Integración y participación
- Opinión
Desde principios de siglo en América Latina, irrumpieron gobiernos progresistas que llegaron como consecuencia del largo proceso de resistencia al neoliberalismo que se desarrolló durante la década de los años noventa. De acuerdo al ex presidente ecuatoriano Rafael Correa, esto constituyó un verdadero “cambio de época”.
Pasamos desde un período que abarcó las últimas décadas del siglo XX con regímenes que aplicaron minuciosamente las recetas neoliberales, a otro, en el que nuevos gobiernos que llegaron de la mano de sucesivos triunfos electorales, buscaron caminos alternativos para promover el desarrollo de nuestros países con una más equitativa distribución de la riqueza producida. Durante más de quince años, se produjeron hechos que marcaron avances importantes en la recuperación de la soberanía política y la reducción de la desigualdad.
En ese período se crearon importantes instancias de integración regional en el plano político como UNASUR, CELAC y otras. El impulso de esta nueva etapa en la integración fue uno de los pilares principales de la época. Ocupó un lugar preponderante entre las consignas que animaron los discursos de todos los dirigentes de nuestros países y fueron de extrema utilidad en momentos de crisis política e intentos desestabilizadores en la región (intervenciones de la UNASUR en Bolivia en 2008, ante la posible instalación de bases militares norteamericanas en Colombia en 2009, mediación entre el conflicto fronterizo entre Colombia y Venezuela en 2010, entre otras).
La intención de ampliar la integración en el ámbito económico se verificó en varios planos:
a.- en el ámbito de la producción: las cadenas de valor integradas desde el aporte de cada país;
b.- en el de la comercialización: desarrollo y consolidación de un mercado regional que permita el impulso de economías de escala. Rechazo de los tratados de Libre Comercio, desde el ALCA a la Unión Europea;
c.- en el financiero: la creación de instituciones regionales para cortar la dependencia y condicionamientos de los organismos tradicionales estrechamente ligados al poder financiero global;
d.- en el terreno de la infraestructura y la generación de energía: el desarrollo de proyectos que aprovechen colectivamente las potencialidades de cada país, y que permitan y fomenten su indispensable interconexión (Gran Gasoducto del Sur, Anillo Energético Suramericano, entre otros).
Sin embargo, pasada una década y media, lo logrado en cada uno de estos andariveles fue insuficiente. Por una parte, por los problemas y/o límites que los procesos nacionales –ya sea por dificultades objetivas o por carencias de los gobiernos– encontraron para desplegar estas iniciativas; por la otra, por el reconfiguramiento del escenario político y económico global, por el retroceso relativo de las potencias capitalistas occidentales, particularmente Estados Unidos y la Unión Europea (en especial, desde la crisis del 2008 en adelante), y porque el crecimiento de los llamados “países emergentes” liderados por China, continuaron asignándole a nuestras economías, un rol preponderantemente de proveedor de materias primas para el mercado global.
En los últimos tiempos, una combinación de factores desgastó el consenso de los gobiernos progresistas en varios de nuestros países, mientras que en paralelo la derecha recompuso propuestas electorales con posibilidades de ganar.
Exactamente 10 años después del rotundo NO AL ALCA que gobiernos y movimientos políticos y sociales del continente encabezamos en el año 2005 en Mar del Plata, se inició un declive del ciclo político regional de sentido progresista y hay un nuevo resurgir de las derechas conservadoras en el continente, lo cual nos pone ante el riesgo y el desafío de atravesar un “recambio de época”, de carácter regresivo.
La llegada de gobiernos de derecha a Brasil y Argentina en 2015-2016, con programas que impulsan traslado de ingresos desde los sectores populares hacia los más concentrados, mediante una ola de transformaciones que van por el achicamiento de los estados, junto a reformas laborales y previsionales regresivas, tienen su correlato en propuestas que buscan alinear nuevamente la región con los intereses de las corporaciones transnacionales y el poder financiero global, volviendo a poner la mirada principal, en fortalecer las relaciones internacionales con Estados Unidos y las principales potencias capitalistas.
Sin embargo ese intento de desandar rápidamente el camino emprendido desde principios de siglo encuentra no pocos obstáculos. Una de las debilidades estructurales más fuertes que nos dejó el ciclo progresista en países como Brasil y Argentina, se ha convertido en un serio límite para los sectores dominantes a la hora de intentar retornar relaciones comerciales privilegiadas con las potencias capitalistas del norte. La primarización de la producción y de las exportaciones reafirmadas durante el ciclo progresista, mayoritariamente crecieron absorbidas por países emergentes como China. Ni Estados Unidos (porque sus exportaciones agrícolas compiten con las del Cono Sur), ni la Unión Europea (porque no puede ni eliminar ni disminuir los subsidios a su producción agrícola) están en condiciones de ofrecer un mercado alternativo al de los países asiáticos, lo que obliga a estos nuevo gobiernos a sostener estrechas relaciones con ellos. A todo esto hay que agregarle la irrupción de las orientaciones proteccionistas, que por parte de Estados Unidos, se acentuaron fuertemente en la etapa Trump. En un contexto de indudables cambios que perjudican los intereses de los trabajadores en cada uno de nuestros países, la disputa también se traslada al plano en que se dirime la dirección que tendrá en los próximos años el proceso de integración regional.
En el terreno del proceso de integración económica, y apoyados por el ya escenario favorable en los países de la Región Andina (Colombia, Perú y Chile), estos nuevos gobiernos buscan reimpulsar los Tratados de Libre Comercio, aún con las dificultades que presenta la Comunidad Europea en particular para promoverlos, implementando una estrategia decidida de reinserción en el proceso global, con un nuevo acercamiento a los organismos financieros internacionales.
En el plano político, se puede destacar que a finales del 2016, aun cuando la oposición no logró desplazar a Nicolás Maduro de la presidencia en Venezuela, con los votos de Brasil, Paraguay y Argentina lograron suspender su participación en el Mercosur, profundizando la dispersión y la incertidumbre sobre el futuro de la región.
En síntesis, este nuevo ciclo de gobiernos de derecha en la región, con una manifiesta intención de torcer y modificar el curso del proceso de integración, encuentra aún serios problemas y resistencias que no hacen, sin embargo, que cesen la búsqueda por reorientar regresivamente el plano político y económico de esta región del mundo.
El ciclo progresista que llegó a principios de siglo, fue consecuencia de un largo período de luchas y movilizaciones que abarcaron todo el continente, en la que los movimientos sociales, sindicales, de Derechos Humanos, de mujeres, de los pueblos originarios, de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda, alcanzaron altos niveles de unidad, tanto en las ideas como en las acciones. En los tiempos que corren, en que los derechos populares se encuentran amenazados por una fuerte ofensiva neoliberal en toda la región, vuelve a ser indispensable retomar el camino de buscar espacios de confluencia entre los movimientos sociales y políticos que resisten y proponen alternativas, que deberían abarcar tres planos:
a).- Articulación de debates y acciones comunes. Relanzamiento e impulso de espacios de coordinación de movimientos sociales a escala regional.
b).- Promover una agenda coordinada de acciones de denuncia y resistencia ante el impulso de medidas antipopulares de alcance regional (TLC, reformas laborales similares en varios países, nuevos procesos de endeudamiento, acuerdos con organismos multilaterales de crédito, etc.).
c).- Impulsar el protagonismo y la coordinación de movimientos sectoriales a nivel regional con agendas específicas (trabajadores y desocupados, mujeres, contra la deuda, jóvenes, etc.).
El ritmo y los tiempos de la resistencia y las luchas contra las regresiones neoliberales, es uno los elementos que irán influyendo para que el fiel de la balanza se ha incline definitivamente en una u otra dirección. Tanto en la Argentina como a escala regional, la derecha repiquetea con una propaganda centrada en los fracasos de los gobiernos progresistas, haciendo eje en consignas históricas de la izquierda, como la persistencia de la pobreza, o la corrupción generalizada de las dirigencias. Ni debemos escaparle a estos debates, ni tampoco dejar de asumir las responsabilidades que nos caben, ya sea que los errores involuntarios o por acciones equivocadas o signadas por la corrupción.
Desde el campo popular, contamos con la tozuda continuidad de la resistencia de los sectores populares que todos los días ocupan calles y plazas, visibilizando injusticias y reclamos. Es claro que esta es una condición indispensable pero que está lejos de ser suficiente. Como en los noventa es la plataforma principal, desde la que deberemos establecer las coincidencias indispensables de la mayor parte de la oposición política y social para reconstruir nuevas alternativas populares mayoritarias.
Nota: Este artículo forma parte del boletín número 3 del Grupo de Trabajo “Integración y Unidad Latinoamericana” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Isaac Rudnik: ISEPCI.
Ariel Navarro: SOMOS (Argentina).
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