Putin en contexto
- Análisis
El último número de la publicación académica Dædalus está dedicado a reflexionar sobre “Rusia más allá de Putin”. Los autores coinciden en caracterizar sus administraciones como formas autoritarias, si bien en algunos casos precisan que este resultado no es responsabilidad exclusiva del mencionado líder (especialmente Henry Hale, en artículo que denuncia un sistema político con una trayectoria “patronalista” que precede largamente a Putin). En general, las categorías analíticas empleadas son más interesantes que las conclusiones, tal vez por la uniformidad predictiva de las últimas.
Elena Chebankova informa que el régimen de Putin se basa en una coalición centrista cuya amplitud ideológica excluye los extremos del espectro político, sean de izquierda o de derecha. Refiere a una multitud de paradigmas que conviven en una hegemonía discursiva estatal-conservadora, cuya flexibilidad y límites son establecidos por Putin. En su artículo, que sirve a otro propósito, Henry E. Hale, brinda una pauta acerca de la dificultad de introducir componentes liberales al esquema estatal conservador ruso, al explicar que en la normalidad histórica del patronalismo ruso las instancias de apertura y competencia política han sido regularmente caóticas, al punto que son interpretadas localmente como “descomposiciones”.
El aporte de Stanislav Markus no es menor, al describir la oligarquía rusa como un colectivo fragmentado por sus egoístas rapacidades, incapaz y desinteresado de cualquier rendición de cuentas ordenada por una legalidad igualitaria y verificada por un poder judicial independiente. En todo caso, los super ricos sí están a favor de controles liberalmente anómalos sobre las elites políticas (por ejemplo, a través de un parlamento controlado por ellos, o por una legalidad autoritaria concentrada en la defensa de los –sus- derechos de propiedad). Para Markus, la naturaleza competitiva de la cleptocracia rusa es la que puede esperarse de un “capitalismo de pirañas”.
El mejor ensayo de la publicación del MIT pertenece a Keith A. Darden, por contextualizar lo que suele denominarse revanchismo ruso, y sugerir una génesis que escapa a los lugares comunes. El autor descarta que el expansionismo de la OTAN haya sido el incentivo clave para producir en Rusia desenvolvimientos crecientemente agresivos en sus políticas externas y autoritarios en sus políticas internas. El verdadero factor detonante fue Kosovo, más bien la intervención militar y el bombardeo de Yugoslavia en 1999, en tanto evidenció la disposición atlántica a materializar intervenciones en desmedro de soberanías nacionales, incluso sin mandato de las Naciones Unidas.
Darden explica que los estrategas rusos detectaron al mismo tiempo un nuevo modelo de guerra y la fundación de un mundo unipolar, por la asociación entre el poder militar externo norteamericano y la oposición interna armada del Ejército de Liberación de Kosovo para atacar un gobierno enemigo. Fue sólo después de la guerra de Kosovo que la doctrina de Seguridad Nacional de Rusia, advierte el especialista, identificó las injerencias internacionales en las políticas internas como amenazas a su seguridad nacional. A esto siguió la expansión de los controles internos, para evitar que actores foráneos socaven la estabilidad del régimen. El ejercicio de un “liberalismo muscular”, concluye Darden, provoca una reacción antiliberal en las naciones que, como Rusia y China, interpretan dicha actividad como amenaza a sus sistemas.
En una investigación que no integra la publicación hasta aquí reseñada, los cientistas sociales Stephen Benedict Dyson y Matthew J. Parent utilizan la técnica de análisis de código operacional actualizada por algoritmos computacionales, para analizar los pronunciamientos públicos de Putin sobre política exterior. Esta tecnología permite aislar conceptos y clasificar categorías significativas, extraídos de un universo representativo (o cuanto menos muy extenso) de declaraciones, entrevistas y comentarios del sujeto indagado. En el caso del gobernante ruso, su retórica fue comparada, por un lado, con la de líderes convencionales, tales como Xi Jinping, Barack Obama y Angela Merkel, y, por otro lado, con la de sospechosos de siempre como Saddam Hussein, Bashar al-Assad y Mahmood Ahmadinejad. ¿El resultado? El ex agente de la KGB se expresa con una retórica estándar, escasamente diferente de la que emplean Merkel u Obama, distante por el contrario a la verborragia de los dirigentes más contestatarios. “Excepto por una cosa”, alertan los analistas: “su obsesión por el control”. Dyson y Parent, basados en otras investigaciones, más alguna declaración atribuida al sujeto de estudio, explican esta obsesión a partir de la “enfermedad incurable” que según Putin condenó el destino del imperio soviético: la parálisis de poder. Los investigadores son contundentes: “Estamos convencidos que evitar una parálisis similar del poder de Rusia es la motivación central de la estrategia internacional de Putin”.
A la hora de construir y preservar poder el hombre fuerte de Rusia debe considerar con qué aliados realmente existentes puede contar; de qué materias se compone la idiosincrasia de su pueblo, sin subestimar lo que sensibiliza a las distintas partes que componen su multiétnica sociedad; qué consecuencias han generado las experimentaciones liberales del pasado; qué aportes, si alguno, pueden hacer las parasitarias burguesías autóctonas; qué cooperación, si alguna, puede esperar de las economías centrales de Occidente.
En el año 2005 Vladímir Vladímirovich Putin manifestó: “La caída de la Unión Soviética ha sido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. La epidemia de destrucción se expandió incluso en Rusia.” Registremos que esta expresión identifica la lesión geopolítica con la desintegración intestina. Esta convicción es coherente con la concepción imperial histórica rusa en la que extensión territorial, preeminencia regional y supervivencia nacional son factores que integran la misma e indivisible materia. Es arriesgado pensar a Putin como un paladín de valores pluralistas, republicanos y liberales, difícil imaginar de qué manera podría un dirigente con esos sentires acceder y mantenerse en el poder en un sistema político como el de Rusia, mucho más después de la oprobiosa demolición económica de que fue víctima, diseñada y coordinada por las potencias occidentales, con excusa de instaurar un competitivo régimen de mercado. Puestos en contexto el dirigente y la patria que administra, de ninguna manera puede descartarse que Putin sea el mejor hombre que ha tocado a Rusia, aunque no signifique lo mismo para sus vecinos y contradictores.
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