Jesús y la historia

22/05/2017
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La gloria no se opone a la razón, puede originarse en ella.
Baruch Spinoza, La Ética.

El escenario

Sobre las tierras bíblicas se generaron grandes cambios en el poder mundial. Los vastos territorios conquistados por Alejandro de Macedonia destruyeron los viejos reinos como Persia y difundieron la cultura helenística en buena parte del mundo entonces conocido. Después de la muerte de Alejandro, el reciente imperio se dividió en varios dominios, uno de los cuales se apoderó de Judea y Samaria. Este poder fue expulsado por la sublevación de los Macabeos, que establecieron un gobierno sacerdotal. En la década del 60 a .C. ocupó este reino el romano Pompeyo y lo incorporó al imperio de Roma, instalando en él un rey dependiente en la persona de Herodes.

 La población mayoritaria del territorio se componía de agricultores, pescadores y artesanos judíos de condición modesta -los am haaretz- duramente oprimidos por la administración extranjera. Por ello, se mantuvo vigente la general esperanza de un fin de estos tiempos, posiblemente próximo y el advenimiento del reino mesiánico. Sobre este paisaje soplaron, alternativamente, vientos de tormenta. Entre los movimientos religioso-políticos que se destacan en este panorama están: los saduceos, un grupo aristocrático y colaboracionista con el poder ocupante, poder  mayoritariamente a cargo del gobierno del Templo. También los fariseos, grupo moderado y progresista, fiel a la ley, cuyo representante notable fue el leñador y rabino Hilel, de pensamiento amplio.

Otra corriente está representada por los esenios que se distanciaron del gobierno del templo y fundaron colonias en el desierto lindero del Mar Muerto. Cultivaron una severa observancia de la ley judía, influida en algún grado por la filosofía irania (Zoroastro). Sus escritos llegaron a ser descubiertos en las cuevas de Qumran (los llamados manuscritos del Mar Muerto). En este casi monasterio-fortaleza se mantuvieron, con interrupciones, durante más de dos siglos hasta la guerra de Bar Kojba (año 133 d. C.). Este grupo tuvo amplias ramificaciones hasta la propia Jerusalén. Grupos de inspiración combativa, seguidores de Judas, el Galileo, y sus familiares sucesores formaron el movimiento de los zelotes y sicarios. Allí encabezaron varias sublevaciones, sangrientamente reprimidas por los romanos. Una corriente llamada Cuarta Filosofía recibió inspiración de varios de estos movimientos, excepto de los saduceos.

Hacia el reino prometido

Todo este panorama, caldeado de sufrimiento y de esperanzas, constituye una atmósfera propicia al surgimiento de personalidades que se sentían convocadas a preparar la llegada de un mundo mejor, en cumplimiento de las promesas proféticas. Una de tales personalidades fue Juan el Bautista, quien predicó en un paisaje desolado junto al río Jordán. Abogó por el cumplimiento de la Ley de Moisés, una forma ascética de vivir, y administró el bautismo por inmersión en las aguas del río, rito de limpieza ya conocido por los esenios. Su prédica logró reunir mucha gente, ansiosa por despejar el camino para el advenimiento del Reino Prometido.

Jesús también se unió a esta muchedumbre y recibió el bautismo. Ya era un hombre de mediana edad, que habría recibido mucho de su formación en los asentamientos esenios. Sintió una intensa vocación por adelantar los tiempos. Presintió la fuerte personalidad de Juan Bautista, pronto encarcelado y muerto por Herodes, como el precursor anunciado por los profetas del juicio próximo. La propia actuación de Jesús habría durado menos de un año. Su reconstrucción histórica solo dispone de testimonios muy posteriores. Intentaremos esta tarea en forma resumida

La acción de Jesús y de Pilatos

Jesús modificó la estrategia de Juan Bautista. Reunió la gente en el campo, en las aldeas y en las ciudades. Atrajo un grupo de seguidores permanentes, los doce Apóstoles, pero seguramente lo acompañaron más adherentes, incluso mujeres. No rechazó la violencia, exhortando a sus seguidores a adquirir armas. Entre los apóstoles había varios zelotes. Simultáneamente dirige su mensaje a los pobres y oprimidos de Israel, que son los verdaderos destinatarios de sus llamados. Un emocionante testimonio constituye el Sermón de la Montaña. Logra pues sintetizar las aparentemente contradictorias normas de la resistencia, entre Galilea y el mar Muerto, en una activa coincidencia emparentada con lo que se ha llamado la Cuarta Filosofía..

Lo que no se cuestiona es su absoluta identificación con las leyes y prescripciones de la Ley Judía, la Thorá. Jamás pasó por su mente la fundación de una nueva religión. Limitó su ministerio y su esperanza al territorio y al pueblo de Israel, donde confiaba debía acontecer, a la brevedad, el día del juicio mesiánico.

Con su personalidad, sin duda carismática y su firme convicción de la trascendencia de su actuación, logra reunir varias veces muchedumbres expectantes.

Para avanzar más, envía grupos de sus apóstoles a recorrer pueblos y ciudades del país hebreo a difundir su mensaje. Les advierte que posiblemente se inicien los últimos días, antes de que logren volver. Pero cuando vuelven, satisfechos de la misión cumplida, Jesús decide ir con sus seguidores a Jerusalén, el centro religioso. Así interviene en la celebración de la Pascua, junto con la multitud de peregrinos que, en esa oportunidad, se reúnen allí.

Según los evangelios, es calurosamente aclamado como hijo de David y salvador del pueblo. Esta multitudinaria y calurosa adhesión  debe de  haber alentado a Jesús en la dramática decisión de invadir el Templo. Los comentaristas más documentados no creen en la versión de que sólo se haya tratado de un castigo a civiles como vendedores y compradores en el patio alto. Este patio contaba con la presencia de una milicia armada y la guarnición de legionarios romanos, acuartelados en la fortaleza Antonia, que dominaba desde su lugar el Templo. Se trató pues de un asalto armado de un fuerte contingente de seguidores. Después del violento encuentro, Jesús y su gente tuvieron que retirarse al Monte de los Olivos, donde tenían su refugio.

Se aproxima pues la etapa final del peregrinaje de Jesús en espera de los últimos días: la resolución heroica del auto sacrificio, conforme las profecías del Mesías Doliente y del Mesías Triunfante. Resuelve realizar este acto en soledad. Para lograr este propósito recurre a uno de sus fieles apóstoles, Judas Iscariote. Este debe, en un acto de aparente traición, señalar su persona a los perseguidores, aislándolo de sus partidarios armados. Coincide esta intención con el deseo de las autoridades de abortar el movimiento, con la aniquilación de su conductor.

 Jesús despide a Judas con las palabras: "Haz pronto lo que tienes que hacer". Judas cumple con el encargo en otro acto de legítimo auto sacrificio: después se suicida. Identificado por el supuesto traidor, Jesús es detenido por la tropa enviada y entregado al gobernador romano, Poncio Pilatos, quien estaba a la sazón a cargo del gobierno de Judea y Samaria. Su autoridad estaba apoyada por la alta jerarquía del Templo que colaboraba con el dominio romano, en defensa de sus propios privilegios.

La interpretación

La condena de Jesús no se fundamentó en su aspiración mesiánica. En el transcurso histórico anterior y aún posterior, hubo muchos aspirantes a esta misión que nunca fueron objeto de condenas religiosas. Hasta la acción  del rey Ciro de Babilonia, que liberó a los judíos del exilio y les permitió la reconstrucción de Jerusalén, fue equiparada a una actitud mesiánica por uno de los profetas de la época. Rabí Akiba le dio este título a Bar Kojba, el conductor de la segunda guerra judía contra los romanos. Pero la intención de Jesús de ser Rey de Judea fue políticamente incompatible con el gobierno del Imperio Romano y fue causa de la condena, impuesta por el gobernador Poncio Pilatos.

Poncio Pilatos fue conocido por su temperamento arbitrario y duro, muy distinto del personaje dubitativo y sensible a presiones, que describen los evangelios. Como su detención, también la condena de Jesús se debe haber realizado evitando el conocimiento y la participación del pueblo. Si hubo alguna gente presente, sólo pueden haber sido dependientes del alto clero, cumpliendo roles prescriptos.

Dice Hugh Schonfield, en su libro El partido de Jesús: «Tal y como permiten deducir los propios evangelios, el pueblo llano de Jerusalén consideraba a Jesús como alguien que estaba de su parte (...) Resulta bastante incongruente que presentaran la situación en el sentido de que el pueblo le pidió a su peor enemigo que crucificara a su líder. Una falsedad tan burda sólo pudo haber sido cometida por personas hostiles a los judíos, que escribieron bastante después de ocurridos los hechos, con la intención de aplacar a los romanos y, como creyentes gentiles, nada familiarizados ni con el carácter de Pilatos ni con la historia de su administración». Y agrega el mismo investigador: «Los evangelios no nos presentan una equilibrada descripción histórica de las circunstancias sino más bien un drama cúltico, que utiliza ciertos recuerdos valiosos, pero haciéndolo de modo que contribuya efectivamente a transmitir una cierta impresión».

El propio castigo que Pilatos impuso a Jesús revela su intención destructiva. La crucifixión fue un castigo romano, desconocido en el judaísmo. Mayormente aplicado a esclavos, se caracterizó por una prolongada agonía pública. En el caso de Jesús, se agregó el escarnio de escribir en el travesaño el nombre del moribundo y su pretendida condición de rey de los judíos (INRI). Tanto fue el horror, que el cristianismo tardó varios siglos en adoptar el signo de la cruz.

El después y las consecuencias

El efecto inmediato fue el deseado: un profundo abatimiento de quienes habían presentido a Jesús como futuro salvador. Este abatimiento habría sido definitivo de no surgir la creencia en su resurgimiento, para volver a las alturas. Esta creencia, adoptada como certeza, volvió a encender la espera de su pronto regreso en las nubes del cielo, reanimando la esperanza mesiánica.

Lo que luego ocurrió se explica por la profunda fatiga de masas humanas frente al régimen opresor del dominio imperial romano. La importante sublevación de esclavos, conducida por Espartaco, había sido derrotada y la Vía Appia se bordeó con miles de cruces con sus víctimas. No obstante ello, creció un vehemente anhelo de cambios. En Judea este anhelo convocó a muchos creyentes en la certeza del pronto regreso triunfal de Jesús resucitado. Muchos de ellos se reunían en terrenos del Templo. Observaban las leyes religiosas judías y compartían todos sus bienes a la manera esenia.

Su conductor y maestro fue un hermano menor de Jesús, Jacobo (Santiago), cuya conducta y pensamiento lo calificaron como indiscutido ejemplo y autoridad. Su figura tan prestigiosa admite semejanzas con el Maestro de Justicia de los documentos esenios. Coincidiría esto incluso con su martirio y muerte, como describen aquellos documentos. Al parecer hubo intensas relaciones entre los asentamientos esenios del desierto y la congregación en Jerusalén de los creyentes en el retorno mesiánico de Jesús. Los unía la fiel observancia de las leyes religiosas judías.

Una nueva religión

Mientras tanto los acontecimientos y la deprimida existencia de las masas populares en el vasto Imperio Romano motivaron la búsqueda de esperanzas religiosas de liberación. Las colonias hebreas dispersadas en el mundo atrajeron numerosos adherentes, a cuyos servicios asistieron. Sólo una parte de estos adherentes se sometía a las normas de la exigencia mosaica, para convertirse en judíos. Pero a todos ellos fascinó la perspectiva de un reino mesiánico, cuyo advenimiento creyeron cercano.

Pablo, un judío de Tarsos, se constituyó en el apóstol de los gentiles. Tratando siempre de mantener sintonía con la congregación de Jerusalén maduró la fundamentación teológica de una nueva doctrina religiosa. La pasión de Jesús fue interpretada en ella como un acto de redención mesiánica, que suplantó la ley mosaica y sus obras exigidas, por la fe en Jesucristo y su segunda venida. La fe se convirtió en la Segunda Alianza, que facilitó el ingreso de masas humanas en las comunidades cristianas, creando una nueva religión mundial.

La guerra de los judíos, la destrucción del Templo de Jerusalén en 1070 d.C. y la caída final de la fortaleza de Masada en 1073 con el suicidio de sus 900 defensores, cambió la situación preexistente. Una segunda guerra bajo la conducción de Bar Kojba también sucumbió tras significativos éxitos iniciales. Importantes contingentes de la población judía fueron dispersados. Y mientras los rabinos trataron de conservar las creencias mosaicas siguiendo las tradiciones de los fariseos, la nueva religión cristiana se expandió, no sin dificultades y contratiempos, en todo el vasto territorio de la cultura greco-romana.

La historia oficial y la historia

Este proceso fue acompañado de la adaptación de creencias del mundo greco-romano en un proceso de elaboración «sincrética». La veneración del dios del sol, Mitra, de origen indo-iranio y muy difundida fue adaptada a fechas y hechos de la doctrina cristiana, cuyos documentos fundamentales se redactaron a partir del segundo siglo, muy posterior a la históricamente breve actuación de Jesús, de la cual reproducen indudablemente rasgos auténticos. Pero el proceso de adaptación al nuevo ámbito  expansivo introdujo profundos cambios estratégico-políticos.

Uno de estos procesos de graves consecuencias es la inversión de la responsabilidad por la muerte de Jesús, atribuyéndola al pueblo judío y descargando de esa responsabilidad al poder romano. Poncio Pilatos, el duro gobernador romano, aparece contrario a su imagen histórica (dubitativo y actuando bajo presión popular, como se señalara anteriormente). Durante el juicio nunca puede haber existido tal presión popular. El pueblo de Jerusalén, que había aclamado a Jesús como su defensor, estuvo absolutamente  ausente. La sentencia fue pronunciada y ejecutada por el poder romano gobernante, con la única colaboración eventual de la jerarquía sacerdotal comprometida con el poder.  

Poco tiempo después, el violento carácter de Pilatos le impulsó a enviar a sus legionarios a reprimir una reunión de samaritanos en su monte sagrado Gerizim, operación que derivó en una masiva matanza. La información de la consiguiente inquietud en Judea y Samaria llegó hasta Roma. La intervención de la autoridad imperial dispuso el relevo de Pilatos, quien fue llamado a Roma de donde no volvió. También se depuso a Kaifás como sumo sacerdote del Templo.

Comenta Hugh Schonfield en su obra citada: «De este modo resultó, que la crucifixión de Jesús no quedó del todo sin venganza. Pocos meses después de ocurrida habían perdido su autoridad y su puesto los dos individuos principales responsables de lo acontecido: el gobernador romano y el sumo sacerdote judío».

Una visión en perspectiva

En definitiva, una historia que tiene mucho en común con tantos otros procesos históricos, donde un territorio, en este caso la antigua Palestina, es ocupado por una potencia imperial, Roma. Como casi siempre, se sojuzga a las masas pero se cuenta con la complicidad de algunos sectores de las clases acomodadas locales.

Las luchas del pueblo judío por liberarse del ocupante duraron siglos. El drama de Jesús forma parte de esa gesta. Pero la versión antigua, atribuyendo a todo un pueblo la responsabilidad de un hecho que en rigor fue un dramático episodio de esa lucha contra la opresión romana librada por ese mismo pueblo, se constituyó en un fuerte foco de odios, que influyó en generaciones de jóvenes por siglos.

Hoy las iglesias cristianas tratan de atenuar esta imagen. Recientes documentos del Vaticano, emitidos por el Papa Juan Pablo II apuntan vigorosamente a una interpretación más acorde con la verdad histórica. (Ver el sitio www.jcrelations.net)  El proceso, sin embargo, es lento y tiene avances y retrocesos La reciente película La Pasión de Cristo, con el desmedido e irresponsable afán de lucro evidenciado por sus promotores, es sin duda uno de esos retrocesos.

Bibliografía consultada

Carmichael, J. 1968. Leben und tod des Jesus von Nazareth. Ed Fischer Bücherei

Evsing, E. 1981. La gran impostura. Ed. Martínez Roca SA.

Laperrousaz, E. M. 1983. Los manuscritos del Mar Muerto. EUDEBA.

Schoenfield, J. H. 1988. El partido de Jesús. Una revolucionaria visión de la historia del Cristianismo en sus orígenes. Ed. Martínez Roca S A.

Simon, M. 1962. Las sectas judías en tiempos de Jesús. EUDEBA.

Wilson, E. 1966. Los rollos del Mar Muerto. Descubrimiento de los manuscritos bíblicos. Fondo de Cultura económica. México - Buenos Aires

Junio, 2004

Francisco Loewy
Escritor fallecido en 2007
 

https://www.alainet.org/es/articulo/185621

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