“Guatemala, la mística del terror insondable”

20/03/2017
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Funeral de las niñas muertas en el incendio
Foto: infobae
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En homenaje a las 40 adolescentes martirizadas en el día internacional de la mujer

 

Un investigador social muy acucioso me ha dicho en varias ocasiones que desde tiempos de la conquista y la colonización, Guatemala es uno de los países con más “brujos negros” (asesinos) por metro cuadrado… presentes de forma subterránea en todos los grupos, sectores y estratos socio-económicos, se apresura él a aclararme.

 

Siendo él por décadas estudioso y conocedor a fondo de las profundas grietas y contradicciones socio-etnológicas y antropológicas de este país plurinacional, me ha dicho que en los propios pilares fundacionales de Guatemala (y quizá mucho antes, me aclara), se encuentra presente el sangriento (y habitual) ritual del sacrificio humano colectivo.

 

En forma coincidente, también el brillante sociólogo guatemalteco Carlos Guzmán Böckler, fallecido hace pocas semanas, encontró en diversas investigaciones socio-etnológicas e históricas pre-hispánicas realizadas por él, una cierta tradición sangrienta, muchas veces expresada en largos conflictos inter-comunitarios y étnicos, consideraciones con las cuales se granjeó no pocos enemigos entre académicos nacionales y extranjeros (de derecha y de izquierda), que durante mucho tiempo habían especulado con un idílico y poco creíble paraíso inter-étnico antes de la llegada de los conquistadores.

 

Por si fuera poco, me aclara este amigo, no pocos de los que vinieron desde España en campaña militar de conquista, eran también aficionados a ciertas ideas místicas de remotos y oscuros orígenes, relacionadas con el uso de la hoguera colectiva, personajes que durante sus campañas militares de conquista habrían logrado ciertas alianzas concertadas con gente nativa afín a tales inclinaciones macabras, alianzas que se habrían cristalizado y consolidado en una casta política y social que muy pronto aprendió a refrendar su poder y hegemonía sobre el resto de la sociedad a base del terror y del fuego.

 

A la luz de tales consideraciones, no tiene nada de extraño que las matanzas colectivas sean una constante en la vida política y social guatemalteca durante los últimos cinco siglos.

 

Durante la llamada “guerra sucia” y el “terrorismo de Estado” desarrollado por los militares durante largos años a partir del derrocamiento del gobierno democrático de Árbenz en 1954, esta tradición sanguinaria tomó forma en las masacres de aldeas campesinas enteras, primero en municipios del Oriente del país durante los años sesenta, y luego, a inicios de los años ochenta, en el altiplano occidental de Guatemala.

 

La propia ciudad capital no se libró de ser parte de tales escenarios dantescos. El último día del mes de enero de 1980, alrededor de 30 campesinos y varios estudiantes que los apoyaban, fueron incinerados en el interior de la propia embajada de España, a la vista de policías que impidieron, aún teniendo las cámaras de televisión encima, que los bomberos entraran a auxiliar a los masacrados.

 

Esos fueron días tenebrosos en los cuales numerosos organismos internacionales declararon que las Fuerzas Armadas guatemaltecas eran el más grande violador de Derechos Humanos en todo el hemisferio occidental.

 

Durante el período de los últimos veinte años de la “pos-guerra” (1996-2017), hemos visto que estas muertes colectivas intencionadas no han desaparecido del todo. El 4 de octubre del año 2012, ocurrió una nueva matanza de indígenas mayas (otra vez en el altiplano occidental), llevada a cabo por miembros de las Fuerzas Armadas.

 

Y hoy, cinco años después, se produce una nueva y horripilante matanza (esta vez de 40 jovencitas bajo el abrigo y cuido gubernamental), en un “centro estatal de torturas”, como lo ha calificado el periodista guatemalteco Juan Carlos Lemus (un supuesto “Hogar seguro”), en la cual (de nuevo), se ve involucrado el aparato gubernamental del Estado y sus instituciones encargadas de proporcionar seguridad pública.

 

Se comprueba, una vez más, que al menos en algunos aspectos vitales la historia trágica se repite, pues ante la hoguera criminal y colectiva que se encendió en la Embajada de España, la gran pregunta fue: ¿Quién prendió fuego allí?

 

“Fue el Estado”, resultó ser la gran respuesta extraoficial en ese entonces, al igual que en esta otra masacre, treinta y siete años después.

 

En esencia, desde entonces, poco han cambiado las cosas en este trágico país, calificado en su momento por el poeta y revolucionario Otto René Castillo (“casualmente” también incinerado por elementos represivos del Estado), como “hermoso y horrendo”.

 

Sergio Barrios Escalante

Analista e investigador social independiente. Editor de la Revista RafTulum y activista por los derechos de la niñez y la adolescencia en el Proyecto ADINA.   https://revistatulum.wordpress.com/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/184240
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