América Latina en tiempos de Trump

26/03/2017
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Un fantasma recorre América Latina: el fantasma del populismo de derecha. Fantasma de un cadáver, el de la globalización neoliberal, que vio agotado su ciclo en América Latina tras la oleada de gobiernos progresistas en el sur y, paradójicamente, la victoria de Trump en el norte del continente. La muerte del ALCA gracias al impulso de Chávez, Lula, Kirchner y Fidel, así como el suicidio inducido por Trump al TPP, cierran un ciclo de globalización capitalista. Globalización financiera, pero no de mercados y mucho menos de personas.

 

Todo ello enmarcado en la mayor crisis conocida del capitalismo. Un capitalismo en fase de descomposición[1] debido a que la dialéctica entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción ha entrado en contradicción, y el capitalismo ya no puede garantizar la reproducción de la vida de una parte importante de la población planetaria en condiciones socialmente “normales”. La expansión del capital financiarizado se hace destruyendo más relaciones productivas que las que construye. A su vez, debe tenerse en cuenta que la descomposición puede adquirir diferentes ritmos y grados en las diversas regiones, incluso puede no haber comenzado en algunas, pero sí es ya un rasgo global del sistema.

 

Pero Trump es solo una expresión neofascista (fascismo social en palabras de Boaventura de Sousa Santos[2]) que recoge el descontento popular ante una crisis económica que se siente en los bolsillos de la clase trabajadora, la misma clase que de manera mayoritaria le dará el voto a la ultraderecha de Le Pen en las elecciones francesas de abril. Mientras tanto, la izquierda europea ni está ni se le espera, y mientras hace no tantos años se escandalizaba porque la ultraderecha en Europa llegase al 10%, ahora se alegra de que quede segunda fuerza y no gane (todavía) la presidencia de un país.

 

En América Latina hasta el momento asistimos a una cierta recomposición de la derecha neoliberal (que ni es tan nueva ni tan liberal), de las viejas élites políticas y económicas, que pretenden disputar el control del Estado frente a la voluntad transformadora expresada en los gobiernos progresistas.

 

Esta disputa se traduce en las batallas electorales, convertidos en referéndums sobre la década de transformaciones políticas, económicas y sociales. Referéndums librados también en un escenario mediático donde se construyen matrices de opinión contra los gobiernos de izquierda, matrices en torno al narcotráfico, la corrupción, o los Derechos Humanos.

 

El escenario ecuatoriano

 

En este escenario regional se enmarca la campaña por la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ecuatorianas del próximo 2 de abril.

 

A pesar de la crisis económica, que coloca la gestión de la economía como algo prioritario para las clases medias, es necesario valorar el 39,4% alcanzado por Lenín Moreno, candidato de Alianza País, tras más de 10 años de revolución ciudadana. Esto solo se puede explicar si entendemos la ampliación de derechos producida en Ecuador durante la década ganada, crecimiento de los servicios públicos, mejora sustancial de las infraestructuras del país, y aumento de la capacidad de consumo de la mayor parte de la población ecuatoriana.

 

Para enfrentar eso, a la derecha offshore ecuatoriana no le ha quedado otro remedio que hacer promesas irreales, como la de dejar el petróleo del Yasuní bajo tierra. Lasso, uno de los responsables del “feriado bancario” que provocó la migración de 2 millones de ecuatorianos en 1999, es el fiel exponente de la nueva-vieja derecha regional.

 

Pero el caso ecuatoriano nos sirve para extraer lecciones de cómo enfrentar a una derecha que donde va unida gana (Macri en Argentina), mientras que donde va dividida pierde (Lasso y Viteri).

 

El voto a la derecha en Ecuador es también un voto anti oficialista, como se puede ver en la Amazonía, pero sobre todo resulta incomprensible la postura de la izquierda alternativa (que no radical, porque sobre todo es socialdemócrata, de hecho no hay más que ver el perfil de Paco Moncayo) que encara la segunda vuelta con el slogan: “Ni un voto al correismo”.

 

Y aunque se termine ganando la segunda vuelta, lo sucedido en Ecuador, primer gobierno del ALBA en riesgo (del núcleo duro, pues no podemos olvidarnos de Honduras), debería hacernos pensar en cuales son los límites, pero también las posibilidades de nuestros procesos.

 

Límites y horizontes de nuestros procesos

 

Todos los grandes liderazgos de nuestros procesos, el Comandante Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, fueron outsiders en su momento, alejados de los partidos tradicionales. Líderes e instrumentos políticos que representaban el cambio. Ahora, la disputa es entre continuidad o ruptura, aunque sea por la derecha, que solo ha conseguido vencer en las urnas con la imagen de Macri como renovación (algo que no pudieron hacer ni en Venezuela ni en Bolivia).

 

Esa disputa tiene el Estado como campo de batalla. Estado que significa disputa, pero también es garantía de derechos. A más Estado, menos mercado. Y esa disputa va a enfrentar dos años decisivos, con elecciones en Honduras este mismo año, donde Libre y Xiomara Zelaya llegan con muchas posibilidades, y un 2018 con elecciones en Colombia, México, Brasil y Argentina. Por un momento supongamos que los tres gigantes latinoamericanos volvieran o se incorporaran a la senda de la integración con López Obrador, Lula y Cristina a la cabeza de nuevos gobiernos progresistas, para esperar a un Evo Morales reelecto en Bolivia en 2019.

 

Para ello, la batalla de la seducción, de la disputa de la expectativa de las clases medias y juventud, va a jugar un rol decisivo en los próximos procesos electorales, y ahí, como dice el compañero Fernández Heredia[3], la radicalización de los procesos deberá ser la tendencia imprescindible para su propia sobrevivencia.

 

Otro hermano cubano, Abel Prieto[4], nos deja otra de las claves fundamental para las batallas que se avecinan, ganar la batalla de la conciencia y de las ideas, siendo críticos y propositivos.

 

Y si en la nueva oleada ascendente que se avecina del ciclo progresista conseguimos, una vez asegurada la victoria en Ecuador, reimpulsar la integración latinoamericana, profundizando el ALBA, consolidando la CELAC, y aperturando hacia los BRICS, habremos dado un paso adelante para consolidar el nuevo mundo multipolar desde el único escenario del mundo donde se ha logrado construir una alternativa posneoliberal, porque el populismo de derecha no impugna la enfermedad (el capitalismo) si no sus síntomas (corrupción, exclusión…), y ahí es donde los proyectos de las mayorías sociales, con sus liderazgos, tienen la oportunidad de seducir a las sociedades en transformación con proyectos de justicia social y emancipación.

 

 

[1] Para profundizar el concepto de “capitalismo en fase de descomposición” ver el libro de reciente publicación: “Desde abajo, desde arriba. Escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina” de Katu Arkonada y Paula Klachko. Caminos, La Habana, 2016.

[2] Boaventura de Sousa Santos. Reinventar la democracia, reinventar el Estado. Abya Yala, Quito, 2004.

[3] Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy. Las visiones de Fidel en los nuevos escenarios de lucha http://rebelion.org/noticia.php?id=223471

[4]  Conversación con el Ministro de Cultura de Cuba Abel Prieto: “Lo principal hoy es detener el desánimo” http://www.granma.cu/mundo/2017-03-09/lo-principal-hoy-es-detener-el-desanimo-09-03-2017-18-03-42

https://www.alainet.org/es/articulo/184358?language=es
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