América Latina en disputa
- Opinión
Con el nuevo milenio, comenzó una nueva historia para América Latina. Terminó el siglo pasado con su lastre de dictadura en las décadas del ’60 al ’80 impuestas a la brava por el gobierno de los Estados Unidos para generalizar el neoliberalismo afín de conservar su dominio sobre las materias primas. La última década fue a la vez la más dura por el neoliberalismo triunfante y la más rebelde para enfrentarlo desde las organizaciones populares de la ciudad y del campo, de las mujeres y los medioambientalistas, de los indígenas y las izquierdas. Las grandes victorias fueron los levantamientos indígenas en Ecuador (desde 1990), la organización autónoma de los Indígenas Zapatistas en México (1994) denunciando la Unión Comercial con Estados Unidos y Canadá, el rechazo generalizado al ALCA (Alianza de Libre Comercio para las Américas) promovido por Estados Unidos para estabilizar su dominación. Todo esto marcó el comienzo de una nueva era y de nuevas disputas.
1. Gobiernos progresistas
Con el nuevo siglo aparecieron los gobiernos llamados “progresistas”. Buscaban un ‘Socialismo Latinoamericano del siglo 21’. Ganaron en Honduras, Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Paraguay, Bolivia, Uruguay… Para recuperar su influencia, Estados Unidos, ocupado en la creación del caos para el control del Medio y Extremo Oriente, fortaleció su presencia aumentando bases militares en la mayoría de los países latinoamericanos y promoviendo una “Alianza (económica) del Pacífico” con Chile, Perú y Colombia.
Pero pronto comenzó la cuenta regresiva: Estados Unidos, al no poder invadir militarmente los países latinoamericanos, promovió golpes de estado mediante la presión sobre las Asambleas Legislativas, procurando dividir los partidos de izquierda y del centro, para que los partidos de derecha lograran mayoría y destituyeran a los presidentes elegidos. Este proceso comenzó en Honduras donde Estados Unidos tiene la mayor base militar de América Central y el Caribe. Luego vino Paraguay, Argentina y Brasil. Para la mayoría de la población de estos países los resultados son catastróficos.
La meta era que caigan también Venezuela, Ecuador y Bolivia (que tiene elecciones el año 2018). Venezuela resiste a pesar de los millones de dólares norteamericanos dados a la oposición y del apoyo de los grandes medios de comunicación internacional que distorsionan sistemáticamente la realidad, como también de la jerarquía eclesial. En esta problemática, las elecciones de abril (2017) en Ecuador debían marcar un paso irreversible hacia el regreso de las derechas neoliberales en América Latina. La derecha ecuatoriana era liderada por un banquero que había logrado la unión con él de los partidos tanto de derecha ¡como de izquierda! contra el Correismo (del nombre del presidente Rafael Correa que ganó 10 elecciones en 10 años de gobierno exitoso). Esa misma derecha había programado un golpe de estado, gritando fraude antes de que se proclamaran los resultados de las elecciones, por suerte vigiladas por más de 250 veedores internacionales. Apenas terminada la jornada electoral, el candidato derechista se declaró vencedor apoyándose en los resultados distorsionados de una encuestadora pagada por el mismo: varios medios de comunicación (TVs y Radios) lo confirmaron como presidente, mientras el mismo llamaba a sus partidarios a ocupar las calles de las principales ciudades. Pero el libreto programado no funcionó. Ecuador no se sumó a la vuelta al neoliberalismo después de 10 años de grandes logros para la inmensa mayoría de la población.
Conclusión
Este progresismo latinoamericano no avanzó hacia el socialismo soñado. Más bien se quedó en un capitalismo social que benefició a los ricos y a los pobres. Los ricos continuaron de enriquecerse, pero mucho menos que anteriormente (lo que no aceptan) y, en estos países, 20 a 30% de su población salió de la pobreza en estos 15 últimos años. Las votaciones en Ecuador y las luchas generalizadas en los países que volvieron al neoliberalismo dejan esperar que ellos mismos abrirán nuevos rumbos que vuelvan a favorecer los sectores populares.
Las Iglesias, definitivamente, no se están comprometiendo con las luchas ni los anhelos de los pobres. Los nombramientos sistemáticos por parte de los papas Juan Pablo 2° y Benedicto 16 de obispos tradicionalistas y mediocres hace que la mayoría de ellos optan por las clases dominantes o se limitan a conservar sus privilegios, sordos al testimonio y las orientaciones del papa Francisco. La Iglesia de los pobres de América Latina, particularmente viva en Brasil, se alegra del testimonio del papa Francisco, pero las persecuciones sufridas tanto por el clero como por las dictaduras durante 3 décadas no le permitieron desarrollar cuantitativamente su capacidad evangelizadora de renovación eclesial ni de transformación social. Pero sí, nos alegramos de haber dado el papa Francisco a la Iglesia universal.
2. América Central y Caribe
La situación de América Central es más compleja. Las metas que soñaron alcanzar estos países mediante los procesos de luchas revolucionarios no se materializan por el intervencionismo norteamericano en complicidad con las élites nacionales.
México es el país de todas las mafias que controlan hasta el gobierno y todas sus instituciones. Su unión comercial en 1994 con los americanos del norte no ha hecho más que empobrecer el campesinado y desbaratar su poder industrial. La autonomía que han conseguido los Indígenas zapatistas marca un hito en la luchas de los pueblos autóctonos: su resistencia no violenta, su gobierno popular y su sabiduría ancestral les permiten sobrevivir organizadamente en ese entorno tan desfavorable mediante una autonomía que es ejemplar para los pueblos pobres. Al presentarse este año como partido política con candidatos propios para las próximas elecciones mejicanas, los zapatistas lanzan un desafío a la sociedad entera, decididos a abrir caminos alternativos para todos.
Guatemala y Honduras se hunden en la violencia represiva de sus respectivos estados. Nicaragua, Costa Rica, República Dominicana y Panamá no logran escapar a la influencia norteamericana que les impide encontrar caminos de un verdadero desarrollo. Las fuerzas militares de las Naciones Unidos mantienen Haití en la desorganización y la pobreza más espantosas a la vista indiferente y cómplice de los países industrializados del occidente autoproclamado libre y civilizado. Las colonias europeas que ocupan las islas caribeñas y a Guyana francesa no logran zafarse del secular yugo opresor que las mantiene en un estado de subdesarrollo permanente.
En cuanto a Cuba, los acuerdos firmados entre su gobierno y el de Estados Unidos no lograron revertir el proceso socialista y su crecimiento espectacular asentados por Fidel Castro (fallecido en 2016). Tampoco aportaron cambios significativos que no esperaban los cubanos: no se suprimió el embargo económico a los productos cubanos que no pueden comercializarse en Estados Unidos. Tampoco logró el presidente saliente Barack Obama cumplir sus solemnes promesas electorales de devolver a Cuba la base naval de Guantánamo, ocupada militarmente desde hace más de un siglo.
Conclusión
Un clamor cada vez más fuerte y doloroso sube de estos países centroamericanos y caribeños que luchan desde decenios para una Unión Centroamericana y Caribeña que les permita unirse para construirse en fraternidad, equidad y dignidad. Añoran los grandes profetas de las Iglesia cristianas que los acompañaron y defendieron en las décadas pasadas sin que éstas produzcan los pastores que necesitan.
La reunión de los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil, hace 10 años no ha producido “el gran remesón eclesial” que pedían en su documento final, ni la gran misión que invitaba a realizar para los cambios necesarios en las parroquias, los seminarios y las conferencias episcopales. “La Iglesia católica no tiene un clero capacitado para responder adecuadamente a los cambios solicitados en Aparecida”, decía el gran teólogo y maestro de la liberación de Brasil, José Comblin.
3. Los pueblos indígenas
Los pueblos indígenas quedan los grandes marginados de Américas y todavía más en el Norte que en el Centro y en el Sur. Representan unos 50 millones de personas, sobre 500 millones. Continúan irremediablemente su opresión económica, su marginación política, su colonización cultural y religiosa… desde más de 500 años. Sólo Bolivia, con una población indígena mayoritaria, logró elegir a un presidente indígena en la persona de Evo Morales: se redactó una nueva Constitución, se organizó un país plurinacional, se devolvió la dignidad y el protagonismo a sus nacionalidades indígenas…
En Ecuador la mayoría de los dirigentes de las 11 nacionalidades indígenas se dejaron corromper por los beneficios materialistas del sistema capitalista. Frente a un gobierno desarrollista que promovió más el consumismo y la confrontación que la organización popular y la formación política, no supieron llevar acciones que permitieran a sus pueblos salir de la marginación y continuar el protagonismo de los años ’90. En los demás países, los pueblos indígenas siguen luchando por su reconocimiento en sistemas políticos y económicos que los marginalizan y los invisibilizan: Brasil, Chile, Perú, Colombia, Paraguay.
Las Iglesia cristianas desarrollaron cierta sensibilidad hacia los pueblos indígenas pero sufren de sus estructuras anquilosadas que no permitan una verdadera inculturación e interculturalidad. El papa Francisco promueve incansablemente la opción de los pastores por las causas de los pueblos indígenas. Tal vez sean las Iglesias de los países amazónicos (Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela) las que más se organizaron para defender y promover tanto a los pueblos indígenas como la protección de la naturaleza en la cuenca amazónica.
Conclusión
Los pueblos indígenas son la gran cicatriz provocada y no curada por la invasión europea primero, sus descendientes criollos luego y ahora principalmente las arrasadoras multinacionales norteamericanas. Sus propuestas de sociedad basadas en su organización milenaria del Bien vivir no encuentran mucho eco ni continental ni mundial a pesar que demuestra su capacidad de resistencia, convivencia armoniosa, comunión con la naturaleza y sabiduría liberadora.
Las Iglesias cristianas no han logrado ni captar la validez de las vivencias, ni apoyar las propuestas indígenas innovadoras, ni asumir las alternativas para una transformación eclesial y social.
Perspectivas
Sin duda “es América Latina el continente de la esperanza”, como dijo el papa Francisco, por el valor de sus sabidurías indígenas, el protagonismo de la Iglesia de los Pobres que ha asumido la interculturalidad y la riqueza material de su geografía. Lastimosamente la elección de un presidente fascista en Estados Unidos, en la persona de Donald Trump, deja entrever nuevas dificultades y nuevo conflictos para América Latina, mediante un mayor intervencionismo en el continente.
América Latina está en disputa tanto internamente como externamente. En su interior, las clases ricas no quieren reconocer las violencias que hace sufrir a los pobres y a los pueblos indígenas en particular. En lo exterior, continúan mortales el saqueo despiadado de las multinacionales y la intromisión permanente del gobierno de los Estados Unidos. Este no deja de considerar a América Latina como su “patio trasero” donde piensa que puede hacer lo que le da la gana con su gente y sus materias primas.
América Latina es el continente con más católicos del planeta. Es también el continente donde se contraponen las mayores desigualdades. El papa Francisco, por gracia de Dios, es latinoamericano. Por los nombramientos actuales, la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) es poco a poco más abierta y más progresista. Frente a los cambios y los desafíos del momento América Latina necesita de pastores y de profetas que la identifican como “Iglesia de los pobres y para los pobres”.
Las necesidades actuales exigen a las personas, a los pueblos y a las Iglesias un renovado compromiso a favor de cambios que ayuden a los pobres a liberarse, constituir países hermanados y conformar espiritualidades protagonistas de vida en plenitud para todas y todos, en armonía con la naturaleza y en sintonía con los demás continentes pobres.
Guayaquil, Ecuador, abril de 2017.
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