Estado en crisis, gobierno a la deriva: los efectos en la Argentina del "America First"

01/04/2019
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Abrir la economía, controlar la inflación y mejorar la competitividad -como postula la ortodoxia- era una receta válida en la segunda posguerra. Hoy estamos inmersos en la así llamada globalización, fenómeno que no parece haber sido captado en su esencia por estos economistas que postulan para hoy lo que era válido ayer.

 

En efecto, de nada vale hoy abrir la economía porque lo que va a venir apenas la abramos del todo no son inversiones genuinas en la actividad productiva. Hoy, en que el PBI mundial va rumbo al estancamiento, nadie invierte nada en la economía real sino que el capital fuga hacia adelante y los flujos devienen colocaciones financieras en las plazas que más beneficios prometen. La Argentina no es un mal lugar para especular y ganar y es a eso a lo que nos ha conducido el actual gobierno. Aquí nadie viene a hacer filantropía sino a aspirar dólares y a enviarlos pronto, sin límite alguno, a sus plazas madre.

 

Antes, eso no ocurría porque había "cepo", que tampoco tenía sentido en un modelo que no profundizaba sus premisas y lógicas esenciales pero que deja completamente incólume el hecho de que la planificación del movimiento de divisas en una economía también planificada para la industrialización e integrada a instancias regionales como el Mercosur y transregionales como los BRICS, es el único futuro para el país y para el pueblo que lo sostiene con su trabajo y su infinito potencial.

 

En cuanto a "mejorar la competitividad" ello es, en el mejor de los casos, una falacia, pues en el peor es un envoltorio retórico para esconder que lo que se quiere es servir a los negocios propios y ajenos abriendo la economía para que ingresen todo tipo de mercancías con las cuales no es -ni lo será nunca- posible competir. Ese tren ya lo perdió una burguesía argentina -todavía progresiva- con Frondizi en 1962 cuando lo derrocaron los mismos ideólogos de la apertura y la primarización cuyos nietos y bisnietos baten el parche hoy insistiendo en recetas ciertamente nocivas y sin perspectiva nacional ni social.

 

Lo que ocurre es que la competitividad no se mejora en abstracto y con aperturas indiscriminadas aconsejadas por los manuales que circulan en la academia, sino -habida cuenta de que estamos entrando a la tercera década del siglo XXI- desarrollando los nichos de eficacia productiva que aún se mantienen como ventanas de oportunidad, verbigracia, la industria satelital y aeroespacial, las energías limpias, el software, la robótica y la inteligencia artificial y los emprendimientos ligados al uso del litio como insumo, en este caso, las nuevas tecnologías de la comunicación, todo ello por no citar sino algunas de las posibilidades remanentes a disposición de la Argentina y sin contar con la indispensable inversión en producción para la defensa ligada a la industria metalmecánica con las propias fuerzas armadas nacionales como actor sustantivo de un fecundo proceso productivo.

 

Esta agenda es exclusivamente económica sólo en apariencia pues en realidad se trata de una opción política, habida cuenta de que sólo será posible realizarla en alianza mutuamente beneficiosa con los actores de la economía global dispuestos a invertir en esta línea conceptual. Y esos actores tienen los nombres del BRICS: China, Rusia, India, Sudáfrica y un Brasil al cual Bolsonaro le resulta ya una anomalía de la que si su burguesía no se ha desprendido aún es porque todavía gobierna Trump en los Estados Unidos, pero que marcha -indefectiblemente- hacia un nuevo colapso institucional.

 

Y la economía, como siempre ocurre, se refracta en haces polícromos que proyectan su luz -y que depositan en el escenario interrogantes duros- sobre la totalidad del conjunto social.

 

La unidad problemática entre economía y política aparece cuando advertimos que los actores regionales tradicionalmente tributarios de los intereses de Washington juegan al desgaste de las experiencias populares y soberanistas, y lo logran; pero de ese modo desgastan también la política y entonces el organigrama institucional entra en crisis.

 

Así, constatamos que el daño colateral que está produciendo la temeraria actividad de Comodoro Py se proyecta a la salud del bloque clasista que se halla en el poder en la Argentina desde hace décadas. Las empresas argentinas que se transnacionalizaban (son emblemáticas, en la construcción, Roggio e IMPSA, Industrias Metalúrgicas Pescarmona Sociedad Anónima, que fabrica grúas) en alianza con aquellas extranjeras que radicaban su tecnología en el país para producir energía, hidrocarburos, telecomunicaciones, automóviles y maquinaria agrícola junto a los emprendimientos -también aquí nacionales y extranjeros- vinculados a la explotación agropecuaria y la banca internacional y local nucleada respectivamente en ABA y ADEBA han constituido, a través del último medio siglo, el bloque económico financiero que detenta el poder real en la Argentina.

 

Como es natural, la reconfiguración de este bloque como efecto de las presiones para desplazar a unos jugadores y reemplazarlos por otros (es una consecuencia de lo actuado, hasta hoy, por el juez Bonadío) no puede dejar de disparar un proceso de crisis que se halla en plena realización como proceso. Y en la dimensión internacional del fenómeno aparece la administración Trump y su "America First" que, por caso, ya acaba de obtener la salida de la automotriz Ford de Rusia para volverla a los Estados Unidos. Es, como se sabe, una política de Trump que también se aplica en América Latina.

 

Las consecuencias de tal dinámica son netamente políticas. En el caso argentino, al destruirse o modificarse muy abruptamente aquella base material de la formación social local, se opera un desfasaje entre ese bloque económico sujeto a presiones y el Estado como su "representación" política: este Estado ya va dejando de ser aquel que expresaba a un bloque de poder que, agredido judicialmente, no ha tirado la toalla y se defiende como lo está haciendo Techint y Paolo Rocca y la Cámara Argentina de la Construcción. Techint acciona judicialmente contra el Estado argentino y, en simultáneo, las irregularidades procesales cometidas en los expedientes que involucran al empresariado argentino van quedando en evidencia en el así llamado "caso D'Alessio". Comodoro Py y Dolores -objetivamente- son actores de una misma crisis, y si crisis significa oportunidad, Dolores -más allá de las intenciones del probo y digno Ramos Padilla- se erige en obstáculo para operar, en la Argentina, la "gran sustitución" de unos actores empresarios por otros que, hasta hace poco, miraban el negocio desde afuera y sin poder intervenir y que ahora, Trump mediante, se ilusionan con desembarcar en el Río de la Plata.

 

Pero -como decimos- las consecuencias de todo esto se proyecta, antes que en ninguna otra esfera de la vida pública, en la política. Si ha comenzado a percibirse al gobierno como una nave al garete a la que hay que reemplazar antes de que los daños sean irreparables, ello ocurre porque estamos frente a la incapacidad de una clase o fracción de clase (el bloque económico dominante fracturado y en pugna recíproca) para imponer su hegemonía al interior del propio bloque. Pero esto, en simultáneo, tiene otra consecuencia que agrava la crisis: un bloque de poder fisurado en dos campos que se combaten entre sí es también incapaz de imponer su dominación política -a través del Estado- sobre el conjunto de la formación social argentina. Vis-a-vis con la crisis del Estado, la sociedad civil se pone cada vez más díscola.

 

La historia muestra que, cuando esto ocurre, se comienza a andar un proceso de configuración de salida violenta a la crisis. Y que este tipo de salidas son siempre hegemonizadas por un bloque en el que resulta dominante el capital financiero.

 

Pero en la Argentina hay también una crisis -no expuesta y total pero sí larvada y parcial- financiera. Hay crisis financiera cuando comienza a configurarse “... una situación caracterizada por inestabilidad en el mercado monetario y crediticio, acompañada por la quiebra de bancos y la pérdida de confianza del público en las instituciones financieras.” Es la definición propuesta por el Banco Central de Venezuela que hace suya Gustavo Lichtcajger en su tesina "La banca extranjera en la Argentina. Su actuación durante las crisis financieras y la relación con las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas"; Tutor: Carlos Burundarena; Mayo de 2008; en http://bibliotecadigital.econ.uba.ar/download/tpos/1502-0827_LichtcajgerG.pdf. Su fuente directa: http://www.bcv.org.ve/c1/abceconomico.asp. Excepción hecha de las quiebras de bancos, los demás ingredientes se hallan presentes: las tendencias de la coyuntura van en dirección de una crisis financiera.

 

Otro dato de esta coyuntura reside en la ruptura de la relación política entre aquel bloque clasista ahora en pugna consigo mismo y los partidos políticos que antes lo representaban con una eficacia ausente ahora. Y esto ocurre no sólo porque el bloque material está roto sino porque se opera también un conflicto al interior de los partidos políticos y de la alianza de gobierno que habían construido. Al principio, la colusión PRO-CC se alió a la UCR con el propósito de usar su entramado territorial y disciplinarla luego, a la hora de gobernar. Pero ahora es la UCR la que pretende no ya disciplinar a su circunstancial aliado sino que procura desembarazarse de él. El mosaico representacional se disgrega y cabe entonces la pregunta: ¿qué fracción o fracciones de clase (qué bloque histórico) expresan hoy las formaciones políticas argentinas? Es una pregunta que no tendrá respuesta en esta nota.

 

Si por donde se mire hay crisis de representación, si el bloque clasista en el poder está fracturado y en conflicto y lo que fungía como su representación política (Cambiemos) está roto, aquí hay una crisis política con tendencia a agravarse. El vacío de representación es un vacío de poder que tiende inercialmente a la configuración de una coyuntura donde la violencia del Estado suple esos vacíos con la actividad de la policía, de los tribunales y de las cadenas mediáticas. Pero, así las cosas, se trata de una actividad estatal que empieza a verificarse como "reflejo pavloviano" y por hábito inercial, con lo cual el Estado tiende a volverse autónomo, esto es, ya no responde ni expresa -directamente- a ningún partido y bloque económicamente dominante. Una expresión de esto -entre otras- es que cobran una súbita dinámica las peleas entre bandas armadas dentro del propio Estado.

 

En circunstancias "normales" todo esto debería conducir a un proceso de fascistización de la sociedad y, en última instancia, a la salida fascista a través de un "partido único de la burguesía" (Gramsci). En la Argentina ello no ocurre porque falta el otro ingrediente histórico fundamental para que el fascismo tenga lugar: un movimiento obrero y popular fuerte, movilizado, organizado y combativo recientemente derrotado y al que sea preciso regimentar para asegurar la prolongación del sistema total por un largo período histórico.

 

De los laberintos se escapa por arriba y el gobierno argentino está en un laberinto. Y "arriba" lo que hay es la operación plantada y la falsa bandera como opciones terroristas manufacturadas con el fin de precipitar una violenta modificación de la coyuntura en favor de un gobierno que no da pie con bola y que se acerca peligrosamente al punto de no retorno.

 

En la Argentina se están pidiendo elecciones anticipadas convocadas por un gobierno de unidad nacional que debería hacerse cargo de los asuntos públicos ante el evidente naufragio del equipo del presidente Macri para conducir la gestión del país.

 

Pero este escenario depositaría en la coyuntura la probabilidad muy real de la vuelta del "populismo", lo cual sería una derrota para Estados Unidos y, por ende, resultaría por completo disfuncional a una geopolítica estadounidense que se halla enfrentada al problema de dar con las vías aptas para derrocar al legal gobierno del presidente Maduro. A como dé lugar -se infiere de la pública actividad de expertos en terrorismo preventivo como Mike Pompeo, John Bolton y Elliot Abrams- hay que conservar la "colina" sur del continente, esto es, la Argentina.

 

Pero ningún escenario argentino, hoy, está en línea con los deseos de la Casa Blanca. Ni una eventual salida anticipada de Macri ni unas elecciones a las que la derecha concurriría debilitada, garantizan un avance hacia una América Latina encuadrada en los lineamientos geoestratégicos de unos Estados Unidos crecientemente enfrentados a Rusia por la cuestión venezolana.

 

En estas circunstancias, la operación plantada emerge, ominosa, como opción siempre a mano para el imperio.

 

Habrá que estar atentos, pues para que la operación sea eficaz, su fruto debería ser un perjuicio para el gobierno, de modo que las responsabilidades recaigan, en una primera y superficial mirada, en los que no pueden eliminar de la escena con la otra operación, con la operación armada en Comodoro Py con la acusación a cargo (ahora se sabe) de un presunto delincuente y con la potestad de juzgar en cabeza de un hombre cuyos antecedentes no son los mejores y se remontan a la época en que Carlos Vladimiro Corach desempeñaba el cargo de ministro del Interior de Carlos Saúl Menem.

 

Hay que ganar las elecciones de octubre con el candidato/a que mejor haya delineado un proyecto de país alternativo bajo la premisa de que el problema económico argentino no es un problema de déficit fiscal sino de patrón productivo. O economía primarizada en el marco de la hegemonía del capital financiero transnacional, que es lo que ha intentado sin éxito el gobierno de Macri, o una Argentina que tense todos sus esfuerzos en pos de la industrialización posible y deseable. Y esto encuentra su genealogía remota más en Carlos Pellegrini y en Frondizi que en Marx, Engels y Lenin. Un sorpresivo dato -uno más- que nos depara la globalización.

 

Pregunta exclusiva para argentinos: ¿no sería algo como esto lo que planteaba Rogelio Frigerio en 1958?

 

jchaneton022@gmail.com

 

https://www.alainet.org/es/articulo/199072
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