Las centenarias demandas insatisfechas a pesar del centenario de la revolución

06/11/2017
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El próximo martes 7, se cumplirá el centenario de la más impactante e influyente revolución social del siglo pasado. Que se la suela llamar “Revolución de Octubre” es apenas una anécdota menor, aunque coherente con el atraso ruso que hasta allí utilizaba el calendario juliano, mientras toda Europa ya había adoptado nuestro actual gregoriano. Ni el mérito de ese monumental proceso histórico reside en haber saltado del 1 al 13 de febrero del año 1918, compatibilizando sus fechas con el mundo occidental, ni por ello se le puede atribuir el descrédito en el que su posterior devenir sumió al pensamiento y acción revolucionaria. Hasta la propia utopía se encuentra hoy cada vez más diluida. A lo sumo evoca un vago horizonte que connota mucho más la obstinación humana contra la resignación que una verdadera alternativa. Está en crisis y reclama urgente reconstrucción, erosionada por los fracasos fácticos. No sólo ella, sino un proyecto concreto de aproximación una vez reformulada. O en otros términos, una teoría de la revolución, del poder y del Estado que pueda hacerse cargo de un proyecto de sociedad que no sacrifique la libertad y la emancipación y realización subjetiva en el altar de la igualdad material. No aludo por consiguiente a destruir el proyecto socialista que reclama la erección de un nuevo mundo, sino de deconstruir los nudos teóricos y bucear en los huecos y omisiones sobre los que se han fundado las experiencias revolucionarias, o más precisamente uno de los modelos histórico-sociales, tanto como el empobrecimiento teórico que propiciaron sus acríticos apologistas.

 

En cualquier caso, si el balance provisional, más aún el que pueda formularse en una simple página dominical, fuera simplemente el de la implosión descompuesta de la ex URSS (precisamente contraria a la revolución política antiburocrática que añoraba Trotski) ni siquiera merecería tal página. Las revoluciones soviéticas tuvieron origen en formas autoorganizativas y pluralismos, inclusive diametrales a la rápida centralización y al terror thermidoriano posrevolucionario. Mi refiero a los soviets (cuya traducción es simplemente junta o consejo) que surgieron en el transcurso de la primera revolución rusa de 1905. Su creación no fue debida a la iniciativa de ningún partido ni grupo político, sino que fue obra espontánea de las masas oprimidas durante el desarrollo de los acontecimientos insurreccionales. Por entonces no tuvieron un carácter homogéneo ni necesariamente muy definido, sino por el contrario, variable y proteico en función de las necesidades de las luchas concretas para las que fueron creados. Surgieron como modo de perfeccionar los comités de huelga creados en las fábricas, talleres y los ferrocarriles (luego extendido a los campesinos en las aldeas) con el objetivo de dirigir el movimiento huelguístico, con o sin apoyo de los partidos revolucionarios. A lo sumo coordinando ciertas acciones y estimulando coaliciones de apoyo insurreccional. No surgieron de ley alguna, sino contra ellas. No sólo en Rusia, sino mucho más tarde en otras insurrecciones como en Hungría en 1956, o en menor medida en Checoslovaquia en 1968.

 

Creo fundamental remarcar dos aspectos cardinales en ellos. Por un lado el carácter del poder delegativo, ya que estaban conformados por representantes (o diputados) electos por todos los trabajadores del ámbito de acción (fábrica, sector y hasta región o territorio) para fines muy específicos y delimitados. Aunque las proporcionalidades de representación fueran desiguales (en Moscú y Petersburgo por ejemplo cada 500 obreros, mientras en pueblos podía ser 20 veces menor o directamente definido ad hoc) representaban la casi totalidad de la clase trabajadora y campesina, ya que luego se articulaban en un Soviet central. Los cargos o la división interna del trabajo, comisiones, prensa propia y hasta milicias, los definía la propia asamblea general del Soviet. Los representantes en los Soviets, a diferencia de los parlamentarios en las democracias liberales y fiduciarias, no percibían retribución alguna por el ejercicio de sus funciones y existía la revocación del mandato en cualquier momento si los electores consideraban que no representaban sus aspiraciones ni eran dignos de su confianza, aunque no estuviera tan estrictamente instituida. En términos más teóricos se ejercía la democracia delegativa mandataria en un contexto de autoorganización pluralista que es el segundo aspecto que quiero destacar. Por ejemplo, en ocasión de una proposición en Petrogrado de coordinación de las acciones con el Partido Socialdemócrata Obrero Ruso, lo que implicaba implementar su programa, se suscitaron encendidos debates. Podría haberlo adoptado porque una amplia mayoría de representantes pertenecían al partido, pero el tema fue eliminado del orden del día porque se consideró que la adhesión a un programa partidario puntual, contradecía el principio soviético de representar a la totalidad de las masas trabajadoras organizadas en la lucha. Y porque posiblemente hubiera provocado una escisión de socialistas revolucionarios y mencheviques. Cierto que la prohibición de participación de los anarquistas a pesar de su demanda (rectificada en los soviets de 1917) desmiente el pleno pluralismo, pero la relación entre estos consejos y los partidos siempre estuvo signada en diversa proporción por la mutua desconfianza, incluyendo a los bolcheviques. Sin duda fueron un embrión de autonomía y descentralización, aspectos inescindibles de la construcción de un nuevo tipo de Estado.

 

Cuando el día 25 de octubre de 1917 (según el viejo calendario) las fuerzas armadas del Soviet de Petrogrado ocupan todos los edificios públicos, toman el Palacio de Invierno y detienen al Gobierno provisional (prácticamente sin derramamiento de sangre) se produce el parto revolucionario con las consecuentes expectativas de todos los oprimidos del mundo. Se desconocía por entonces que el bebé padeciera graves defectos de nacimiento. El Congreso de los Soviets declara depuesto el Gobierno Provisional y proclama la constitución de la república de los Soviets. Obreros y campesinos rusos pretendían fundar un nuevo tipo de Estado (cosa que duró en términos históricos un verdadero suspiro).

 

Defectos que se hace indispensable pesquisar retrospectivamente no en su penosa desembocadura, sino en sus orígenes, hasta la misma raíz, como la imposibilidad de los propios Marx y Engels (por razones biográficas y de contexto histórico) de concebir con detalle desde un tipo de organización revolucionaria que anticipara en su seno un nuevo tipo de Estado, de libertades y distribución del poder, hasta el problema del Estado mismo. El sueño de la igualdad en la distribución de la riqueza y de las posibi1idades humanas que motorizó las diversas ¬utopías modernas, cuyo punto de partida encontramos en Babeuf quien ya incorpora la idea de una dictadura revolucionaria de la minoría consciente como paso obligado para llegar a la realización de la socie-dad comunista. Continuaron la perspectiva ya más conspirativa Blanqui o Weitling, con quienes los inspiradores de la huella tuvieron vacilaciones y cierta complacencia, hasta ser retomada por Lenin, Trotski y la totalidad de los bolcheviques sin mayores ambigüedades, en una concepción moderno-jacobina de revolución, contraria la pensamiento libertario que se articula en torno al principio federalista descentralizado y a la vigencia y expansión de las libertades civiles y las decisiones comunitarias, que a la vez no es un ideal exclusivamente marxiano, sino un más amplio propósito revolucionario de traspasar los límites del Estado burgués, en vez de acotarlos aún más.

 

Por caso, la dirección bolchevique nunca tuvo claro, ni precisó la índole y los alcances del derecho de asociación, al que limitaron de acuerdo con las necesidades del poder una vez que pasaron a ejercerlo, como tampoco mostraron claridad respecto del derecho de prensa, que a la vez implementaron con notables restricciones. Salvo las demandas de las corrientes disidentes, como la Oposición Obrera y los Decemistas, que entendieron ese derecho sin restricción alguna, y por ello fueron continuamente combatidas por la mayoría leninista (y luego leninista–trotskista) y por último, en 1921, acalladas. Nunca formaron parte de sus preocupaciones teóricas, programáticas y de principios, aunque hay referencias contradictorias en historiadores como Deutscher al respecto. Lo que resulta evidente es que las condiciones posteriores de crisis, definieron la ambigüedad en una única dirección restrictiva. Ya en 1918 Rosa Luxemburgo señalaba una grave preocupación por las restricciones a las libertades, aunque poniendo el eje en la “presión de la guerra (…) dificultades exorbitantes vinculadas a tales hechos, dificultades que no pueden dejar de desviar cualquier política socialista por buenas que sean sus intenciones y principios.”

 

Se cumple el centenario de una revolución implosionada, casi inmediatamente fallida, que sin embargo intentó dar respuesta a demandas de las masas populares de entonces.

 

Nada mayormente diferente de las actuales.

 

Emilio Cafassi

Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires

cafassi@sociales.uba.ar

 

Publlicado en el diario La República, domingo 5 de noviembre del 2017

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189040?language=es
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