Trump y Siria: lo estertores de un sistema
- Opinión
El ataque coheteril a Siria ordenado por el presidente Donald Trump y compartido por los gobiernos británico de Theresa May y francés de Emmanuel Macron, es un típico exabrupto de los desesperados.
La respuesta siria al interceptar exitosamente a 71 de los 110 cohetes “nuevos, bonitos e inteligentes” lanzados por las fuerzas agresoras, es un hecho histórico que marca una pauta de lo que ineludiblemente ocurrirá si no se atempera la conflictividad que el cambio de época está generando.
Una confrontación de misiles y contramisiles puede ser antesala del peor de los escenarios, el atómico, y no es una visión apocalíptica de nuestra realidad. Hay una carga nuclear muy grande en el mundo, y ambiciones de poder desmesuradas. Una crisis de credibilidad y desconfianza en el liderazgo mundial es la espoleta para hacerla estallar.
La nueva agresión a Siria, sumamente irresponsable, se ha ejecutado sobre la mentira con la desgastada pero recurrente fórmula de combate al terrorismo envuelta en un lenguaje falaz seudohumanista y ultranacionalista, igual a los argumentos usados por George W. Bush para atacar a Irak y proclamar a los cuatro vientos el derecho supremo de Estados Unidos de atacar cualquier punto oscuro del mundo.
Debajo de toda la parafernalia creada por Trump y su aparente fortaleza intimidatoria, se esconden los estertores de un sistema social y económico que se desmorona ineluctablemente como antes ocurrió a otros modos imperiales.
Los de cerebros más claros y privilegiados no se llaman a engaños y reconocen que el modelo económico y social capitalista se debilita en la misma medida que otras ideas ganan terreno y nuevos tipos de relaciones sociales de producción se imponen.
Ese cambio de época, que años atrás era casi imperceptible, ya se palpa aunque todavía sea imposible enmarcarlo dentro de alguna de las tendencias ideológicas conocidas y estudiadas.
Las épocas económicas no se distinguen por lo que se produce, sino cómo se produce, y ese señalamiento de Karl Marx está muy vigente en nuestros días.
La declinación del capitalismo está presente en el freno a su expansionismo cultural a pesar del dominio de la Internet y otras formas de comunicación, en la débil exportación de capitales por la extremada concentración de la riqueza, la pérdida de competitividad comercial, y en especial de la prescindencia del hombre en los procesos productivos y su sustitución por la inteligencia artificial que transforma y tergiversa categorías imprescindibles como la productividad y la plusvalía.
La economía financiera no es la que produce valor aunque otorgue poder, y la propia dinámica tecnológica hija de esa inteligencia artificial, contraproducentemente ha creado la propia negación de ese sector con el surgimiento de las criptomonedas con potencialidades para reducir a escombros al sistema monetario y financiero internacional liberal y los pilares que lo han sostenido hasta ahora.
Nada de esto significa que la caída del sistema capitalista está a las puertas y que el relevo ya está preparado para recibir el batón. Más bien lo que deja ver es que la humanidad vive en un período tan peculiar que gobernantes como Trump pueden actuar por encima de la ley y el orden, de las instituciones y del hombre mismo, fabricar situaciones falsas y presentarlas como reales sin importar que la humanidad las crea o no.
Fue el caso de Irak y Libia, lo es el de Siria ahora, y en menor escala el de Lula en Brasil. Un mismo hilo mueve a todas las figuras en escena y todos saben quiénes son los titiriteros.
El secretario general de la ONU António Guterres ha declarado que la guerra fría volvió, pero se equivoca, pues nunca se ha ido. Lo que sucede es que se ha elevado a una escala que la acerca demasiado al fuego nuclear, y eso es harina de otro costal.
Trump está al lado del horno y siente cómo se le calientan las manos, y tal vez esa sea la causa de que disimule el incendio en la pradera bajo sus pies, es decir, los conflictos internos que lo están arrinconando y que son expresiones de esa debilidad relativa imperial.
Si el ataque a Siria fue para ocultar ese incendio doméstico y al propio tiempo demostrar poder y credibilidad al mundo, el tiro le salió por la culata a Trump. Ni el planeta se asustó con su bravuconería, ni los sirios se postraron, ni sofocó el fuego en su finca.
Al margen de todo eso, Trump, ni nadie en este mundo, estemos o no en un cambio de época, tiene derecho de incendiar el universo para aplacar o esconder su fuego, sin correr el riesgo de convertirse a sí mismo en cenizas.
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