organización social en su conjunto. Esto es un simplismo que le resta valor al proceso y convierte a la Constitución en un objetivo en sí mismo, propio de la democracia liberal burguesa para lograr estabilidad y permanencia, y le resta valor como producto cambiable en el tiempo, por eso los cambios que se reducen a la institucionalización inmediata y estática para que no cambie nada en esencia funcional y orgánica, pierden su condición constituyente más rápidamente de lo que la asimilación cultural resiste, y terminan fracasando en su verdadera intención de cambio social profundo17. Hay que tener en cuenta que una constitución que amenace la economía de mercado y la sociedad de consumo y, además, exija garantía de independencia política-nacional será atacada por las grandes corporaciones económicas (productivas y financieras) de modo directo a nivel mundial, y a través de los Estados-nación en el ejercicio de su condición de centros de poder, que actúan bajo la amenaza de perder privilegios de supremacía económica, política y social en sus periferias. Esta es una realidad política que se evidencia por el ataque recibido a los Estados/nación que han hecho cambios constitucionales que ofrecen alternativas de transformación del sistema dominante a nivel mundial, que son inmediatamente deslegitimados, amenazados, coaccionados y reprimidos de distintas formas por los países centro, violentando abiertamente el derecho internacional.

 

La fortaleza de un proceso constituyente de carácter estructural de la sociedad estará en alta participación y compromiso político de la ciudadanía, que se extiende más allá de lo formal, hacia distintos campos y formas de lucha contra el poder constituido que envuelve al Estado y la cultura constituida. Actúa en una dinámica de procesos simultáneos de distinto alcance, para ir denunciando la deslegitimación práctica de las estructuras, que obstaculizan el avance de la sociedad en democracia, en sana convivencia y sin discriminación social; para ir cambiando la base política, legal y ética en los distintos ámbitos de acción social entre los que debe existir coherencia de todo el sistema. Luego se iniciaría una fase de institucionalización de lo nuevo hasta que vuelva a entrar en otra dinámica de impugnación. La potencia del sujeto del cambio está en la amplitud de su ámbito de lucha y su perspectiva de futuro y articulación espacio/temporal. No se puede quedar en lo local o comunal, debe trascender. Por eso centra su esfuerzo en crear y recrear utopía concreta como producto del poder constituyente, en su propio proceso de formación y organización. La dialéctica sujeto-contexto constituye una modalidad que alude a la potenciación o potencialidad de los sujetos a la luz del presente potencial de transformación a futuro.

 

Ese sujeto protagónico que responde a una necesidad se alimenta de la comprensión crítica de su propia experiencia de lucha. Esto ayuda a definir la naturaleza emancipadora de los sujetos-políticos, y su fuerza transformadora. Aquí se expresa la conciencia histórica del cambio, que implica el auto-desafío en colectivo de crear y recrear constantemente el pensamiento-acción para deconstruir y construir de nuevo sobre la experiencia de acción sistematizada y socializada democráticamente y, de tomar y retomar el paso, sin perder la esperanza del cambio frente a la adversidad. En este espacio se ubican las formas de construcción social que descansan en la necesidad de ser y del sentido histórico del sujeto. Es un modo de hacer efectiva la voluntad en la que se expresa el afán de ser sujeto protagónico como respuesta a la necesidad de despliegue existencial, que permite comprender que la utopía concreta se apoya en la memoria viva de los procesos históricos culturales. En esta situación se puede apreciar el avance de un poder popular particular, organizado y que va adquiriendo confianza en su propia fuerza y capacidad transformadora en los nuevos escenarios políticos donde surge de modo constituyente. Este poder tiene una fuerza intelectual y cooperativa que aspira un ordenamiento político-social, como afirma Negri (1992: 161), en el que la innovación sustituya a la ciencia, donde sea imposible la superposición de las reglas de la trascendentalidad a las del movimiento de la multitud, donde la expresión de los deseos sea codificada y continuamente renovada.

 

Un poder que produce conocimiento innova, crea caminos y metas y tiene capacidad autocritica para dudar, revisar y rectificar lo construido, un poder siempre inacabado sin pretensiones de imponerse sin argumentos. Que ejerce la democracia revolucionaria y la flexibilidad que demanda lo desconocido, y que para no desviarse se plantea un horizonte claro para no sorprenderse ante los nuevos escenarios de ataque y resistencia. Es importante recordar “que las grandes revoluciones son siempre expresión del poder constituyente (…). Pero también percibimos el consolidarse del poder, el afirmarse de su potente inercia” (Negri, 1992: 160-161). Esta potencia responde a la tendencia de preservar lo instituido, lo constituido, que es cuestionado por las clases subalternas en lucha ante la incertidumbre, el miedo y la desesperanza creada por el capitalismo para mantener su hegemonía. De allí, la importancia de precisar, de manera general y muy concreta ¿cuáles son las capacidades y habilidades específicas que debería poseer un sujeto político emancipado, capaz de apropiarse de una ciencia para incidir en un cambio sustantivo en la sociedad?

 

De acuerdo al análisis hecho en Alves (2018: 155-156) y a partir de la resignificación de los resultados de experiencias prácticas con colectivos en lucha y sistematizadas durante y después de ellas, hemos sintetizado algunas consideraciones para avanzar en procesos de autoformación y autoorganización en movimientos sociales que formarían parte de un poder constituyente18 y, por tanto, ser capaces de crear propuestas de transformación desde y para su propia realidad vivencial y ampliarla a otros espacios vinculados cultural y espacialmente en una relación de sana convivencia y respeto a la pluriculturalidad y diversidad de visiones del mundo coexistentes:

 

  1. Analizar críticamente la esencia del sistema capitalista en la formación histórico-social de cada realidad, a partir del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Desde la certeza de la existencia y condiciones de un desarrollo desigual, de gran asimetría y diversidad histórico-cultura, en la que se combinan y se producen relaciones de injusticia social que generan gran tensión social con pocas salidas y respuestas institucionales. Se requieren cambios estructurales que permitan la reciprocidad y complementariedad entre comunidades, pueblos y Estados/nación por el bien común.

 

  1. Reflexionar críticamente, de manera integral e histórica, sobre las diferencias teóricas y prácticas entre los distintos modelos de representación política y de democracia asociada a ellas, hoy cuestionadas, a fin de tomar partido y delinear acciones para profundizar la democracia o transformar la actual, en una verdadera democracia, de acuerdo a cada escenario particular histórico-cultural y social. Así como idear mecanismos de transición que permitan ir ampliando la participación activa del pueblo en decisiones claves en los distintos ámbitos de acción social.

 

  1. Comprender los espacios políticos en la nueva territorialidad donde se desenvuelven las organizaciones políticas y sociales insurgentes y que conforman el contexto político en el que se comprenden las relaciones sociales de producción, las relaciones con el poder constituido y su incidencia en la gobernabilidad, la soberanía de los pueblos y sistemas políticos de gobierno que puedan abrir paso al poder constituyente.

 

  1. Valorar crítica y constructivamente las iniciativas populares de movilización, organización y control de procesos productivos y sociales –con mayor o menor grado de autonomía– así como los valores democráticos implícitos, su relación con el Estado y los procesos de acumulación de fuerzas políticas y socio-económicas para gestionar la sociedad desde el interés colectivo y el bien común.

 

  1. Definir y caracterizar las contradicciones fundamentales que propician las confrontaciones sociales y vulneran la organización del poder político de los movimientos en lucha por la ruptura del sistema capitalista-colonialista y en la apertura de espacios de construcción colectiva de alternativas que lo superen. La política de acción defensiva/ofensiva debe tomar en cuenta las condiciones y posibilidades, así como la potencia acumulada del poder constituyente para actuar y responder con rapidez a escenarios coyunturales impredecibles.

 

 

Bibliografía referenciada

 

Alves, Elizabeth (2018) Agenda postneoliberal y descolonial de Venezuela, 1989-2013. La (re)configuración de una teoría crítica emancipadora. Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid. https://eprints.ucm.es/49869/1/T40526.pdf

 

––– (2013). Dialéctica del saber emancipador. Ruptura de la reproducción del capital y valoración del ser. Caracas: Editorial el perro y la rana.

Car, W. y Kemmis, S. (1988). Teoría crítica de la enseñanza. La investigación acción en la formación del profesorado. Barcelona: Martínez Roca.

 

Fals Borda, Orlando (2014). “Introito. Orlando Fals Borda: sentipensante tropical”, en Nicolás Armando Herrera Farfán y Lorena López Guzmán (compiladores). Ciencia, Compromiso y Cambio Social Orlando Fals Borda. Antología. Segunda edición. Montevideo: Editorial El Colectivo.

 

Freire, Paulo (2005). Pedagogía del oprimido. Segunda edición. México: Siglo XXI Editores.

 

Kosik, Karel (1967). Dialéctica de lo concreto (Estudio sobre los problemas del hombre y el mundo). México: Editorial Grijalbo.

León, Emma (1997). “El magna constitutivo de la historicidad”. En Emma león y Hugo Zemelman (Cooods). Subjetividad: umbrales del pensamiento social. Barcelona: Antropos.

 

Luxemburgo, Rosa (1978). La rivoluzione russa. Un esame critico.[1918], de la traducción italiana: Obras escogidas, 2 vols. Madrid: Ayuso. Citado por Toni Negri (2015). (pag. 353-376)

 

––– (2003) Huelga de masas, partido y sindicato. Madrid: Fundación Federico Engels 2003. p74.Luxemburgo, R. (1967). Reforma y revolución. Editorial Fontamara, Barcelona, 1º edición septiembre 1975, 2º edición, marzo 1978

 

Marcuse, Hebert (1972). Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires: Cepe.

 

Mazzeo, Miguel (2006) El sueño de una cosa (Introducción al poder popular) - 1º edición. Editorial El colectivo: Buenos Aires

 

Montero, Maritza (2003). Teoría y práctica de la psicología comunitaria. Buenos Aires: Paidós.


 

Negri, Antonio (2015). El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad. Original 1992. Traducción: Simona Frabotta y Raúl Sánchez Cedillo: Madrid: Traficantes de Sueños.

 

––– (1992). Fin de siglo. Barcelona: Paidós Ibérica, SA/ICE. UAB

 

Rauber, Isabel (2004). Movimientos sociales y representación política. La Habana: Pasado y presente XXI. México: Paradigmas y Utopía.

 

Sossa Rojas, Alexis (2010). “La Alienación en Marx: El Cuerpo como Dimensión de Utilidad”. Revista Ciencias Sociales Nº 25. Segundo Semestre 2010 (Pp. 37-55). Departamento de Ciencias Sociales. Universidad Arturo Prat. Iquique.

 

Shön, D A (1992) La formación de profesionales reflexivos. Hacia un nuevo modelo de enseñanza y de aprendizaje en las profesiones. Barcelona: Paidós.

 

 

-Elizabeth Alves Pérez es doctora en Educación (UPEL-Venezuela) y en Ciencia Políticas y de la Administración y Relaciones Internacionales (UCM, España). Editora del blog Pensamiento Crítico XXI: https://pensamientocriticoxxi.wordpress.com/

 

1Como rechazo a la tecnocracia, equivocadamente se tiende a despreciar el conocimiento técnico y científico. Incluso caer en la trampa de aceptar la falsa separación entre este conocimiento y lo político.

2 Esta tomado de una parte del capítulo “El trabajo cooperante y la potencia del saber comunal” del libro en elaboración Conciencia creadora de lo común-humano de Elizabet Alves Pérez (2019).

3 El concepto de Trabajo Cooperante fue ampliado en Alves 2018, por la experiencia empírica de este estudio.

4 Desde ya que usamos el concepto de "clase que vive de su trabajo" en un sentido que no involucra a los "asalariados" que cumplen funciones de mando o estratégicas de cara la reproducción del capitalismo tanto en el campo material (la distinción entre propiedad y gestión capitalista de los medios de producción es prácticamente secundaria) como en el político e ideológico de la dominación. De hecho, estos "asalariados" organizan la explotación, crean o reproducen las condiciones que la hacen posible y, claro está, se benefician de la misma (Mazzeo, 2006:41)

5 Asimismo, de relaciones horizontales entre todos los sujetos que poseen valores político-culturales contrarios a las relaciones de dominación-subordinación propios del sistema hegemónico actual, donde se imponen relaciones jerárquicas en una institucionalidad que discrimina como parte inherente de la racionalidad social-dominante que preserva el derecho privado y el interés individual sobre el colectivo.

6 Los procesos de aprendizaje producidos en los ambientes de aprendizaje –espacios para encuentro formativos en ambientes laborales y académicos– se validan en la práctica social, en tanto inciden en su transformación. El desarrollo del programa de formación supone la aplicación de conocimientos y saberes teóricos y prácticos a las situaciones concretas tomadas de la realidad (simulaciones, estudios de casos, entre otros) (Alves, 2013: 142)

7 Esto no tiene que ver con la actual formación profesional y de oficios que fracciona el conocimiento para reproducir un hacer y que explica la hegemonía capitalista. Supone la revolución de la formación que parte de las comunidades, que exige conocimientos especializados para elevar el nivel de vida.

8 Se considera importante, llevar a cabo las sesiones de reflexión sobre y para la práctica y el acceso, por medios presenciales o no, de conferencias de investigadores que aporten sobre el conocimiento sustantivo del área (Alves, 2013: 144)

9 Este liderazgo debe ir superando los esquemas tradicionales de jerarquía instrumental, obediencia y rigidez propios de la administración pública capitalista e ir sustituyéndolos, en el caso de la burocracia, por valores que faciliten la permeabilidad de la estructura administrativa para dar paso a la incorporación en los espacios del poder popular y su autonomía en expansión. Se debe avanzar profundizar en las formas de liderazgos generadas en las iniciativas populares de organización social promovidas por el Estado, que sean desplazadas a su vez, las reproducciones dentro de las comunas, consejos comunales, vocerías, comités y asambleas de ciudadanos, de prácticas de la administración pública burguesa (Alves, 2018:127)

10 Hemos visto ya un grandioso ejemplo de este fenómeno en Rusia, donde un proletariado prácticamente desorganizado crea, en año y medio de violenta lucha revolucionaria, una amplia red de organizaciones (Luxemburgo, 2003:74). Experiencias como la que relata Luxemburgo se repinten en la historia en todos los procesos de intenso combate de lucha de clases.

11 Se refiere sustancialmente a los siguientes escritos de Rosa Luxemburg: “La rivoluzione in Russia” [1905], “Sciopero di massa, partiti e sindacati” [1906], “La tragedia russa” [1918], La rivoluzione russa. Un esame critico [1918]. Negri refiere a la traducción italiana de Luciano Amodio, Rosa Luxemburg, Scritti scelti, Milán, 1963, respectivamente pp. 268 y ss., pp. 282 y ss., pp. 547 y ss. [ed. cast.: Obras escogidas, 2 vols., Madrid, Ayuso, 1978].

12 Citado por Negri (2015:376).

13 Ibid. p. 376.

14 El sovietismo como lo denominaba en el momento.

15 Desde una visión determinista que asume la probabilidad de éxito futuro, con un margen de error admisible; el número deja de ser referencial y se convierte en el dato científico, que determina, de forma técnicamente validada, para prefigurar el futuro individual y social, e incluso justificar las actuaciones y métodos empleados. ¿Qué nos dice en las ciencias sociales –donde se juega la vida de la gente– una probabilidad de éxito en las políticas y medidas, de un 50 o 60%? Los gobiernos, utilizando este análisis científico, se olvidan del ser humano y lo trata como cosa, no se hacen responsables de las minorías estadísticamente desechables, que se convierten en poblaciones políticamente eliminadas y socialmente marginadas de su condición ciudadana, sin derechos.

16 Como analizamos en el caso de la revolución rusa de hace 100 años, en las páginas anteriores.

17 Una nueva Constitución no es un producto acabado de cambio social sino un nuevo documento que recoge la intención y orientación del cambio, todo lo demás queda en manos de la gente, gobernantes y ciudadanía, hayan participado o no en su elaboración y decisión sobre el texto. Para que no quede en el papel hay que comprenderla, asimilarla, implementarla y hacer los ajuste al resto del aparato estatal para que tenga sentido, y eso solo lo hacen los que creen en ella y realmente desean cambiar la realidad existente bajo esa orientación, que nunca será de entera satisfacción para toda la ciudadanía.

18 Estas consideraciones fueron debatidas ampliamente en colectivos de trabajadores de las empresas básicas de Guayana y de trabajadores académicos de la Universidad Bolivariana de Venezuela, en el estado Bolívar y Caracas, en Venezuela, coordinados por la propia autora de este estudio. Ahora resignificadas con el análisis-crítico realizado.

https://www.alainet.org/es/articulo/201094?language=es
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS