Donald Trump: The Manchurian Candidate

28/06/2017
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La elección de Donald Trump nos ha permitido ver lo que no veíamos desde el Watergate y el Impeachment a Richard Nixon: la coincidencia del periodismo hegemónico con el alternativo en la crítica recurrente al presidente de los Estados Unidos de América. Allí, aquí y en buena parte del mundo. Un cambio que se hace aún más notorio cuando se contrasta con la benevolencia rayana en el servilismo con la que el periodismo hegemónico trató a Obama durante los 8 años en los que ejerció dicho cargo. Pero esa unanimidad esconde profundas diferencias que se ponen de manifiesto cuando se examina cuáles son las críticas que se privilegian y cuáles las que se omiten en las informaciones y análisis que le está dedicando a quien es hoy la cabeza visible del Imperio Americano. El imperio que, como bien se sabe, se niega reconocerse como tal para imperar con mayor facilidad. Este artículo tiene el propósito de contribuir a sacar a la luz públicas esas divergencias analizando a profundidad la que ha sido hasta el momento la más grave acusación divulgada persistentemente por el periodismo liberal en contra de Donald Trump: que él es presidente de los Estados Unidos de América porque Vladimir Putin intervino en la campaña electoral norteamericana para que así fuera.

 

Habría que empezar por decir que esta acusación no es enteramente nueva porque, como ha ocurrido con otros tantos acontecimientos notables de la vida política norteamericana, tiene antecedentes en el cine de Hollywood. Desde los atentados a las Torres Gemelas hasta la elección de un presidente afroamericano a la presidencia de los Estados Unidos de América son muchos los acontecimientos que han encontrado precedentes en películas producidas por la “fábrica de sueños” que, en el momento de su estreno, fueron calificadas de utópicas o de fábulas futuristas. De hecho, la existencia de un plan de los rusos para que un hombre manipulado por ellos se haga con la presidencia de los Estados Unidos de América es el argumento de una película titulada The Manchurian Candidate, El candidato de Manchuria, dirigida por John Frankenheimer y estrenada en 1962. De allí que no resulte del todo descabellado iniciar la tarea de analizar la acusación de que Trump es un agente encubierto de Putin ocupándose de esta película. Ni tampoco la de hacerlo poniéndola en relación con otro film igualmente premonitorio: Asesinato en la Casa Blanca, dirigida por Dwight H. Little y estrenada en 1997. La una se contrapone a la otra y las dos resultan una introducción muy apropiado a los despiadados juegos de poder que están teniendo lugar actualmente en la capital del Imperio.

 

El argumento de El candidato de Manchuria no puede ser más oportuno: los perversos comunistas capturan a un patrulla americana en el curso de la Guerra de Corea, les lavan el cerebro con una eficacia estalinista y transforman al comandante de la misma, vástago de un influyente familia de la Costa Este, en un pelele dispuesto a hacer lo que le ordenen. Incluido el asesinato del presidente, con el fin de allanar el camino a la presidencia de los Estados Unidos de América un vicepresidente que también es un títere de los comunistas. La actualidad del argumento no se le escapó al diario El País de Madrid, que subtituló así el comentario que Ibsen Martinez dedicó al remake de 2004 de esta película: “¿Quién podrá ser el encargado por Putin para manejar a distancia a Trump?”(18.05.2017) Trump al que cómico Bill Maher castigó en una emisión de su programa debates Real Time (14.06.2017) con esta demoledora acusación: “Rusia está en guerra con nosotros. Y Trump es un desertor”. En resumen: el actual presidente de América es hoy por hoy The Manchurian Candidate, El candidato de Manchuria - que tal es el título original tanto de las dos versiones de la película como del libro de Robert Condon en el que se basan. El hombre de paja de Putin, su marioneta. Y el papel de la comisión oficial nombrada para investigar su liasons dangereux con Rusia, así como de los media que difunden esta versión de la tormenta que se cierne sobre el legendario Despacho Oval es el mismo del intrépido sargento Raymond Shaw en las dos películas y en la novela: desenmascarar la infiltración de un agente de los rusos al más alto nivel y abortar sus planes.

 

El Asesinato en la Casa Blanca arroja sin embargo otra luz sobre la russia´connection. El presidente en este caso no es un hombre al que le hayan previamente lavado el cerebro los comunistas o los rusos que ya no son comunistas. No, el presidente de este filme es simplemente un presidente vacilante. Los pérfidos norcoreanos han apresado a 13 bravos americanos y se niegan a devolverlos sanos y sanos. Los generales exigen una intervención militar inmediata para liberarlos, pero el presidente duda. Teme que la misma termine desencadenado un una conflicto en gran escala con China en una península donde como bien se sabe ya los Estados Unidos de América libraron una guerra especialmente sangrienta cuyo desenlace final sigue peligrosamente indeciso. Entonces ocurre el asesinato en la mismísima Casa Blanca que da título a la película, cuya víctima es una bella joven del servicio de protocolo y de cuya investigación se encarga al detective Harlan Hodgin, interpretado por el habitualmente solvente Wesley Snipes. Pronto descubre que los servicios secretos han prefabricado un culpable y que ponen toda clase de obstáculos para impedir que él aclare quién es el verdadero responsable. Con la ayuda de Nina Chance - una agente igualmente secreta, interpretada por Diana Lance- cree descubrir al culpable: el mujeriego hijo del presidente que, como no podía ser de otra forma, tenía una aventura con la joven asesinada. Pero ¡atención! esta conclusión suya también resulta engañosa porque el asesinato de la joven forma parte en realidad de una conspiración en las altas esferas cuyo propósito es doblegar la voluntad del presidente dubitativo. El autor material del asesinato es el mismo general que el presidente destituyó porque le reprochó de mala manera que no ordenara de inmediato el ataque a Corea. Y quién gestiona la conspiración es el propio consejero político del presidente, que se encarga de presentarle las pruebas que supuestamente implican al hijo del presidente para colocarlo ante la disyuntiva de enfrentar las demoledoras consecuencias políticas del hecho de que las mismas se hicieran públicas o aceptar que dichas pruebas se destruyan a cambio de que él ordene el ataque a Corea del Norte y renuncia a la presidencia inmediatamente después. Pero como se trata de Hollywood y el Happy end es obligatorio, la milagrosa intervención del detective Hodgin permite al presidente desmontar la acusación contra su hijo y abortar la conspiración.

 

Vista con esta luz adquiere otro aspecto la campaña de acoso y derribo del presidente Donald Trump encaminado a forzar su dimisión y en cualquier caso doblegar su voluntad en un punto crucial: las relaciones entre los Estados Unidos de América y Rusia. Los líderes de la formidable campaña política y mediática que insiste en que se investigue la russia´s connection promueven activamente el estado de beligerancia con Rusia. Afirman que no lo han causado ellos sino a la política agresiva de Rusia, que se habría anexado a Crimea por qué si, simplemente por satisfacer la perversa voluntad de dominio de Vladimir Putin, pasando por alto tanto la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas como el hecho igualmente inocultable de que Washington invirtió 5.000 millones en imponer en Ucrania un gobierno dócil a sus políticas. Trump tomó una cautelosa distancia de esta estrategia durante su campaña electoral, tal y como lo prueba el discurso sobre política exterior que pronunció en la sede de la revista The American Interest de 27 de abril de 2016. En aquella oportunidad afirmó: “I believe an easing of tensions and improved relations with Russia – from a position of strength – is possible. Common sense says this cycle of hostility must end. Some say the Russians won’t be reasonable. I intend to find out. If we can’t make a good deal for America, then we will quickly walk from the table”. E hizo esta propuesta después de subrayar en ese mismo discurso su intención de reafirmar la hegemonía militar americana en respuesta tanto a la expansión del gasto militar de Rusia y China como al hecho de que el presidente Obama estaba proponiendo un presupuesto militar para el 2017 que en precios constantes significaba –según él - un recorte cercano al 25% con respecto al de 2011- “We will spend what we need to rebuild our military. It is the cheapest investment we can make. We will develop, build and purchase the best equipment known to mankind. Our military dominance must be unquestioned”-sentenció.

 

Los adversarios de Trump en la cúpula del poder político americano rechazaron desde el primer momento su propuesta de rebajar las tensiones con Rusia. Y hasta la fecha han tenido éxito en impedir que si quiera lo intente valiéndose sobre todo de unas filtraciones ocurridas en 2016, el transcurso de la pasada campaña electoral americana. En aquella oportunidad y como es bien sabido, wiki pedía filtró miles de e-mail de la dirección del Partido Demócrata que ponían en evidencia maniobras de esa misma dirección en contra de la candidatura de Bernie Sanders y a favor de la nominación de Hilary Clinton como candidata oficial de los demócratas a la presidencia de los Estados Unidos de América. La filtración se produce un escándalo que obliga a Debbie Wasserman Schultz a renunciar a su cargo como presidenta del Comité Nacional Demócrata la víspera de la Convención nacional de dicho partido en la que Hilary venció a Sanders y obtuvo la nominación. Pero aun así Obama intervino. Derrotado Sander todavía quedaba por vencer a Trump. Basándose en un informe de la CIA que hablaba de “supuestos ataques cibernéticos de hackers rusos para desequilibrar la campaña electoral de Hilary Clinton e inclinar la balanza a favor de Donald Trump” advirtió a Putin que “dichas operaciones cibernéticas podrían ser consideradas como potenciales actos de guerra”. Y como represalia, ordenó la salida de 35 diplomáticos rusos y aplicó nuevas sanciones a diversos organismos y empresas rusas, en especial contra la GRU, el equivalente ruso de la CIA, que vendría a ser la encargada de ejecutar el hackeo. La tesis de Trump como The Manchurian Candidate acababa de nacer. Y desde entonces no ha hecho más que alimentarse y propalarse de manera sistemática. Se utilizó profusamente en la recta final de la campaña electoral cuando Hilary y Tremp se disputaron arduamente la victoria. Y se ha seguido utilizando como el ariete o la punta de lanza de la enconada campaña política y mediática que ha acompañado su posesión como presidente y las decisiones que ha tomado desde entonces. Y ha proporcionado el contexto informativo en el que se librado la feroz lucha por el control de las cúpulas del Estado americano: el Consejo Nacional de Seguridad, la CIA, el Pentágono, el FBI… Y contra esa tesis no ha valido y probablemente no valdrá en el futuro ningún desmentido, ya sean de Julián Assange, el director de wiki pedía, del diplomático británico Craig Murray o las del propio Putin. Todas ellas se estrellan contra la convicción de que sí, de que los rusos, a instancias de su presidente, filtraron los dichosos correos. Pruebas que es posible que no se presenten nunca como parece indicarlo el hecho de que, según ha informado Europress (21.04.2017) el fiscal Robert Mueller encargado de investigar la relación de Trump con Rusia ha centrado su trabajo en aclarar si el presidente Trump “habría intentado presionar en Febrero al FBI para poner fin a esta investigación con Rusia, un gesto que de confirmarse constituiría obstrucción de la justicia”. Y motivo por lo tanto de un Impeachment. O sea que ya nadie se va ocupar del contenido de los e-mail filtrados ni va a conocer o discutir el informe de la CIA que señalaba a los servicios de inteligencia rusa: lo que va a centrar el debate es si Trump ordenó o no al director de la FBI de investigar una acusación que el propio Trump considera un montaje.

 

En suma: la acusación ha arraigado con la fuerza de un prejuicio y ya parece casi imposible que se lo pueda disolver o neutralizar. No ha valido para hacerlo siquiera que la acusación haya cumplido su principal objetivo político obligando a Trump a abandonar su pretensión de distender las relaciones con Rusia. Para los cerebros de esta campaña la nueva guerra fría con Rusia es innegociable. Y si de algo Trump es realmente culpable es de haber planteado siquiera la posibilidad de desmontarla. Y por este delito debe ser inexorablemente castigado.

 

Cabe preguntar el porqué de este empecinamiento. Y no quedarse con la respuesta que lo explica como un producto más de la interminable lucha por el poder entre republicanos y demócratas, en la que la tozudez con la que estos últimos insisten en esta virulenta campaña contra Trump es perfectamente equiparable a la operación de acoso y derribo que los republicanos emprendieron contra el presidente Bill Clinton por las legendarias felaciones de Mónica Lewinsky. O contra la secretaria de Estado Hilary Clinton a la que acusaron de ser poco menos de ser la responsable del asesinato en 2012 del embajador de los Estados Unidos en Libia por un comando jihadista. Fue este el argumento o el pretexto el que movía a los exaltados partidarios de Trump a exigir a gritos que la encarcelaran. Y en el leit motiv de la campaña, el e-mail de la dirección de demócrata, resuena la denuncia republicana de la utilización por Hilary Clinton de una cuenta privada de internet para dar curso a documentos reservados de la Secretaria de Estado de la que entonces era titular.

 

No cabe duda que la despiadada lucha por la presidencia de los Estados Unidos cuenta y mucho en todo este asunto del candidato de Manchuria. Pero no es suficiente para explicar el encono contra Rusia. El motivo más importante del mismo hay que buscarlo en el ámbito geopolítico, en el cual Rusia aparece para el Estado americano como un competidor o un rival al que se debe vencer o doblegar porque su sola existencia como poder político independiente supone una amenaza para sus intereses políticos, económicos y militares. Rusia ya hace mucho que dejó de ser socialista y mayor aún el tiempo en el que dejo de representar un modelo viable para los partidos y movimientos anticapitalistas de Europa y América, pero sigue siendo una potencia militar de primer orden y cuenta con la tradición política y los recursos humanos y naturales suficientes como para poder adelantar en el plano internacional una política independiente de la dictada por Washington. Y llegado el caso, para oponerse abiertamente a ella, como lo está haciendo actualmente en Siria, donde apoya política y militarmente al gobierno de Bashar Al Assad en contra de los insurgentes armados y entrenados por Washington para derrocarlo. Eso para no mencionar la promoción de los BRIC, la recomposición de la alianza estratégica con China rota desde 1964. O los discretos ofrecimientos de alianza a Alemania, encarnados en proyectos del gaseoducto del mar Báltico, que conecta directamente a Rusia con Alemania omitiendo el paso por países como Polonia o Ucrania, sometidos a la influencia de Washington. O la oferta de integrar la UE en un mercado común euroasiático: desde la península ibérica hasta Vladivostok.

 

Cabe subrayar que la hostilidad de Washington antecede al conflicto sirio que ya dura siete largos y sangrientos años. Se retrotrae a principios de este siglo, cuando quedó claro que el victorioso renacimiento del nacionalismo ruso, encabezado por Vladimir Putin, daba al traste con los planes de Washington no solo de beneficiarse ampliamente desde el punto de vista económico de la restauración del capitalismo en Rusia sino de convertirla en una potencia política y militarmente subalterna. Una potencia subordinada en el orden político internacional impuesto al mundo por los Estados Unidos, a la manera en la que lo están actualmente Alemania o Japón que, en dicho orden gozan de autonomía pero no independencia. Y que aceptan dicho papel subalterno debido a la catastrófica derrota en sufrida en la Segunda Guerra Mundial, a los beneficios políticos obtenidos con la derrota infringida a la Unión Soviética y al movimiento comunista internacional por la coalición de antiguas potencias imperialistas lideradas por los Estados Unidos y al hecho de que Washington sigue pagando su subordinación política permitiendo el acceso de sus grandes empresas tanto a su propio mercado interior como a los mercados que domina en el Sudeste asiático y en América Latina.

 

El rechazo de Rusia a incorporarse en esos o en semejantes términos al orden imperial americano está en la raíz de la decisión de Washington de violar el acuerdo al que llegó con la Unión Soviética cuando está en su agonía permitió la reunificación de Alemania. Acuerdo que obligaba a la OTAN a no incorporar a los países del Este de Europa, los que habían pertenecido al Pacto de Varsovia y que ahora debían mantenerse al margen de la Alianza Atlántica. En lo que va corrido del siglo Washington hizo trizas ese punto crucial del acuerdo y hoy pertenecen a la OTAN Polonia, los países bálticos y Rumania y una de las razones por las que Washington invirtió en este período tantos miles de millones de dólares en promover el cambio político en Ucrania fue el de incorporar a dicho país a la OTAN. O por lo menos amenazar seriamente la continuidad de la gran base naval de Sebastopol, en Crimea, que es la sede de la flota rusa del Mediterráneo. Controlar o neutralizar esa base era expulsar literalmente a la flota rusa de dicho mar y dejar en un estado de flagrante debilidad la única base naval que le queda a Rusia en el Medio Oriente: Tartur, su base en Siria.

 

La respuesta del gobierno ruso fue la de promover la separación e Crimea de Ucrania y la de Estados Unidos, secundado por la Unión Europea, fue la de imponer sanciones económicas y políticas Rusia. Ambas lo hicieron con el argumento de defender la integridad nacional de Ucrania no defendieron con la misma consecuencia en el caso de Yugoslavia donde permitieron no solo el desmembramiento del país sino que lo legitimaron reconociendo la existencia de las seis repúblicas en las que ha quedado dividido, incluido Kosovo que en realidad no es más que un protectorado americano. Y la defensa de la integridad nacional tampoco aplica en Siria donde es evidente la política de Washington de descuartizarlo como se descuartizó sin tapujos a la antigua Yugoslavia y se ha descuartizado de hecho a Libia.

 

En resumen: las sanciones económicas a Rusia por la secesión de Crimea no obedecen a razones de principio, aunque sean esas razones las que se argumentan, sino a las razones geopolíticas ya señaladas. Al cerco militar que supone la instalación de bases y de tropas en la frontera europea de Rusia, incluido el escudo antimisiles, se suma el cerco económico. Y ambos son las piezas maestras de esta nueva Guerra fría, que Washington espera ganar como la primera: forzando a Rusia a embarcarse en una nueva carrera armamentística, cuyos costos astronómicos sobrepasarían las posibilidades de su economía, espera que esta última termine en bancarrota. El hundimiento de la economía rusa traerá consigo la caída de Putin y del régimen nacionalista actualmente imperante en Rusia, así como el colapso de su economía o su estancamiento trajo consigo el hundimiento de la Unión Soviética. La tercera componente de esta nueva Guerra fría esta igualmente en marcha y es la sistemática, campaña mediática que ha convertido de nuevo a Rusia en El enemigo por antonomasia. Y que está resultando tan exitosa que gran parte de la opinión pública norteamericana y el propio afectado aceptan como bueno el argumento de que las conversaciones informales del general Michael Flynn - fugaz asesor de seguridad de Trump- con Sergei Kislyak, el embajador ruso en Washington, fueron poco menos que una traición a la patria.

 

Aceptado este análisis la pregunta que sigue es: ¿por qué Trump tuvo la ocurrencia de proponer la distensión con Rusia? ¿Por qué ignoraba lo importante que era, que es para el poder imperial americano la nueva Guerra fría con Rusia? Podría ser: al fin y al cabo él es u outsider de la política, un multimillonario forjado en el negocio inmobiliario y el conductor de un popular programa de televisión, que emprendió su exitosa campaña electoral sin pasar someterse previamente al sistema de selección y promoción establecido por la clase política americana. De hecho, fue un precandidato y luego candidato a la presidencia en contra de la mayoría del establishment de su propio partido, el partido republicano. Y gastó muchos tuits y mucha saliva despotricando de la clase política de Washington. Él se proponía como el exitoso empresario que iba a devolverle a América la grandeza que le habían arrebatado los políticos, actuando de manera muy distinta a como actúan los políticos. Maneras, las suyas, que se han revelado con frecuencia torpes y hasta brutales.

 

La ignorancia de la complejidad de los asuntos políticos podría ser una explicación en este punto. Pero de nuevo no es suficiente, precisamente por el hecho de que él no ha es ni ha sido el único que en la cúpula del poder americano ha defendido la necesidad de un enfoque más distendido de la relación con Rusia. Es notorio que Henry Kissinger ha defendido la necesidad de abordar los desafíos que supone para el poder americano los extraordinarios cambios experimentados por el mundo en lo que va corrido de este siglo, proponiendo un nuevo “orden mundial” fundado en el realismo político. Kissinger es un firme defensor del liderazgo planetario de los Estados Unidos pero cree que solo puede conservarlo y mantenerlo si es capaz de asumir y encajar los legítimos intereses de quienes actualmente ostentan o están en vías de ostentar el rango de potencias mundiales. Que es algo bien distinto a hostigarlos por sistema o a declararles la guerra. Y aunque él ha centrado sus análisis y reflexiones en torno a la propuesta de un acuerdo duradero con China como el eje de la estrategia con la que Washington debe encajar el evidente desplazamiento del centro de gravedad del poder mundial del Océano Atlántico al Pacífico, también ha prestado atención a Rusia. De hecho él fue elegido en 2007 para presidir, junto con Primakov – el primer ministro de Rusia- un grupo de trabajo bilateral para abordar temas como el terrorismo y la proliferación de armas nucleares. Ha mantenido numerosas reuniones con líderes rusos, incluido el propio Putin, y no es descartable que haya cumplido algún papel en la elaboración del pre-acuerdo entre la Exxon Mobil y Gazprom para la explotación y la comercialización de los enormes yacimientos de gas del Ártico siberiano. Una mega operación empresarial con una inversión inicial estimada en 50.000 millones de dólares y beneficios esperados igualmente fabulosos que sin embargo no ha podido ejecutarse debido a las sanciones impuestas por Obama a Rusia, a raíz de la crisis de Ucrania y la secesión de Crimea. Operación a la que no es o no puede ser ajeno Trump si tomamos en cuenta que Rex Tillerson, su actual Secretario de Estado, era directivo de la Exxon Mobil cuando se elaboró el pre acuerdo. La distensión con Rusia, que podría llevar al levantamiento de las sanciones que actualmente impiden la realización del mismo. Exxon Mobil - Gazprom, sería entonces la verdadera explicación de la intención de Trump de desactivar el actual conflicto con Rusia.

 

En este punto cabe regresar al Asesinato en la Casa Blanca. En ella la cautela, las vacilaciones si se quiere, del presidente de los Estados Unidos representan el punto de vista del político que tiene buenas razones para temer que la solución militar del problema planteado termine generando un problema muchísimo más grave, mientras que la agresividad con la que el general exige la intervención militar inmediata en Corea del Norte representa el punto de vista del militar formado en la intransigente escuela de la Guerra Fría que no ve en cada conflicto parcial más que una nueva oportunidad de cumplir el propósito irrenunciable de aniquilar al enemigo. En la historia que nos ocupa, Trump es el empresario que, con la vista puesta en los negocios, prefiere la paz en vez de la guerra. O prefería, porque lo que están demostrando sus más recientes decisiones es que, cediendo al chantaje de quienes le acusan de ser una marioneta de Putin, cada día es más partidario de la guerra con Rusia.

 

Carlos Jiménez

Periodista y analista político independiente, Madrid, España

 

http://elartedehusmeardecarlosjimenez.blogspot.com/

 

 

 

 

 

 

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