Recuerdos vívidos de El Salvador

26/02/2018
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Presentación

 

En octubre de 2016 escribí y publiqué en Alainet, “Recuerdos vívidos de Nicaragua”, un pequeño memorial de mi experiencia en ese país al que llegué en enero de 1984 y desde entonces visité en cerca de treinta ocasiones. Como ya digo en su presentación mi única motivación no era –no es- otra que la de transmitir mi humilde experiencia y animar a mujeres y hombres que también participaron en la revolución sandinista, a que escriban sus memorias, para, entre todas y todos elaborar el gran relato del internacionalismo en el país de Sandino.

 

Ahora acabo de escribir “Recuerdos vívidos de El Salvador” mi otro querido país centroamericano. En el texto recupero mi memoria para describir andanzas, compromisos, descubrimiento y vinculación con el FMLN en una relación que dura hasta hoy. Lo hago siempre con la misma pretensión de que otras personas también lo hagan. Con ello afirmamos aquella vieja promesa de ser amigos, hermanos, de las luchas de nuestro Pulgarcito de América.

 

RECUERDOS VÍVIDOS DE EL SALVADOR

 

Cuando llegué Managua en el mes de enero de 1984 yo ya conocía el curso de la guerra en El Salvador y había leído bastante sobre la revolución salvadoreña. Formaba parte de los comités de solidaridad vascos con las luchas de Centroamérica y había conocido a algunos de los representantes del FMLN en el estado español y en Europa. Por ejemplo a Jorge Palencia, ex cantautor y hoy día embajador de El Salvador en Madrid y a Manuel Cornejo con residencia en Alemania donde estaba casado con una doctora. Sin embargo, no tenía contacto orgánico con la guerrilla ni con alguna o alguno de sus comandantes. Mi visita a Nicaragua me dio una nueva oportunidad.

 

Aterricé en Managua diez meses después de que fuera asesinada la comandante Ana María cuyo nombre real era Mélida Anaya Montes. Tenía 53 años cuando fue apuñalada 86 veces con un picahielos el 6 de abril de 1983 en la capital de Nicaragua. El comandante Marcial, de nombre Cayetano Carpio, fue señalado como autor intelectual del crimen, suicidándose con un tiro de pistola seis días más tarde. Se dice que lo hizo para evitar ser trasladado a la isla de Cuba y a instancias del ministro del Interior sandinista Tomás Borge Martínez.

 

Las investigaciones realizadas por la policía sandinista, con apoyo de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL)  que era la organización guerrillera de la que Ana María era principal dirigente, llegaron a dos conclusiones: que el autor material fue Rogelio Brazzaglia (alias Marcelo) y que lo hizo obedeciendo órdenes del comandante Marcial que en el momento del asesinato estaba en Libia.

 

Meses después en Managua pude comprobar que los desgraciados hechos estaban muy presentes en las conversaciones de las gentes solidarias con Nicaragua y las guerrillas de Centroamérica.  Además de máxima dirigente de las FPL Ana María era un icono de las mujeres de izquierda salvadoreñas y de la región. Su asesinato y el modo atroz como se produjo tenían traumatizada a la izquierda de América Latina y de una manera brutal a su propia organización político-militar. Curiosamente, muchos años después tuve la oportunidad de conocerla mejor, pues me vi obligado a explorar en su vida y sus ideas para escribir y publicar el libro “Ana María, combatiente de la vida” (2012, editorial   Ocean Sur).

 

Es el caso que en aquella Managua de enero de 1984 el asunto estaba caliente todavía. Había opiniones diversas aun cuando la mayoría comulgaba con la versión oficial del Gobierno sandinista y de las FPL. A mí siempre me ha resultado cuando menos sorprendente que en su carta de despedida de unas 25 líneas el comandante Marcial aludiera una y otra vez a sus méritos revolucionarios sin dedicar siquiera una línea a condenar el asesinato de su compañera. No digo más, pero es algo que llama la atención.

 

La presencia salvadoreña en Nicaragua era abundante. Había muchas familias refugiadas, ubicadas en zonas rurales y que mantenían una discreción en sus vidas para no dar la razón a quienes desde el exterior acusaban al Gobierno Sandinista de dar cobertura a las guerrillas salvadoreñas. Más cuidadosos todavía eran los militantes de las cinco organizaciones guerrilleras que mantenían activas pequeñas clínicas a donde arribaban heridos de guerra; pisos franco donde se refugiaban temporalmente dirigentes guerrilleros que salían al exterior para diferentes misiones; instalaciones logísticas; depósitos de armas; antenas de radio clandestinas; y pequeños negocios camuflados como nicaragüenses. Había, sin embargo, una pequeña agencia de información llamada Salpress que bajo la cobertura de periodistas mantenía una actividad visible, en el barrio de Altamira. En esa actividad estaba entregado plenamente Juan José Dalton, uno de los hijos del poeta Roque, y a quien conocí en ese mi primer viaje. Salpress tenía un amplio listado de destinatarios y al final de la tarde enviaba un noticiario que relataba lo sucedido ese día en la guerra.

 

Había en ese entonces un lugar de encuentro de la solidaridad internacionalista, el “ranchón salvadoreño”, situado frente al Hotel Intercontinental, en plena avenida Simón Bolívar. Elaboraban unas pupusas insuperables que lo convertían en un espacio gastronómico atractivo y económico. Se decía que el negocio era propiedad de una de las organizaciones guerrilleras, pero no dejaba de ser un rumor más o menos fundamentado. En ese lugar nos encontrábamos las gentes de la solidaridad de todas partes y era un buen lugar, neutral, para los contactos entre organizaciones de la solidaridad vasca que por razones identitarias mantenía dos estructuras separadas: Komiteak y Askapena.

 

El asesinato de Ana María, desde que se produjo y en buena parte del año 1984 generó una inquietud que yo compartía entre los internacionalistas vinculados bien al Movimiento Comunista (MC), bien al EMK (su versión vasca). La razón es que había varias compañeras y compañeros incorporados a las FPL en la región salvadoreña de Chalatenango, uno de los escenarios más duros de la guerra. Nos preguntábamos cuál sería la posición de nuestros compas en el seno de la guerrilla que aunque pronto trató de cerrar la crisis eligiendo al comandante Leonel González como máximo dirigente, pero todavía vivía presiones minoritarias que pedían y pedían más explicaciones. De hecho el frente metropolitano, de carácter urbano, parecía posicionarse en contra de la nueva dirección del partido.

 

En lo que a nuestros compas se refiere, hasta Mangua habían llegado algunas preocupaciones de la dirección de las FPL, señalando que mientras una parte de ellos estaban perfectamente adaptados a la nueva situación, otros estaban colocados del lado de la exigencia de un diálogo con la dirección guerrillera, inconforme con las explicaciones hasta entonces recibidas. Fue en ese contexto  que decidimos que yo me trasladara hasta el campo hondureño de refugiados  de Mesa Grande, con dos objetivos: hacer llegar una carta a los compas, recomendándoles abandonar posiciones criticistas y aceptar de buen grado la necesaria disciplina guerrillera, matizando que quien quisiera abandonar el frente de guerra cursara su petición por la vía orgánica de las FPL.; en segundo lugar yo debía prestar apoyo a uno de los compas, llamado Luis, que había decidido regresar al estado español y tenía organizada su salida por Mesa Grande. Mi misión consistía en darle apoyo para que llegara a Managua sano y salvo.

 

El relato de mis movimientos y su desenlace lo cuento en mi libro “Algo he visto del mundo” (2013), por lo que no me repetiré en este nuevo texto. La carta llegó a su destino y Luis y yo volamos a Managua desde San Pedro Sula tras un emocionante viaje en autobús trufado de controles militares ante los que Luis exhibía un pasaporte que no era suyo, sin ningún parecido con el titular de la fotografía. Pero arribamos al aeropuerto con el avión ya bastante preparado para su despegue. Por los pelos cruzamos la puerta de embarque. Luis llegó a Managua y pocos días más tarde a Madrid.

 

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En Managua se editaba una versión del periódico del FMLN, Venceremos que luego se distribuía entre los internacionalistas regados por todo Nicaragua y en países de la región. Creo que dentro de El Salvador se publicaba una edición mucho más modesta, de pequeño tamaño. Visité la pequeña imprenta en Managua, ubicada frente al ministerio del Interior, lo que le daba cierta seguridad frente a quien quisiera dañar la instalación. Allí estaba Miguel Mármol, obrero, pintor, intelectual, comunista sobreviviente de la masacre de 1932.

 

 

Nacido en Ilopango en 1905 en el seno de una familia pobre fue criado por su madre, siendo su padre un indio acomodado, alcalde del pueblo que nunca lo reconoció. Con once años comenzó a trabajar como pescador en un barquito donde le pagaban con algunas capturas. Ya entonces lo que más le dolía era no poder ir a la escuela. Muy joven se incorporó como Guardia Nacional, oficio que abandonó nada más comprobar cómo se torturaba a los presos. Fue ese un momento en el que los ecos de la revolución rusa llegaron hasta él y así fue que en 1922 tuvo que escapar perseguido por la propia Guardia Nacional a la que había servido por un corto tiempo.

 

Con poco más de veinte años pudo regresar a Ilopango donde se emparejó con una prima, Carmencita, trabajando de zapatero. Conoció a Farabundo Martí y fundó la Sociedad de Obreros, Campesinos y Pescadores de Ilopango, y asimismo puso en marcha un centro cultural. Ya en 1930 participó en la creación del Partido Comunista Salvadoreño. Ese mismo año asistió al congreso de la Internacional Sindical Roja, regresando a El Salvador bajo la impresión de la pobreza que pudo observar en Moscú y Leningrado.

 

Participó en la revolución de 1932 reprimida por Maximiliano Martínez que se cobró unos 30.000 muertos.

 

Escuchar a Miguel Mármol contar su historia daba para mucho: para reflexionar, para conocer mejor la historia del país, para saber más de los comunistas salvadoreños, de Farabundo Martí. Mármol era sabio y ejercía sus conocimientos y su experiencia con modestia.

 

En este mi primer viaje a Nicaragua y a la región conocí una parte de la realidad salvadoreña en el campamento de refugiados de Mesa Grande situado en la frontera de Honduras-El Salvador. Había otros dos en la misma raya fronteriza, Colomoncagua y La Virtud. Entré al campamento desde Santa Rosa de Copán en un vehículo de la Cruz Roja hondureña. Para ello tuve que conseguir un permiso en una oficina de Naciones Unidas y el visto bueno del departamento de Migración que estudiaba con celo las visitas de extranjeros a cualquiera de los campamentos.

 

Tras media hora de viaje llegamos a la tranca que el ejército de Honduras tenía plantada a la entrada de Mesa Grande. Pasado el control tuve ante mí una realidad impactante: unas diez mil personas repartidas en siete secciones numeradas se hacinaban en carpas de cinco por cinco metros. Había sido preparado para acoger a unas 1200 personas. Mesa Grande estaba bajo la dirección de ACNUR, pero en todo el perímetro soldados hondureños controlaban que nadie saliera sin permiso del campamento, ni siquiera los niños con sus juegos.  ¿Campamentos de refugiados o de concentración? Es lo primero que me pregunté. Bajé del vehículo y caminé por las estrechas calles de carpas.

 

Conocí gente de mucha entereza ante el sufrimiento y muchas ganas de vivir. Mujeres cargadas de hijos, algunas casi sin dientes, niños y niñas de tripas abultadas, hombres ya ancianos aprendiendo a leer y escribir porque todavía tenían esperanza. Entablé saludos y conversaciones, supe de sus relatos de noches de miedo al otro lado de la frontera, de sus temores por la cercanía de los soldados hondureños, me transmitieron sentimientos tristes por las caídas de familiares bien como combatientes, bien asesinados por los cuerpos militares salvadoreños. Me contaron como una semana antes de mi visita, una emboscada de militares hondureños acabó con las vidas de ocho personas que acudían a Mesa Grande en busca de refugio.

 

Me invitaron a café en unas carpas y me dieron de comer en otras. Me contaron cómo fueron arribando al campamento a partir del 15 de diciembre de 1981. Me llevaron a sus pequeños talleres de sastrería y zapatería, me mostraron con orgullo sus trabajos de artesanía y en todas partes me abrieron la entrada a aquellas carpas hechas con tela blanca de saco de azúcar. Fueron días en los que me emocioné escuchando relatos y riendo con sus ocurrencias. Saqué fotografías siempre con su permiso, les oí cantar, otros que siguen peleando harán crecer nuevas rosas, me llamaron compa o hermano, me dieron la mano. Me fui una madrugada. 

 

Tras realizar un breve circuito por el norte del país regresé al País Vasco rumiando lo que sería un viaje iniciático a El Salvador hacia finales de 1985.

 

 En El Salvador

 

Hice ese viaje junto con J.F. un amigo al que no veo desde hace muchos años y que no puedo identificar sin su permiso. Aterrizamos en Comalapa procedentes de Guatemala y montamos en un taxi que nos llevó a San Salvador. Cerca de cuarenta kilómetros por una carretera cuajada de grandes consignas pintadas sobre muros, dándonos la bienvenida a un ¡país democrático! ¿Cómo quieres morir fusilado o a degüello?, es el comentario sarcástico que hice a Javier. Claro que el entonces presidente de la República no era otro que José Napoleón Duarte, demócrata cristiano y probablemente creyente de que lo que él encarnaba era la defensa de los valores democráticos frente a los comunistas de las montañas.

 

La ciudad de San Salvador está ubicada en la zona central del país. Su elevación se encuentra entre 600 y 1.000 metros sobre el nivel del mar. El espacio geográfico en que se levanta recibe la denominación de valle de las hamacas, por aquello del movimiento sísmico que soporta los 365 días del año. Claro que esos movimientos cotidianos no lo notas por su levedad. Dicen de ella, seguramente con razón, que es una ciudad fea, pero pasados los años comprendí que esa urbe que visitaba por primera vez puede ser acogedora si construyes tu propia cartografía, y eliges unos buenos rincones para tomar una cerveza, leer un libro o conversar. Así por ejemplo en Santa Tecla puedes encontrar unas bonitas calles adoquinadas, terrazas de cafés, o pasear la ciudad en bicicleta. Pero todo eso lo fui descubriendo años después, sobre todo tras la firma de la paz en el castillo de Chapultepec el 16 de enero de 1992.

 

Llegamos a un país que olía a guerra. La democracia era un paripé y los que realmente mandaban eran los poderes fácticos, los militares, una pequeña oligarquía y Estado Unidos con el mando a distancia. Por eso Duarte no era más que un predicador de una democracia que cada día moría en los cuarteles. Su gobierno era una fachada que servía a republicanos y demócratas norteamericanos de coartada para seguir aprobando ayudas inmorales pero cuantiosas al régimen y especialmente a las Fuerzas Armadas.

 

Nos ubicamos en un apartamento prestado por una amiga vasca residente en El Salvador y salimos a deambular por las cercanías. Vimos que abundaban las pupuserías, las ventas de enseres, de flores a esa hora de la tarde, en un espacio compartido con predicadores religiosos, francamente sectarios, que anunciaban el fin del mundo y prometían la vida eterna.

 

Eran como la siete de la tarde, una hora en que el día va muriendo ya que la población se retira a la seguridad de sus casas. Entonces puede ser normal que al bullicio le sustituya algunos disparos hechos en quién sabe dónde. Pronto nos dimos cuenta que la noche es del ejército, de la policía y de la guerrilla. No pude evitar comparar el hecho de que en la hora que San Salvador se recogía, a pocos kilómetros, en Managua, la población de los barrios plantaba sus mecedoras a la puerta de sus casas para tomar la brisa y conversar. De modo que Javier y yo nos retiramos pronto a descansar.

 

En los meses finales de 1985 las organizaciones populares, sindicales, estudiantiles, se habían sacudido el miedo y regresaban a tomar las calles. El 1 de Mayo más de quince mil trabajadores desfilaron por las calles capitalinas desafiando a un enorme despliegue policial.

 

Llegamos puntualmente a la cita. Había ya mucha gente en el Parque Cuscatlán, campesinos de todo el país, muchos de los cuales votaron a la Democracia Cristiana porque creyeron en sus promesas y ahora reclamaban una auténtica reforma agraria. Antes de dar comienzo la marcha que debía terminar en el Palacio Nacional un par de dirigentes se dirigieron a la escasa prensa e inmediatamente a los reunidos, unas 3.000 personas, explicando el objetivo de la protesta. Una gran parte de las y los manifestantes se cubrían el rostro con pañuelos para no dejarse ver ante las cámaras de la televisión, los escuadroneros podían capturar rostros para sus crímenes. La comitiva se puso en marcha con cuatro columnas y dando pasos acompasados por la alameda Franklin Roosevelt. La manifestación transcurrió disciplinada siguiendo las consignas y órdenes lanzadas desde los megáfonos. Me impresionaron los rostros duros de las y los campesinos de pieles curtidas por el sol. Marcharon orgullosos de ser montañeses desafiando al Gobierno que les había prometido mucho y sólo les repartió miseria. Muchos descalzos pisando el asfalto caliente con el zapato nacional. Dos horas más tarde ya eran unas 5.000 las voces que al pasar junto al parque Bolívar. Es entonces cuando las consignas se mezclan con las ofertas de las vendedoras que recorren las filas con sus canastos, ¡Viva el movimiento cooperativo! ¡Hay pupusas de queso! ¡Eliminación de la deuda agraria! ¡Calentitas! ¡Diálogo y negociación! ¡La tortilla, la tortilla! Y de pronto manifestantes y vendedoras unen sus gritos ¡Queremos la paz! ¡Queremos la paz!

 

Dejamos la manifestación frente al Palacio Nacional, y nos disponemos a recorrer las calles céntricas de la capital, lo que no es nunca muy recomendable por la inseguridad que ofrecen por metro cuadrado. Lo cierto es que San Salvador es un espejo de la guerra. En sus avenidas y plazas donde se ubican bancos, hoteles, negocios de hostelería y centros comerciales, es habitual observar grandes planchas metálicas protegiendo los muros, así como obstáculos de alambre de espino en los accesos. También vemos una gran cantidad de guardias privados equipados con armas de guerra. La embajada norteamericana gana el campeonato de medios de seguridad con innumerables bolardos, sacos terreros y cámaras.

 

Circular en vehículo por la capital era ir saltando de agujero en agujero en un escenario de conductores temerarios que sustituyen las señales de tráfico por testosterona. Claro que por entonces por cien colones se podían comprar un carnet de conducir. Hoy día eso no es posible y el asfalto es el adecuado. Lo que sí recuerdo es la gran cantidad de “guardias tendidos” que te obligaban a parar el vehículo y meter la primera, sobre todo en zonas militares, policiales, colonias de alto nivel económico, instituciones y viviendas de gente importante.  Era habitual ver pasar camionadas de soldados con las caras pintadas al estilo Rambo, yendo o viniendo de los frentes de guerra. Se podía distinguir por sus caras y gestos si iban o venían. Veíamos asimismo helicópteros militares volando a poca altura si era de día y más alto por las noches. Creo que su misión era la de vigilar el capitalino volcán San Salvador y el Guazapa, en cuyos amplios espacios se movía la guerrilla.

 

En San Salvador la noche era peligrosa. También lo es ahora aun cuando los actores son otros: las maras. En aquel final de 1985 los soldados hacían guardias nerviosas delante de edificios públicos y podían disparar a las sombras. El ruido del viento ya les ponía en estado de alerta. Y es que la guerrilla podía sorprender de muchas maneras. Lo cierto es que gente amiga nos recomendó que a partir de las siete de la tarde mejor estuviéramos recogidos en el lugar de alojamiento. Recuerdo que era el día 15 de noviembre cuando desde una ventana de la casa pudimos ver una formación de unos cien soldados a paso ligero, voceando al compás de las zancadas “Vamos-a- matar-a-los-guerrilleros”. Eran como las tres de la madrugada. ¿Cuál era el objetivo de semejante actividad?: atemorizar a la población.

 

En la capital se podía oler la guerra por sus efectos colaterales, pero no era visible. Las cadenas de televisión pasaban imágenes seleccionadas por las Fuerzas Armadas y eso de vez en cuando. El ejército no deseaba que su actividad contrainsurgente pudiera ser observada por la gente y sometida a la crítica. Sin embargo, el ambiente a favor de la paz estaba calando. La tumba de monseñor Romero era lugar de cita del pacifismo que se expresaba colocando flores y breves textos. Los sindicatos, los gremios, los estudiantes, las iglesias, eran muchos los partidarios de una negociación que trajera la paz. Una mañana vimos a una viejita avanzar por la nave central de la catedral, empuñando una gran bandera blanca y entonando una canción por la paz.

 

Algunas noches, las menos, escuchamos tiroteos no lejanos, probablemente en las cercanías del cuartel militar San Carlos. Tras el breve tiroteo se oían sirenas y el vuelo de helicópteros. Unos minutos después, nada. Sin embargo, el 17 de noviembre fue algo especial: Acababan de dar las once de la noche cuando la guerrilla inició un ataque al cuartel. Los entendidos que estaban en nuestra casa identificaron una confrontación entre RPG-2 y los M-16 guerrilleros. Apagamos las luces y nos colocamos tumbados en el suelo por aquello de la bala perdida. Las casas vecinas también apagaron las luces y en el entorno se extendió la oscurana. Al parecer la guerrilla también portaba morteros y atacaba desde tres puntos: la 5ª Avenida Norte, lo que fue el cine Astir y la autopista del Norte, donde se encontraba nuestra casa.

 

Cuando paró el fuego y tras unos minutos de silencio vimos que de la guarnición salían soldados en todas direcciones, al tiempo que en un camión llegaban Guardias Nacionales: pero ya los guerrilleros se habían esfumado por el municipio cercano de Mejicanos. Dos helicópteros volaban sobre los tejados con sus potentes reflectores encendidos. Quince minutos después se retiraron. Pusimos la radio pensando en escuchar alguna noticia sobre el incidente. Nada. Canciones rancheras, anuncios y ecos de sociedad. Nos alegró saber que la quinceañera Sonia Mercedes Cerezo sería objetivo, al día siguiente, de finas atenciones de sus familiares. Javier dijo: “Es un consuelo”.

 

 

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Primer contacto con la guerrilla

 

Nos citaron en una Mac Donalds del Boulevard de los Héroes. Las paradas de bus ya no son las que eran, dejaron de dar seguridad para encontrarse con alguien. Enseguida llegó un muchacho con el libro convenido entre las manos. Subimos a una camioneta Toyota que manejaba el mismo chavalo. En un barrio periférico paramos en una gasolinera para limpiar los cristales. Allí nos esperaba una mujer joven vestida elegantemente. Subió a la camioneta tras intercambiar unas palabras con el conductor y media hora más tarde nos dejaron a pocos metros de una casa pintada de azul. Desde aquel lugar situado en una altura podía divisarse  buena parte de San Salvador. Otra muchacha muy joven nos condujo por callejuelas sin asfaltar, entre casas de madera y de concreto. Justo cuando llegamos a la puerta de la casa, la puerta se entreabrió dejando ver a una chica muy morena de pelo corto. “Pasen, pasen” dijo, y agregó: “Mi nombre es Laura”. Nos ofreció café y nos sentamos a hablar. Prohibido usar las cámaras ni grabar su voz. Se presentó como jefa de una escuadra de diez combatientes urbanos de las FPL. “En la ciudad un error se paga con la vida, en la montaña hay más oportunidades” sentenció Laura para justificar su clandestinidad. Nos invitó a comer, frijoles, arroz, y las siempre presentes pupusas. Cuando nos acomodamos para conversar, me di cuenta que ella tenía al alcance de su mano un revolver.

 

Preguntamos a Laura sobre las características de la lucha urbana y ella nos fue situando en su propia realidad: “Yo hubiera preferido seguir en la montaña. La ciudad es muy dura. Es verdad que tienes acceso a agua corriente, luz, lectura, comida…Pero el trabajo es difícil, todo tienes que hacerlo perfecto. Muchas acciones requieren una preparación minuciosa y lenta. Son muchas horas al día de encierro, no puedes dejar rastros. Y una vez que golpeas al enemigo debes encerrarte una buena cantidad de tiempo. Yo me hice guerrillera en la montaña, allí me siento más libre. Pero me asignaron este lugar de combate y…ni modo”. Es entonces que ella se dio cuenta que yo tenía la vista puesta en el revólver. Y sin pedirle explicaciones aclaró: “Las armas que manejamos aquí son variadas. Todo tipo de pistolas. Las armas más grandes son lanzagranadas y algún mortero para acciones de envergadura”. Hablamos durante horas sobre la guerra, las organizaciones del FMLN, y sobre el Gobierno, las FFAA y el apoyo de los norteamericanos. Ya al final de la cita nos confesó que nació en un pueblito cerca de San Miguel, al oriente del país. Se enroló en las FPL con doce años y a los quince llevaba mensajes, fabricaba octavillas en una vietnamita y pintaba paredes. Nos dijo también que no tiene compañero estable, que su dedicación a la lucha era a tiempo completo. “En este momento no siento la necesidad de enamorarme” sentenció Laura.

 

Ya en la puerta nos dio un apretón de manos. Afuera nos esperaba la misma Toyota con el mismo conductor.

 

Chalatenango

 

Dos días después, acompañados de un guía que era a la vez nuestro conductor, Javier y yo tomamos la carretera que llaman Troncal y atraviesa el departamento de Chalatenango de norte a sur. Conocíamos parte de la ruta porque en días anteriores habíamos hecho incursiones de reconocimiento para verificar los lugares de control militar. Debíamos llegar hasta el cruce donde se encuentra el cuartel El Paraíso y enfilar hacia la población de Dulce Nombre de María. Circulábamos a 70 Km/hora y en silencio. Ante la proximidad de los primeros controles pusimos en orden, una vez más, nuestra coartada. Miguel sería tan sólo un conductor de alquiler y, nosotros, periodistas debidamente acreditados nos dirigíamos a visitar cooperativas surgidas de la reforma agraria del Gobierno Duarte. Miguel fumaba y fumaba.

 

En Dulce Nombre de María ya habíamos estado en una de esas visitas exploratorias. Fue un viaje rápido un día domingo. Esa vez la suerte no acompañó una vez más. Estábamos sacando fotografías a una procesión de mujeres vestidas de blanco, cuando Miguel se acercó a una mujer joven que sin duda ya conocía. Pronto se acercaron los dos hasta nosotros y la mujer nos hizo la propuesta: “¿Quieren contactar con la guerrilla?”. Sorprendidos hicimos gestos de asentimiento. Así que sin tiempo para pensar al poco nos vimos trepando una pista de tierra en dirección a los cerros cercanos. Fue en el corto viaje que la mujer nos informó que llevaba medicinas para entregar a la guerrilla. Pasaron unos treinta minutos cuando anunció: “Ahí están”. Y era verdad. Doscientos metros adelante nos esperaban tres guerrilleros. Conocían bien a la mujer y ese era suficiente salvoconducto. Nos habían observado subiendo la empinada cuesta. Estaban bañados en sudor pues llevaban horas caminando. Armados con fusiles M-16 uno de ellos llevaba dos cintas de balas cruzadas en bandolera. Los tres vestían pantalones verde olivo, pero sus camisas de tono oscuro eran de diferente color. Los colores vivos y brillantes están prohibidos en la guerrilla.

 

Fumamos y hablamos de cómo estaba la guerra en la zona. Dijeron que hacía tan sólo tres días hubo combates en el lugar en que nos encontrábamos, pero ahora “todo está tranquilito” anunció el que parecía de más edad. El paisaje que teníamos a nuestros pues era magnífico: el Cerrón Grande, un poco más lejos Guazapa y bastante más el volcán de San Vicente. Montamos todos en el vehículo y seguimos en dirección a Ocotal. Nos explicaron que en Dulce Nombre de María no hay autoridad municipal. Lo mismo sucede en otros muchos municipios del departamento de Chalatenango, donde las alcaldías han dimitido o han sido dimitidas por la guerrilla. Son localidades en disputa por los que el ejército gubernamental simplemente pasa, pero la guerrilla casi a diario se pasea por sus placitas, compra alimentos o baterías, habla con los vecinos, se toma un refresco y en algunos casos acude al baile de domingo. Hay otros lugares donde el día es del Gobierno y la noche de la guerrilla. En otros sólo el FMLN pone la bota. He visto fotografías tomadas desde altura donde se ve al ejército saliendo de un pueblo y a la guerrilla entrando al mismo tiempo por otra parte.    

 

Subimos y subimos por una pista vuelta impracticable por la guerrilla para dificultar el acceso de las tropas gubernamentales. Al fin nos topamos con una posta. Los guerrilleros estaban sentados y se pusieron de pie cuando nos acercamos. Paramos el vehículo e inmediatamente salieron más combatientes de entre los árboles. En total eran ocho, todos muy jóvenes. Nos saludamos con apretones de mano y el típico saludo “cómo les va”. Sacamos los Deltas, un rubio suave de fabricación nacional y los repartimos; para los guerrilleros fumar es siempre un placer.

 

Javier hizo unas fotos al paisaje y fue entonces que el que vestía una camisa de baloncesto advirtió “no nos hagan fotos pues aquí hay gente que suele marchar de permiso”. La mujer entregó las medicinas, conversó unos minutos con el que parecía ser el jefe y pronto nos vimos bajando el cerro en Dirección a Dulce Nombre de María.

 

En el puente de Cerrón Grande, un gran pantano, había siempre retenes de soldados. Esta vez si nos paran.

 

              -Bajen del carro.

 

-Va pues.

 

-Sus documentos.

 

-Somos periodistas internacionales –sacamos nuestros carnet y un permiso del ministerio de gobernación.

 

-¿Este señor?

 

-Es nuestro motorista.

 

-¿A dónde van?

 

-A visitar algunas cooperativas del departamento. Tenemos permiso.

 

-Pueden seguir –ordena el sargento.

 

No llevamos nada que pudiera delatar una marcha por la montaña, mochilas, sacos de dormir, botas, linternas… En los controles la clave era la tranquilidad y la educación, no aparentar miedo. Tampoco chulería.

 

Sumpul Chacones

 

Dos kilómetros más adelante dejamos la carretera Troncal del Norte y torcemos a la derecha en dirección a la pequeña capital del departamento. Pasamos junto al temible cuartel El Paraíso, desde donde el controvertido coronel Sigfrido Ochoa dirige las operaciones del ejército en esa región. Estaba en todas las quinielas de un posible golpe de estado. Nos hubiéramos reído de saber que unos días más tarde acabaríamos almorzando con él en su propio bunker.

 

Poco después nos adentramos por una pista de tierra hasta llegar a un cruce donde nos espera un baqueano que nos lleva cuesta arriba caminando. Vemos árboles arrancados de cuajo por explosiones, tierra quemada, ganado despedazado, esquirlas clavadas en el suelo. Cruzamos el río Sumpulito y nos dirigimos hacia el valle de Sumpul Chacones, muy cerca de la frontera con Honduras. El guía nos conduce hasta una casita humilde de adobe y techo de tejas. En la misma vive un matrimonio con dos hijos pequeños. Nos reciben con timidez. Nos ofrecen caldo de fríjol, gallopinto y café con pan dulce.

 

La noche era clara y la luz de la luna alumbraba los cresteríos. A los campesinos les gusta platicar y Marina y Raimundo aprovechan la novedad de nuestra presencia para preguntar sobre la vida en la ciudad y el uso de electrodomésticos. Habían oído hablar de grandes adelantos pero no los echan en falta. Las máquinas no pueden hacer las tortillas de maíz como las hace Marina. Ni cuidar la milpa como lo hace Raimundo. Mientras conversamos Marina muele el maíz para las tortillas del día siguiente. El maíz es el matahambres. El ejército lo sabía y era habitual que quemara milpas de familias campesinas sospechosas de colaborar con la guerrilla. El maíz, símbolo de la vida, aunque esta sea de pobre.

 

Es la hora de irse a la hamaca. Buenas noches, noche.

 

El sol ya se levantaba por encima de la raya del horizonte cuando abandonamos la casita de los colaboradores en dirección a un lugar llamado el Trigalito donde el baqueano confirmó que se hallaba un campamento de la guerrilla, más concretamente de las FPL. Rápidamente ganamos altura trepando por un estrecho sendero mojado por el rocío. Encontramos una ancha pista por la que seguimos subiendo durante dos horas, protegiéndonos en ocasiones de la vista de los aviones “avispa”. Por el camino vemos vainas de tiros dejadas por decenas de combate. Bien sudados arribamos al punto de encuentro donde cinco guerrilleros hacían vigilancia a la sombra de un gran mango. Además de los fusiles tenían dos tubos de mortero y una ametralladora M-30 para cubrir la calle.

 

Tras los saludos de rigor nos designaron un nuevo guía. Despedimos a nuestro buen baqueano. Seguimos al joven guía que dijo llamarse Matías. A poco de reiniciar la travesía se nos une un combatiente portando un pesado saco. Intrigado por la carga le pregunté qué llevaba. “Son minas” respondió lacónico. No dije nada, sólo me limité a distanciarme del muchacho. Media hora más tarde llegamos a un pequeño claro en un cruce de caminos. Enseguida nos dimos cuenta de que estábamos a la entrada del mando militar del frente Apolinario Serrano. Recibimos permiso para pasar hasta donde se encontraba la capitana Susana, la misma que hizo entrega a la Cruz Roja Internacional e los alcaldes capturados en Chalatenango.

 

Susana era alta, delgada, muy morena. Nos dio la bienvenida con un fuerte apretón de manos. Vestía verde olivo y de su hombre derecho colgaba un subfusil. Yo entonces no sabía quién era realmente ella. Pasado el tiempo supe que era hermana de Felipe Peña Mendoza y de Lorena. Felipe fue asesinado en combate el 16 de agosto de 1975 en San Salvador, en la colonia Santa Cristina en el barrio Santa Anita. Su local fue asaltado por la policía después que se desatara un incendio por una mezcla explosiva que allí se guardaba. Lorena es una gran amiga mía, cuya vida y la de su familia no puede entenderse sin el ejemplo de Felipe. Toda la familia creada por el matrimonio José Belisario y Angelita resume muy bien la historia de El Salvador en la segunda mitad del siglo XX. Una familia revolucionaria que dio a la lucha por la libertad dos hijas y un hijo.

 

A un lado observamos varias champas camufladas entre el follaje y un grupo de árboles, y por todos lados zanjones recién excavados. Una tienda de campaña de cuyo techo sobresalen unas antenas, delatan el emplazamiento del radioemisor. Susana nos asigna el lugar que ocuparemos y nuestro joven guía Matías nos anuncia treinta minutos de descenso.

 

El campamento al que vamos está en una quebrada por la que discurre un hilo de agua. Era precario, primario, tan pobre y por ello tan heroico. Si no fuera por el fuego, los pucheros, los sacos de arroz y de frijoles, los cántaros de agua y la maquinita de moler el maíz, nadie diría que eso era un campamento. Al llegar la noche se extienden los plásticos sobre la hierba, se colocan las mochilas como almohadas y admiras el cielo estrellado siempre con el fusil pegado. Hemos llegado a nuestro destino.

 

En este campamento había guerrilleras y guerrilleros que yo conocía y a los que ansiaba ver y abrazar. No puedo desvelar datos muy concretos pero eran del estado español. Personas a las que conocía por sus nombres y sus trayectorias, algunos del MC y EMK. En cierto modo yo mismo era el contacto formal del MC/EMK con la guerrilla. Acabo de descubrir un secreto, pero ya ha pasado mucho tiempo. Fue ese rol y mis actividades de apoyo lo que me permitiría ser invitado por el FMLN a la firma de la paz en el castillo de Chapultepec. Pero de esto hablaré a su debido tiempo. En todo caso he de decir que en el campamento del Trigalito había hombres y mujeres combatientes de otras nacionalidades.

 

Huelga decir que el recibimiento fue más que cordial, emocionante. Hablamos y hablamos hasta repasar mil historias con sus detalles. Cenamos mientras escuchamos Radio Venceremos. Así nos enteramos de los bombardeos perros sobre Usulután. Los puestos de vigilancia fueron reforzados para la noche, de manera que las postas cubrían todas las alturas y entradas al campamento. La caída de la noche no cortó nuestras conversaciones, acompañados de café, hasta que el sueño pudo más. Javier y yo nos acomodamos como pudimos y dormimos lo que pudimos. Eso sí, recuerdo que la consigna de esa noche era “Cerro-maizal” por si necesitabas hacer tus necesidades.

 

La mañana siguiente fue una más en la vida del campamento. Muy temprano, algunos combatientes hacen ejercicios físicos, otros practican la lucha cuerpo a cuerpo. Los hay dormilones. Y quienes hacen corro alrededor del puchero de café. Pero a las seis de la mañana ya está todo el campamento en pie, en estado de revista. Se izan las banderas nacional y del FMLN y se canta el himno de la guerrilla. Tras el desayuno un grupo bien equipado sale de patrullaje, no volverá hasta la tarde. Hay quienes asisten a un curso de sanidad.  Algunos tienen tareas de logística. Javier graba siempre bajo las observaciones de una jefa guerrillera, no se pueden tomar imágenes que en manos del enemigo supongan un revés para la guerrilla y en particular para el campamento en el que estamos.

 

Nos reunimos con un grupito que seguía disfrutando del café. Uno de ellos contaba una anécdota realmente graciosa y muy propia de esta guerra made in guanaca. Dijo que en la población cercana de San Fernando, en una batalla de posiciones, un señor andaba con su carrito ¡el helado! ¡el helado! gritaba, y los compas mirándolo como una aparición. Y en La Laguna, dice el mismo relator, los viejitos llevaban cigarrillos, pan y café a los compas del FMLN. “Cómo va la cosa muchachos”. Estaban volando verga y los viejitos les llevaban de comer, beber y fumar.

 

Treinta años después recuerdo todo lo que narro y me pregunto si realmente Javier y yo estábamos cuerdos. Creo que nos perdió nuestra idealización de la guerrilla. Veíamos como una gran hazaña que hubiera menores de edad en sus filas cuando hoy realmente lo veo como algo inaceptable. Pero no cabe duda que éramos hijos de nuestro tiempo. Un tiempo en el que el Che marcó un sendero a seguir, lo que influyó en mi idea de que el cielo estaba en Chalatenango. Pero realmente no era así. En aquellas montañas, junto con la épica, estaba el sufrimiento y la muerte, como en todo el país. Los días que allí estuvimos fueron tranquilos, cuando en realidad podían haber caído bombas. Tuvimos suerte. Y mucha.

 

Visitamos un hospital guerrillero. Estaba ubicado junto al río Sumpúl, ya en la frontera con Honduras. Estaba alejado del campamento por razones de seguridad. Nos explicaron que su movilidad era constante y muy frecuente que los heridos fueran trasladados de un lugar a otro, burlando al enemigo. Marchamos con dos médicos, hombre y mujer, varias sanitarias y una escuadra como refuerzo de seguridad. Abrían la marcha dos exploradores adelantados unos trescientos metros del resto del grupo. Tras seis horas de caminata, subiendo cerros y bajando barrancos, atravesamos una zona de zacates altos y frondosos y arribamos a dos casitas escondidas entre naranjos, limoneros y plátanos. Antes, por el camino vimos casitas pobres con banderas blancas, saludamos a sus habitantes y bebimos agua.

 

En las dos casitas había quince heridos de bala en período de rehabilitación. Afortunadamente ninguno corría peligro para su vida. El grupo sanitario estaba formado mayoritariamente por mujeres, muy jóvenes, capaces de curar heridas con destreza y de dar asistencia eficaz en operaciones quirúrgicas. La jefa del hospital era Sonia de unos veinte años. Por encima, Laura era responsable del sistema sanitario de la zona y estaba vinculada al EMK en aquel tiempo. La anestesista del equipo se llamaba Marina, quien sólo tenía estudios primarios. A pesar de la pobreza de medios, la creatividad y la capacitación práctica daban sus buenos frutos. Había que ver el llamado quirófano para darse cuenta de la precariedad. No faltaban medicinas pero si material quirúrgico debidamente estilizadas. Oni, médico vinculado al MC, me muestra su navaja de doce usos, “la pongo a hervir y me saca de apuros”. A veces las curas e intervenciones delicadas se dan cerca de los combates, y en ocasiones hay que suspenderlas unos minutos hasta que pasen los aviones vigilantes.

 

El hospital es también una escuela de medicina. Se estudian los casos, se opina, se escucha. Al final los médicos deciden lo que hay que hacer. Los hospitales son blanco del enemigo, en contra del acuerdo humanitario al que se llegó en el diálogo realizado en La Palma en octubre de 1984.

 

Encuentro con Douglas Santamaría

 

Una mañana temprano, creo que era el 29 de noviembre según mis notas de la época, nos encontrábamos desayunando los inevitables frijolitos con tortillas de maíz y café cuando fuimos avisados de la posibilidad de entrevistar en las próximas horas a miembros de la Comandancia General del FMLN que se hallaban en la zona celebrando una importante reunión. La noticia nos alegró y a la vez nos puso nerviosos. El informante vino expresamente enviado por la comandancia y nos advirtió que estuviéramos listos durante la mañana. Nos dijo que nos solicitarían algunos datos personales para proceder a una perfecta identificación. Fue entonces que Javier y yo le encontramos sentido a un pequeño incidente del día anterior. Caminábamos con un pelotón cuando de pronto se nos dio la orden de parar la marcha y dar la espalda al sendero. Así lo hicimos y sentimos pasar a centímetros a un buen número de personas que formaban una comitiva. Al rato proseguimos la marcha con normalidad y a nadie se le ocurrió hacer comentario alguno, aunque supe que algunos pensaron que se trataba de un traslado del coronel Avalos que estaba retenido por la guerrilla. Pero no, años después supe que era el comandante de las FPL y de la dirección del FMLN Leonel González el que era escoltado. Me lo dijo él mismo muchos años después. Hoy día somos grandes amigos y he colaborado con él en bastantes actividades. Conozco a toda su familia y gozo del privilegio del afecto que me demuestra, lo que es recíproco.

 

Transcurrió la mañana lentamente. Pasamos el tiempo preparando la entrevista. Pensamos cómo poner a salvo las grabaciones en caso de que fuéramos víctimas de un cateo en algún retén de la IV Brigada con sede en El Paraíso, la temible guarida del coronel Sigfrido Ochoa.

 

Se nos presentó un tipo, de acento uruguayo, que dijo llamarse Juan quien nos hizo unas preguntas. Quería saber algunos detalles nuestros. Respondimos a sus preguntas y lo cierto es que a partir de esa entrevista hicimos una buena amistad. Pero lo cierto es que hasta el día siguiente no tuvimos noticia de la posible entrevista.

 

Fue en el momento en que enrollábamos los plásticos de dormir cuando un enlace del mando militar nos avisó de que en breve podríamos entrevistar a dos comandantes para lo cual debíamos estar preparados. Al instante llegó Juan quien nos desveló que nos iban a recibir Douglas Santamaría y Felipe Dubón. Douglas era el jefe militar del frente Apolinario Serrano y Felipe uno de los canjeados por la liberación de Inés Duarte, hija del presidente de Gobierno. También nos anunció Juan que según las transmisiones del ejército habían capturado a dos periodistas y trasladados a El Paraíso. “De ustedes dos no tienen ni la menor idea” afirmó. Eso nos dejó tranquilos. En realidad días más tarde nos enteramos que los periodistas no eran tales sino dos médicos franceses que habían llegado hasta La Palma a celebrar un cumpleaños sin el correspondiente permiso militar.

 

Rápidamente cargamos con los bártulos y seguimos al guía hasta el punto de reunión. Tras ascender media hora por un cerrito, en un cruce de senderos en el que se encontraban apostados varios guerrilleros en actitud relajada, fuimos invitados a esperar. “Siéntense” nos recomendó uno que parecía ser estudiante por los libros que tenía junto a sí. Al poco rato se acercó un guerrillero cubierto con un pasamontañas. El clandestino era miembro de los cuerpos especiales y pasaba por el lugar escoltado por dos compañeros. Una vez fuera de la zona se quitaría la capucha según nos explicaron. La anécdota nos recordó lo de la compartimentación de tareas y la clandestinidad dentro del propio ejército guerrillero. En unos minutos los dos comandantes se hicieron visibles. Douglas Santamaría de estatura media, sumamente delgado, nariz aguileña, abundante melena “chocolita” que dicen los salvadoreños. Vestido íntegramente de verde olivo con el emblema de las FPL en un antebrazo, portaba un fusil ametrallador ligero. Junto a él venía Felipe Dubón, de civil. Lucía un anorak azul oscuro y llevaba el mismo tipo de fusil. Alto, de frente despejada y mirada de hombre bueno, acababa de llegar al Trigalito luego de haber sido canjeado junto con veintiún compañeros por la hija del Presidente y su amiga Ana Villeda.

 

Lo que es la vida. Douglas es hoy un gran amigo.  No lo volví a ver después de aquella entrevista hasta firmada la paz. En la paz fue jefe de la PNC de San Salvador y luego jefe de la Inteligencia nacional. Sus compromisos políticos están ligados habitualmente a asuntos de la seguridad del país. Pues bien, con Douglas, un hombre sociable, divertido, me he encontrado numerosas veces y alguna vez hemos comentado cómo le picaban las pulgas durante aquella entrevista en el monte. Le facilité una bella fotografía en la que se le ve rascándose una pierna. Su nombre en la vida legal es Eduardo Linares. Felipe es médico y además de profesor en la Universidad Nacional ha ocupado el cargo de viceministro de Políticas de Salud. Hace unos años publicó un pequeño libro, “Relatos de la guerra” en el que narra su experiencia en la guerra. Con él mantengo también una buena amistad. Su nombre hoy es Eduardo Espinoza. Pues bien, estos son los dos hombres a los que estrechamos las manos en aquellos finales de 1985.

 

La entrevista duró unas tres horas. De tanto en tanto algún correo entregaba un mensaje a Douglas. Uno de ellos le entregó una nota con una mano mientras que con la otra le birlaba un cigarrillo de su cajetilla al comandante. Cosas de la guerra. Douglas nos dijo que quedó muy afectado por la muerte de un compañero vasco: “Era un ser excepcional, a pesar d haber perdido una pierna nunca quiso salir de Chalatenango. Era un salvadoreño más. Murió combatiendo, acorralado por el enemigo”. Se estaba refiriendo a Paquito Arriarán.

 

Pocas horas antes de salir del Trigalito para regresar a San Salvador, una de las combatientes de nacionalidad española a la que llamaré Marta me pidió:

 

-Necesito salir del frente por unos meses, llevo ya más de dos años en el monte, tengo un niño tutelado por una familia campesina no muy lejos de aquí, y tengo permiso de la comandancia. El problema es que perdí el pasaporte y no tengo cómo.

 

-Te puedo procurar un pasaporte y hacértelo llegar.

 

-Está bien, pero pasará bastante tiempo.

 

-Se me ocurre que puedo ir a la embajada y contarle al embajador Álvarez de Miranda una historia rosa, de chica enamorada que ha quedado atrapada en zona de guerra.

 

-¡Eso puede funcionar! ¿Cuál sería la historia?

 

-Muy sencilla. Tú eres médica y como tal por razones humanitarias viajaste desde Madrid a los campamentos de refugiados en Honduras. Allí estuviste y surgió el amor con un salvadoreño. Pasados unos meses el hombre te convenció para pasar la frontera y venirte a Chalatenango. Te dejó con una familia campesina que ahora cuida de tu hijo y él se fue a la guerra. Ahora tu situación es desesperada, quieres salir de esta ratonera y no puedes, no tienes pasaporte.

 

-Puede funcionar. ¿Cuándo irías a la embajada?

 

-En cuanto pisemos San Salvador.

 

Lo hicimos Javier y yo. Pedimos audiencia que nos fue concedida con celeridad y una mañana nos encontramos en el despacho del embajador Fernando Álvarez Miranda, amigo personal de José Napoleón Duarte. Cuando nos hizo pasar estaba fumando un gran puro. Nos recibió afable y dispuestos a escucharnos. Le conté la historia que habíamos convenido con Marta. Reaccionó mejor de lo esperado.

 

              -¡Hay que sacar de ahí a esa compatriota! –fue lo primero que dijo. Luego nos pidió algunos datos, como por ejemplo los años, los de su hijo Guillermo, en qué lugar de Chalatenango se encontraban y cuál podría ser un punto de cita. Iría él personalmente a recogerla con vehículo oficial. Estábamos alucinados y a la vez felices.

 

Finalmente decidimos que podría recogerla en Dulce Nombre de María. Concretamos día y hora. Lo hicimos dejando uno días de plazo para que nos diera tiempo a transmitir a Marta los detalles del encuentro. Lo hicimos y pudimos saber que la cita le llegó. La respuesta que nos hizo llegar fue “allí estaremos”.

 

El día convenido El vehículo blindado del embajador luciendo la bandera española entró en la placita de Dulce Nombre de María. Paró y don Fernando salió del coche. Pasados dos o tres minutos Marta y su hijo se hicieron ver. Por detrás, algo alejados, tres guerrilleros observaban que todo transcurría con normalidad. El embajador acogió a Marta y a Guillermo y enseguida les hizo entrar el coche de ventanillas tintadas que no permitían ver su interior desde fuera. Rápidamente tomaron rumbo a la capital. Eso sí en el puente Colima fueron detenidos por un retén de soldados. Marta estaba preocupada pues sabía que junto con los soldados había un desertor que podía reconocerla. Marta se lo hizo saber al embajador que utilizó la táctica de tomar la iniciativa. Salió del vehículo y señaló la bandera oficial. El que mandaba se encogió de hombros y pidió tímidamente documentos. Don Fernando sacó el suyo de embajador y amenazó con llamar al Presidente Duarte. El que mandaba no se atrevió a más, dio pasos a un lado e hizo un gesto para que continuaran. Superado el retén llegaron a la residencia del embajador sin incidentes. Don Fernando alojó a Marta y Guillermo en una casita adosada a su chalet. Allí pasaron madre e hijo un fin de semana mientras en el chalet se celebraba una fiesta dada por el embajador con asistencia del propio Presidente. Al tercer día, un lunes, trasladaron a Marta y Guillermo a Guatemala vía carretera y con la compañía del secretario de la embajada. Los dos tenían nuevos y flamantes pasaportes españoles. Ese mismo día aterrizaron en Managua.

 

Hoy es el día que cuando me veo con Marta recordamos aquel episodio, nos reímos y lo celebramos. Marta volvió al frente meses después y hasta el final de la guerra. Dejó a Guillermo bien cuidado. Ella ocupa cargos de responsabilidad en el nuevo país, tras la firma de la paz y Guillermo ya es licenciado e investigador social.

 

De Fernando Álvarez Miranda sólo puedo decir maravillas. No sé si tragó todo el cuento pero si no fue así hizo como que lo fuera.

 

Por las rutas de la guerra

 

El retén militar de Santa Cruz de Michapa no parecía convencido de que nuestras intenciones de llegar a Tenancingo la de hacer algunas fotos del pueblo fantasma. Y como ninguno de los soldados era diestro en la lectura, no se fiaban de los papeles y carnés que les mostrábamos. Abrieron el capó y empezaron a inspeccionar el motor. Recuerdo que entonces se me ocurrió la idea de que llamaran al coronel Carlos Armando Avilés, jefe del comando de prensa de las FFAA, para comprobar que teníamos permiso. A ningún cabo se le ocurre llamar a un coronel. Así que el hombre cambió de cara y dijo “Ah! Es que vienen del COPREFA” y yo le conteste con un ¡ajá! Y él ordenó levantar la barrera.

 

Enseguida entramos en una pista de tierra muy irregular como consecuencia de las recientes lluvias y bastante comida por el monte. En los cinco primeros kilómetros vamos dejando caseríos, algunos de cuyos pobladores nos saludaron con el brazo en alto. Habíamos recorrido como ocho kilómetros desde Santa Cruz de Michapa y unos treinta desde San Salvador cuando nos salieron al camino cinco guerrilleros con sus armas en posiciones de alerta. Paramos e inmediatamente salimos a saludarlos. Como han pasado muchos años no puedo reproducir literalmente nuestra breve conversación, pero fue más o menos así:

 

              -Buenos días –dijeron.

 

              -¿Cómo les va?

 

              -¿A dónde se dirigen? Preguntaron.

 

              -A Tenancingo.

 

-¿Son periodistas?

 

-Sí, queríamos verlos a ustedes.

 

-¡Vergón!, podemos ir con ustedes a Tenancingo.

 

-¡Va pues! –y subieron a la tina del vehículo.

 

Recuerdo que nos preguntaron por el retén, cuántos eran los soldados, qué armas llevaban…

 

A tres kilómetros de nuestro destino indicaron que justo en ese lugar hacía dos días habían sobrevivido a una emboscada. Ciertamente había vainas regadas por el suelo. El combate duró como treinta minutos hasta que los soldados se retiraron. Los guerrilleros sufrieron un herido. Eran las seis de la mañana. No hay horas para la guerra.

 

A la entrada de Tenancingo nos cruzamos con patrullas de la Resistencia Nacional, una de las cinco organizaciones del FMLN. Nos dicen que estamos en el lugar en que se hizo el canje de prisioneros por Inés Duarte. Tenancingo es un símbolo de la guerra pues ha vivido muchos combates y enterrado muchos muertos. Javier hace las fotos que le son permitidas y emprendemos el regreso. Recogemos a un campesino que hace raid. Nos pide que le llevemos hasta la Panamericana. Es originario de Tenancingo pero vive en Suchitoto. Se pone contento cuando le decimos que nuestro próximo destino es Suchitoto. Pronto llegamos al retén y el cabo que nos ha reconocido ordena levantar la barrera. Sólo nos hizo una pregunta: “¿Vieron subversivos?” Sólo a campesinos, respondí.

 

Nos tomamos un día de asueto en San Salvador para descansar de las emociones, sobre todo. Al siguiente día nos propusimos viajar a La Palma, llamada ciudad de la paz y que vive de las artesanías. Está situada al norte del país cerca de la frontera con Honduras. Una vez más por la Troncal del Norte los retenes eran frecuentes y nos pararon. Revisaron el carro y nos permitieron seguir hacia el norte.  Pero a las puertas de la pequeña ciudad artesana otro control militar nos retuvo durante veinte minutos sin apenas preguntarnos nada. Luego nos dejaron marchar. Poco después circulamos por una calle larga y limpia que nos conduce hasta una plaza principal en la que un mango gigante, el quiosco de la música y la iglesia, constituyen los elementos atractivos de su urbanismo. El pueblo estaba tomado por fuerzas de elite del ejército que visten traje de camuflaje.

 

En La Palma tuvo lugar el 15 de octubre de 1984 el primer diálogo entre el FMLN y el Gobierno. De ahí lo de ciudad de la paz. Hasta entonces La Palma era un municipio sin guarnición militar fija y era habitual ver a guerrilleros paseándose por sus calles. Pero el evento del diálogo dio La Palma un carácter simbólico de atención internacional, lo que impulsó al Estado Mayor de las FFAA a instalar un puesto permanente de tropa para mostrar de este modo su control. Era un poder algo ficticio en la medida en que la ciudad estaba rodeada por la guerrilla que dominaba las alturas de los cerros cercanos. Así por ejemplo, San Ignacio, pequeño pueblo situado a solo tres kilómetros, venía siendo tomado por la guerrilla un día sí y otro también. La guerrilla tenía un fuerte contingente en El Pital y en el Valle de Jesús.

 

Deambulamos por las calles y hablamos con vecinos que recordaban con nostalgia el 15 de octubre en el que La Palma fue foco de atención internacional. La ciudad estaba para el evento cubierta de banderines con los colores nacionales y pancartas en las que se daba apoyo bien al FMLN, bien al gobierno de Duarte. Hay fotos de ese día en las que se ve a guerrilleros desarmados por las calles, asediados por periodistas que buscaban la mejor foto. Había asimismo militantes de la Democracia Cristiana (partido de Duarte). Unos y otros aplaudían las canciones del grupo Tepeuani, inventores de canciones revolucionarias.

 

En realidad la fiesta comenzó ya en la tarde del día 14 cuando una multitud vitoreaba al doctor Guillermo Ungo y al doctor Rubén Zamora, ambos del cuerpo diplomático del FMLN. Iban escoltados de miembros de la Cruz Roja y del Cuerpo Diplomático con sede en San Salvador. Dijeron algunas palabras y luego subieron al monte donde les esperaban contingentes del FMLN que les rindieron honores. Amanecido el día esperado, el 15 de octubre, fueron llegando buses con gentes de todo el país. Y todas esas voces se fundieron en uno solo al grito de ¡queremos la paz!

 

Fueron cinco horas de esperanza. Luego vino la frustración. El Presidente Duarte pedía la rendición de la guerrilla a cambio de una reforma agraria completa. Fue una propuesta irresponsable que mostró al mundo que Duarte, al acudir a La Palma, sólo quería ganar en imagen de hombre de diálogo. El FMLN hizo una propuesta de transformación democrática del país y propuso una agenda. Lo cierto es que no hubo acuerdo y con ello la tristeza de un país que merecía mucho más.

 

Salimos de La Palma bajo un sol brillante de mediodía en dirección a la capital de Chalatenango.

 

En la cueva de Ochoa

 

Éramos unos novatos intrépidos. Lo nuestro no era mérito sino ignorancia. Lo que pasa es que nos salió bien. Así es como fuimos a las puertas del cuartel El Paraíso. Aparcamos el vehículo a pocos metros del portón e inmediatamente un soldado de guardia inquirió: “¿Qué desean?”

 

              -Venimos a entrevistar al coronel Ochoa, somos periodistas.

 

              -Él no está.

 

-¿Podemos esperarlo?

 

El sargento hizo una llamada de teléfono y al rato nos dio la buena noticia: “Pueden pasar, pero antes tenemos que registrarlos a ustedes y a las máquinas que traen” “De dónde dicen que vienen”

 

El cuartel de El Paraíso era como la casa del coronel Ochoa, donde realmente vivía, a pie de guerra, planificando operaciones, invasiones y bombardeos. Si permisos previos gestionados en la capital nos hemos colado en su bunker. Subimos escoltados por una larga calle que va desde el cuerpo de guardia hasta los primeros barracones de cemento del reconstruido recinto, en el que todavía quedan secuelas de aquel asalto con el que tropas del FMLN despidieron el año 1983. Causaron 300 bajas e hicieron 200 prisioneros, recuperando armas. Se adueñaron del cuartel durante horas. Luego vino la aviación gubernamental que destruyó parte del cuartel en la creencia de que todavía los guerrilleros se ocultaban entre sus muros. Pero ya se habían ido.

 

Un asalto que aún recuerda Ochoa, entre bocado y bocado, durante el almuerzo que nos ofrece en el comedor de jefes y oficiales. “Ahora esta tropa tiene espíritu. Desde que yo llegué todo ha cambiado a mejor, somos más fuertes. No volverá a ocurrir lo que pasó aquel 30 de diciembre”. Lo dice tranquilo pero probablemente con la vergüenza de hacer referencia a una de las mejores victorias del FMLN.

 

Sigfrido Ochoa tiene mirada de hombre duro. Quiero decir que tenía, actualmente vive y no sé cuál será el tono de su mirada. Instruido en escuelas norteamericanas es uno de los jefes más prestigiosos de las FFAA. En aquella cita vestía de civil aunque su oficio fuera la guerra. Me atreví a preguntarle:

 

              -Coronel, mucho se habla en el país de un golpe de estado ¿es usted partidario?

 

              -Sólo les voy a decir una cosa: el Ejército es un elemento equilibrador. Ustedes saben que los partidos políticos una vez que llegan al poder se corrompen, sólo miran para sus intereses. La única institución sana son las FFAA, por eso están llamadas a consolidar una democracia fuerte, no a la europea, sino fuerte. Eso tiene que ver con que nosotros somos una raza explosiva, una mezcla de indios y españoles, y no somos gente que se deje gobernar.

 

              -¿Quiere decir que un golpe de estado puede ser necesario?

 

              -La pregunta es malintencionada. Yo no quiero dar un golpe de estado. Pero ¿qué pasa?, que tal como está el país vamos o hacia el comunismo o hacia un gobierno de salvación conducido por las FFAA. Es lo que digo yo, hace falta un frente de las fuerzas patrióticas para luchar contra el terrorismo. Son los partidos los que tienen que decir que es lo que quieren. Nosotros estamos para ayudar.

 

El lector o lectora puede estar segura de la exactitud de estas declaraciones, pues durante años he guardado la entrevista.

 

              -¿Usted es partidario del diálogo?

 

              -Definitivamente el diálogo no es válido. No podemos admitir una negociación con los terroristas. Las FFAA nunca lo vamos a permitir. Fíjense que yo aceptaría un Partido Comunista que respete la Ley, pero eso sería después; primero han de rendirse los subversivos.

 

              -Ustedes dicen que están ganando la guerra, pero los del FMLN siguen en las montañas.

 

              -Miren, ellos tienen más ayuda de Rusia que nosotros de Estados Unidos. Eso por una parte. Y por otra, hay países que los ven como unos Robin Hood y les ayudan. Pero les estamos ganando militarmente y les vamos quitando población civil.

 

              -Coronel, hace unos días los campesinos se manifestaron en Dulce Nombre de María en contra de los bombardeos que dicen que usted ordenó.

 

              -¿Quién les ha dicho que eran campesinos? Eran masas de la guerrilla.

 

              -La Iglesia Católica y otros organismos son críticos hacia usted…

 

              -Me parece que se está abusando con los derechos humanos. Sólo denuncian a las FFAA. La Iglesia ha perdido su carácter pastoral. El púlpito se ha convertido en tribuna de mítines. Muchos curas son españoles, deberían regresar a su país a hacer política. No los queremos aquí. Les voy a decir una cosa: las comunidades cristianas de base son células comunistas, son manejadas por el FMLN.

 

              -Pero los bombardeos contra población civil.

 

-¡No hombre no! Como voy a tirarle bombas a la población civil, si me la estoy ganando.

 

Después de dos horas de charla nos conduce a su despacho, donde nos firma unos autógrafos en unas pañoletas de la IV Brigada y nos muestra propaganda contrainsurgente. Luego tomó un puntero y señaló en un gran mapa una amplia zona coloreada de azul al tiempo que aseveró: “Vean todo lo que tenemos controlado militarmente” Lo que vimos Javier y yo es que el Trigalito estaba en la zona azul, pero quien ocupaba ese lugar era precisamente la guerrilla. En realidad era zona roja.

 

Nos despedimos y volvimos a San Salvador.

 

Ultima incursión en Chalatenango

 

Una vez más regresamos al departamento de Chalatenango. Esa región nos atraía más que otras del país, porque en ella combatían amigos y amigas como ya he dicho. Y una mañana nos fuimos en dirección a La Laguna por una infernal pista. No buscábamos nada especial, únicamente saborear de nuevo las montañas y fabricar adrenalina. Atravesamos Concepción y Comalapa, entrando en una zona arriesgada por los bombardeos que sufría. Afortunadamente el viaje fue tranquilo e incluso ese día tocaba a la guerrilla controlar la pista. Así, después de un viaje malo para los riñones llegamos a La Laguna, un pueblo situado en lo alto de un cerro, con calles empedradas y empinadas que convergen en una plaza de bonitos bancos, donde se encuentra la casa comunal sin alcalde, y la iglesia.

 

Nos informamos del lugar previo al viaje y sabíamos que en ese pueblecito, exactamente el 3 de junio de 1985, tropas del FMLN y del Ejército cantaron juntas el himno nacional con motivo de la entrega de prisioneros a la Cruz Roja. El Comandante Ricardo dijo entonces: “El FMLN no está en contra de los soldados”. Dicen que cuando los soldados se dirigían a los vehículos, algunos se volvieron y agitaron sus brazos en señal de saludo a las unidades guerrilleras que ya se retiraban hacia los cerros cercanos.

 

El día de nuestra visita estaba la guerrilla en el pueblo. Pasamos como dos horas departiendo con los muchachos. De La Laguna fuimos a El Carrizal. Visitamos el pueblo a primera hora de la tarde, hablamos con los vecinos y mucho antes que la luz del día amenazara su declive emprendimos el regreso a la capital. Con la noche anunciando su llegada nos colocamos en una buena carretera y sin incidentes arribamos a San Salvador. Definitivamente el coronel Ochoa no controlaba el departamento.

 

En San Vicente

 

Después de las aventuras de Chalatenango visitar San Vicente fue como un viaje de turismo. La capital del departamento del mismo nombre tiene como 50.000 habitantes. Fue fundada en 1635 y llegó a ser capital del país entre 1834 y 1840. Es también zona de guerra. En su volcán la guerrilla asienta varios campamentos.

 

Era un mediodía tranquilo de domingo. Ese día la banda militar tocaba en la plaza principal. La misma plaza en la que le cortaron la cabeza de un tajo al indio Anastasio Aquino, padre de la patria. Fue traído hasta la ciudad después de ser capturado en las cercanas montañas de Tacuazín, con la colaboración del cura Navarro que lo espió y traicionó.

 

Todo empezó a finales de enero de 1833 cuando el cacique de los nonualcos, Aquino, convocó a las gentes de su raza para oponerse al oprobio de los gobernantes criollos y declaró su desobediencia. Miles de indios dieron un paso al frente y se formó un poderoso ejército que ganó muchas batallas. Luego apareció en San Vicente el cura Navarro como delegado parlamentario del gobierno capitalino para rendirle una falsa pleitesía que pronto fue traición. Le hizo saber que todas sus reclamaciones serían concedidas. Aquino se confió. Así es como fue fácil su captura.

 

Antes Aquino protagonizó una célebre escena. El cura lanzaba anatemas desde la torre de la iglesia. Los indios se encontraban atemorizados. Entonces Aquino consumó un gran acto revolucionario. Se encaramó al camerín de San José y derribó la estatua. Se ciñó la corona del santo y se cubrió con su manto, demoliendo ante los maravillados ojos de los indios la farsa católica.

 

Como he dicho ciento cincuenta años después el volcán de Chichontepeque o San Vicente está poblado de nuevos alzados en armas.

 

Después de almorzar salimos de regreso. Un grupo de seis soldados nos piden transporte hasta el puente de Cuscatlán. No queda otra que llevarles. Es curioso, pero en un país en guerra con un ejército siempre movilizado el auto-stop es una modalidad muy solicitada por los soldados incluso para ir a una misión. El cómico español Gila le hubiera sacado chispas a esta situación. Tras recorrer unos kilómetros el puente aparece ante nuestros ojos con sus 250 metros derribados. Lo que fue una obra vanidosa de la oligarquía cafetalera estaba ahora fuera de combate sobre el río Lempa. En sus pilares y en los cables de tirantes colocó la guerrilla sus cargas explosivas. Nos acercamos al puente y pedimos permiso al sargento Larín para hacer unas fotos. Los militares bajaron de nuestra camioneta y seguimos ruta.

 

Atravesamos El Triunfo y nos dirigimos hacia los cafetales de Usulután. La carretera está escoltada por dos volcanes: el de Usulután a nuestra izquierda y el de Tecapa a la derecha. Todo es una explosión de verdes. Vemos palmeras, guineos, cocoteros, cafetales, y campos de algodón. Pasamos por Santiago de María. De nuevo estamos en tierra de la guerrilla. En este departamento la guerrilla disputa el terreno con la Agrupación Sur de la Brigada Rafael Arce Zablah.

 

Rodamos hacia Zacatecoluca donde hace pocos días el ejército ha realizado operaciones de limpieza, tratando de desplazar a la guerrilla hacia zonas de los manglares. En Jiquilisco hay retenes militares. Pero además vuelan dos helicópteros. Quedamos atascados en una pequeña caravana. Al parecer hay una operación militar y no nos darán paso hasta que todo esté bajo control del Ejército. Oímos disparos en la llanura cafetalera. Un suboficial pide a la caravana que retroceda. Nos pregunta quiénes somos y al escuchar que periodistas, inmediatamente nos prohíbe hacer fotos. Media hora más tarde no se oían tiros. Son las 15:30 (según mis notas de entonces) cuando nos obligan a seguir circulando con diligencia. Sin mayor novedad estamos en pocos minutos ante el destruido puente del Oro. Cuatrocientos cuarenta y un metros de ingeniería que un tal Lucas, experto en explosivos, derribó una madrugada. A mi lado, Javier silbó y dijo con voz de admiración: “Lucas, aquí te pasaste”.

 

Las otras montañas

 

Tan sólo quiero recordar que durante los días que estuvimos en el país no dejamos de entrevistarnos con organizaciones populares. Lo hicimos con la federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS); con la organización de estudiantes AGEUS, famosa por su combatividad; con FEDECOPADES, que era una federación de cooperativas rurales.

 

Esas y otras organizaciones sociales venían a ser las otras montañas donde miles de personas luchaban a la vez que construían proyectos de futuro.

 

En aquel mi primer viaje a El Salvador no hubo tiempo para el turismo, ni siquiera para disfrutar ratos de ocio. Años más tarde he tenido muchas oportunidades de conocer la ciudad y de aprender a quererla. No la veo con ojos de bonita o fea, sino con el sentimiento de que es una de mis ciudades. Pero de esto escribiré más adelante.

 

Primeras relaciones de alto nivel con el FMLN

 

Buena parte de 1986 y 1987 mi compa Mariví y yo vivimos en Managua. Yo trabajaba en la revista Pensamiento Propio publicada por CRIES, a su vez un centro de estudios regionales dependientes de los padres jesuitas. Xabier Gorostiaga era el alma mater.

 

En esos años mis contactos habituales de las FPL/FMLN fueron los comandantes Ricardo Gutiérrez (Fernando Ascoli), Milton Méndez (Medardo González) y Facundo Guardado. Con ellos fui profundizando mis conocimientos sobre El Salvador y la lucha revolucionaria. Con Guardado tuve mucha relación siempre que él estaba en Managua. Solía venir a la casita donde yo me alojaba, en el barrio Pancasán, y en el pequeño jardín, bajo un árbol hablábamos de todo lo habido y por haber. Nos teníamos afecto y confianza. Con él y con Ricardo me comprometí a conseguir documentos, principalmente pasaportes, que dieran apariencia de legalidad a compañeros y compañeras que por una u otra razón debían salir al exterior de El Salvador. Lo cierto es que conseguí muchos, todos ellos a base de persuasión. Aquellos documentos eran claves para la movilidad guerrillera en Méjico, por ejemplo. Por otra parte como era reconocido mi rol de representante del MC/EMK gozaba de cierta consideración. Con Milton realmente me vi poco en Nicaragua, siendo que hoy día es un gran amigo y hermano. Lo recuerdo una tarde esperándome a la salida de mi trabajo, cerca del estadio de beisbol, en la placita del Carmen. Diría que lo acompañaba Ricardo. A un cuarto comandante, Jesús Rojas (Antonio Cardenal) conocido por Chusón, también lo traté, esporádicamente, en Nicaragua, de donde él realmente era. Pertenecía a una familia burguesa de mucha solera en Nicaragua.

 

Ricardo era un ex jesuita guatemalteco que se metió en la guerrilla por pura conciencia de que frente a la dictadura de siempre que había cerrado todos los caminos legales, sólo se le podía combatir eficazmente con las armas. Hace unos pocos años lo visité en Guatemala, donde da clases en la Universidad Rafael Landívar. Recordamos viejos tiempos y brindamos por el futuro. Lo cierto es que Facundo mi amistad siguió muy viva hasta que él se decantó por un proyecto socialdemócrata. Antes de eso y tras la firma de la paz estuve varias veces en su casa y en la de Carmen Álvarez Basso, una gallega que fue funcionaria de la ONU y que dejó su trabajo para casarse con el comandante guerrillero. Recuerdo que una vez vinieron de viaje a Vigo para presentarse antes los padres de Carmen y yo no dudé en tomar un bus para hacer el recorrido desde San Sebastián a Galicia y compartir con ellos unas horas. Ya entonces hablábamos del librito publicado por el mediático comandante Joaquín Villalobos, “Una revolución en la izquierda para una revolución democrática”. Pero no adelantemos acontecimientos, más adelante volveré a este punto de mi alejamiento con Facundo Guardado.

 

Fue en 1989, antes de la ofensiva sobre San Salvador que tuve la oportunidad de compartir un buen número de horas con los comandantes Leonel González (Salvador Sánchez Cerén), hoy presidente del Gobierno de la República), Ricardo Gutiérrez y Jesús Rojas “Chusón”. Les hice una entrevista que fue publicada en el libro “Guerra en El Salvador” que vio la luz en 1990 (editorial Gakoa) junto con otra que fue realizada por Marta Harnecker para el mismo libro, y a quien conocí personalmente en 1987 con motivo de la publicación de mi libro de entrevistas “Querido Che”. Fue por lo tanto un libro compartido con una intelectual que yo había leído y seguido, sobre todo desde que publicara en abril de 1969 su famoso “Los conceptos elementales del materialismo histórico”. Como es sabido ella era discípula aventajada del gran Louis Althusser. Hay que destacar que en 1976 este libro editado por Siglo XXI llevaba ya 36 ediciones.

 

Me llevaron al reparto Villa Panamá de Managua donde me esperaban en una casa franca. Allí estuve un día completo con mi grabadora. De aquella larga entrevista me quedó un aprendizaje político, un mayor conocimiento de la realidad salvadoreña y del curso de la guerra. Pero me quedaron también fuertes amistades. No olvido que a Chusón lo mataron en una emboscada casi al final de la guerra, cuando bajaba del monte de dar una rueda de prensa e iba en dirección a Dulce Nombre de María. Fue una muerte particularmente inútil pues la paz estaba a punto de firmarse. Con Leonel, hoy presidente de Gobierno de El Salvador, tengo una amistad continuamente renovada, y colaboro con él y con su hija Claudia en el rescate de la memoria y otros espacios. Con Marta Harnecker tengo una buena amistad y últimamente de vez en cuando nos vemos.

 

A finales de 1989 la gran ofensiva guerrillera sobre la capital salvadoreña decidió que la moneda cayera del lado del diálogo y la negociación, tal fue el poderío mostrado por la guerrilla, lo que se conjugo con la enorme torpeza política del régimen de asesinar a los padres jesuitas. Hay quien críticamente dice que el FMLN no pudo derrotar al Gobierno y su Ejército en esa ofensiva, pero yo creo que la acción guerrillera estaba orientada a cambiar la relación de fuerzas e imponer el diálogo. Todo empezó el 11 de noviembre con el asedio a ciudades. Pero lo que más impacto tuvo a nivel internacional y nacional fue abrir San Salvador como escenario de guerra total con combates de trincheras y de cuerpo a cuerpo.

 

Es cierto que la población no se levantó en masa y eso en parte fue un éxito del régimen que lo pudo evitar a base de bombardeos. Pero mucha gente si lo hizo de todos modos y ello permitió a la guerrilla un fuerte anclaje en puntos de la capital. La ofensiva iniciada el 11 de noviembre dejó en ridículo al régimen que sólo salvo su crisis por el apoyo norteamericano. Y lo dejó en ridículo, además, porque quedó desmentida la idea que manejaban las FFAA de que el FMLN estaba en un punto de declive, sin fuerza. Es justamente lo que puso en evidencia la guerrilla: su enorme fortaleza.

 

Hoy creo firmemente que el FMLN no jugó diez años de guerra a la suerte de una ofensiva, “hubiera sido una temeridad” me aseguró Jesús Rojas “Chusón” poco antes de que lo mataran. Por cierto que la ofensiva no fue solamente el resultado de bajar tropas del monte sino también de la acumulación de fuerzas en las áreas urbanas. Por un momento alguna prensa internacional defendió la idea de que San Salvador se encaminaba hacia un nuevo Beirut, pero esa tesis era insostenible dadas las enormes diferencias entre las dos ciudades y los dos contextos políticos.

 

Los acontecimientos en torno al hotel Sheraton recorrieron el mundo. Sucedió que la guerrilla no sabía que el señor Baena Soares, secretario general de la OEA estaba en ese hotel. El caso es que la toma del hotel formaba parte de un operativo en las áreas residenciales de San Benito y El Escalón, debido a su altura. Con Baena había norteamericanos, algunos armados. Se tuvo que negociar un alto el fuego y un desenlace sin tiros, pero ya la guerrilla demostró que llegaba a las zonas de las gentes poderosas de El Salvador.

 

Mucho se ha hablado de que el asesinato de los padres jesuitas dio un giro a la guerra. Personalmente estoy convencido de ello, ya que al menos acortó los tiempos y obligó a que el régimen aceptara un diálogo y la negociación que de otro modo podría haberse atrasado en el tiempo.

 

El plan dentro del cual se cometió el múltiple crimen se llamaba Yakarta. Lo cierto es que en Indonesia la matanza de comunistas fue brutal: 700 mil. Como es sabido el asesinato de los jesuitas y de las dos mujeres fue decidido por el Alto Mando entre los que se encontraban Ponce, Zepeda y Montano. El plan incluía al Doctor Ungo, a Rubén Zamora y al obispo Rosa Chávez. Lo que pasó es que lo ocurrido en la UCA fue tan terrible e hizo reaccionar a Estados Unidos que el resto del plan quedó sin ejecutar. Pero, bueno, como saben ustedes hay suficiente información ya publicada como para que yo me extienda en este punto.

 

Sí pienso, dentro de lo que me permite la memoria, después de tantos años, que la Cumbre de Presidentes centroamericanos en Costa Rica salvó a Alfredo Cristiani, presidente de El Salvador, de su aislamiento internacional. Poco a poco se fue consolidando una idea de paz en la región que dio cobertura al proceso de diálogo y negociación. La verdad es que sobre este proceso he escrito bastante, para artículos de prensa, conferencias y foros internacionales, en ocasiones a petición de Salvador Sánchez Cerén.

 

En Chapultepec

 

Una de las grandes cosas que he de agradecer a la vida es mi presencia como invitado del FMLN en el castillo de Chapultepec aquel 16 de enero de 1992. Me trasladé a Méjico con la idea de estar cerca del acontecimiento. Pero poco antes de emprender viaje ya recibí el mensaje de que sería invitado y recuerdo que me procuré la primera corbata de adulto, pues no era prenda santo de mi devoción. Nada más hacerme presente en la casa donde tenía la cita, la comandante Lorena Peña Mendoza, para mí entonces Rebeca Palacios que era su nombre de guerra, me mandó comprarme un saco (traje) para la ocasión. Sin pérdida de tiempo entré en la primera sastrería y me procuré uno gris. Regresé a la casa, me entregaron el documento de acreditación y me trasladaron a toda prisa a Chapultepec. Por lo que se ve, llegué apurado de tiempo a D.F.

 

Ingresé en el castillo sin problema alguno. En la puerta, además de funcionarios mejicanos había compañeras del FMLN facilitando las identificaciones. Una vez dentro me acomodé junto a dos personas muy queridas por mí: el padre Ion Cortina, jesuita, vasco e hincha del Athletic de Bilbao y el comandante guatemalteco del Ejército Guerrillero de los Pobres y de la URNG, Rolando Morán, quien se echó por primera vez al monte en 1965. Cortina era un ser excepcional, sencillo, siempre vinculado a las comunidades campesinas de Chalatenango. Estaba además comprometido en secreto con las FPL. Nunca fallaba un domingo a dar la misa en Arcatao u otro pequeño municipio chalateco. Amigo de sus amigos, gustaba de ratos de ocio jugando a los naipes, o simplemente conversando. Desgraciadamente murió de un ictus en Guatemala. Morán era un guerrillero espiritual, un enamorado de la Guatemala indígena, un gran político y estratega militar. Lo conocí en Managua donde le hice una entrevista publicada en un libro en una editorial de Madrid. Morán, en aquel momento de Chapultepec, apoyaba sin duda la negociación de los comandantes salvadoreños aunque pusiera algunos peros en las cuestiones sociales. No le falta razón, aunque luego las negociaciones de paz en Guatemala, cerradas en 1996, no tuvieron mejor contenido. Murió de un problema cardiovascular.

 

En medio de estos grandes hombres disfruté de cada minuto en el solemne acto. Sentí que habíamos ganado y que en adelante todo sería mejor. Era un día de celebración. Y lo celebramos, primero en el Museo Antropológico de ciudad Méjico, en un acto popular en el que cantó la gran Amparo Ochoa quien falleció en 1994 con 47 años. ¡Qué injusta se portó la vida con esta cantante del pueblo, de extraordinaria voz y cantora siempre de la reforma agraria! Luego, más noche tuvimos una celebración más privada de las FPL, en una casa en la estábamos cinco veces más de las personas que cabían. Pero en medio de la alegría todo era posible. Al día siguiente volamos a San Salvador un gran contingente de salvadoreños y en el caso de las FPL nos dirigimos del aeropuerto de Comalapa a Chalatenango, a celebrarlo con las comunidades. Arcatao estaba entonces repleto de familias campesinas, de funcionarios de la ONU y de periodistas de todo el mundo. Allí conocí al que es ahora otro gran amigo, Gerson Martínez, uno de los intelectuales más sugerentes del FMLN. Conocí entonces a los comandantes Dimas y Castillo.

 

Es verdad que con el transcurrir de los días llegaban preocupaciones y quejas, sobre todo de combatientes que no veían claras las ventajas de la paz. Algunos se quedaron un buen tiempo en Chalatenango como no aceptando la nueva situación. Entre ellos estaba el entrañable Miguel. Era un francés de la región vasca que había estado en la legión francesa y era un experto tirador. Yo le puse en contacto con Facundo Guardado mediante una cita en Madrid. A mí me llegó su solicitud de enrolarse en las FPL e hice un informe que trasladé a Guardado. Luego vinieron los arreglos para su traslado a un frente de guerra. Lo cierto es que a pesar de un pasado cuando menos inquietante, como era la legión francesa, Miguel fue siempre un disciplinado combatiente y dicen que un campeón como francotirador. Pues bien, a poco de firmarse la paz Miguel tuvo un ofrecimiento de la embajada francesa para obtener un pasaporte. No lo aceptó y se quedó pescando y haciendo artesanías en Chalatenango. Ignoro qué ocurrió más adelante.

 

Las quejas de algunos combatientes creo que tuvieron que ver con un problema de comunicación. Pensar que la firma de la paz iba a resolver por ejemplo el problema de la tierra en El Salvador era bastante poco creíble. Faltó decir que la firma abría puertas nuevas para seguir luchando y que era preciso fortalecer nuevas organizaciones sociales, gremiales, sindicales, campesinas, etc. Por lo demás la paz fue un gran triunfo del FMLN y de todos los progresistas salvadoreños, ya que inauguró el inicio de un nuevo país. Se logró algo esencial: quitarle la mayor parte del poder a las FFAA y sujetarlas a la jerarquía del poder civil. No es poca cosa.  La llegada al Gobierno del FMLN en 2009 y luego en 2014 muestra que mucho ha cambiado un país donde sólo era posible la dictadura. De hecho, desde la firma de los Acuerdos de Paz no ha habido ninguna elección cuestionada por los partidos políticos, prueba de que se ha ido asentando el sistema democrático (aunque todavía frágil).

 

Creo sinceramente que el modo en que se resolvió el conflicto armado fue el más exitoso para Naciones Unidas.

 

El librito azul de Villalobos

 

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Joaquín Villalobos

 

 

En el interior del FMLN todo empezó a moverse. Enseguida se supo de la crisis en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) donde Joaquín Villalobos quiso aprovechar su liderazgo para llevar a su partido y por extensión al FMLN hacia posiciones socialdemócratas. Peor fue que en los primeros meses de 1992 tratara de privatizar bienes que eran colectivos del ERP. La publicación del librito (yo siempre le he llamado el librito azul, por el color de su carátula) que ya he mencionado, abrió grandes hostilidades.

 

Villalobos planteaba en su libro que con los Acuerdos de Paz la revolución salvadoreña había alcanzado su objetivo. A partir de ahí se trataba de ir perfeccionando el sistema por la vía pacífica, gradual y democrática. La segunda idea clave era una defensa radical del libre mercado. Lo que Villalobos proponía era desmontar una por una las ideas que habían nutrido a la guerrilla durante años, y sustituirlas por otras pragmáticas y realistas. Proponía que el FMLN fuera el origen de una nueva burguesía nacional que llevara al país a la modernidad. En resumen, el fondo de sus propuestas era la sustitución del principio de ruptura del sistema por otro que consistía en ponerse al frente del mismo.

 

El libro publicado en octubre de 1992 puso en alerta a la gran mayoría del FMLN. El ERP se partió y ya no volvería a tener influencia destacada en el conjunto del nuevo partido. Se afilaron las críticas a Villalobos con una excepción: Facundo Guardado.

 

El dirigente de las FPL, uno de los conductores de la ofensiva de finales de 1989 me repetía: “Estoy de acuerdo con Villalobos, pero ha cometido un error. Se ha precipitado”. Efectivamente este fue su gran error. Todo estaba demasiado caliente como para plantear semejantes propuestas. Guardado, con gran capacidad instintiva, sabía que no era el momento. Y lo que él hizo fue ir de la mano del PSOE español para formar cuadros políticos que en un futuro inmediato tomaran las riendas del FMLN con una orientación bendecida por la Internacional Socialista. Naturalmente él sería el líder indiscutido. Guardado trabajaba con bases de las FPL y del FMLN de una manera primero discreta y luego ya a tumba abierta.

 

El I Congreso de las FPL

 

Tuvo lugar en mayo de 1993. Era el primer congreso en la legalidad y había grandes expectativas. Ya desde semanas antes en mis conversaciones con Salvador Sánchez Cerén (Leonel González) era recurrente el tema del socialismo. Nos preocupaba qué socialismo había que definir para El Salvador y qué indicadores necesitábamos para saber si íbamos en la buena ruta. El Congreso tenía cuatro partes: una primera titulada Estrategia para la transición; una segunda llamada Plataforma Programática para un nuevo El Salvador; la tercera a la que denominamos El camino al socialismo; y la cuarta los Estatutos de las FPL.

 

Por entonces, como se puede apreciar no habían sido disueltas las cinco organizaciones del FMLN, como ocurriría más tarde. El caso es que el Congreso tuvo un recorrido menos ambicioso y más pegado a la lucha interna por la dirección del partido, por el poder. Todo el Congreso, desde las intervenciones formales, hasta los juegos de pasillo, las conversaciones entre grupitos, todo tenía que ver con la formación de alianzas para derrotar al grupo rival. De manera que el debate sobre el marco del socialismo quedó en nada. Yo había participado activamente en la redacción del documento que tenía la pretensión de dejar atrás una narrativa clásica y abrir un enfoque novedoso. El debate tendría que esperar.

 

Como es lógico ya entonces Guardado trabajaba sus opciones dentro del Congreso. No salió vencedor pero logró dar pasos, hacerse con un grupo de apoyo en el que se apoyaría para alcanzar la responsabilidad de Coordinador General en 1997.

 

Por entonces la vida interna de las FPL, como la del resto de organizaciones del FMLN era deudora de luchas internas que buscaban hacerse con espacios de poder. Claro que el caso más crítico era el del ERP en proceso de descomposición una vez que Ana Guadalupe Martínez, conocida como comandante María, se desvinculó de lo que quedaba de partido y dio un paso hacia Joaquín Villalobos.

 

La convención nacional de 1997

 

Estuve allí. Y lo pasé muy mal. La lucha entre los llamados renovadores y los llamados ortodoxos fue total. Para mí fue el momento decisivo de mi ruptura con Facundo Guardado. Yo estaba con las ideas y el proyecto de Salvador Sánchez Cerén, Medardo González, Lorena Peña.

 

La Convención debía elegir el tiket a la presidencia y vicepresidencia de la República. Había dos propuestas: Victoria Marina Velásquez de Avilés, ex procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, y el economista Salvador Arias, que obtuvo 430 votos; y la de Facundo Guardado y Nidia Díaz, diputada de la asamblea nacional, que obtuvo 463. La fórmula ganadora surgió una semana después de que Héctor Dada Hirezi se retirara de la carrera electoral. Para ese momento Guardado era ya Coordinador General del FMLN, por lo que concentraba un gran poder en sus manos. Estuve cuando fue elegido coordinador en una asamblea y recuerdo que derramé lágrimas por lo que entendí era un grave error que abría las puertas a un ataque a la naturaleza revolucionaria del partido. Yo estaba convencido que Guardado vendía humo.

 

Lo cierto es que para llegar a este desenlace el FMLN había fracasado ya en dos ocasiones para designar candidatos, pues las dos corrientes internas, bastante parejas, se neutralizaban y no había modo de llegar a acuerdos. Es el caso que Guardado salió hinchado de satisfacción: había ganado frente a sus rivales y se proyectaba como futuro presidente del país. En la disputa, el partido derechista ARENA presentaba la candidatura de Francisco Flores que supo acompañarse de una nueva generación de jóvenes areneros. Por su parte Guardado fue consiguiendo adhesiones dentro del partido de todos aquellos que creyeron en su promesa de que iba a ganar. No era mala idea colocarse de su lado para poder acceder a corto plazo a puestos de responsabilidad en instituciones públicas. Bajo esa promesa de “voy a ganar” se apuntó mucha gente que, tras el escrutinio, cayó en una fuerte depresión.

 

Guardado preparó su campaña vendiendo moderación, respeto a la propiedad privada, asesorado por un equipo norteamericano. Dio igual. Ganó Flores con el 51,98% frente a Guardado que logró el 29%. La derrota del FMLN fue dura, las promesas del candidato se desplomaron y en poco tiempo pude observar que muchos le abandonaban y volvían a la disciplina del partido. Derrotado Guardado no tenía nada que ofrecer. Su tiempo como Coordinador general estaba ya sentenciado: o dimitía o lo dimitían. Posteriormente él mismo reconoció que su equipo no estaba en disposición de dar nuevas batallas y lo dejaron solo.

 

Eso sí, en 2001 Guardado formó el Movimiento Renovador, pero lo cierto es que en ningún momento logró cristalizar una oferta política que realmente le hiciera sombra al FMLN. De este modo su figura política se fue apagando hasta que en 2009 volvió a la luz pública para dar su apoyo a Norman Quijano, candidato de ARENA de ideas muy derechistas. Guardado justificó que con ello quería evitar un triunfo holgado del FMLN que desembocara en un derribo progresivo de las instituciones democráticas. El tiempo ha demostrado lo errático de este planteamiento que en última instancia se justifica por el deseo de hacer daño a sus ex camaradas, pasándoles así factura por su malograda carrera política.

 

Desde el 2000 viví unos años visitando siempre El Salvador y siguiendo con interés el curso de su vida social y política. Escribí numerosos artículos y no perdí el hilo de lo que estaba pasando. Bajé mi perfil en todo caso.

 

El rescate de la Memoria y los libros 

 

Un buen día, a finales de 2006, Claudia Sánchez Villalta, se comunicó conmigo por encargo de su padre Salvador Sánchez Cerén para ver si estaba disponible para colaborar en la elaboración de un libro autobiográfico del comandante. Contábamos con la editorial Ocean Sur para la edición, lo que ya era un buen presagio.

 

Le dije que sí, que con gusto trabajaría en ese proyecto. Claudia y yo fijamos de común acuerdo que este libro podría ser el comienzo de otros esfuerzos literarios orientados a rescatar relatos e historias de vida de actores de la guerrilla. La idea era buena puesto que en El Salvador, a diferencia de Nicaragua, la producción literaria de la izquierda era escasa y era realmente peligroso que con que el paso del tiempo el relato de la derecha ocupara en el país un espacio hegemónico.

 

Era necesario que la verdad de lo que fueron años terribles fuera del conocimiento de toda la sociedad y de futuras generaciones. El primer proyecto en el que participé activamente fue por consiguiente la autobiografía de Salvador Sánchez Cerén cuyo libro lo titulamos “Con sueños se escribe la vida”. Además de ediciones para el país y América Latina hubo otra edición cubana para el público de la isla. La primera edición fue de 2008. Al año siguiente colaboré en el libro “Retazos de mi vida” de Lorena Peña. En 2013 escribí el libro “El futuro está lleno de memoria” que primero fue editado en tres folletos divulgativos orientados a la juventud salvadoreña.  En el año 2012, junto a Claudia publicamos “Ana María, combatiente de la vida”, un libro que venía a cubrir un hueco pues no había apenas nada sobre esta mujer símbolo de las luchas por la libertad. En 2014 salió a la luz “Corazón de pueblo” un libro de entrevistas a Margarita Villalta, firmado por su hija Claudia Sánchez y en el que también colaboré.

 

Además colaboré en otras publicaciones como “El país que quiero” de Salvador Sánchez Cerén; “El Buen Vivir en El Salvador” en 2013; y elaboré un folleto conmemorativo de la toma de presidencia de Sánchez Cerén en 2014.

 

La batalla de los relatos

 

Conviene recordar que todos los finales de conflictos violentos se transforman en luchas para imponer una versión de lo sucedido. Los poderes civiles y militares desencadenantes de la guerra en El Salvador han tratado y tratan de no pasar a la historia demasiado mal. Es verdad que cuando esto sucede hay al menos algo positivo: indica que la violencia pertenece ya al pasado.

 

De parte nuestra hicimos un esfuerzo (en el participó activamente la familia Sánchez Cerén) por oponer al relato manipulado el de los protagonistas del lado del pueblo que sin contar con medios poderosos para divulgar una narración lo más objetiva posible, pueden y deben velar para que las nuevas generaciones construyan su propio punto de vista sobre el conflicto.

 

Por otro lado es normal que en una sociedad tan diversa como la salvadoreña existan memorias plurales sobre hechos recientes de nuestra historia y, en este sentido, sería bueno que algún día se den criterios aglutinadores de reconocimiento moral de lo ocurrido, de respeto a la dignidad de las víctimas y de deslegitimación de violaciones de derechos humanos.

 

En todo caso nuestra contribución al mapa de las memorias es nuestro propio relato de por qué fue la guerra, cómo se desarrolló y cómo se alcanzó la paz. Y en eso los libros citados jugaron un buen papel.

 

En nuestros textos defendemos una memoria inclusiva, pero no es nada fácil. Y no lo es porque en nuestro país siguen habiendo poderes fácticos empeñados en una lectura maniquea y falsa del pasado reciente, para lo cual cuentan con poderosas herramientas mediáticas. Nuestro relato lo planteamos como el desafío de construir una memoria social, no sólo nuestra, no sólo partidaria, que nos ayude a transformar el presente desde la verdad como base para una reconciliación que ayude a reconstruir el tejido social. Nuestro relato ha de servir para fortalecer nuestra identidad y saber de dónde venimos y ser conscientes de que lo logrado ha sido el resultado de enormes sacrificios.

 

En los libros que publicamos la primera idea fuerte que proclamamos es que la guerra fue impuesta al pueblo salvadoreño. No fue el fruto mecánico de una ideología, menos aún la consecuencia de un deseo popular o de una vanguardia. Por el contrario fue la elección de lo menos malo en una coyuntura larga de represión salvaje.

 

Quienes tienen ahora 40 y más años pudieron vivir una época, la década de los años setenta, en la que el régimen político salvadoreño era un sistema totalitario en manos de una minoría civil y militar propietaria de los recursos del país. La pobreza masiva no era sino la expresión de profundas injusticias sociales. Los fraudes electorales de 1972, 1974 y 1977 cerraron los caminos legales a la oposición. Y si hablamos de matanzas, sólo la tragedia del 28 de febrero se cobró 300 muertos. Los cuerpos policiales abrieron fuego de fusilería contra la multitud que protestaba por el fraude del 77 en la Plaza de la Libertad.

 

Prueba de lo que estaba pasando es la voz de Monseñor Romero que el 23 de marzo de 1980 exclamó: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”. Al día siguiente lo asesinaron.

 

Por consiguiente, aquellos relatos que desde las filas conservadoras defienden la idea de que el FMLN fue y es el fruto de una conspiración internacional, pasan por alto que fue desde lo profundo de un país sometido a dictaduras criminales cómo surgió la necesidad popular de hallar un modo de derrotar al régimen. En nuestros libros afirmamos que el conflicto armado fue el resultado de una realidad de pobreza, de explotación, expresada a través de gobiernos que practicaban el asesinato. Todo esto se explica muy bien en el libro firmado Por Salvador Sánchez Cerén “La guerra que no quisimos”. De este modo es como afirmamos que la guerra fue un conflicto nacional. Esto no quiere decir que la guerra no estuviera bajo la influencia del tablero del conflicto Este-Oeste. De hecho Ronald Reagan organizó su cruzada anticomunista viendo en todo momento a Rusia por detrás del FMLN. En ese contexto la guerrilla buscó apoyos en el llamado campo socialista donde tuvo apoyos en armas y formación militar, nunca financiera.

 

De manera más precisa son ciertas las simpatías del FMLN con la vecina revolución nicaragüense. Su buena relación con los dirigentes y gobierno sandinista, le dieron opción a disponer de una extensa y sólida retaguardia bajo su protección, pero de ninguna manera la Comandancia General estuvo subordinada al Frente Sandinista. Del mismo modo, la revolución cubana fue una inspiración constante y Cuba un lugar hospitalario para el trabajo político sosegado de cuadros guerrilleros, así como destino de personal enfermo y necesitado de tratamientos quirúrgicos y ortopédicos.

 

Pero de ninguna manera nadie desde el exterior dictó directrices ni intervino en la conducción revolucionaria de la guerra y en el curso de las negociaciones de paz. Se puede concluir en este punto que las fuerzas revolucionarias salvadoreñas, si bien optaron por el llamado campo socialista, siempre mantuvieron su plena independencia y una intensa conciencia nacional desde la que tomaron sus decisiones. Otra cosa es que la caída del muro de Berlín tuviera una influencia global, internacional, en la búsqueda de una solución negociada.

 

Precisamente, el reconocimiento de que la lucha era nacional y no dirigida desde fuera encontró en la Declaración Franco-Mexicana de 28 de agosto de 1981 un fuerte respaldo al reconocer que la alianza del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y del Frente Democrático Revolucionario constituye una fuerza política representativa. En contraposición fue grotesca la posición del presidente Reagan que en mayo del 84 en un discurso militarista de 35 minutos, acusó al FMLN de ser punta de lanza del comunismo internacional. Entonces se rodó la no menos grotesca película “Amanecer Rojo” contra la que hicimos boicot en Europa.

 

 

La tercera idea fuerte de nuestro relato es que el FMLN siempre buscó una negociación seria para una paz justa.

 

Lo esencial del FMLN no fue fortaleza militar sino su naturaleza política, ser vehículo de expresión de un proyecto de cambio social y democrático. Por ello, incluso en los momentos más duros y terribles de la guerra en el FMLN nunca se dejó de pensar y debatir en clave política, siendo su condición armada un hecho contingente, una disposición transitoria de quienes sin ser militares se vieron en la obligación de recurrir a las armas. De ahí que el FMLN impulsara el diálogo de La Palma en octubre del 1984, poco después el de Ayagualo, y el de la Nunciatura en 1987.

 

Esta conclusión es tal vez de las más importantes, pues es lo que explica por qué el FMLN no quedó anclado en una inercia guerrillera y en cambio vio la oportunidad de dejar las armas para refundarse en partido político. Esta visión liberó al país de la prolongación de una guerra que era sufrimiento en todas las formas posibles, y al propio frente de perpetuarse como una fuerza enmontañada prisionera de una lógica militar.

 

Probablemente la negociación para la paz hubiera sido posible mucho antes de no ser porque la administración norteamericana, anclada en una visión de Centroamérica como patio trasero, hizo de su política de seguridad nacional el centro de su interés y se propuso derrotar a las guerrillas. EEUU fue responsable del impulso, endurecimiento y prolongación de la guerra, mostrando una vez más su vocación de injerencia, y su visión de la región centroamericana como de su pertenencia.

 

La cuarta idea fuerte es que a finales de los años ochenta y principios de los años noventa Esquipulas se erigió, a pesar de la oposición de la administración estadounidense, en el espacio que permitió a Centroamérica pensarse a sí misma y tomar conciencia de que los gobiernos debían iniciar reformas democráticas inaplazables para salir de un conflicto regional que amenazaba su viabilidad económica y política.

 

Inicialmente el presidente salvadoreño Alfredo Cristiani se resistió a sumarse a los acuerdos de Esquipulas y trabajó para hacerlos fracasar, pero la ofensiva guerrillera de finales de 1989 terminó por hacerle ver que no tenía otra salida que acceder a una verdadera negociación de paz.

 

Mirando al futuro: hacer las paces

 

Cuánto hemos ido publicando en estos años como rescate de la memoria ha tenido un valor doble: mirar al pasado para reflexionarlo, pensarlo, y no volver a repetirlo; y entender que el futuro está lleno de memoria y que nada se puede construir sin una mirada crítica . A fin de cuentas la memoria nos dice de dónde venimos, qué hemos hecho y nos dota de una identidad. La memoria es como la brújula para los navegantes: nos indica la ruta más adecuada. Sin esa brújula estaríamos perdidos. Sin memoria un pueblo no puede sobrevivir. Ahora bien, nuestro relato no debe tener vocación impositiva frente a otros relatos. En realidad no lo lograría. Nos basta con que nuestro relato sea compartido por el pueblo llano. Por otra parte, en el relato, de una parte están los hechos y de otra las interpretaciones. Sobre los hechos el Informe de La Verdad es una fuente legítima, objetiva, de los hechos (adjudica apenas un 5% de responsabilidad al FMLN en la violación de DDHH)

 

Ya he dicho que hay una pluralidad de relatos. Ahora bien, veinticinco años después de la firma de los Acuerdos de Paz lo que si interesa al país es un relato compartido para tejer el futuro, para diseñar como debe ser el mañana. En este punto si debemos hacer un esfuerzo por alcanzar un fuerte consenso nacional en torno a la democracia, la libertad y la justicia. Y como un punto fuerte de este consenso sería bueno que el gobierno del FMLN instaure el Día de la Memoria, para recordar a todas las víctimas de la guerra sin excepción.

 

Un Día de la Memoria para avanzar hacia esa necesidad de hacer las paces.

 

Conviene diferenciar entre la paz firmada en Chapultepec y el hacer las paces en nuestra sociedad. Lo primero fue un acto político entre principales actores para poner fin a la confrontación armada; lo segundo, hacer las paces, se refiere a un proceso transversal, que atraviesa toda la sociedad, el barrio, el cantón, la universidad, el centro de trabajo…con el fin de reconstruir una convivencia deteriorada. Se trata de traducir la paz firmada en Chapultepec en la vida cotidiana.

 

La derecha prefiere un país polarizado, partido en dos. La izquierda no queremos DOS países, queremos un país. Por eso es importante buscar a “los otros” a esos sectores del pueblo llano que estuvieron en el otro lado por circunstancias de la vida, tenderles la mano y tratar de incorporarles a un proyecto de país. No dejemos que esta parte del pueblo sea manipulada por la derecha. Hacer las paces es iniciar un proceso de RECONCILIACION basado en el respeto y la aceptación mutua:

 

              -No es tratarse como amigos, sino con respeto

 

              -No es un deber de las víctimas sino una responsabilidad social

 

              -No es olvido, sino memoria y crítica

 

              -No es venganza sino generosidad

 

Para ello hacen falta dos cualidades: Voluntad de reconciliación y consciencia de que la paz se construye individual y colectivamente. El requisito es la aceptación de las diferencias y la inviolabilidad de la dignidad humana

 

En este proceso de reconciliación es vital:

 

              -Un compromiso de reparación del daño causado a las víctimas.

 

              -Un compromiso de no repetición.

 

              -Un compromiso de prevención que pasa por programas de educación para la paz.

 

En particular son los jóvenes los llamados a liderar este enfoque de hacer las paces. Tienen, tenéis la ventaja de no haber vivido en directo los años de plomo. Trabajando la educación para la paz, reflexionando entre jóvenes que piensan distinto para tratar de llegar a acuerdos entre diferentes. Hacer las paces debe suponer tejer alianzas, el re-encuentro entre individualidades y grupos, la cooperación y la extensión de la confianza.

 

 salvador sanchez

 

El día que Salvador Sánchez Cerén fue nombrado presidente

 

Que un amigo tuyo tome posesión de la presidencia de una República, es algo especial. Y si ese amigo tiene una historia de vida realmente ejemplar, y se jugó la vida por la libertad, y en ese empeño participó toda su familia, todo toma una dimensión entrañable, íntima, de satisfacción impagable, de orgullo también.

 

La verdad es que en los últimos años mi amistad con Salvador se ha hecho fuerte. Nos respetamos, compartimos inquietudes acerca de la vida y del cambio social, hemos trabajado mucho juntos, en fin, él sabe que siempre estoy disponible para lo que necesite. Así es que fui invitado a la toma de la presidencia que tuvo lugar en el Anfiteatro de Ferias y Convenciones de San Salvador, el 1 de junio de 2014. Naturalmente estuve. Y lo hice emocionado, sintiendo que por primera vez alcanzaba yo también una victoria política después de una vida de estar al lado de los derrotados.

 

Nada más poner los pies en El Salvador, Claudia, esa mujer que siempre me lía la manta con propuestas que no puedo rechazar, me dijo “Iosu, ¿por qué no escribes algo de la toma de posesión?” Lo pensamos y al fin me comprometí a elaborar lo que podría ser un folleto conmemorativo. La idea era plasmar las emociones y los detalles políticos de una toma de posesión inédita: la de guerrillero a Presidente. Bajo el título de “Un hombre para la historia” la Secretaría de Cultura de la Casa Presidencial publicó el folleto.

 

Yo estaba alojado en un hotelito al que siempre voy. Y allí estaba también Marta Harnecker. Fue una alegría semejante coincidencia. Hablamos mucho y juntos fuimos al Ferial. Cuando arribamos al lugar ya había grandes filas para cruzar el arco de las acreditaciones. Se respiraba emoción, sobre todo por la parte de invitados del FMLN.  Ya en el interior del ferial nos acomodaron en lugares separados y fue entonces que Marta dijo “¿Por qué me separan de mi marido?”. Su recurso no tuvo resultado pero me hizo mucha gracia y me provocó una sonrisa a la que ella se sumó.

 

La banda presidencial le fue impuesta a Sánchez Cerén por el titular del parlamento salvadoreño, Sigfrido Reyes, quien le tomó la promesa constitucional. El nuevo presidente dijo recibir con humildad y profundo respeto la banda presidencial. "Los recursos del pueblos son sagrados y sólo deben utilizarse "para el desarrollo y el bienestar del mismo", afirmó: Aseguró que el nuevo gobierno trabajará por una mayor integración de nuestro país al mundo y para ampliar las relaciones comerciales. Se comprometió a ejercer su mandato sirviendo a todos los salvadoreños y afirmó que trabajaría "con honestidad, austeridad, eficacia y transparencia".

 

El folleto que escribí relata todos los detalles de la solemne ceremonia. Salvador, junto con su esposa Margarita Villalta hizo un ingreso victorioso y cálido:

 

“El anfiteatro estaba expectante cuando Aída Mancía, la maestra de ceremonias de Casa Presidencial anunció la llegada de Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz con sus respectivas esposas. La euforia se apoderó de los presentes. ¡Cuántos recuerdos al ver a los nuevos mandatarios bajar pausadamente la larga escalinata del anfiteatro! ¡Cuánta memoria acumulada en precisos segundos! ¡Cuántas manos tendidas queriendo tocar al Presidente! Había llegado la hora de la justicia esperada. Si ya con motivo de la investidura del ex presidente Mauricio Funes todo fue también emoción, ahora el que bajaba las interminables escaleras era un guerrillero. Bajaba el guerrillero para la toma de Protesta, evocando una vieja verdad: verde es el árbol de la vida. Cierto, la vida depara hermosas noticias y transforma aquello que parecía imposible en innegable realidad. “Con sueños se escribe la vida” es como tituló su autobiografía, poniendo con ello de manifiesto como de la tenacidad y convicciones de los seres humanos surgen primero brotes verdes y más tarde plantaciones de libertad. Aquel joven maestro de ANDES 21 de Junio que acompañaba a Mélida Anaya Montes en las luchas gremiales, probablemente nunca soñó en que sería presidente de El Salvador, pero si soñaba en un país democrático. Ahora, la democracia, le ha devuelto su sacrificio y le ha hecho Presidente. Y va bajando las escaleras, con su esposa inseparable, su cómplice, su confidente, su amiga, su gran amor. Y viene bajando también Oscar Ortiz con su esposa Elda Gladys, su acompañante de siempre, su punto de apoyo, el manantial de su vida. ¡Si se pudo! Y ¡Salvador, Salvador! Son los gritos que escoltan su descenso desde lo alto del anfiteatro. Y de pronto miles se ponen a cantar “El himno de la unidad”. ¡El pueblo unido jamás será vencido! Es la consigna que suena atronadora, imponente, llena de verdad.

 

En aquel inolvidable acto estaban 70 delegaciones extranjeras de alto nivel, entre ellas los presidentes Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador, Otto Pérez Molina de Guatemala, Luis Guillermo Solís de Costa Rica, Danilo Medina de República Dominicana, Mohamed Abdelaziz de la República Árabe Saharaui Democrática; los vicepresidentes Salvador Antonio Valdés de Cuba, Omar Halleslevens de Nicaragua, Jorge Alberto Arreaza de Venezuela, Marisol Espinoza de Perú, Amado Boudou de Argentina, Roberto de Groote de Chile; los primeros ministros Deam Rarrow de Belice, Jiang Yi-huah de China-Taiwán, Abdelmadek Sellad de Argelia; su Alteza Real el príncipe Felipe de Borbón, representando a España; la embajadora de Estados Unidos Mari Carmen Aponte entre otros muchos embajadores. También estaban en tanto que invitados especiales los ex presidentes Álvaro Colom de Guatemala, Fernando Lugo de Paraguay, Manuel Zelaya de Honduras, y la premio Nóbel de la Paz Rigoberta Menchú.

 

Hato Hasbun

 

No puedo cerrar mis recuerdos sin tener presente a uno de los hombres más lúcidos del país. Conocí a Hato hace ya muchos años, en la época de la guerra. Él me supo explicar las claves del conflicto y me abrió el camino que más tarde me implicaría con el FMLN. Siempre fue un analista agudo, perspicaz, de la realidad del país, que supo tejer una red de interlocutores de todos los sectores, cualidad que le permitiría intermediar entre posiciones políticas diferentes. Él ha sido uno de los grandes asesores de los dirigentes del FMLN y de sus dos gobiernos, manteniendo siempre un equilibrio entre principios revolucionarios y realismo político.

 

Hasta el momento de emprender su último viaje, Hato Hasbún ha sido un efemelenista completo. Su gran estatura moral ha sido el vector de una vida coherente que le llevó siempre a conciliar las ideas con los hechos. Tanto en su vida personal, llena de amistades gracias a su abierta personalidad, como siendo responsable de tareas de gobierno él ha sido en todo momento un rostro amable y firme del proyecto revolucionario salvadoreño. A lo largo de los años hizo innumerables amigos y amigas internacionalistas de todo el planeta, con los que compartió su saber en temas de Cooperación y Desarrollo. Anfitrión de compañeras y compañeros llegados de países europeos y latinoamericanos, sabía fortalecer solidaridades con su país. Él tenía un origen palestino que lo lucía con honor y compromiso. Yo le hablaba de Belén, la ciudad natal de sus lejanos parientes que emigraron a El salvador. Es cierto, paseando por Belén he visto decenas de letreros de comercios con los apellidos Hasbún y Handal. Amigos, compañeros de luchas, compartían patria chica.

 

Asesoró y acompañó a Shafick Handal, uno de sus grande amigos, al gobierno de Mauricio Funes y en la actualidad al de Leonel González otro de sus grandes hermanos. Su gran pasión era servir al pueblo, mejorar la vida de la gente. Era un gran resistente frente a la derecha más recalcitrante. Desde un talante conciliador defendía con firmeza los intereses del pueblo y las políticas progresistas, hasta lograr no pocas veces acuerdos con sectores políticos opuestos. No tenía problema alguno en conectar con los grupos poderosos del país, sabedor de que El Salvador necesita del esfuerzo de todos.

 

Hato era un Grande. Ejerció siempre un pensamiento crítico y leal al legado de Farabundo. Siempre desplegó una curiosidad sin límites que le llevó a desear conocer en profundidad los conflictos del mundo y las luchas libertarias, ya que nada de lo que les pasara a los pueblos le era indiferente. Admirador de sus luchas manifestaba su amor por los vietnamitas, cubanos, portorriqueños, bolivianos, brasileños, nicaragüenses, etc. 

 

Yo a Hato lo conocí allá por los ochenta. En los tiempos más difíciles. Desde la primera vez he estado con él muchas veces, yo siempre aprendiendo y compartiendo su sabiduría. Con su voz pausada y especial acento, y desde una serenidad encomiable, repasaba la situación nacional en los últimos años, con un deje de preocupación o de optimismo, según. Tenía gran esperanza en los jóvenes. En esas charlas veía en él a un hombre coherente, ético. Y es que, tal vez, lo más destacado de su vida efemelenista era precisamente el ser moral que se mostraba, en la pasión que destilaba y en las ideas regeneracionistas que exponía.

 

Hato era un pensador del proyecto de la izquierda salvadoreña. Por eso tenía una visión política global que le lleva a ver y a pensar el mundo como un escenario encadenado de luchas y transformaciones, en medio del cual se encuentra su paisito, El Salvador. Su concepción de la política no giraba alrededor del disfrute del poder, sino que tenía su raíz en un humanismo profundo; la política como instrumento de un proceso de emancipación para cambiar la vida. Puedo decir que otra característica de Hato era la dignidad personal, la tensión y la tenacidad por cumplir. Un hombre ejemplar.

 

Epílogo

 

Mi vínculo con El Salvador no ha terminado. Sigue. Nuevos desafíos y nuevas tareas me aguardan. Seguro. Estaré ahí, en la continuidad del rescate de la memoria, así como aportando mis modestos conocimientos y mis opiniones. Escribo habitualmente en el diario, ahora matutino, Colatino, así como en el digital El Independiente. Son tribunas que me permiten volcar puntos de vista que en algo pueden contribuir a los sectores progresistas del país.

 

Por lo demás, estoy muy agradecido a la vida que me ha dado tantas amistades en El Salvador y la oportunidad de servir a la causa del pueblo. He tejido el país de afectos y por todas partes tengo amigas y amigos, e interlocutores sociales y políticos. Gracias al Pulgarcito de América como lo llamó Gabriela Mistral, he cosechado alegrías inimaginables.

 

Termino de escribir estos recuerdos y me entero del fallecimiento de Claribel Alegría. Una poetisa grande siempre comprometida con El Salvador y Nicaragua. No la conocí personalmente, pero sí a su hijo Daniel, al que vi la primera vez cuando era un chavalo que formaba parte del equipo de seguridad del comandante y ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge. Claribel, junto con sus esposo D.J. Flakoll, escribió “Somoza, expediente cerrado”, donde se reconstruye el ajusticiamiento del tirano en su refugio de Paraguay.

 

Bueno, hasta aquí llego por ahora. Espero que otros internacionalistas relaten también sus experiencias y de este modo hagamos un relato coral presidido por la solidaridad. . El sub-comandante Marcos dice: «La memoria forma parte de las grandes guías del corazón humano para andar su camino. Las otras son: la verdad, la vergüenza, la consecuencia, la honestidad, el amor por todas las justicias». Ciertamente la memoria es una poderosa vacuna contra la muerte de los ideales y alimento indispensable para la vida. Por eso, quien cuida y guarda la memoria, guarda y cuida la vida, y quien no tiene memoria está muerto.

 

Por último recomiendo a las y los aficionados a leer textos “que ya no se llevan” a bajar de internet o a solicitarme a por email mi texto “Socialismo del Buen Vivir en El Salvador”. Tal vez descubran algunas ideas que les interese.

 

Andoain a 16 de febrero de 2018

 

iosupe@outlook.es

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/191273?language=es
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