El discurso de Angostura:

Leyes para una república virtuosa

19/03/2019
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Antes de pronunciar su célebre Discurso de Angostura, Simón Bolívar venia de ejercer primero una intensa vida diplomática. En los primeros años, ejerció de Comisionado en Londres, como representante de la Corte Suprema de Caracas, donde luego estaría con Andrés Bello y Luis López Méndez. Después de hacer el juramento de consagrar su vida a la independencia de Hispanoamérica en el Monte Sacro de Roma en 1805, y de rendir cuentas de sus gestiones en Inglaterra da, a su regreso a la patria, su primer discurso ante la recién fundada Sociedad Patriótica en 1807, año en que justamente comienza la guerra contra los realistas. Miranda lo encarga del batallón Aragua; luego participa de la toma de Valencia. Después en 1812 es designado comandante de la plaza de Puerto Cabello, cuando la refriega lo obliga a refugiarse en la residencia del marqués Casa León. Regresa a Colombia a organizar sus ideas y sus tácticas; en Cartagena despliega las razones que condujeron a Venezuela a su destrucción, realizando los diagnósticos respectivos acerca de aquella situación.

 

Inicia una verdadera lucha para organizar los ejércitos patriotas, haciendo grandes arengas y sólidas intervenciones públicas que lo señalan no sólo como a un gran intelectual y escritor, sino como a alguien dueño de una enorme lucidez histórica y un impresionante genio militar. Gana su primera batalla en Cúcuta y desde esta ciudad inicia, con los ejércitos patrios, una marcha incansable hacia Venezuela que se conoce con el nombre de Campaña Admirable. La campaña se lleva a cabo con tal éxito y en un lapso tan breve que es proclamado en la ciudad de Mérida Libertador en ese mismo año de 1812, --en que se produce el infausto terremoto en varias ciudades del país-- y en el que firma el conocido Decreto de guerra a muerte. Ocupa entonces las ciudades de Guanare, Barinas y Araure. Sin embargo, después sufre su primera gran derrota junto a Santiago Mariño en el oriente de Venezuela, propinada por los ejércitos realistas de José Tomás Boves. Entonces escribe uno de sus primeros grandes manifiestos, el Manifiesto de Carúpano, en el cual exhorta a los ciudadanos de Nueva Granada a que evalúen su gestión frente a los ejércitos: les dice que nuestros adversarios están librando una descarnada guerra contra los pueblos, signada por el fanatismo religioso y la anarquía devoradora. Nos aclara que no siempre la guerra y la política van parejas en estas contiendas.

 

Después, Bolívar es designado Capitán General de la Confederación de Nueva Granada. Se embarca en el bergantín "La Descubierta" hacia Kingston, Jamaica, donde es asistido por el presidente Alexandre Petion. Desde allí redacta otro de sus manifiestos más importantes conocido como La Carta de Jamaica. Luego marcha a la isla de Margarita, toma Carúpano y decreta la libertad de los esclavos. Pero, ante la superioridad cuantitativa de los españoles, debe regresar a Haití a preparar mejor tu táctica de guerra. Logra entonces embarcarse otra vez a Venezuela: llega a Barcelona, pasa por Guayana a través del Orinoco e instala el Congreso de Cariaco. Consigue tomar Angostura, ahora ciudad Bolívar en su honor. Por tal proeza es aclamado allí Jefe Supremo de la República. Después de pronunciar su Discurso de Angostura frente a un nutrido grupo de legisladores, se prepara para un nuevo período de su campaña libertadora, y dar así la segunda y más decisiva etapa de la lucha sin tregua con la que habría de terminar su plan independentista. Le espera un duro trabajo por hacer.

 

La primera voluntad que expresa Bolívar en el Discurso de Angostura (15 de febrero de 1819) es la de librarse de toda la inmensa autoridad que lo agobia y de la responsabilidad ilimitada que pesa sobre sus hombros en ese momento. Al renunciar a ésta, Bolívar se está despojando de la posibilidad de convertirse en un dictador, en un poseedor de poder absoluto, el cual debe transferirse al pueblo, en momentos de la grave crisis social que atraviesa el país por entonces. Aclara Bolívar que no se trata de un asunto meramente político (aunque su discurso en esencia lo sea) sino en la anarquía recién creada, convertida en un torrente infernal que amenaza al país. Bolívar ha ganado una primera fase de la gran batalla por la libertad al organizar una guerra, pero ello no basta; hace falta organizar una República y hacer sus leyes. Se encuentra bastante agotado (se siente un vil juguete del huracán revolucionario), luego del régimen de antiguos mandatarios basados en las leyes de Indias y en el dominio extranjero, deseando dar los primeros pasos para consultar con el pueblo qué se debe hacer.

 

Por ello convoca el Congreso de Angostura, para designar a los representantes que puedan evaluar cuáles serían las necesidades reales de la nueva república; él se conformaría con el humilde título de buen ciudadano. Transfiere a los legisladores el mando supremo, pero alertando que si hubiere nuevos enemigos de la patria en el horizonte, él estaría dispuesto a volver a las armas. Como en efecto hizo.

 

Bolívar advierte del peligro de que todo el poder esté concentrado en un solo individuo, y de la necesidad de que haya elecciones regulares. Llama la atención sobre el hecho de que la concentración de poder en una sola persona se convierte a la larga en tiranía, y que los magistrados también deben convocar regularmente a elecciones. Dice que él se debe a las decisiones del Congreso. Pero antes de llegar a esta conclusión y a esta situación, Bolívar recapitula la historia, invita a dar una ojeada a lo ocurrido antes: América se libera de la monarquía española, llamando la atención sobre el desmembramiento del poder que dio origen a naciones independientes, conforme cada una de ellas a sus propios intereses. Aquellos países dominantes se asociarían entre ellos; pero nosotros los americanos, no, quedamos en una especie de limbo histórico. Dice: No somos europeos, ni indios, sino una especie de media entre los aborígenes y los españoles, americanos por nacimiento y europeos por derechos.

 

Empieza el conflicto por disputar a los naturales los títulos de posesión, y de mantenernos aquí contra los invasores. Todo ello apunta hacia una complejidad distinta, nunca vista antes. Habíamos sido más o menos pasivos ante esas situaciones y esas políticas nulas, lo cual nos colocaba entre la servidumbre y dos tipos de tiranía: la tiranía activa y la tiranía doméstica; todo ello emanado de la autoridad absolutista de déspotas sin límites, en un poder ejecutado por subalternos crueles, más que realizando actos civiles, religiosos, políticos o militares. Se establece entonces una dependencia de España; quedamos inmersos en un falso estado de complacencia, abstraídos, ausentes de los modelos reales de gobierno. A todo ello agrega Bolívar otros elementos negativos: la ignorancia y el vicio.

 

En medio de esta situación, era muy difícil avanzar. El engaño por la fuerza, las supersticiones y los vicios se impusieron, y así surgió la esclavitud. Y aquí se patentiza entonces le célebre frase del Libertador: Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción. Todas estas desviaciones nos van alejando rápidamente de una verdadera libertad: la traición sustituye al patriotismo; la venganza a la justicia y la licencia a la libertad. Cuando un pueblo perverso alcanza una cierta libertad, pronto vuelve a perderla. También llega a otra gran conclusión: la felicidad consiste en la práctica de la virtud. Es decir, la felicidad no es como un espíritu fantástico que llega de los cielos o por arte de magia, con sólo invocarla. Las leyes son importantes porque son inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico vigor. Finalmente, el ejercicio de la justicia vendría a ser el ejercicio de la libertad. Libertad y verdad van juntas.

 

Continúa buscando el Libertador razones históricas que evalúen la situación de Venezuela por entonces; la dominación, vuelta un hábito pernicioso, nos obliga a mirar de nuevo hacia la democracia, por sobre monarquías y aristocracias que conforman imperios: Francia China, España, Esparta o Inglaterra, la más fuerte. Se felicita en nombre de los venezolanos al separarse al independizarse de España, con aspiraciones democráticas. Debe producirse una reforma profunda a través de nuevos principios, y debemos ser audaces para lograrlo.

 

Admira la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, pero no ve posible su aplicación al Estado venezolano. En los Estados Unidos puede funcionar quizá, pero no aquí, y se pregunta cómo el régimen federal nuestro resulta complicado y débil respecto al régimen federal de la nación norteamericana. Recordamos que años después de la guerra de independencia y de muerto Bolívar, el país ingresó a una voluntad federalista a través de las guerrillas encabezadas por Ezequiel Zamora, que intentaron implementar los Estados Federales en Venezuela como una solución para la corrupción y el latifundio, pero no lo consiguieron debido a la traición de varios generales, entre ellos José Antonio Páez. Zamora combatió también invocando los ideales libertarios de Bolívar, pero también fue traicionado, como aquél.

 

Por aquel entonces la Constitución de los Estados Unidos estaba considerada la más "perfecta" de todas, pero Bolívar sigue teniendo dudas acerca de las atribuciones del Poder Ejecutivo, subdividiéndolo y convirtiéndolo en un cuerpo colectivo sujeto a la periodicidad del gobierno, suspenderla, disolverla siempre que se separen sus miembros. Carecíamos de responsabilidades inmediatas, de vida continua.

 

El Libertador nos llama a no deslumbrarnos ante el brillo de felicidad del pueblo americano, o que éste se desvíe de su sistema de gobierno, sin el carácter y costumbres de sus ciudadanos. Admite que es gobierno inteligente, al legar los derechos particulares a los derechos generales. El sistema federativo norteamericano parecía tan perfecto para ser adoptado, que era como un sueño: no estábamos preparados para él: el bien, como el mal, da la muerte cuando es súbito y excesivo, dice. Eso nos ocurrió con el petróleo, tal cual; súbito y excesivo, y nos hundió en un mar de contradicciones sociales y económicas que se convirtieron primero en un paraíso, y luego en un infierno, originando buena parte de la quiebra moral del siglo XX y de lo que va del XXI.

 

Luego entra Bolívar en su discurso a una consideración sobre la naturaleza cultural de nuestro linaje o raza, lo que luego llamaríamos nosotros mestizaje, y daría lugar a una vasta antropología y filosofía sobre lo americano. Nos recalca que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del norte, sino más bien un compuesto de África y América; aclara que la misma Europa tiene también sangre africana. Es imposible asignar a qué familia humana pertenecemos, recalca. José Vasconcelos llegó a hablar de "la raza cósmica". Desde José Enrique Rodó, a comienzos del siglo XX, se fue tejiendo un conjunto de obras que meditaron sobre este fenómeno del mestizaje, y cuenta con diversos enfoques polémicos, matices sobre nuestra especial mixtura étnica que ha producido a su vez una cultura y un arte peculiares, con rasgos distintos en cada país. La mayor parte de la población indígena se ha aniquilado. El europeo se ha mezclado con el americano y el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacimos todos del seno de una misma madre, nuestros padres diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis, y ésta desemejanza trae consigo un resto de la mayor trascendencia.

 

Deja Bolívar este asunto en vilo y aterriza en el urgente tema de la igualdad política, y que el principio fundamental de este sistema depende de la igualdad establecida y practicada en Venezuela. Practicar la virtud. Ser valerosos. Poseer talentos. Pero no todos poseen estas cualidades: surgen naturalmente las diferencias, las desigualdades.

 

Las leyes corrigen estas diferencias, nos explica, porque colocan al individuo en la sociedad para que la educación, la industria, las artes, los servicios le den una igualdad ficticia (en el sentido de impalpable) de naturaleza política y social. La diversidad se multiplica; una diversidad de origen que implicaría firmeza, tacto para manejarse en la heterogeneidad. Esta "teoría" sobre la diversidad es lo que hemos venido practicando los venezolanos a lo largo de los años, abriendo las puertas de nuestro país a numerosos extranjeros que se han alojado en ella.

 

De todo ello se desprende otro de los apotegmas más conocidos de Bolívar: el mejor sistema de gobierno es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible. Seguridad social y estabilidad política también. Bolívar confía en que esto será así para Venezuela. Ya hicimos bien la primera parte del trabajo, la primera tarea: hacer una guerra y librarnos del yugo español, pero ahora nos corresponde fundar una república amparados en las leyes. Fundar un gobierno republicano con la soberanía del pueblo a través de la división de los poderes. Nos invita entonces a darle una (h) ojeada a la historia y ver qué podemos aprovechar de ella. Nos remite a la antigua Grecia, a la democracia ateniense y a su debilidad, pues no pudo sostenerse en el tiempo. Solón no pudo dar ejemplo al mundo desde Atenas.

 

Luego nos remite a Esparta con la legislación de Licurgo; también cita al tirano Pisístrato y al doble reinado en Grecia, Pericles, Pelópidas y Epaminondas, cuyas sabidurías no se tradujeron en algo concreto para sus sociedades, nos dice. Sin embargo admite que la Constitución romana es la más completa de aquella época, la de mejor distribución de los poderes, pero con el problema de un país empeñado en la conquista de territorios, por lo cual no podía cimentar la felicidad de su nación. Roma, la guerrera, la poderosa, es también una de las instituciones más indiferentes.

 

Luego están Inglaterra y Francia con sus revoluciones, pretendiendo aleccionar al mundo, darle luces políticas como Roma, que nacieron para ser libres, dice. De hecho, Bolívar recomienda a los futuros legisladores del Congreso de Angostura el estudio de la Constitución Británica, mas no imitarla de modo servil. Destaca el republicanismo de los ingleses, y cree que podemos imitarles en muchos aspectos. Francisco de Miranda pensaba lo mismo; Bolívar opina que el republicanismo está sostenido por una Constitución cuyo origen y forma radican en el pueblo. Dice Bolívar que los senadores en Roma y los lores en Londres han sido las columnas más firmes sobre las que se ha fundado el ejercicio de la libertad política y civil. De ahí que llame la atención a los primeros senadores de Venezuela, para crear un colegio de instrucción en esta materia. Bolívar hace hincapié en la manera de implementarse los poderes británicos y la relación de los ministros con sus subalternos, pero con la advertencia de que hay que meterles la lupa en cuanto a sus responsabilidades y competencias. El rey inglés tiene contendores naturales en la política: un Gabinete que debe responder al Parlamento y un Senado que defiende los intereses del pueblo, mientras que la llamada Cámara de los Comunes sirve de órgano y tribuna al pueblo británico.

 

Sigue asombrado el Libertador acerca de la Constitución británica, a su modo de ver la más perfecta, contrastada con la de Venezuela, que mezcla todos los poderes; escribe algo clarividente: el pueblo es un hombre solo resistiendo el ataque combinado de las opiniones, de los intereses y de las pasiones del Estado social, que como dice Carnot, no hace más que luchar continuamente entre el deseo de dominar y el deseo de substraerse a la dominación.

 

En esta parte del discurso, Bolívar abunda en los detalles más complejos de los modos de legislar y hacer gobierno, con los mejores métodos y los procedimientos más idóneos. Es posiblemente el texto fundador en nuestro país en materia de legislación y diferenciación de poderes, el cual merece una relectura y una puesta al día de sus nociones, pues allí está dirimida la naturaleza de la libertad. Exhorta a los legisladores a no ser presuntuosos sino moderados, pues piensa que la libertad indefinida y la democracia absoluta no existen y mucho menos la perfección social; tampoco poseemos toda la sabiduría necesaria ni toda la virtud, lo cual nos permitiría moderar nuestras excesivas pretensiones.

 

Si podemos, en cambio, legitimar nuestros derechos y aspirar a la democracia teniendo en cuenta que la democracia perfecta tampoco existe; mucho menos en la actualidad, donde la llamada democracia representativa se ha tragado casi totalmente a la democracia participativa. La democracia griega ideal funcionaba en ciudades pequeñas y con pocas personas. Las actuales democracias en las megalópolis son prácticamente imposibles bajo un formato neoliberal capitalista.

 

También nos recuerda el padre de la patria que, para aquella época, era inviable el régimen federal, optando más bien por un presidente para que se mantenga luchando contra los inconvenientes junto a gabinetes de hombres preclaros, y que los poderes no se mezclen, esto es importante: que el poder Legislativo se desprenda de las atribuciones del Ejecutivo para que haya un equilibrio. Que los jueces sean independientes con el fin de que la sociedad se vaya cohesionando e integrando. Bolívar ve, atisba, la verdadera oportunidad de integrar la nación.

 

No le gustan los absolutos, que conducen a la tiranía. Ni los de la libertad ni los del poder. Hagamos que la fuerza pública se contenga en los límites que la razón y el interés prescriben; que la voluntad nacional se contenga en los límites que un justo poder les señala.

 

Impresiona ver como Bolívar se coloca en un plano visionario acerca de un gobierno estable sobre la base de un espíritu nacional, sobre la práctica y el estudio. Sólo así se lograría el respeto por la patria, por las leyes, por las autoridades. De lo contrario, sobrevendría la confusión. Y es por ello que Bolívar insiste --como luego insistió el cantor del pueblo Alí Primera e insistió el presidente Hugo Chávez-- en la Unidad como divisa. Elevemos un templo a la justicia, dice, pero construyendo un código de leyes venezolanas.

 

Luego entra de nuevo en el asunto de la educación, amparado por la moral. Moral y luces son los polos de la República, moral y luces son nuestras primeras necesidades, asegura, en una de las máximas suyas. Entonces saca a relucir otro elemento: además de libres y fuertes tenemos que ser virtuosos, donde quepa el espacio para las buenas costumbres y la moral republicana, empezando con la educación de los niños y la instrucción nacional para que desterremos así al egoísmo, a la ingratitud, al ocio, y a la negligencia, que son los padres de la corrupción. Por ello sería necesario construir el respeto público para la instrucción y la educación y no sólo para penas y castigos, cuyos espejos son las acciones de los ciudadanos.

 

¿Y cuáles serían las herramientas? El trabajo y el saber, únicos garantes de la honradez y la felicidad. Insiste en el poder moral, no sin antes repasar las nociones facultativas de los poderes Ejecutivo y Legislativo. Nos dice que la moral mantiene la virtud y la cohesión del poder central, y a la reunión de todos los Estados de Venezuela en una República sola e indivisible, será regenerativa. Insiste en que estas resoluciones serán de primera importancia. Después de preparar el terreno para salir del yugo de la esclavitud y de comprometerse a continuar la refriega contra España, Bolívar se dispone a entregar sus poderes a los hombres que guiarán el país por los senderos de la legalidad, el juicio y la justicia social. Ya hemos deslumbrado a Europa con nuestra valentía, y ahora nos toca declararnos República en plena libertad.

 

Compara las tropas antiguas con las actuales, e invita a observar cuantas ventajas se tienen entonces para fundar una República virtuosa. Aspira a la constitución de una, la Nueva Granada, el sueño, la aspiración a la Unidad. Al hacer esto, Bolívar está llevando a cabo un ejercicio de imaginación para mirar en el futuro, y asombrarse ante el hermoso espectáculo que verán sus ojos, al distinguir allí la prosperidad y el esplendor. Arrebatado de alegría, la ve como centro de la Humanidad, la observa como a los tesoros naturales, y sus riquezas compartidas con las de otras naciones, junto a las riquezas espirituales que de ellas se desprendan. La ve empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrando su majestad al mundo moderno.

 

Después de la muerte del Libertador, las naciones de América se fueron atomizando, sufriendo un proceso de balcanización debido a intereses individualistas y egoístas, marcados por el ansia de concentración de poder y capital, bienes, latifundio, traiciones y complicidades automáticas que fueron desdibujando la patria grande en pequeñas comarcas con intereses distintos. Aparecieron los tiranos autoritarios, los monopolios, los negocios turbios con las colonias de ultramar, que se mantuvieron en el siglo veinte bajo las formas del capitalismo neoliberal, tornado en un nuevo imperialismo de consecuencias devastadoras. La figura de Bolívar fue invocada en la mayor parte del siglo XX bajo la forma de una estatuaria, de un símbolo pétreo en plazas públicas que sólo servía de fondo a discursos y celebraciones vacías, sin contenido revolucionario. Hugo Chávez Frías hizo aparición en los albores del siglo actual invocando a un socialismo del siglo XXI bajo la égida del Libertador y reviviendo el pensamiento de Bolívar, lo cual causó y causa aún mucha incomodidad a las burguesías nacionales, enquistadas en casi todos los países de América Latina. Vivió su mejor período entre los años 2001- 2010, durante los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff (Brasil), Rafael Correa (Ecuador), Fidel Castro (Cuba), Néstor y Cristina Kirchner (Argentina), Evo Morales Ayma (Bolivia), José Mujica (Uruguay), Daniel Ortega (Nicaragua) y Hugo Chávez Frías (Venezuela), con amplio apoyo de las sociedades indígenas históricamente desasistidas, comunidades afroamericanas, sexo diversas, feministas y movimientos sociales, campesinos, trabajadores e intelectuales de todo el mundo, y apoyos eventuales de los gobiernos de China, Rusia, India e Irán.

 

Bolívar lanza sus ideas a los legisladores del Congreso de Angostura y a la conciencia nacional. Ideas provenientes de una lucha infatigable por su patria: es nuestra obligación sembrarlas, practicarlas, verlas encarnadas en realidades palpables.

 

El sueño de Bolívar, su aspiración última --cuya idea debemos compartir y poner en práctica, ahora más que nunca-- fue ver a la Patria unida en un gobierno eminentemente popular, justo, moral, que luchara contra la opresión y la anarquía. Un gobierno de paz y de leyes inexorables de igualdad y libertad.

 

Marzo de 2019.

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/198817?language=es
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