Colombia y Venezuela, juegos de guerra: Una es Siria, la otra Israel

24/04/2017
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Juguemos a la guerra mientras el lobo no está.... pero quizá pronto vendrá, podría ser parte de la escena de dolor que crece en las calles calientes de la hermana Venezuela, que ante la desesperanza, la polarización política y el fanatismo creados por el imaginario ideologizado de la salvación que pueden ofrecer un grupo de opositores que azuzan al odio y al fratricidio, fácilmente puede ser convertida en la Siria de Sur América y Colombia cumplir el papel de la Israel de la misma Sur América, para estallar la región y facilitar el rediseño geopolítico, en medio del discurso que anuncia el fin de la lucha de clases y la vida feliz en un paraíso al que se llega por virtud del gobernante.

 

Los elementos retóricos y prácticos para incitar a jugar a la guerra están completos, primero: Un enemigo comunista en el gobierno, y un pueblo en las calles -mitad del lado del gobierno, mitad del lado de los opositores-; segundo un libreto de recuperación de la democracia, alentado por la mitad de representaciones en la OEA, la Casa Blanca y algunos presidentes del sur del continente, cuestionados internamente por su asalto al poder y corrupción (Brasil con Temer); por venta del patrimonio, reducción de salarios, elevada inflación y multimillonarios negocios propios (Argentina con Macri); por baja aceptación popular, continuidad de violaciones a derechos, asesinato de líderes sociales y entrada de dineros de corrupción a su campaña (Colombia con Santos); por recientes maniobras dictatoriales que provocaron el incendio del edificio del parlamento (Paraguay con Cartes), en común todos padecen a diario multitudinarias movilizaciones sociales en su contra reclamando democracia, derechos, salud, educación, agua, comida, empleo y son dispersados con violencia por las fuerzas policiales y militares; y tercero, hay una asociación de medios de comunicación alineada como los astros que instala una matriz informativa que alimenta el odio, insensibiliza y fija el imaginario de los buenos (opositores) y de los malos (gobernantes), orientada a tocar al individuo para que cada uno identifique a su enemigo y se aliste a actuar como cree que le corresponde.

 

En el juego de la guerra mientras el lobo no está, se han ensayado escenas de reproducción de la primavera árabe, de una contrarrevolución triunfante y de la caída de un régimen. Tras bambalinas las transnacionales y financistas globales alistan la reconstrucción y reconquista del bienestar perdido, hacen cuentas preparadas para ocupar y desocupar no solo los pozos petroleros de la hermana república, si no por extensión la amazonia entera, el inmenso oro verde inexpugnable, libre de guerrillas en Colombia y con debilitados Mapuches y Aymaras hacia abajo. La enorme biodiversidad, es el botín codiciado durante y después de la guerra e incluye pueblos indígenas aún desconocidos y ya puestos prueba como esclavos en minas de oro y de coltan. En poco tiempo la Suramérica, de realidad y ficción, de caucheras de esclavitud y rebeldías cimarronas, de indígenas indómitos y campesinos de altas cordilleras, de curas revolucionarios, de grandes montañas del color de todos los minerales, de mafias y de magias, todavía soñada por los nuevos conquistadores y neocolonos de la era digital que suman en trillones y pagan en centavos, podrá ser la realidad esperada para el mundo del comercio sin límites y las finanzas sin medida, que en menos de dos décadas ha recolonizado buena parte de lo que tenían aplazado por luchas de independencia y guerras de guerrillas.

 

Las empresas americanas (petróleos, seguros, autos, banca) y europeas, especialmente españolas (banca, comunicaciones, energía, agua), inundan con vallas la joven Suramérica, Repsol, Gas Natural, Proyecto Isabel II, Fenosa, Aguas de Barcelona, Movistar, BBVA, Santander; Alemanas (automóviles y partes, química, semillas) Daimler, Volkswagen, Audi, BMW, Bayer, Basf y otras que saben de los beneficios de una guerra. De conjunto grandes consorcios que fingen ser asépticos, neutrales a todo conflicto e incontaminados de política, definen la imagen visual de la prosperidad y alientan a tomar partido por la parte útil a sus negocios en la hermana Venezuela dividida entre chavistas y antichavistas. Las elites del poder en Suramérica, saben cómo promover disputas entre hermanos y calcular el mejor momento para que en un descuido el pueblo acuda al duelo de las calles a matarse, sea a piedra, a bala o a machete como los hermanos y vecinos Tutsis y Hutus de Ruanda envenenados por el odio planificado para destruir un pueblo, bajo la mirada perdida de la comunidad internacional, que responde mecánicamente a la muerte ajena con una débil comisión de verificación de derechos que cuente víctimas y haga el balance de la desgracia anunciada.

 

Si el juego no se acaba y llega el lobo, mambrú tendrá que ir a la guerra y regresará sin piernas, sin brazos, con heridas en su pecho, mutilado, triste y maloliente y ya no habrá nada, ni siquiera una causa por la que volver a luchar. Ese es el juego de la guerra y quien lo juega sufre y es olvidado. Pero si llega a haber guerra, los pueblos de América podrán verla de cerca y entenderla sin meterse en ella, porque en todo caso es una guerra ajena, se justificará como merecida y se hará responsable al enemigo acusado de haberla iniciado, la historia como siempre la contará el vencedor y esa será la verdad oficial. Al final el capital le enseñó a esta sociedad que los otros no importan por humanos, si no por su ideologizada posición que resulta lógica si es como la nuestra y condenable si es contraria.

 

Colombia entera parece saber más de Venezuela que de sí misma y de su dolorosa tragedia difícil de esconder, después de 50 años de guerra, exclusión, miseria, despojo y abandono de las elites a su pueblo empobrecido. Aunque el presidente diga que conduce la democracia más sólida de américa la tragedia propia lo inhabilitaría por razones éticas, políticas y humanas a pretender indicarle a otro gobernante el camino a seguir. La estela de muerte de Colombia es indecible, inhumana, en línea sus cadáveres ocuparían más de 225 kilómetros, sus desparecidos otros 50 kilómetros y sumadas las víctimas no alcanzaría la ruta de Venezuela al mar pacifico para observar la crueldad de lo inhumano.

 

Si la guerra ajena viene, de este lado del rio, se podrá mirar, oír sus estruendos entre las fronteras porosas ocupadas por mafias y contrabandistas, oler el olor de desconocidas armas químicas y biológicas en prueba e, intuir la luz que los drones disparan puerta a puerta. Pero ese no puede ser el destino deparado a estas dos hermanas de sangre Bolivariana. Quizá no se llegue hasta allá, no haya guerra y todo sea ficción, malas conductas y pésima diplomacia. Eso pensaron antes de empezar a morir las gentes de Siria, Libia, Ruanda, Burundi y lo que parecía un juego de odio verbal, un ajuste de cuentas por micrófonos terminó en nuevos Holocaustos Made in USA, en su gesta global de eliminación del socialismo del siglo XXI. Sin guerra fría, por fuera de toda ley y derecho común, sin el menor trato digno al ser humano y sin una verdad que alcance para explicarlo todo.

 

Hasta ahora las apuestas del consenso mediático en favor del desmonte del chavismo parecen estar ganando la batalla, las gentes agrupadas y dispersas por miles en las calles claman por la caída de Maduro el gobernante, mientras de su lado otros tantos cientos de miles defienden su proyecto. Queda claro en todo caso, que la llamada oposición, -que en otros ámbitos, con menos alteración y apasionamiento y con mayor raciocinio político y legal, serían señaladas como bandas terroristas promotoras de la violencia contra el estado legítimo que el chavismo se ha ganado por 17 veces en elecciones-, lo que busca no es un simple cambio de gobierno, si no el control del país para higienizarlo, limpiarlo de socialismo chavista, homogeneizarlo del lado contrario al que está y devolverle la riqueza confiscada a los antiguos inversionistas que se habían tomado por asalto el patrimonio público y que hicieron del petróleo y la riqueza su propia riqueza.

 

Algunas predicciones hablan del pronto desplazamiento de no menos de un millón de Venezolanos hacia Colombia, que en condición de refugiados se sumarían a las 8 millones de víctimas propias del país, que deambulan sobre el desprecio y la indolencia en busca de seguridad personal, alimentos, agua, sanidad, educación, empleo y trato digno como seres humanos en condición de indefensión. Si fueran agrupadas en un solo campamento de refugiados habría para poner un presidente de este lado y tomar el control del país por cuenta propia y ensayar una democracia Made in Suramérica.

 

P-D. Ojala Mambrú no tenga que ir a la guerra, ni Colombia se convierta en un extenso campo de refugiados que habitan encima del gran camposanto de fosas comunes de nuestra propia guerra.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/185004?language=es
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