Guatemala: La ausencia de un proyecto político aglutinador y la trampa del voto nulo
- Opinión
Primera observación
Hay que decir, sin pretensiones descalificadoras y más bien con espíritu constructivo, que en la coyuntura política actual de cara a las próximas elecciones guatemaltecas, las posturas políticas de los sectores y fuerzas sociales que han logrado estructurar partidos opositores emergentes, no tradicionales, como es el caso del MLP (de base rural y campesina) y SEMILLA (de base urbana y clase media), además de aquellas otras expresiones de izquierda con alguna trayectoria político electoral, ponen en evidencia, la falta de voluntad política para configurar un proyecto aglutinador, que conjugue intereses de clase con intereses nacionales estratégicos, que por ahora otorgue menor relevancia a la lucha ideológica izquierda-derecha en función de un proyecto de transición, que desde el poder, allane el camino primero y siente bases de transparencia y democracia, en cuyo marco las distintas corrientes de pensamiento de esta oposición encuentren asidero y puedan expresarse pero no con discursos sino con hechos, con programas de trabajo.
En política, es esencial distinguir entre las alianzas para llegar al poder y los consensos para gobernar. Las alianzas deberán garantizar el voto masivo, los consensos la gobernabilidad.
Cuando decimos fuerzas políticas con estructuras partidarias emergentes, no tradicionales, se hace referencia a aquellos sectores sociales participantes en la contienda electoral, que han marcado la cancha y muestran un distanciamiento real de los sectores y partidos tradicionales de la derecha y extrema derecha, a sabiendas de que estos últimos, todos, están plagados de corrupción, insensibilidad social, acríticos y cómplices de un sistema político dominante en donde la oligarquía, la mafia y los militares que comparten el poder, han desfigurado y cooptado el Estado, han expoliado los recursos públicos que pertenecen a la sociedad, erosionando la frágil institucionalidad democrática que se aspiraba construir después de los Acuerdos de Paz.
Segunda observación
La lucha contra la corrupción es una acción legítima y necesaria, es parte del compromiso político de quien aspire cambiar el ocaso del Estado de Derecho en Guatemala, quien aspire revertir la prostitución de la política y la podredumbre de los gobernantes que exhiben su desfachatez y descomposición moral a granel, con mayor intensidad en la última década, aunque se sabe es un mal endémico. Pero la lucha contra la corrupción, no es o no podría ser el proyecto político, es un medio y no un fin.
La propuesta debería perfilarse como un proyecto político transicional de corto y mediano plazo, que comience por rearticular la institucionalidad pública, es decir que comience por devolver a las instituciones públicas su función de servicio a la ciudadanía y no como fuente de enriquecimiento, tráfico de influencias y compadrazgos para beneficio de individuos y grupos en el poder. Que reestructure y reordene las finanzas públicas haciendo uso del ordenamiento jurídico y no al margen de éste. Que con criterios realistas y sólidos estudios técnicos defina los recursos del presupuesto nacional destinados a programas sociales básicos. Una visión de crecimiento económico con desarrollo.
En síntesis, una transición de corto y mediano plazo, orientada a remontar las estructuras de lo que hoy apenas puede considerarse un Estado liberal en su forma más primitiva, al que se le ha impedido evolucionar al menos hacia un Estado Liberal de derecho y siente las bases de un sistema político democrático inclusivo. Inclusivo, porque ninguna agrupación política en este momento histórico, puede pretender gobernar sin la participación de diversos sectores sociales que ejercen influencia en el equilibrio de fuerzas y son determinantes el desarrollo socioeconómico del país. Inclusivo políticamente, porque en él tiene cabida la izquierda, los progresistas e incluso individuos de derecha comprometidos con el cambio.
Tercera observación
Seguir el camino de una lucha ideológica sectorial y sectaria, de un caciquismo que aunque tenga probidad política y moral, no cede a la tentación de los egos y la arrogancia de considerar que no tiene por qué hablar con el otro, “porque soy a quien tienen que buscar”, porque soy el auténtico, el legítimo, solo expresa la incapacidad de generar alianzas tácticas con fines estratégicos, en lo cual la derecha política tradicional nos lleva la delantera y por eso se mantiene en el poder. Y eventualmente, de llegar a gobernar alguna de estas fuerzas emergentes comprometidas realmente con el cambio, pero unilateralmente, sin alianzas y consensos mínimos con las otras fuerzas, será cuesta arriba, sometidos al cercamiento del poder legislativo desde donde justamente, la podredumbre tiene cooptado al Estado. Un poder Ejecutivo sin respaldo Legislativo está condenado al fracaso, a la ingobernabilidad, máxime en Guatemala, en donde las bancadas diputadiles de la vergüenza conocen su oficio y saben como batallar con la correlación y “la condensación de fuerzas” que como bien señala el teórico marxista Poulantzas, es una de los factores esenciales que caracterizan al Estado y permiten o no gobernar.
Corolario
Valga decir, después de Álvaro Colom al frente de la UNE, los guatemaltecos vuelven a contar con alternativas de voto que den oportunidad de gobernar a organizaciones partidarias no tradicionales, independientemente que éstas no alcancen un proyecto conjunto. Desde esta perspectiva “el voto nulo” es una acción desatinada, políticamente irresponsable, porque supone dejar el campo libre a las fuerzas que obstaculizan perversamente una recomposición o reestructuración del Estado de derecho, antes que pelear hasta el último voto para allanar el camino de aquellas fuerzas opositoras no tradicionales con reales intenciones de generar cambios en las estructuras de poder dominantes. En otras palabras, promover el “voto nulo” significa castrar la posibilidad de ejercer los derechos políticos ciudadanos de forma responsable e inteligente, utilizando argumentos maniqueos, animados únicamente por el boicot, cuyo resultado es indefectiblemente la incertidumbre e incluso se podría colapsar el sistema electoral si el cálculo numérico funciona, pero todo esto, para que el final los mismos sigan gobernando.
En los años 70 y 80 el proyecto político estaba claro, era un proyecto revolucionario para tomar el poder por la vía armada, un proyecto liderado por la izquierda y en el cual confluyeron diversos sectores sociales dispuestos a dar su vida por un porvenir de justicia y menor desigualdad. Hoy, un proyecto político de transición para sentar bases de un Estado de Derecho y un funcionamiento aceptable de la democracia formal, es un cambio revolucionario en las actuales condiciones y por ello, es también una lucha frontal (aunque no militar) en donde sus detractores de la oligarquía, la mafia y la clase media reaccionaria no cederán fácilmente.
- Byron R. Barillas Girón es sociólogo
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