De las armas a la razón democrática
- Opinión
Se hizo. O, mejor, se está haciendo; pero de un modo tan firme que el hecho no da lugar a dudas. El evento será consumado, en apenas una semana; a cuyo término la historia nos rozará, como lo advirtiera José Mujica, cuando las guerrillas comunistas dejen hasta el último fusil en manos de las Naciones Unidas. Por cierto, lo harán en un país en el que siempre nace una violencia o en el que cada día se arma un grupo nuevo, alguna bandola con inaprehensibles propósitos.
Este martes que acaba de pasar, un martes 13, por más señas; pero de presagios al revés; más bien, de vaticinios luminosamente invertidos, un día en el que tal vez fuera promisorio casarse con el desarme y embarcarse con la democracia; en esa fecha, el 13 de junio de un martes si acaso inquietante para los que le temen a la paz, las Farc hicieron dejación de otro 30% de sus lustrosos instrumentos de guerra. O hicieron entrega de ellos, si así lo preferimos. Solo que no fue la entrega a su antiguo enemigo, sino a un tercero.
Con lo cual pusieron de manifestó que no se rindieron, pero tampoco persistieron en lo que ya hacía rato era una acción huérfana de sentido histórico.
El desarme como acontecimiento
Y, ahora, concurrieron el hecho y la imagen; se dieron cita la acción material y el símbolo “significante”. O, en otras palabras, la circunstancia y su visibilización.
La una está formada por los containers de la ONU, que se engullían como en un acto inverosímil a las metralletas de la muerte, de la extorsión y de las ilusiones catastróficas. La otra ha sido la fotografía final y sensatamente autorizada por la ex comandancia insurgente; ha sido el calco, la imagen dibujada como certificación de lo cumplido, que al instalarse en la memoria colectiva, comienza a convertir a la circunstancia en acontecimiento, transformación ésta que sitúa al hecho en la historia y a la vez en el imaginario colectivo. El imaginario de los que se rendirán frente a la evidencia, siempre habrá quien lo haga; y el de los que insistirán hasta la fatiga de sus vanos desvirtuamientos, en la idea de que tan solo fue el divertimiento que dejó como herencia las guerritas y maldades de siempre.
La renuncia a la violencia
Lo importante de todo ello es que las circunstancia y el yo, se fundieron en el momento de una transformación no solo objetiva, la de la entrega de las armas, sino subjetiva, lo que no deja de ser transcendental.
La acción material de abandonar las armas la realizan los insurgentes, al tiempo que renuncian a la violencia, como la convicción de un sujeto que entra a otro estado del alma. Al menos, así lo consignó Timochenko, el jefe del movimiento armado: “renunciamos a ella, nunca más utilizaremos la violencia”. Toda una declaración ideológica y cultural, una proclamación del nuevo significado de la acción: una revolución operada en la subjetividad. Una revolución que cambió de lugar; ya no realizable en la razón del poder, sino en el poder de la razón.
Así, el desarme deja de ser solo un hecho estratégico, admisible solo porque ya no es posible vencer al enemigo. Pasa a ser en cambio un acto de fe; no reñido con la razón, sino paradójicamente un acto de fe en la razón, en la razón democrática, por más riesgos que ésta encierre.
El combate y la palabra
La transformación implica, aunque no lo reconozcan los comandantes, un parcial ajuste de cuentas con Marx. Naturalmente, los ex insurgentes confirman la confianza en los cambios sociales, ni más faltaba.
Pero empiezan a invertir la dialéctica de la fuerza y del poder. Ya no harán sus apuestas por la crítica de las armas, la que por lo demás arrasó con los imaginarios éticos de la revolución, sino por el arma de la crítica; la que conduce derecho, no a la fuerza de las armas, no al combate; sino al debate, la forma eminente de la acción política.
Es como si cambiaran algo de Marx por algo de Hannah Arendt, para quien la violencia terminaba por destruir el poder político; cuando de lo que se trataba era de construirlo como lugar de concertación; eso sí, en medio de la diferencia.
Y, como si por ahí mismo, se propusieran el regreso, sin disquisiciones filosóficas, a Aristóteles; al charco seminal en el que brotó la idea de la política, el modelo de un poder apoyado en la libertad; y, por tanto, en el ciudadano dueño de la palabra, un ciudadano que delibera, que lucha, pero que lo hace con el discurso y, claro, con el razonamiento.
El abandono de las armas, con el que efectivamente se han comprometido las Farc, está acompañado crecientemente con un cambio de concepción, una revolución cultural. Es lo que se insinúa en la expresión del mismo Timochenko: “combatiremos solo con las palabras, lo prometemos”. Lo que emerge es una conversión laica a la democracia ideal, un horizonte al que no hay por qué renunciar.
Ricardo García Duarte
Ex rector Universidad Distrital
https://www.sur.org.co/de-las-armas-a-la-razon-democratica/
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