Copa Conquistadores de América, el River-Boca secuestrado por los negocios (I)
- Análisis
“La sangre americana que se vierte es muy preciosa,
y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos…
El verdadero patriotismo, en mi opinión, consiste en hacer sacrificios:
hagámoslos, y la patria sin duda alguna será libre;
de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud”.
Carta de José de San Martín a Estanislao López, marzo de 1819
Apenas amanecía sobre la pampa de Quinua, esa olla andina a 2.746 metros sobre el nivel del mar, cuando el general venezolano Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá recorrió a caballo la línea del Ejército Libertador integrado por 5.780 soldados; 4.500 eran colombianos, venezolanos y ecuatorianos y 1.200 peruanos, en su mayoría bajo el mando de jefes argentinos, como José de Olavarría, José María Plaza, Francisco Aldao o Román A. Deheza; al frente de los Húsares de Junín estaba el coronel Manuel Isidoro Suárez, Alejo Bruix comandaba los últimos ochenta miembros del Regimiento de Granaderos a Caballo de Buenos Aires que cruzaron los Andes con el general José de San Martín.
Sucre, que ese día se iba a convertir en el Gran Mariscal de Ayacucho se desgañitó al gritarles que “De los esfuerzos de este día depende la suerte de la América del Sud”.
Fue el jueves 9 de diciembre de 1824 y, efectivamente, poco después del mediodía, el virrey español José de La Serna caía prisionero de los patriotas, la bandera de Colombia flameaba sobre el cerro Condorcunca y el “teniente general de los reales ejércitos de S. M. C.” José Canterac, a cargo del mando realista, capituló ante Sucre. La victoria de Ayacucho confirmó la corrección de la estrategia sanmartiniana y aseguró la independencia de América del Sur.
Aquel día se coronaron los sueños de figuras como Bernardo O'Higgins, Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar, José Antonio Páez, Andrés de Santa Cruz, Antonio José de Sucre y José de San Martín, los Libertadores de América.
Muchos años después, en 1959, en Caracas, capital de Venezuela, una incipiente Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF) decidió la creación de la “Copa de Campeones”. Un lustro después a alguien se le ocurrió homenajear a aquellos héroes que pelearon durante décadas y en las peores condiciones contra los conquistadores europeos, estampando su gesta en el nombre de ese campeonato, que pasó a llamarse “Libertadores de América”.
Se sucedieron las décadas, la televisación hizo del fútbol un negocio global que convoca a los principales anunciantes del planeta, a inversores que lo usan como “lavanderías” de sus capitales de origen turbio o, directamente, delictivos, a través de la financiación de clubes o del pago de cifras galácticas en los pases de los jugadores, y a los operadores de TV que digitan campeonatos, sedes y fechas en beneficio de sus transmisiones, como quedó demostrado y está siendo juzgado en el FIFAgate que tuvo entre sus protagonistas centrales a los argentinos Julio Grondona, mandamás excluyente del fútbol local durante 35 años, y Alejandro Burzaco, CEO de Torneos y Competencias quien, como “testigo protegido,” reconoció ante la Fiscalía de Nueva York el pago de u$s 160 millones en coimas y podría demostrar que el fallecido dirigente de Sarandí alcanzó a recibir 15 millones de las cadenas Televisa (México) y TV Globo (Brasil) por los derechos de televisación para Latinoamérica de los mundiales a disputarse-Gianni Infantino sabrá donde-en 2026 y 2030.
A finales de 2016 el campeonato sudamericano pasó a denominarse Copa Conmebol Libertadores, donde el “Conmebol”, no es más que el nuevo acrónimo utilizado por la misma Confederación Sudamericana de Fútbol de siempre, a quien los encargados de su marketing mundial le hicieron tomar la sílaba “Con” de Confederación, “me” de Sudamericana y la terminación “bol” de Fútbol.
Barbaridad Monumental
El fútbol con su dinámica de lo impensado, con las precisiones e imprecisiones del VAR, junto a las virtudes de técnicos y jugadores, hicieron que la final de la Copa Conmebol Libertadores 2018 deba ser disputada entre dos clubes del mismo país, Argentina; encima, entre los rivales de mayor peso y que generan más encono entre sus parcialidades: Boca y River. El 10 de noviembre pasado, la lluvia y el pésimo sistema de drenaje de las instalaciones boquenses obligaron a que el partido se jugase al día siguiente. El empate 2 a 2 pateó las expectativas para la revancha que tendría que haberse concretado dos semanas después, pero ahí metieron la mano todos, el allanamiento a la barra brava millonaria a solo tres días de la final-final coronado con un operativo de “seguridad” sin la seguridad para el transporte xeneize que evitase los piedrazos de sujetos jamás identificados y, después de la absurda postergación por “24 horas”, llegó un tiempo de turbulencia, acusaciones y, sobre todo, de decenas millones de dólares (¿50 de ganancias en solo una semana?), que terminaron en el Madrid del empresario, ingeniero y político derechista Florentino Pérez.
La “asistencia” perfecta se la hizo su amigo Alejandro Domínguez Dibb, presidente del acrónimo absurdo, el hijo de Domingo, “el Rata”, histórico dirigente del fútbol paraguayo, dueño de “Boquerón”, la principal tabacalera de su país (situada en la frontera con Brasil, desde donde se lo acusó de enriquecerse a costa del contrabando de su cultivo), de la Lotería, de una cadena de hoteles y de una finca ganadera. Todo esto en un país con fuerte actividad del narcotráfico, donde el fútbol también luce como terreno fértil para el lavado de dinero y el ascenso de figuras y grupos económicos de fortunas incalculables de origen dudoso.
El Presidente Alejandro, el amigo de Mauricio Macri, según confesión que exime de pruebas, quedó al frente de la Confederación en 2015a partir del escándalo de la FIFA, cuando su paisano y titular de la CONMEBOL, Juan Ángel Napout, fue arrestado por aceptar sobornos. Sin rivales, se sentó en el sillón principal del edificio sede de la máxima entidad futbolística regional, que cuenta con el mismo nivel de inmunidad diplomática que la embajada de cualquier país -de la que no goza ni siquiera la FIFA-, una cobertura perfecta para proteger cualquier tipo de negociado sin que la justicia pueda investigar sus instalaciones, como lo señalara el diputado Hugo Rubín, del partido Encuentro Nacional. Se lo acusa de mantener operativas en Conmebol a las mismas empresas de marketing y televisión sindicadas de constituir la plataforma para los negociados ilegales del FIFAgate. Aunque la justicia no avanzó sobre el tema, pesan sobre el dirigente, muy vinculado a los medios de comunicación de su país, sospechas por el cobro de u$s 1,5 millones asociados al mismo caso durante su presidencia en la Asociación Paraguaya de Fútbol.
A él se le ocurrió secuestrarle a América la final de la copa continental más importante del fútbol, entregarle el negocio a su también amigo Florentino, a los operadores televisivos con los que viene trabajando desde hace años, algunos de los cuales permanecen entre rejas o atados a una tobillera electrónica, como a la que estuvo pegado el hermano del vice ministro de Seguridad de Patricia Bullrich, Eugenio Burzaco, ex jefe de seguridad del Club Atlético River Plate.
El domingo 9 de diciembre de 2018, la final de la Copa Libertadores de América se juega en Madrid, una de las capitales de los imperios que colonizaron el continente. Dante Panzeri debe estar impresionado ante esta dinámica de lo impensado que, esta vez, empujaron los negocios: si el lector o la lectora reparan en el comienzo de esta nota, verán que fue un 9 de diciembre -de 1824- el día en que los libertadores homenajeados por esa Copa que todos quieren en sus vitrinas, aseguraron la independencia de América del Sur.
Carlos A. Villalba
Psicólogo y periodista argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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