Décadas neoliberales y ascensión fascista: dos caras del mismo error (II)

05/04/2019
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Hitler, Trump e Bolsonaro.
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Como expuse en el último artículo, el ascendente fascismo “social” (aunque todavía no propiamente “político”) que vivimos en Brasil, y en muchas naciones del mundo, es un proceso que resulta de la impotencia de las clases dominantes en mantener su discurso aparentemente “democrático”, en una época en la que la crisis económica capitalista se profundiza – y por lo tanto la retirada bruta de derechos sociales se convierte en un punto crucial para mantener altas las ganancias del capital.

 

El régimen hegemónico capitalista, con el fin de aplastar la gran fuerza electoral del reformismo laboral (que emerge en el siglo XXI en diversas partes del mundo pobre, dado el desgaste de las políticas neoliberales antipueblo), intenta forzar a aquellos que realmente trabajan a pagar los perjuicios del desorden económica y violenta crisis (especialmente la de 2008) – caos creado por su propia ambición y falta de planificación.

 

Esto se hace mediante la regresión de los derechos sociales, lo que acaba por abrir alas al proceso de deshumanización social en que vivimos (discursos de odios, xenofobia, racismo), en que cada grupo social culpa al grupo al lado – y no al grupo “de arriba”, como debería ser – por su desgracia.

 

Tal desunión hace que el movimiento popular pierda fuerza, y facilita la precarización de derechos sociales (laborales, seguridad social, etc.) operada por la clase dominante.

 

En el caso brasileño, en las últimas elecciones, los neoliberales (PSDB, etc.) coquetearon explícitamente con el fascismo ideológico, capitaneado por el insano exmilitar (expulsado del Ejército) Bolsonaro.

 

El resultado fue que las élites económicas perdieron el control del propio monstruo fascista que crearon. Las maniobras sociopolíticas y legales, necesarias para lograr el golpe de Estado contra el PT, fueron de tal modo absurdas que el Brasil ya llegó a ser por dos veces denunciado en la ONU por actitudes antidemocráticas (¡siendo criticado incluso por la centro-derecha europea!).

 

El país otrora “emergente” vio entonces claramente debilitado su protagonismo geopolítico (véase nuestro aislamiento en los BRICS), lo que tuvo obviamente derivaciones económicas.

 

Fascistización social y crisis capitalista: dos caras del mismo problema

 

La crisis estructural capitalista – que se explicita crudamente en 2008 – se profundiza. Esto puede ser visto en el desempleo crónico que afecta a las poblaciones de todo el globo, así como en el gradual aumento de la concentración de poder en las manos de cada vez menos empresas que monopolizan los principales sectores de la economía mundial.

 

En este sentido, desde los años 1980 (la primera de las dos “décadas perdidas” neoliberales), el centro del sistema intenta endurecer la explotación del trabajo, mediante políticas antisociales tales como las retiradas de derechos laborales, culturales, educacionales y de acceso a la salud pública (entre otros derechos humanos que preceden al hipervalorizado derecho al “voto”).

 

En este contexto, uno de los fenómenos más aterradores de la crisis estructural ha sido el fortalecimiento ideológico fascista – con el que vienen flirteando las derechas de todo el mundo (las mismas que hasta hace poco se arrogaban tener posiciones “racionales”).

 

Como ya observaron diversos pensadores del mundo contemporáneo, el capital, en su inmersión desorientada en la propia crisis que creó – económica, social, ambiental, cultural –, efectúa ahora un nuevo giro totalitario, semejante al nazifascismo de los años 1930/1940.

 

En aquel tiempo, los regímenes capitalistas, en respuesta al “Crac” económico del 1929, lograron coser su ideología económica liberal-libertina afinadamente con gobiernos fascistas pura sangre, con la esperanza de que esa alianza destruyera a la Unión Soviética. Pero sin esperar, algunos países del “centro del sistema” (Europa Occidental y Japón, especialmente) se destruyeron también a sí mismos.

 

Hoy, también, a través de la barbarie social (precarización del empleo, altísimo nivel represivo y penitenciario, etc.) sumada a la explotación ambiental acelerada, la media docena de dueños del mundo intenta posponer, a la fuerza, el desorden que instaló, para minimizar (al menos en el corto plazo) la tendencia general de reducción de beneficios – idea de Marx que, hoy, ha sido verificada empíricamente, incluso por economistas sicarios al servicio del “orden”.

 

Fin de la democracia “electoral” capitalista

 

Con esto, el único derecho humano reivindicado por el ultraliberalismo capitalista, el voto popular, pierde su protagonismo; deja de ser “vendido” como algo realmente importante – como lo fuera en las épocas en que la asociación conservadora entre los medios corporativos y la educación de bajo nivel lograba fácilmente domesticar las elecciones según los intereses de la ínfima clase dominante.

 

Hace algunas décadas el pensador brasileño Carlos Nelson Coutinho bien observó que la “democracia”, reducida al derecho al voto, no es un “valor universal” – sino sólo uno de los tantos medios posibles de resistencia.

 

Un medio frágil, por cierto, como hemos visto en episodios de golpes contra presidentes electos (Brasil, Paraguay, Honduras…), o intentos de golpes (guerras híbridas) contra Cuba, Venezuela, Nicaragua, Haití, Libia, Siria, Irán y todo país no alineado al declinante eje EEUU-UE.

 

Lo que se ve es el imperio estadounidense, surgido a mediados del siglo XX, en sus últimos movimientos, antes de ser superado en capacidad económica y bélica por la alianza tripartita eurasiática – sino-indo-rusa – que rápidamente se consolida y ganas espacios.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/199165
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