La integración regional latinoamericana en tiempos de Trump

23/02/2017
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Entrevista al economista y analista internacional Carlos Aníbal Martínez, realizada por Sergio Barrios Escalante, editor de la Revista electrónica RafTulum. Martínez es también consultor en organismos nacionales e internacionales y profesor universitario en la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC).

 

Tema central: La integración regional en tiempos de desaceleración económica mundial y neoproteccionismo estadounidense.

 

SBE: En términos generales, en las últimas décadas América Latina y el Caribe (ALC) se ha involucrado en una serie de acuerdos y tratados comerciales de libre comercio liderados por EEUU, en la mayoría de ellos, según sus críticos moderados y acérrimos, suscritos en condiciones de asimetría y gran desventaja.  Desde esa perspectiva particular, ¿es una buena o mala noticia el hecho de que ahora una nueva administración gubernamental estadounidense manifieste interés en revisarlos y por qué?

 

CAM: Es importante referir los puntos de partida, tanto de las iniciativas de integración como de libre comercio.

 

En una primera etapa, que a groso modo podría situarse a partir de la década de los años sesenta del pasado siglo en América Latina, unos diez países de América del Sur más México, por el Tratado de Montevideo crean la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), la cual estuvo vigente hasta los años ochenta; a la vez los países centroamericanos dan inicio a unos prolongados y a veces obstaculizados esfuerzos de integración con la firma de la Carta de la Organización de los Estados Centroamericanos, más conocida como la Carta de la ODECA de 1962.

 

En Europa, seis países, Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos crearon la Comunidad del Carbón y del Acero mediante el Tratado de París de 1951, la cual evolucionó a la Comunidad Económica Europea (CEE) con el Tratado de Roma de 1957, y a la Unión Europea con el Tratado de Maastricht de 1992. Estos esfuerzos se inspiraron en la idea no solo de ampliar los espacios económicos regionales, sino facilitar el libre comercio regional y avanzar a la unión total.

 

En un ámbito más global, los esfuerzos de libre comercio arrancan de manera formal en 1947 con la creación del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, comúnmente conocido como GATT (siglas de General Agreement on Tariffs and Trade), el cual inició con la Ronda de Ginebra en abril de 1947 donde se preparó la Carta Internacional de Comercio, la que se completó en la Ronda de la Habana de ese mismo año. La última Ronda del GATT tuvo lugar en Uruguay en 1986. Y luego con el Acuerdo de Marrakech fue sustituido por la Organización Mundial de Comercio.

 

Es decir que los esfuerzos por facilitar el comercio mediante la reducción de tarifas, subsidios y otras prácticas proteccionistas y aislacionistas, de manera formalizada la llevan más de 65 años. Por supuesto que en la práctica siempre han prevalecido las prácticas proteccionistas, y los países desarrollados son precisamente los que han implementado mecanismos abiertos y sofisticados para proteger sus mercados internos.

 

En una segunda etapa, que coincide con la tercera fase de la globalización iniciada a finales de los años 70 del siglo pasado, se produce otra formación de tratados comerciales, pero esta vez, extra-regionales, ejemplo de ellos es el NAFTA, más conocido como el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá), y el DF-CAFTA que involucra a Centroamérica, República Dominicana y Estado Unidos, así como numerosos tratados de países de América del Sur con otros países fuera de la región.

 

En general, la negociación de tratados siempre conlleva ventajas y desventajas. Las ventajas están asociadas a las capacidades de negociación de un país y a su grado de desarrollo. En tanto más desarrollado es un país, mejores son sus capacidades de negociación y superiores sus capacidades de producción y comercio. Allí radican las asimetrías.

 

En esa perspectiva, muchos percibieron que la negociación con Estados Unidos implicó grandes desventajas, y seguramente fue así, pero para que eso no sucediera, Estados Unidos debió de adoptar las posición más flexible posible, pues en el caso de Centroamérica, Estados Unidos ya daba una serie de ventajas comerciales en el marco de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe de los años ochenta (que fue una iniciativa implementada por Estados Unidos con propósitos eminentemente geopolíticos en su misión de aislar a la Nicaragua de la Revolución Sandinista), la cual fue adoptada como piso para la negociación.

 

En el caso de Estados Unidos y México la situación es diferente. En el marco del TLCN, muchas industrias de mediana y baja tecnología de Estados Unidos, y servicios de escritorio, se trasladaron a México aprovechando los sensibles menores costos de mano de obra. Pero las ventajas de México en el TLCN no fueron esencialmente producto del Tratado.

 

Desde los años setenta Estados Unidos ha venido experimentando un deterioro de su productividad, de manera sostenida, y eso se ha expresado en una pérdida de ventajas dentro de las relaciones comerciales, la cual ha derivado en pérdidas de empleo de mediana y baja calificación. He ahí el sustento discursivo de Trump para revisar los Acuerdos de Libre Comercio.

 

Estados Unidos nunca ha sido por excelencia el abanderado del libre comercio. Hizo todo lo posible por tener un GATT a su medida, implementa multimillonarios subsidios a su producción agrícola, y eso nunca lo ha puesta en la mesa de negociación con ningún país. Como la mayor potencia económica del mundo, siempre ha tenido un comportamiento conservador: en tiempos de crisis contrae inmediatamente sus importaciones, y en tiempos de auge es lento en transmitir hacia el resto del mundo los efectos positivos.

 

Lo que hoy está haciendo el Gobierno de Donald Trump, por un lado, es actuar en contracorriente de los esfuerzos de des obstaculizar el comercio de los últimos setenta años, y volviendo al proteccionismo del tipo de la era mercantil.

 

SBE: ¿Qué ventajas, desventajas, retos y desafíos clave para los intereses de ALC aprecia usted en esta nueva coyuntura política y económica continental?

 

CAM: Existen aspectos fundamentales relacionados con el desarrollo de los países de América, que de manera permanente han estado completa o parcialmente desatendidos. Y eso tiene que ver como los países se miran a sí mismos. Así se tiene que, la economía externa de los países de América del Sur tiene una alta dependencia de los productos primarios, algunos del petróleo, otros de los minerales, y otros tantos de la producción de diversas materias primarias y alimentos para la exportación.

 

En el caso de América Central el comercio exterior está concentrado en unos pocos productos primarios. En ambos casos, la característica fundamental es que el comercio exterior tiene pocos destinos, en tanto que la relación interregional (no entre los países de cada subregión, sino entre las distintas subregiones) aún es débil. No hay ningún indicio, por ejemplo, de que América Central se aleje mínimamente para bien, de la órbita comercial de Estados Unidos. El turismo que entra a Guatemala, por ejemplo, proviene en su gran mayoría de Estados Unidos y de El Salvador.

 

Entonces, el fortalecimiento de los lazos económicos interregionales podría ser un mecanismo que dé algún impulso al desarrollo de los países del continente. También el impulso de políticas industriales y de servicios bien pensadas y planificadas podría ayudar a fortalecer los mercados internos. El impulso de políticas de fortalecimiento de la infraestructura productiva y tecnológica y de calificación de la fuerza laboral, que beneficie a todos el sistema económico y social (desde micro hasta grandes empresas) puede constituirse en un mecanismo de mucho beneficio para aumentar el nivel de productividad, tanto en cada país como en la región.

 

Y la búsqueda de ampliación de los espacios económicos mediante el impulso de nuevos tratados económicos o la revitalización de los ya existentes. Y algo que no debería quedar solo en las indicaciones, es construir Estado: desarrollar las instituciones, corregir sus déficit, fortalecer el Estado de derecho, combatir los lastres como la corrupción; pues el déficit de estatalidad es un factor determinante del atraso económico en América Latina, que ha venido siendo diagnosticado y reconocido desde los años cuarenta del pasado siglo.

 

Todo esto se hace evidente en la coyuntura actual, y se manifiestan como los factores que imposibilitan afrontar con solvencia las desventajas y desafíos planteados en la coyuntura actual.

 

SBE: En los procesos de integración económica del Cono Sur (en unos países más y en otros menos), la dependencia de sus exportaciones hacia EEUU ha disminuido bastante en el último decenio. En tal sentido, ¿Qué lecciones podría aprovechar Centroamérica para disminuir su elevada dependencia de esa nación del norte?

 

CAM: Las economías de América del Sur no han estado vinculadas al mercado estadounidense, con el mismo alto grado de dependencia en que lo está América Central, y eso le ha permitido a América del Sur mirar hacia otros horizontes. Entonces, la primera lección es que la fuerte dependencia significa muchos riesgos (en todos los órdenes: social, político y económico), y en consecuencia, la segunda lección es que es necesario ampliar las perspectivas de relacionamiento económico internacional y el contenido de la matriz de producción exportadora.

 

Pero para ello se necesita un pensamiento remozado, tanto en el orden político como en el económico.

 

SBE: Desde su perspectiva, ¿Cómo frenan los principales desajustes estructurales prevalentes en la mayoría de naciones de ALC, el desarrollo, fortalecimiento y profundización de sus procesos de integración autonómica?

 

CAM: Primero habrá que caracterizar los factores estructurales que inducen al atraso económico, y el significado de la integración. La integración siempre ha tenido como propósito expandir el espacio económico, social y político de un país. En este sentido, pongamos por ejemplo los países centroamericanos exceptuando Costa Rica, si todos tienen alta dependencia en su comercio exterior de los mismos productos de exportación y las élites están permanentemente ancladas en el propósito de proteger su producción tradicional, eso se torna en serio obstáculo en los esfuerzos de integración, y se trata de un tratado extra regional, las élites lucharán entre sí mismas para garantizar sus cuotas de exportación.

 

Cuando las simetrías entre países son de atraso, las dificultades para negociar e integrar son mayores, por ejemplo, varios países centroamericanos compiten ruinosamente por la atracción de inversiones en maquila, no por inversiones de alta calidad.

 

De la misma manera, el déficit de Estado favorece a las élites de funcionarios corruptos, y en consecuencia, la existencia de numerosas aduanas en espacios territoriales pequeños facilita la evasión tributaria y la apropiación ilícita de los ingresos fiscales, lo cual deriva en una dificultad para armonizar políticas fiscales. Y cuando se trata de negociaciones de integración con otros países desarrollados, las desventajas se vuelven mayores: las asimetrías en términos de desarrollo, generalmente provoca que el país menos desarrollado tenga que asumir los costos de su bajo desarrollo; su bajo desarrollo también se refleja en sus débiles capacidades para negociar; y así sucesivamente. En todo caso, entre menos desarrollado es un país, más necesitado está de contratarse una buena asesoría para sus procesos de negociación e integración.

 

SBE: ¿A través de qué mecanismos y marcos de actuación política intra-regional se podrían sortear una parte importante de tales escollos a los procesos de integración regional?

 

CAM: Es difícil encontrar mecanismos muy efectivos que sorteen esos obstáculos. No obstante, un estudio profundo de las deficiencias estructurales y de las ventajas que implica superarlas, y de las posibilidades que hay para ello, podría ayudar. Una buena disposición a la cooperación entre las élites de los distintos países, más allá del anclamiento en la defensa de intereses tradicionales, puede ser otro mecanismo efectivo.

 

Pero además, una buena planificación del proceso de integración, lo que significa planificar el avance de las fases de integración más allá de la simple integración comercial

 

SBE: En un entorno global de desaceleración económica mundial y de evidente inestabilidad política provocada por las acusaciones de corrupción de las élites políticas (tipo caso Odebrecht por ejemplo); según su criterio y tomando en consideración la heterogeneidad política y económica de la región, ¿cómo armonizar y dar direccionalidad estratégica a los diversos procesos de integración regional de ALC actualmente en marcha?

 

CAM: Una de las primeras claves es la construcción de Estados sólidos y de instituciones eficaces y transparentes, junto a la construcción y desarrollo del Estado de derecho. El segundo punto importante es avanzar hacia la producción con más componentes de valor tecnológico y agregado; y el tercer punto el impulso al desarrollo del gran sector micro, pequeña y mediana empresa, mediante políticas integrales realmente efectivas.

 

Es de crucial importancia no olvidar en los procesos de integración el tema del medio ambiente, y todos los nuevos riesgos asociados al cambio climático y al calentamiento global, que es un tema de carácter estratégico para e bienestar de las sociedades.

 

Finalmente, deseo preguntarle al respecto de lo siguiente:

 

SBE: Hace pocas semanas el Vice-presidente García Linera ha declarado en un artículo de opinión que la “globalización ha muerto”. ¿Tras leerlo cuál es su opinión ante ello?

 

CAM: La globalización no puede morir, pues es el resultado de los grandes procesos de desarrollo de la humanidad. Algunos tienden a creer que la globalización es solo lo que el mundo ha vivido los últimos 35 o 40 años. Los historiadores reconocen tres grandes etapas de globalización. Según sostiene la CEPAL en su libro Globalización y Desarrollo, la primera fase de globalización se registró entre 1870 y 1913, y se caracterizó por una gran movilidad de capitales y mano de obra, y un auge en el comercio internacional basado en la sensible reducción de los costos del transporte. Las dos guerra mundiales produjeron un rompimiento del orden mundial, y por tanto la segunda fase de globalización se registra entre 1945 a 1973; esta se caracteriza con la creación de instituciones de carácter internacional como la ONU, el FMI y el Banco Mundial, una expansión del comercio pero entre países desarrollados, y una limitada movilidad de capitales y de mano de obra. Y la tercera fase que se inicia a finales de los años setenta, caracterizada por la internacionalización del capital, la mundialización de la información, el transporte y las comunicaciones, un auge tecnológico, la formación de grandes bloques económicos, y fuertes flujos migratorios que se sobreponen a los controles fronterizos y prohibiciones legales; y sobre todo, la concentración y migración de los cerebros humanos en los principales centros económicos mundiales.

 

El Brexit en el Reino Unido y la Presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, más parecen el impulso de un cambio sustancial en darle una nueva forma de gobernanza a la globalización, con el objetivo de recuperar plenamente la posición exclusivamente dominante en el mundo, y detener el ascenso de nuevas potencias (no es una curiosidad que precisamente ese intento se esté dando en los dos centros mundiales de donde han partido las grandes olas globalizadoras).

 

Hay que diferenciar, creo, la globalización como fenómeno resultante de los propios procesos de desarrollo de la humanidad, y la forma que los países dominantes la gobiernan. En ningún momento quiero decir, que los países pequeños han tenido los mejores beneficios. Los países pequeños siempre han recibido beneficios marginales, pero no son ellos tampoco los que han liderado los procesos de mundialización.

 

La globalización solo podrá morir cuando desaparezca la especie humana. Para que finalice la globalización tal como la conocemos hoy, deberá desaparecer Internet, cortarse las comunicaciones en tiempo real, detenerse los sistemas ágiles de transporte, dejar de producir información, y producirse una brutal crisis tecnológica.

 

No parece que ese sea el caso, por el contrario, parece que el mundo está en pleno avance. No se sabe exactamente hasta dónde pueda tener éxito Trump con sus medidas aislacionistas, aunque no podría descartarse que induzca una guerra comercial y la confrontación entre países, ese también es un escenario.

 

Revista virtual Raf-Tulum

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https://www.alainet.org/es/articulo/183748
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