Birmania: Rohingyas solo buena voluntad

12/09/2017
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Foto: Telesur twitter
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¿Cuántos miles de muertos le ha costado a la minoría rohingya a manos del gobierno birmano para que, aparentemente, occidente entienda que la limpieza étnica que se está perpetrado contra ellos va en serio?

 

La gran prensa de occidente, al igual que sus gobiernos, hace apenas unas semanas ha tomado conciencia del genocidio contra la minoría musulmana.

 

 Los casi millón y medio de miembros de esta etnia, que arribó a Birmania proveniente de Bangladesh, entre los siglos VII y VIII, asentándose en el norte del Estado de Rakhine, fronterizo con Bangladesh, no son reconocidos como ciudadanos birmanos, ni gozan de derechos tan básicos como el de la salud, la educación y el trabajo.

 

Hacinados en campos de concentración de donde no pueden salir, hasta para casarse deben pedir permiso a las autoridades, carecen de documentos y cualquier derecho político, social o económico. Son en esos campos donde se ejecutan crímenes aberrantes contra niños, ancianos, hombres y mujeres, articulados por las autoridades locales y nacionales (secuestros, torturas, violaciones y muertes). Las aberraciones tienen tal magnitud que ni siquiera se puede establecer un número aproximado de muertes y desapariciones, este es un genocidio en pleno desarrollo que se ha producido hasta ahora, ya que la incineración de cuerpos es un recurso constante para ocultar estos crímenes.

 

Los progroms del ejército birmano o Tatmadaw,  se suceden periódicamente, como política de estado, lo que ha generado varias oleadas migratorias de rohingyas, fundamentalmente a Bangladesh  y países musulmanes como Malasia e Indonesia, no se sabe tampoco el número de esta etnia perdidos en la selva buscando llegar a Tailandia.

 

Solo en los últimos quince días se han registrado 270 mil rohingyas que han cruzado ilegalmente a Bangladesh, ya que Dhaka ha ordenado el cierre de frontera, a través de dos puntos el río Naf, y entre los arrozales de Ukhiya y Teknaf, al sureste de Bangladesh, quienes se suman a los 400 mil que a lo largo de estos últimos 20 años se han instalado en los paupérrimos campos de refugiados con que cuenta Bangladesh, que tampoco reconoce a los rohingyas como ciudadanos.

 

En varios sectores de la línea fronteriza se ha constatado la presencia de minas antipersonales, sin identificar si fueron sembradas por Bangladesh o Birmania. La desesperación de los rohingyas los lleva a sortear cualquier peligro. En el Hospital Sadar de Cox's Bazar (Bangladesh) a unos 60 kilómetros de la frontera, los médicos están tratando cada vez con mayor frecuencia a refugiados con fracturas y heridas en las piernas producidas por balas de fusil y explosiones de minas.

 

Esta última escalada parece ser la más violenta de las que se vienen registrado en muchos años, infinidad de pueblos y sembradíos rohingyas han sido reducidos a cenizas, mientras que las ejecuciones se producen de manera constante.  Un censo a quienes han logrado ponerse a salvo ha confirmado que tienen entre 3 y 4 familiares asesinados por las Tatmadaws. Las denuncias de decapitaciones, el uso de lanzallamas y ametrallamientos masivos desde helicópteros son constantes.

 

Junto al ejército,  en el genocidio participan organizaciones paramilitares y fundamentalistas religiosos como Ma-Ba-Tha (Asociación para la Protección de la Raza y la Religión) y el grupo 969 (números que refieren a los nueve atributos de Buda, los seis atributos de sus enseñanzas y los nueve atributos del monacato) liderados por el mesiánico monje Ashin Wirathu que acusa a los rohingya de asesinar monjes budistas y atacar templos con el fin último de querer convertir a Birmania en un país islámico.

 

Las autoridades birmanas, a su vez, denuncian que son los rohingyas quienes queman sus aldeas, para responsabilizar al ejército y perjudicar la imagen internacional del país.

 

En 2015, la situación se había agravado al punto de que miles rohingyas se lanzaron al mar en embarcaciones precarias, intentado alejarse de una nueva oleada de operaciones militares lanzadas por las autoridades de Naipyidó, que los ha obligado, con cierta periodicidad,  a un feroz derrotero. En la oleada de 2015, cientos de embarcaciones partieron sin rumbo conocido, buscando un puerto que las ampare. En su gran mayoría les fue imposible lograrlo o bien porque autoridades locales se lo impidieron o bien porque fueron víctimas de piratería y naufragios. Aquella oleada que intentaban escapar, según fuentes australianas, se calcula que oscila entre los 7 y 25 mil almas, nunca se conocerá el número de muertos que dejó aquel desesperado peregrinaje en el mar de Andamán.

 

Un genocidio para un Nobel de la Paz

 

Aung San Suu Kyi, premio nobel de la Paz 1991, que en la actualidad es la verdadera cabeza del estado birmano, a pesar de cumplir roles ministeriales, es la responsable fundamental del genocidio rohingyas, negociado con el ejército, que más allá de la haber abandonado el poder nominalmente en 2016, después de 50 años de dictadura, perdura manteniendo los resortes del más sensibles poder.

 

Ha sido Suu Kin, mimada y “heroína” del Departamento de Estado norteamericano, quien, junto a poder militar, ha permitido llevar la crisis rohingya a la magnitud de genocidio.

 

Birmania, un país de casi sesenta millones de habitantes, de mayoría budista que representa el 90%,  enfrenta en su territorio diferentes estadios de guerrillas, separatistas, marxistas y pro chinas, pero parece ser el pueblo rohingyas es el que más atención concita.

 

Según fuentes militares el improbable Ejército de Salvación Arakan Rohingya (Arsa) ha sido el responsable en los últimos meses de diversos ataques a puestos policiales y militares en localidades del estado de Rakhine, por lo que el Tatmadaw, se ha visto obligado a dar una respuesta acorde.

 

Muchas naciones islámicas ya ha hecho saber de su indignación en la ONU y un reciente acuerdo entre Irán y Turquía parece ser el motor fundamental para alcanzar una solución a esta nueva crisis que a pesar de poner en peligro la vida de más de un millón de musulmanes, ni a Arabia Saudita, ni a ninguna de las monarquías del Golfo Pérsico le ha parecido relevante el “detalle”.

 

Para dar más relevancia y justificación a los planteos de Naipyidó, se ha lanzado la teoría que los rohingyas han creado organizaciones armadas como el Ejército de Salvación Arakan Rohingya (Arsa), sin preguntar quién financia y entrena a sus combatientes.

 

Mientras comienzan a llegar las condenas del genocidio, se esperan resoluciones claras y contundentes de organismos internacionales y de Naciones Unidas, ya que nunca en esto casos la buena voluntad ha servido para detener las muertes.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/188019?language=en
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