Nacidos para vivir

25/05/2018
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El adolescente Dimitrius Pagourtzis, autor de la masacre en el centro educativo de Houston, llevaba puesta en el acto una camiseta con esta leyenda “Nacido para matar”. Este eslogan se convierte, en tal circunstancia, en una verdadera y clara consigna de las reales intenciones de quien lo porta. A su vez, enlazado con los veinte asesinatos masivos anteriores en centros educativos de los Estados Unidos, éste es un grito de llamada de atención, no sólo para este país, sino para el mundo entero; porque refleja los comportamientos reincidentes de muchos niños, adolescentes y jóvenes cuya desenfrenada agresividad muestra las deficiencias, la extemporaneidad de las orientaciones en la familia, en los centros educativos, en las iglesias. Asimismo, las ausencias y contradicciones de las políticas públicas, en general, y en particular de las destinadas a ellos, constituyen factores determinantes.

 

El poderoso país del norte, uno de los principales propulsores de la industria de la guerra, se encuentra con una de las peores consecuencias de tal próspera producción: el enemigo interno. Claro que también, como parte del negocio, se cuida muy bien de proveer de leyes favorables para la compra-venta de armas, así como para sus usos, casi totalmente discrecionales.

 

Por las declaraciones de su Presidente, no hay ni atisbos de posibles cambios legales, aún ante las desgracias cada vez más sangrientas en manos de adolescentes. Pero, esta situación no es sino, aunque cueste creerlo, la punta del iceberg.

 

Un afiche creado y difundido por UNICEF, en los años 90, merece ser recordado. Lo conforman las imágenes de un adulto y de un niño. El primero lanza al chico la manida y desubicada pregunta que habitualmente hacemos a los niños, como si ellos estuviesen preparados para ella: “¿Qué querés hacer cuando seas grande?”. He aquí la respuesta del interrogado: “¡Vivir!”. Lo recuerdo aquí porque la contestación puesta en la boca del niño, así de filosófica y existencial, es una llamada de UNICEF a todos nosotros, a la sociedad, a los que manejan los poderes.

 

El primer gran aprendizaje, sin embargo, para responder a las calamidades que atentan contra el derecho a la vida de los niños, adolescentes y jóvenes o de convertirlos en victimarios, es que ellos no son el futuro sino el presente de la humanidad. Basta de identificarlos como “esperanza“ de un futuro promisorio, sin injusticias, sin discriminaciones. Es un gigantesco embuste, inventado para acallar las conciencias y encubrir la irresponsabilidad de los adultos, nuestra incapacidad de cambiar las estructuras sociales injustas. Hemos creado constituciones nacionales, hemos refrendado convenciones internacionales donde reafirmamos enfáticamente “el interés superior del niño”; pero en las ciudades pululan los niños de las calles, otros son explotados de diversas formas, son víctimas de abusos sexuales, la mayoría dentro de los mismos hogares. Tampoco tienen acceso gratuito y garantizado a la educación y a los servicios de la salud. Les negamos el presente, la vida, la vida digna, ¿y pretendemos que nos garanticen el futuro?

 

Nacidos para matar. Nacidos para morir. Dos caras de un mismo escándalo consecuente del sistema global que prioriza el dinero y da luz verde a los dueños de los poderes políticos y económicos, para obtenerlo a como dé lugar. En los países ricos los niños tienen mayores garantías de una existencia segura, digna, sin sobresaltos. Pero, en tal contexto parece existir profundas grietas por la falta de diálogo, de solidaridad, de ternura; heridas que nutren variadas formas de violencia. Al contrario, millones de nuestros niños mueren por diarrea, infecciones respiratorias agudas, mal nutrición, falta de higiene… males totalmente prevenibles, pero que no llegan porque los presupuestos generales les asignan exiguos rubros y, para desgracia, por el camino son esquilmados por la corrupción generalizada.

 

Los nacidos para matar están, ya ellos mismos, también muertos: se les negó el derecho a ser, a compartir, a crecer con los otros, porque sólo es importante tener y consumir. A muchos de los nacidos para morir su hora les llega aún antes de nacer. Y, si sobrepasan esa hora, deberán enfrentar las drogas, la explotación, la falta de oportunidades para crecer.

 

Pero, no han logrado matar ni la esperanza ni la ternura. Adultos, jóvenes, niños, se dan las manos para superar las cadenas en experiencias solidarias, donde se aprende con los demás a ser más, a conocer mejor, a ser libres y hermanados. Y así construir un nuevo mundo y fortalecer el cuidado de nuestra común casa, la tierra.

Tacumbú, 24.05.18

 

Santiago Caballero  -  Para Ventana Abierta. UC Asunción

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/193096

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