Neoimperialismo y reconfiguración espacial

26/02/2018
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Theodore Roosevelt en su mensaje al Congreso en 1904, definió lo que sería conocido en adelante como el corolario Roosevelt a la doctrina Monroe, al referir que una mala conducta crónica o la ausencia de orden en las naciones ubicadas al sur de sus fronteras obligaría al gobierno de Estados Unidos a llevar a efecto una intervención directa de su parte en dichas naciones. «En el Hemisferio Occidental, -diría- nuestra adhesión a la Doctrina de Monroe podría obligarnos, contra nuestras inclinaciones, en casos flagrantes de tal mala conducta o de impotencia (de los gobiernos), al ejercicio de un poder policial internacional». Una cuestión que se concretaría, básicamente, en la región del mar Caribe, teniendo como enclaves destacados la base de Guantánamo en Cuba y la zona del canal de Panamá, lo que le permitiría a Estados Unidos reeditar, de alguna forma, lo hecho por la antigua Roma en las aguas del mar Mediterráneo.

 

El imperialismo gringo ha tenido en la guerra su mejor (por no decir la única) opción para perpetuarse y extender su supremacía a, prácticamente, todos los confines de la Tierra. Así, en su artículo `La militarización del neoliberalismo´, Antonio Maira detalla que “el estado de guerra permanente en el que vivimos tiene su causa en la determinación de los Estados Unidos de imponer un orden planetario en el que va impresa su hegemonía. Responde a la necesidad de mantener el control de un mundo como mercado abierto para las multinacionales y los grupos financieros. Tal mundo presenta elementos crecientes de una desestabilización provocada por el enorme crecimiento de las desigualdades y la pobreza, la ruina irremediable de países explotados inclementemente por la deuda, y la creciente movilización política de las multitudes condenadas irremisiblemente a la miseria”. En atención a tales conclusiones, el expansionismo gringo en lo adelante no tendrá -según sus patrocinadores- por qué someterse a consideraciones de naturaleza ética o jurídica. 

 

A fin de concretar sus ambiciosas metas, el imperialismo -en esta nueva fase de su existencia- ha previsto la puesta en marcha de mecanismos represivos a escala global que, en un primer momento, serán asumidos por los ejércitos y policías de las naciones bajo su órbita y, en un escenario mayor, por las propias tropas estadounidenses. Esto en combinación con la situación de subdesarrollo permanente a que serían sometidos los países periféricos del sistema capitalista, lo cual no excluiría (aunque parezca inverosímil) la oportunidad de provocar una hambruna y un genocidio cuidadosamente planificados y ejecutados, sin que a sus promovedores les perturbe alguna especie de remordimiento.

 

En correspondencia con esta perspectiva, de instaurarse un orden mundial análogo, los mercados acabarán por reemplazar definitivamente la existencia de naciones y culturas que, de algún modo, contraríen y obstaculicen la sacra voluntad de las grandes corporaciones transnacionales, convertidas éstas en un Estado paralelo, de características supranacionales. En éste, los seres humanos serían vistos como clientes y cosas (valorados y subvalorados, según su utilidad), condenados a laborar cual nuevos esclavos, a fin de poder sobrevivir.

 

Este neoimperialismo procura, lógicamente, la imposición de una homogeneización no solamente en los planos económico, militar, político, ideológico y cultural sino igualmente -y con un mayor énfasis- a una reconfiguración espacial, en un proceso de recolonización, cuyos inicios pueden rastrearse con facilidad en los diversos acontecimientos suscitados en la extinta Yugoslavia y en Medio Oriente (incluyendo las asiduas agresiones militares de Israel contra el pueblo ancestral de Palestina); lo que daría a la concepción del Estado-nación un matiz totalmente diferente al que hasta ahora ha tenido.


 


 

https://www.alainet.org/es/articulo/191278?language=en
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