Cambio de época

06/11/2018
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Olivier Clerc, es un escritor, docente, y conferencista franco-suizo, nacido en Ginebra, especialista en bienestar y desarrollo personal. En el año 2005 escribió un libro titulado “La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida”. Sigan con atención el siguiente breve relato de este escritor: Imaginen una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana esto le parece agradable, y sigue nadando. La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle a la rana. Pero no se inquieta y además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia. Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. Si la hubiéramos sumergido de golpe en un recipiente con el agua a cincuenta grados, se habría puesto a salvo de un enérgico salto.

 

La metáfora de Olivier Clerc nos dice que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía. Si nos fijamos en lo que está sucediendo en nuestra sociedad en las últimas décadas, estamos experimentando una lenta deriva a la que nos vamos acostumbrando. Decisiones de gobierno, leyes e imposiciones de los poderes financieros, y un montón de cosas que nos habrían horrorizado hace unos años, han sido poco a poco banalizadas, como suavemente perturbadoras, dejándonos indiferentes. La presión represiva sobre las libertades, el adelgazamiento de la democracia, las medidas económicas, laborales y sociales que atentan a los derechos de las personas se efectúan inexorablemente con la complicidad constante de las víctimas, paralizadas. Se empieza por soportarlo todo, y finalmente de aceptarlo todo.

 

Es lo que está pasando. El mundo avanza hacia un dominio conservador, marco idóneo para el fortalecimiento de la extrema derecha. En todas partes crecen los partidos que defienden la sumisión del Estado al fascismo financiero. La democracia es atacada desde adentro, el Estado del bienestar es acosado por un neoliberalismo salvaje e inhumano, las murallas contra las migraciones se levantan, las libertades sufren una involución, la discriminación, el racismo, la islamofobia, el antifeminismo, la homofobia, son banderas de un discurso que se opone abiertamente a los derechos humanos. La victoria del militar Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil refuerza la dimensión global de un fenómeno que, de consolidarse, puede estar señalando un cambio de época. Casi 50 millones de brasileños y brasileñas votaron por un proyecto abiertamente fascista de quien promueve la violencia. Votaron en muchos casos movidos por el poder del miedo fabricado desde elites dominantes que incluyen medios de comunicación. El 46% del electorado del país más grande de la región (y el quinto del mundo) eligió a un candidato que reivindica la tortura y hace apología de la dictadura. El esperpéntico Trump tiene ya un buen aliado en América Latina.

 

Me temo que los partidarios de la democracia no somos plenamente conscientes de lo que está pasando. Parece que no tomamos en cuenta la magnitud de una involución evidente. Entretenidos en el teatro de la política cotidiana y manejando agendas impuestas por las derechas, los demócratas estamos desdibujados, desorientado, dormidos. Apenas nos oponemos a quienes abogan y construyen un mundo de todos contra todos. Nos estamos cociendo en el agua hirviendo pero no lo advertimos. Y el caso es que cada vez más países europeos registran avances significativos de la extrema derecha.

 

Puede decirse que fue en 1989 cuando el neoliberalismo encontró todas las facilidades para extender y globalizarse. Su ataque al Estado fue bestial, despojándolo progresivamente de competencias y logrando desnaturalizar su rol en las democracias. Ahora es el asalto de la política. Muchos parlamentos cuentan ya con representaciones fascistas y poco a poco, vemos como los partidarios de acabar con la democracia participan en gobiernos autoritarios. Hoy, estamos como la rana de la metáfora, sin fuerzas. Apenas intentamos mantener lo que nos queda de estado del bienestar, resignados a no recuperar lo que hemos ido perdiendo.

 

En todas partes los Estados se hacen más y más funcionales al capitalismo global. Ocurre que la extrema derecha está arrastrando a la derecha que pudo ser más civilizada a una disputa por la hegemonía, en la que se debate quién es más retrógrada. Algo que afecta asimismo a las izquierdas más sumisas que ven como su propio electorado se inclina en la dirección equivocada, hacia una simpatía con lo conservador. El resultado es el fortalecimiento de estados que obedecen menos a la política y más a poderes externos que no han sido votados. Me preocupa lo que está por venir. Los comienzos del siglo XXI están siendo testigos del surgimiento de un mundo diferente del hasta ahora conocido. Y como en todo proceso de cambio se está produciendo malestar e incertidumbre en el conjunto de la sociedad mundial.

 

Creo que se pueden apuntar a dos pilares del discurso apocalíptico de la extrema derecha: de un lado, como ha funcionado en Brasil, generando en las amplias clases medias un miedo irracional por la posible pérdida de su dinero. El corralito argentino, Venezuela, representan el infierno, la amenaza máxima; de otro lado, las migraciones que amenazan nuestro bienestar, nuestro modo de ser y nuestro nivel de vida, lo que justifica medidas de cierre de fronteras, de expulsiones, de internamiento en campos de concentración en Turquía. Ya las muertes en el Mediterráneo forman parte del paisaje.

 

La extrema derecha está crecida y no parará. Algo tenemos que hacer. Los demócratas debemos reaccionar. Despertar. Sacudirnos los complejos y actuar, exigiendo a nuestras instituciones la defensa radical de los Derechos Humanos. Necesitamos ser activos en la solidaridad. Combatir el primero nosotros por el todos somos nosotros. Hemos de ser más valientes y no banalizar el mal para enfrentarnos a corrientes políticas derechistas que sí son una riesgo para nuestro modo de vida. No son las migraciones sino la extrema derecha la que mata lo que somos. Vivimos en un tiempo en el que la unidad de los demócratas es urgente. Debemos pensarnos a nosotros mismos y tomar una decisión: o persistir en el repliegue o desplegarnos y enfrentarnos a los autoritarios, a los fascistas, a los enemigos de la democracia.

 

La democracia está cociéndose en agua hervida también en el estado español. No seamos autocomplacientes creyendo que tenemos contrapesos democráticos. El juicio contra los demócratas independentistas catalanes es una barbaridad nacida de la venganza, pero también una demostración de que la democracia y la libre expresión no son nada frente a una derechización judicial que hace lo que quiere, al servicio del nacionalismo español, aunque haga el mayor de los ridículos en Europa. El agua está tibia. Todavía. Peo sigue calentándose. Más vale que no nos despistemos.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196361?language=es
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