Con ruinas de muros construiremos puentes

22/10/2018
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Desesperados por las insoportables condiciones de pobreza extrema y por la violación permanente de sus derechos humanos, miles de personas huyen de sus países de origen (Honduras, Guatemala, El Salvador) y pretenden atravesar México hasta la frontera con Estados Unidos, con la esperanza de hallar refugio en este país y comenzar con sus familias una nueva vida. Por el largo camino que intentan recorrer, autoridades sin conciencia y todo tipo de delincuentes, aumentan y profundizan el sufrimiento de aquellos a quienes todos debiéramos compadecer. Para colmo, el gobierno de Estados Unidos, anclado en sus prejuicios raciales y en su nacionalismo estrecho, se apresta a movilizar a sus fuerzas militares para un cierre total de la frontera y amenaza a los países vecinos con sanciones económicas si no contribuyen a detener la trágica marcha de sus compatriotas desposeídos.

 

Sin embargo, nadie se queja de la violación recurrente y masiva de los derechos humanos y, por el contrario, se culpa a las víctimas de su desgracia. Donald Trump tacha a los migrantes de criminales y renueva su política de separar a las madres de sus hijos, mientras su base electoral aplaude entusiasmada porque su presidente ha prometido que ninguno de aquellos infelices cruzará la frontera.

 

Se trata –dicen- de una inminente “invasión” del territorio nacional que pone en peligro la seguridad del país; pero cuando sintonizamos las noticias, lo que vemos en la pantalla del televisor es una masa de gente de pueblo, desarmada, en la que abundan mujeres y niños, que oran y hablan de un sueño muy simple, el de ser recibidos como seres humanos y poder dar a sus familias un espacio en el mundo donde vivir con decoro.

 

La prensa amarilla contribuye a estimular el egoísmo, el individualismo y la histeria colectiva, sacando a relucir desprestigiadas teorías conspirativas; y es tan mediocre que, sin originalidad alguna, recurre al cuento manido y gastado del multimillonario George Soros (anciano cercano ya a los noventa años de edad), a quien presentan como la figura siniestra que mueve los hilos de un tremebundo complot para destruir “América”, con la complicidad –no podía faltar- de los demócratas. Crear el mito es necesario para que los votantes olviden que, por encima de todo, es necesario respetar la dignidad de las personas y la vinculación indisoluble de ésta con los derechos humanos. Todo se utiliza, todo vale para generar el miedo. Los migrantes –se afirma- introducirán por la frontera la caja de Pandora de los males: enfermedades, violencia de las maras o pandillas, terrorismo, narcotráfico y, además, robarán los empleos. No importa que la tozuda realidad demuestre lo absurdo de generalizar hechos aislados y desmienta las acusaciones. Creado el miedo, la masa de norteamericanos que cree salvará a la patria con soluciones radicales de derecha, actuará en consecuencia. Y el miedo, en un contexto de angustia vital por la inseguridad económica, conduce, revisemos la historia, directamente al fascismo.

 

La crisis migratoria actual no se debe a una causa única. Es, por el contrario, la resultante de múltiples factores que se interrelacionan. Pero, en los alegatos de la derecha, se esquivan las causales más importantes, las que determinan tanto el surgimiento como la extensión y profundidad de la crisis, como son la creciente desigualdad entre los grupos sociales y también entre los países, los conflictos bélicos y el desplazamiento de poblaciones, las secuelas de dictaduras militares apoyadas por Washington en casi todos los países del continente, los fracasados ensayos económicos neoliberales, las políticas destructoras del medioambiente y, sobre todo, la entrega vergonzosa al extranjero de los recursos naturales. Sobre este telón de fondo surge la pobreza extrema, el desempleo, la baja escolaridad, los deficientes o inexistentes servicios de salud, la falta de oportunidades.

 

Pero nada de lo dicho se tiene en cuenta en los análisis de la derecha. Generalmente, después de condenar a las víctimas por su victimización, pone toda la responsabilidad de la crisis en los políticos y funcionarios corruptos de América Latina, factor sin duda importante pero ligado a la colusión del imperio con las oligarquías locales. De todos modos, la honradez no bastaría por sí sola para desmontar las estructuras neocoloniales de explotación y opresión.

 

Pensar que la construcción de muros pude detener los flujos migratorios es creer que cientos de millones de personas aceptarán resignadamente condiciones miserables de existencia sin hacer el intento de cambiar su destino aún a riesgo de perder la vida. El flujo de migrantes no disminuirá; será, por el contrario, cada vez mayor, en la misma proporción en que se amplíe la brecha de las desigualdades entre el 1 % más rico y el resto de la población, y entre los países más poderosos y los que ven frustradas sus aspiraciones a un desarrollo sostenible y al bienestar de sus pueblos.

 

La experiencia enseña que cuando se multiplican los obstáculos para frenar la migración, las rutas se diversifican, el área a controlar se amplía hasta que abarca todas las vías de aire, mar y tierra, y se require un número creciente de instalaciones, equipos sofisticados y efectivos militares, incluyendo campos de concentración eufemísticamente llamados centros de refugiados o de dentención de inmigrantes, y costosos mecanismos de deportación masiva. Sin contar que los pasos fronterizos se hacen más inseguros, aumenta la violencia, el sufrimiento y proliferan los negocios ilícitos y acciones criminales como el tráfico de personas. La espiral de gastos públicos por tanto, aumenta y seguirá aumentando consecuentemente y restará incontables recursos que podrían destinarse a solucionar problemas urgentes de la población. Una gran paradoja es que, en esta época de las computadoras, bastaría con un simple ábaco para sacar cuentas y demostrar que costaría mucho menos y sería mucho más efectiva que las acciones represivas, un programa amplio de cooperación y solidaridad que permitiese acceder a la vida digna que merecen, a los millones de seres humanos actualmente marginados.

 

Si alguien pensase que el racismo y la discriminación son exportables, no estaría lejos de la verdad. Estados Unidos envió a su canciller a México y Centroamérica con el fin de presionar y chantajear a los gobiernos de la región para que tomen radicales medidas de represión contra los migrantes y les impidan continuar su marcha. Estas presiones y chantajes incluyen amenazas de retiro de ayudas financieras, de cese de acuerdos comerciales favorables, de bloqueo de préstamos blandos y programas de cooperación en organismos internacionales, entre otras severas sanciones económicas.

 

En detrimento de sus soberanías respectivas, estos países estarían obligados a la aceptación de prejuicios y criterios racistas ajenos a nuestra identidad, formada ésta en el crisol de la cultura hispana con las culturas aborigen y africana. El gobierno de Estados Unidos trasladaría de esta manera, a los gobiernos que se plegasen, todo el trabajo sucio de impedir la progresión de las marchas de migrantes hacia el norte, de controlar sus documentos, de investigar sus antecedentes, de construir y mantener centros de detención, de crear o ampliar fuerzas especializadas en una guerra cruel, ajena, asesorada y probablemente dirigida por extranjeros, de ejecutar las deportaciones, de aceptar sin reservas los deportados de Estados Unidos, y tal vez otras acciones inconfesables en cumplimiento de memorandos de entendimiento no accesibles al público.

 

Estados Unidos se lavaría las manos alegando no tener responsabilidad alguna en las violaciones de los derechos humanos que se produzcan como resultado de la represión de los migrantes a su paso por México y Centroamérica, ni tampoco de la separación de familias ni del trato inhumano a los deportados, como si la creación de esta atmósfera de odio racista, acompañada de presiones, chantajes y amenazas, no tuviese implicaciones en la práctica. La responsabilidad sería transferida a los gobiernos del área. Pero aún los más sumisos no se librarían de afectaciones económicas, porque tendrían que utilizar gran parte de las “ayudas” y fondos de cooperación económica para financiar los gastos de su flamante papel de cancerberos de los pasos fronterizos y gendarmes del imperio.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196059
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