El ilusionismo económico

23/06/2017
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El discernimiento objetivo de la realidad regional y nacional ha sido velado por un permanente tributo a fórmulas de pensamiento económico metropolitano; esta circunstancia, aparte de revelar la íntima correspondencia entre dominación económica y dominación ideológico-política, ha obstruido el encuentro y aplicación de políticas conducentes a un desenvolvimiento equilibrado y humanizante de nuestros países.

 

La aludida subalternidad puede ilustrarse con una breve reseña de sus principales momentos.

 

A principios del siglo XIX fue la doctrina del liberalismo económico la que movilizó a las élites criollas para su enfrentamiento con la Corona española. Como se sabe, esta doctrina y sus postulados del librecambio y la libertad de empresa constituyeron el arma teórica de la burguesía industrial inglesa en su lucha contra el regimentado y decadente orden colonial impuesto en estas tierras a sangre y fuego por las potencias ibéricas. De ahí que, su asimilación refleja y acrítica en las nacientes repúblicas hispanoamericanas a lo largo de esa centuria, resultará en un infanticidio de su producción manufacturera y en la constitución de la región en su conjunto en el indispensable hinterland minero y agrícola del emergente imperio británico.

 

Ya en el siglo XX será el keynesianismo la concepción progresivamente influyente en Latinoamérica a partir de la tercera década. Esta nueva escuela metropolitana, inclinándose a la realidad de la recurrencia de las crisis del capitalismo con sus secuelas de paro forzoso y desperdicio de ingentes riquezas, propugnará una serie de políticas fiscales (gastos públicos en servicios, construcción de infraestructura física y energética, amén de subsidios) y monetarias (expansión del crédito, reducción de las tasas de interés) como métodos de contrarrestar las tendencias recesivas inherentes a las economías de corte capitalista.

 

El evangelio keynesiano se abrirá paso en América Latina en primera instancia como fórmula de reactivación regional después del “crac” internacional de 1929 y la segunda guerra mundial, y ulteriormente, en su planteamiento reformista, desarrollista e industrialista de manufactura cepalina, como alternativa a la política de cambios estructurales que proyectara al continente la entonces seductora Revolución cubana.

 

El carácter epidérmico y de corto aliento del keynesismo como respuesta a los inveterados problemas latinoamericanos se patentizará en un espectro de efectos negativos que su aplicación contribuyera a institucionalizar. Entre tales efectos cabe destacar la inflación, los déficits presupuestarios estatales y paraestatales, los desajustes en la balanza de pagos, la emergencia de nuevas formas de articulación a las viejas o nuevas Mecas del capital trasnacional, así como –ya en sus inevitables fases críticas- en la ampliación de las desigualdades en la distribución de la riqueza y el ingreso.

 

A partir de la década de los 70 del siglo XX, y como corolario de las cruzadas represivas y hasta genocidas contra los movimientos nacionalistas y populares en nuestra subAmérica, se impondrá un drástico retorno al liberalismo económico.

 

El nuevo profeta se llamaba Milton Friedman –un ex asesor de Nixon y profesor de la Escuela de Economía de Chicago- para quien la clave de la prosperidad consistía en un “saneamiento” de la economía mediante el aperturismo comercial y financiero, la reducción de los gastos públicos y la eliminación de todo tipo de control a las empresas (léase monopolios). El objetivo de tales medidas no era otro que buscar la máxima eficiencia y productividad empresarial castigando a los salarios, liberalizando precios, configurando estados lesseferianos, reprimarizando las economías, apostando a las privatizaciones y concesiones al capital monopolista externo o doméstico, en fin, postulando acuerdos internacionales de integración-desintegradora con bloques imperialistas o “subimperialistas”.

 

En suma, la teleología de esta estrategia/modelo de crecimiento no era/es otra que –a título de restablecimiento de supuestas condiciones “normales” de funcionamiento y reproducción de las economías- impulsar la reestructuración subordinada de nuestras economías a favor del “planeta financiero” y sus socios nativos.

 

 La coyuntura ecuatoriana

 

En la actual transición política nacional, signada por una confrontación de ribetes falsos entre los trasnochados partidarios del colapsado intervencionismo recolonizador “correísta” y los militantes de un “neoliberalismo con rostro humano”, (1) acaso convenga recordar que ambos planteamientos – muy hibridados a la altura de la década que decurre- conviene no olvidar que ambas estrategias/modelos de desarrollo provienen de escuelas metropolitanas apologéticas del capitalismo y el imperialismo, cuyo principal talón de Aquiles no es otro que su desconocimiento de las raíces histórico-sociales del problema económico, carencia que les induce a la comprensión de lo económico como a un conocimiento neutral frente a los conflictos clasistas que desgarran a nuestras sociedades clasistas; y ahora también desentendidas de los cataclísmicas consecuencias de la acción del homo economicus en el fragilizado medio natural.

 

De todo lo cual derivan, en el mejor de los casos, racionalizaciones macroeconómicas de corta duración, racionalizaciones difíciles de lograr en países como la Grecia de A. Tsipras, la Venezuela de N. Maduro o el Ecuador de L. Moreno.

 

¿No habrá llegado la hora de pensar al menos en una ruta de evolución no-capitalista?

 

Nota

 

(1)  Ver particularmente nuestro artículo “El Ecuador y el lecho de Procusto” (ALAI: 13/04/2017)

 

René Báez

  Autor de Antihistoria ecuatoriana (Universidad Central, 2010), ex decano de Economía de la PUCE y miembro de la International Writers Association.

 

Especial para ALAI

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/186364
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