Tiempo de odios
- Opinión
“…sacaban las sillas de las cabinas y las agrupaban en el centro del vestíbulo, frente a la gran telepantalla, preparándose para los Dos Minutos de Odio (…) Había empezado el Odio. Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo (…) Antes de que el Odio hubiera durado treinta segundos, la mitad de los espectadores lanzaban incontenibles exclamaciones de rabia. (…) En su segundo minuto, el odio llegó al frenesí. Los espectadores saltaban y gritaban enfurecidos tratando de apagar con sus gritos la perforante voz que salía de la pantalla (…) Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. (…) Así, en un momento determinado, el odio de Winston no se dirigía contra Goldstein, sino contra el propio Gran Hermano, contra el Partido y contra la Policía del Pensamiento; (…) Entonces, su odio contra el Gran Hermano se transformaba en adoración, y el Gran Hermano se elevaba como una invencible torre, como una valiente roca (…)
—Odio la pureza, odio la bondad. No quiero que exista ninguna virtud en ninguna parte. Quiero que todo el mundo esté corrompido hasta los huesos. (…) Ninguna emoción era pura porque todo estaba mezclado con el miedo y el odio (…)
El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento. Todo lo demás lo destruiremos, todo (…)
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo fallas en lo emocional.
Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme; sabes muy bien que descubro todas tus mentiras. Dime: ¿cuáles son los verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
—Lo odio.
¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta que le obedezcas; tienes que amarlo.” (Destacados nuestros).
George Orwell (1949) 1984.
Observo con mucha preocupación el uso de la palabra odio en el quehacer político nacional, lo cual parece hacerse cada vez más frecuente. Ésta no debe ser usada a la ligera, las ideas y las palabras construyen realidades. Más preocupante aún puede ser que este uso sea pensado y premeditado. Como se suele decir cuando se trata de prácticas peligrosas que pueden devenir en escaladas: “todos saben cómo comienza pero no cómo termina”. Sin tener pretensión alguna de exhaustividad ni rigurosidad, plasmaré en estas líneas algunas de mis inquietudes sobre este particular. Y como ya se han percatado, utilizaré la famosa novela de Orwell, 1984, para ilustrar estos temores.
¿Qué es el odio?
El odio es la antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea (DRAE).
¿Qué son los crímenes de odio?
Lola Aniyar (2008) explica que los crímenes de odio son crímenes contra los diferentes, “motivados por el rechazo de un grupo social identificable. Generalmente se trata de grupos definidos por raza, religión, orientación sexual, discapacidades, etnicidad, nacionalidad, edad, género, grupo social o afiliación política. Ejemplo característico de los delitos de odio han sido los cometidos por el nazi-fascismo y el Ku Klux Klan”. Así entonces, el núcleo parte del odio hacia lo diferente, son crímenes motivados por las diferencias. El concepto se viene acuñando desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, en parte debido a la extensión de distintos movimientos extremistas, como los neonazis, en EEUU y algunos países europeos. Los contextos, procesos y expresiones de estos fenómenos no deberían ser equiparables de manera temeraria a nuestra región.
La racionalidad bélica y la construcción permanente de enemigos como método
Se suele alegar que la esencia de lo político es el “enemigo” pero se omite que el autor de esta frase, Carl Schmitt, fue uno de los grandes ideólogos del nacionalsocialismo. El odio se alimenta de y se proyecta hacia los enemigos, desde una racionalidad bélica. Al enemigo se le extermina, no tiene derechos porque no es un ser humano, un proceso fundamental para obtener un enemigo es, entonces, su deshumanización. En la guerra todo se vale y la excepción se convierte en la regla, en algo permanente. En otros momentos me he detenido sobre estas dos ideas. En esta ocasión me parece más pertinente recordar las narraciones que Orwell presenta en su novela, sobre el uso de estos dos componentes fundamentales para el odio como instrumento político, que hacen parecer esta ficción como una especie de recetario:
“Se espera que hasta el más humilde de los miembros del Partido sea competente, laborioso e incluso inteligente —siempre dentro de límites reducidos, claro está—, pero siempre es preciso que sea un fanático ignorante y crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástico de triunfo. En otras palabras, es necesario que ese hombre posea la mentalidad típica de la guerra. No importa que haya o no haya guerra y, ya que no es posible una victoria decisiva, tampoco importa si la guerra va bien o mal. Lo único preciso es que exista un estado de guerra. La desintegración de la inteligencia especial que el Partido necesita de sus miembros, y que se logra mucho mejor en una atmósfera de guerra, es ya casi universal, pero se nota con más relieve a medida que subimos en la escala jerárquica. Precisamente es en el Partido Interior donde la histeria bélica y el odio al enemigo son más intensos. Para ejercer bien sus funciones administrativas, se ve obligado con frecuencia el miembro del Partido Interior a saber que esta o aquella noticia de guerra es falsa y puede saber muchas veces que una pretendida guerra o no existe o se está realizando con fines completamente distintos a los declarados. Pero ese conocimiento queda neutralizado fácilmente mediante la técnica del doblepensar. De modo que ningún miembro del Partido Interior vacila ni un solo instante en su creencia mística de que la guerra es una realidad y que terminará victoriosamente.” (Destacado nuestro).
Así surgen de manera constante enemigos: los gobiernos anteriores, los gobiernos extranjeros, el imperialismo, el extranjero, el lumpen, el delincuente, el bachaquero, el disidente, el guarimbero, el traidor, etc. A ellos se les pueden achacar las responsabilidades de todos los males del país, para no asumir las propias, cualquier chivo expiatorio puede ser útil. Parte de esta misma táctica es la constante guerra contra estos enemigos: guerra contra el imperio, guerra económica, guerra de cuarta generación, guerra mediática, guerra contra el bachaqueo, guerra contra la guarimba, guerra contra la delincuencia, etc, etc…
El odio como forma de control y el doblepensar
Con independencia de la base real o ficticia de los problemas, conflictos y tensiones, lo importante es su uso para lograr un mayor de control político e ideológico, con independencia de los efectos reales que se tengan sobre estos problemas originarios. La base de este uso es el miedo, los prejuicios, el desconocimiento y la manipulación, que deben ser explotados con una espectacular propaganda. Así se logra que la gente enajene sus propios derechos y otorgue poderes ilimitados a sus pretendidos protectores. Con ello se legitiman posteriormente acciones y hechos de fuerza, ya sea dentro o fuera de la legalidad. Esta metodología también se asoma en la novela de Orwell:
“Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doplepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volverlo a traer a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Ésta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar.”
“Se espera que todo miembro del Partido carezca de emociones privadas y que su entusiasmo no se enfríe en ningún momento. Se supone que vive en un continuo frenesí de odio contra los enemigos extranjeros y los traidores de su propio país, en una exaltación triunfal de las victorias y en absoluta humildad y entrega ante el Poder y la sabiduría del Partido. Los descontentos producidos por esta vida tan seca y poco satisfactoria son suprimidos de raíz mediante la vibración emocional de los Dos Minutos de Odio, y las especulaciones que podrían quizá llevar a una actitud escéptica o rebelde son aplastadas en sus comienzos o, mejor dicho, antes de asomar a la consciencia, mediante la disciplina interna adquirida desde la niñez. La primera etapa de esta disciplina, que puede ser enseñada incluso a los niños, se llama en neolengua paracrimen. (…) La palabra clave en esto es negroblanco. Como tantas palabras neolingüísticas, ésta tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca a todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar.”
“Si la igualdad humana ha de ser evitada para siempre, si los Altos, como los hemos llamado, han de conservar sus puestos de un modo permanente, será imprescindible que el estado mental predominante sea la locura controlada.” (Destacados nuestros)
La actual coyuntura
Nuestra clase política se viene caracterizando por un discurso cada vez más empobrecido, que discute personas y sus cualidades individuales, en vez de enfocarse en programas o proyectos de país. Esto no es un monopolio de alguno de los aparentes bandos antagónicos, por el contrario, es una de sus características compartidas. Es su forma política, la tienen tan internalizada que forman a sus jóvenes cuadros en esa lógica, dónde la descalificación personal y la capacidad de hacer bullying se convierten en atributos para ser considerados como una figuras relevantes dentro de su propio bando. El twitter, los chats y demás redes son el caldo de cultivo y de reproducción para estas técnicas que sirven para vaciar de contenidos lo que debe ser el debate político. Es como si la neolengua orwelliana se encontrase en pleno desarrollo.
Ante la ausencia de ideas de fondo, de análisis de datos de la realidad, de programas y proyectos políticos, se deja entonces libre el espacio para el desconocimiento del otro, para los insultos y para la demonización del contrario. En este marco abundan los discursos clasistas, racistas y homófobos, que tampoco se le pueden adjudicar a uno solo sector. Unos lo hacen con claro desprecio y hasta con coherencia, otros intentan ocultar su desprecio tratando de instrumentalizar como objetos de protección a los sectores agredidos, pero considerándolos siempre como objetos de su táctica política, no como sujetos de derechos ni como protagonistas de un proceso de empoderamiento real.
Así por ejemplo, respecto a las 128 personas fallecidas por la conflictividad violenta de los últimos meses, hemos visto cómo discursivamente un sector trata de presentar la totalidad de estas muertes como si hubiesen ocurrido en manifestaciones y son responsabilidad directa del Estado, si bien así fue en muchos casos, no puede afirmarse que la totalidad de las mismas ocurrieron en esas circunstancias. Ese mismo sector, por ejemplo, no asume las consecuencias de la obstaculización de las vías de tránsito, o de algunos casos de linchamientos o de personas quemadas, que aunque desde el punto de vista cuantitativo y estadístico no son significativos -estos últimos según los datos disponibles no llegan al 2% del total de los fallecidos-, desde el punto de vista simbólico son muy importantes. Pero del otro lado de la acera se invisibiliza totalmente la responsabilidad de los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado que, como hemos dicho en otras oportunidades, al menos en una cuarta parte de los casos tienen una clara responsabilidad. Este es un discurso negacionista. Este último sector trata de convertir el 2% de los casos en la totalidad de las víctimas. Es así como las únicas víctimas que existen en el discurso del gobierno son las personas que lamentablemente han sido linchadas o quemadas. Pero invisibilizan a la totalidad de las otras víctimas. Este discurso pareciera no ser fortuito y tener una clara intencionalidad de criminalizar y demonizar al adversario político.
Este hecho puede observarse en los oportunos y detallados trabajos de Esther Pineda quien ha hecho un seriado de cuatro entregas en el que analiza los linchamientos en el país durante los años 2015, 2016 y 2017. A través de su lectura puede verificarse cómo ese tema no solo se ha instrumentalizado burdamente por intereses partidistas, peor aún, se ha banalizado. Además, deja en evidencia qué actores institucionales abordaron realmente estos casos, y cómo quiénes hoy se horrorizan de los mismos, antes guardaban silencio. Naturalizaron y hasta aplaudieron los linchamientos (homicidios calificados) de presuntos delincuentes, pero ahora se escandalizan con los ocurridos durante los últimos meses (que a pesar de la propaganda oficial disminuyeron en número durante el conflicto), de esas aguas vienen nuestros actuales lodos. Todos los muertos duelen, no importa la etiqueta que se le adjudique a la víctima, sin embargo, parece que para los bandos partidistas hay unas víctimas que deben llorarse y hay otras que no merecen siquiera ser nombradas (Butler, 2010). En 2016 unas 4.667 personas fallecieron en manos de las fuerzas de seguridad del Estado, sobre esto pocos hacen denuncias públicas, los bandos políticos comparten silencios al respecto. Este tipo de muertes son la versión institucional y masiva de los linchamientos. Contra éstas -al igual como sucedió por años con los linchamientos- no hay campañas. Sin embargo, las víctimas son las mismas: hombres jóvenes que cumplen con los estereotipos de raza y clase social.
Desde hace años he estado observando y denunciando públicamente, con preocupación, cómo el fenómeno reprochable de los linchamientos, sin duda racista y clasista, no solo se ha ido "naturalizando" en la opinión pública, al menos durante los últimos dos años, sino que ahora se le da un uso político delicado que gira en torno a la estigmatización del otro, no solo físicamente a través de estereotipos, también se hace en términos simbólicos y discursivos. Hace unas semanas escuché por una hora la entrevista a un dirigente nacional que usó las palabras "queman gente" al menos 10 veces. En promedio "quemó gente" cada 6 minutos de discurso y eso de manera progresiva parece convertirse en un discurso oficial, una especie de mantra que repiten sus seguidores. A través de esa demonización se busca la justificación de acciones extremas en contra de los demonizados y descalificar la totalidad de sus acciones. Esto no significa en modo alguno que estos casos no deban condenarse y denunciarse con contundencia, en todo contexto, con independencia de la motivación que lo haya generado. Pero lo anterior no debería ser usado como propaganda para la criminalización generalizada del adversario político.
Es en este marco que se pretende hacer una legislación contra los crímenes de odio, al respecto algunos comentarios:
Los valores y principios de igualdad, no discriminación, pluralismo, solidaridad y paz tienen rango constitucional (artículos 1, 2, 6, 21, 77 y 100 CRBV) y deben permear a toda nuestra sociedad, nuestra forma estado, legislación y a la política pública en general, éstos ya existen en nuestro bloque normativo vigente, lo que se debe hacer es implementarlos en la realidad, y no dejarlos solo en el plano normativo.1
Los problemas sociales se solventan con políticas sociales, no con leyes ni decretos. No se debe confundir la política legislativa con la totalidad de la política pública, ni diluir la primera en la segunda. La violencia se reduce con políticas públicas. La represión es funcional en su justa medida, pero sería infructuosa y hasta contraproducente si ésta no se articula con políticas efectivas de contención y prevención permanentes.
No se puede pretender erradicar prejuicios ni prácticas excluyentes y violentas solo mediante el recurso de la sanción penal sin atender los problemas estructurales que los generan. El sistema penal y la pena de prisión no educa ni previene, por el contrario, profundiza las lógicas segregacionistas, excluyentes, racistas y de clase de nuestras sociedades.
Las leyes en materia penal deben ser producto de un debate en el seno del Poder Legislativo, ya que las mismas pueden limitar o restringir derechos garantizados en la Constitución (artículos 156.32, 187.1, 202 y 19 al 129). En principio, es en este órgano que se encuentran representadas todas las tendencias políticas e ideológicas del país, además, sus diputados son elegidos a través del voto directo y universal, con un sistema de representación territorial aceptado por todas las partes involucradas. La cuestionada ANC no es el espacio para crear este tipo de legislación, entre otras razones: porque carece de legitimidad de origen (no se le consultó al pueblo en un referendo consultivo), porque no representa a la totalidad y diversidad del pueblo venezolano, porque el proceso electoral en su totalidad ha sido denunciado como fraudulento, y porque su objeto debe ser la elaboración de una nueva Constitución, no ejercer actos de gobierno ni legislativos.
Nuestra legislación penal vigente tiene suficientes instrumentos para sancionar este tipo de ataques, que se constituyen, según sea el caso, en delitos de: homicidio, lesiones, violencias, amenazas, difamación, injuria, vilipendio o ultraje contra personas investidas de autoridad, instigación al odio, discriminación racial, etc. Que tienen, además, sus respectivas agravantes, tanto genéricas como específicas (alevosía, premeditación, ignominia, motivos fútiles e innobles, abuso de superioridad de fuerza, ejecución de la acción en unión de otras personas que aseguren o proporcionen impunidad, uso de fuego, causar otros males innecesarios, ejecutarlo con ofensa o desprecio del respeto a la dignidad de la víctima, realizarlo contra funcionarios públicos) (artículos: 405, 406, 413-419, 424, 175, 442-445, 222-228, 283-292 y 77 del Código Penal; 37 y 38 de la Ley Orgánica Contra la Discriminación Racial). No hace falta una nueva legislación, basta con aplicar la vigente. No es un problema legal ni normativo, es un problema de institucionalidad.
Beccaria explicó hace más de 250 años que no es la severidad ni crueldad de la pena la que frena los delitos, es la certeza, la infalibilidad de la misma es lo que realmente cumple con su función: “la certidumbre de castigo, aunque moderado, hará siempre mayor impresión que el temor de otro más terrible”. Una propuesta que consiste solo en aumento de penas es tan inútil como las que se han hecho durante los últimos lustros al Código Penal en 2005, al COPP en los años 2000, 2001, 2006, 2008, 2009 y 2012, y demás legislación colateral que no han impactado positivamente en nuestros problemas de violencia delictiva.
Se ha argumentado que esta ley pretende ser un instrumento de censura a medios de comunicación y redes sociales, por emitir mensajes a favor de la guerra, apología al odio, la discriminación, la intolerancia o la violencia. Si esta es la intención ese instrumento también sería innecesario, basta con usar las normas de la legislación vigente para esos fines. Esas prohibiciones existen en nuestra carta magna, en su artículo 57, también están presentes de manera más detallada en leyes que consagran sanciones concretas tales como: la Ley Orgánica de Telecomunicaciones (artículo 171, numeral 6), Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión (artículo 28, numeral 4, literales f, u, w, x, y) y Ley Orgánica Contra la Discriminación Racial (artículos 37-38). Además, cada compañía que ofrece el servicio de redes sociales tiene políticas muy claras sobre estos temas que traen como consecuencia la suspensión o eliminación de la cuenta de quién comete este tipo de infracciones.
Cuando se legisla debe pensarse que el resultado le será aplicado a sus autores. No se está en el poder de manera perenne. No se le puede dejar una estructura autoritaria y represiva a tus adversarios para que la usen en tu contra.
Finalmente, llama la atención que ya nadie habla de los fallecidos del conflicto de los últimos meses, a estas alturas de negociaciones y extorsiones por las elecciones regionales ninguno de los bandos se refiere como antes a los muertos, parece que éstos ya perdieron su valor. Ya fueron consumidos y utilizados para sus respectivas agendas. Sin embargo, sobre esos eventos pretende legitimarse esta nueva legislación.
¿Hasta qué punto un discurso pretendidamente a favor de los más vulnerables los puede terminar instrumentalizando para fines que nada tienen que ver con ellos? ¿Detrás de ese discurso no puede estar subyacente la defensa de intereses particulares de un pequeño grupo que tiene como objetivo disfrutar tranquilamente de sus privilegios? ¿Se busca proteger a los vulnerables o al funcionariado que detenta el poder? ¿Estos discursos contra el "odio" pueden ser utilizados para fomentarlo? ¿Qué tan acertado puede ser el uso de términos como "supremacía blanca" en nuestro país para el debate político? ¿Hasta qué punto se pudiera estar haciendo lo mismo que buscaba el neocolonialismo en el siglo pasado en Europa cuando trató de vaciar de contenidos la lucha de clases para transformarla en una "lucha de razas" que sirvió de base posteriormente al fascismo y al nacionalsocialismo?
Publicado originalmente en: Contrapunto
1 Por ello los artículos 1-5, 7-12 del borrador que anda circulando en redes llamado “Ley constitucional para la promoción y garantía de la convivencia pacífica” son innecesarios ya que los mismos están y deben estar presentes de manera transversal en todo nuestro ordenamiento jurídico y en la política pública en general, no deben estar relegados a un espacio delimitado, ni ser la excusa para crear más burocracia para ello. Sobre el artículo 13 del mencionado borrador ver los numerales 5, 6 y 7 de esta sección. Para el artículo 6 del borrador ver el numeral 8 de esta sección.
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