Razones y caminos del Che

11/10/2017
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El 9 de octubre de 1967, en un perdido paraje de la selva boliviana conocido como La Higuera, moría ametrallado Ernesto Che Guevara. “Mi derrota no significará que no era posible la victoria”, había escrito meses antes en su Mensaje a la Conferencia Tricontinental reunida en La Habana. Con esta misma oportunidad había confesado:

 

     Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la

     unidad de los pueblos contra el gran enemigo de los pueblos, contra el gran enemigo

     del género humano, los Estados Unidos de Norteamérica. (1)

 

La extinción física del Che no haría más que atizar una polémica que, desde tiempo atrás, habían desatado su pensamiento y sus acciones. Y que ahora –tres décadas después de su muerte- ha vuelto a reactivarse paralelamente a su nueva e impetuosa resurrección, cumpliéndose a plenitud aquella ley histórica según la cual  los personajes sobresalientes de la humanidad, vivos o muertos, resultan motivo de los juicios más apasionados y antagónicos.  Ley histórica que se explica a sí misma por cuanto tales personajes representan los más altos paradigmas  o antiparadigmas  frente a los mortales comunes.

 

Las opiniones vertidas en torno a Ernesto Che Guevara no pueden ser más ilustrativas de la vigencia de esa inexorable ley.

 

Entre los enemigos político-ideológicos han tendido a prevalecer, tanto en el pasado como en la actualidad, la calumnia y el insulto, permeados por un odio recalcitrante e irracional.

 

Hace poco, por ejemplo, Carlos Alberto Montaner, uno de los principales ideólogos de la nueva derecha continental y coautor del Manual del perfecto idiota latinoamericano, se refería al Che comparándolo con Adolfo Hitler. Y es memorable la identificación del famoso guerrillero como “un delincuente con mala letra”, proferida por Galo Plaza Lasso en sus tiempos de secretario general de la OEA.

 

De modo más general, sin embargo, la tónica de juzgamiento del Che por parte de sus antagonistas ha sido más sutil. Ya en el ensayo, el teatro o el cine se ha cultivado una imagen que representa al Che como a un aventurero solitario y romántico, es decir, como a un personaje desvinculado de cualquier contexto histórico-espacial concreto.

 

Una variante de este enfoque diversionista fomentado por la industria informativa ha sido la de presentar al Che como a un individuo con inequívocos desequilibrios mentales: “un necrófilo”, según el inefable Mario Vargas Llosa. Conforme a otra variante mitificadora, el Che habría sido un santo y, como tal, debería ser incorporado a la iconografía religiosa: San Ernesto defensor de los oprimidos. En fin, no han faltado los intentos de frivolizar su causa y su figura presentándolo como a un astro de óperas rock y hasta de comedias pornográficas. La industria cultural no se ha dado tregua  en su operativo de falsificar al Che, buscando convertirlo en una simple mercancía, un poster inocuo e insustancial.

 

Algunos intelectuales orgánicos del establecimiento, a propósito del trigésimo aniversario de su asesinato, han tenido la honrosa actitud de destacar la coherencia entre su pensamiento y su práctica. Hecho notable en que los grandes medios se prodigan en fabricar ídolos de barro como Michael Jackson, Madonna, Maradona o Julio Iglesias.

 

Desde la otra orilla, es decir, desde la multitud de sus simpatizantes de ayer y de ahora, el Che ha sido visto como la encarnación de los más altos valores humanos.

 

“El hombre más perfecto de nuestra época”, dijo del Che Guevara el filósofo Jean Paul Sartre. Según su biógrafo Vladimir Mirónov: “El Che mostró, parafraseando a Dostoyevski, lo poderoso que puede ser el hombre”. Haydeé Santamaría, colega de armas del guerrillero argentino-cubano: “Un hombre sin fronteras”. Manuel Agustín Aguirre, el principal ideólogo de la izquierda marxista ecuatoriana, se refirió a Guevara de la Serna como a un personaje que “logró la elevación del sacrificio al nivel más alto de la conciencia del deber y la responsabilidad socialista”. (2)   Fidel Castro lo identificó desde una sencilla y bella metáfora: “El artista de la revolución”.

 

La elegía que le dedicara al Che el laureado poeta Nicolás Guillén no podía ser más pura y estética:

 

     No porque hayas caído

     tu luz es menos alta.

      Un caballo de fuego

      sostiene tu escultura guerrillera

      entre el viento y las nubes de la Sierra.

      No por callado eres silencio.

      Y no porque te quemen,

       porque te disimulen bajo tierra,

       porque te escondan

       en cementerios, bosques, páramos,

       van a impedir que te encontremos,

       Che Comandante,

       amigo. (3)

 

En un homenaje anticipado (y probablemente involuntario) el genial Borges dejó escrito:

 

     Tu destino es llevar a

      las sombras un poco de la claridad

      del día, una tregua a sus males innumerables,

      a sus miserias un poco de

      amor. Si la primavera ha de renacer,

       la semilla debe resignarse a morir

       bajo tierra, para reaparecer mañana

       en mieses de oro. (4)

 

En un reciente reportaje titulado “El regreso del Che Guevara”, el novelista Tomás Eloy Martínez alude a la imagen del guerrillero que viene imponiéndose entre la juventud de este final de siglo:

 

       El Che, ahora, empieza a estar presente en todas partes. Pero no siempre de la misma

       manera.  La imagen heroica que difundió el gobierno de Castro, con la boina y la   

       estrella de cinco puntas, es la que prefieren los jóvenes. La otra, la del Che vencido, no

       está casi en ninguna parte, pero está la que refleja la eternidad del personaje. (5)

 

Empero, el Che no está únicamente en la imaginación o en las pancartas. Igual que el Cid Campeador, sigue librando combates después de muerto. En la actualidad, al menos dos de

los más importantes grupos guerrilleros de América Latina, el mexicano EZLN y el colombiano ELN, reconocen su filiación guevarista.

 

Notas

 

(1)   Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos, Antarca, Buenos Aires, 1986, p. 12.

(2)   Manuel Agustín Aguirre, El Che Guevara, La Oveja Negra, Bogotá, 1979, p.129.

(3)   Para siempre Che, Ediciones Verde Olivo, La Habana, 1977, p. 1.

(4)   Revista Sur, abril de 1936.

(5)   Hoy, 30 de marzo de 1997.

 

Fragmento del ensayo publicado bajo el mismo título en el libro La disidencia en Disneylandia (Eskeletra, Quito, 1997).

 

René Báez

Autor de Antihistoria Ecuatoriana, ex decano de la Facultad de Economía de la PUCE y candidato al Premio Nobel de Literatura 2016 por la International Writers Association (IWA)

 

https://www.alainet.org/es/articulo/188536
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