Economía de comunión

07/02/2017
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Recientemente tuvo lugar en Roma un encuentro sobre la “economía de comunión”, promovida por el Movimiento de los Focolares y en la que están comprometidas más de 700 empresas, ciudadelas de testimonio, obras sociales, casas editoriales y revistas. Inspirándose en el legado de Chiara Lubich, una ejemplar cristiana de Italia que cultivó la solidaridad cultural, social, religiosa y eclesial, el Movimiento busca contribuir a la consecución de una sociedad nueva, basada en la comunión de bienes culturales, espirituales y materiales.

 

Este esfuerzo evoca la corriente que en América Latina se llamó “economía solidaria”, que procuraba unificar la economía con la ética, incorporando los valores universales que deben regir la sociedad y las relaciones entre la ciudadanía: equidad, justicia, solidaridad económica, cuidado del medioambiente y democracia participativa. Se trataba, como afirman sus promotores, de introducir la solidaridad en la economía, incorporarla en la teoría y la práctica económicas. Ello implicaba producir, distribuir y consumir con solidaridad.

 

Más cerca de nosotros, la economía de comunión también nos recuerda al profesor e investigador Aquiles Montoya, quien por muchos años se dedicó a fundamentar y a propagar la economía solidaria. Montoya aseveraba que el fin de la economía solidaria es propiciar el desarrollo integral de toda la sociedad, la dignificación de la persona humana y la democratización de la economía, haciendo que esta sirva al bien de todos. Hablaba de la necesidad de implementar proyectos socio-empresariales, inspirados en la conciencia colectiva, cívica y comprometida con su propio desarrollo y bienestar común. En definitiva, puntualizaba, la economía solidaria ha de intentar revertir la economía de la exclusión y la inequidad. De ahí que se entienda el saber económico como el estudio de las causas que generan desigualdades y la búsqueda de soluciones para ellas.

 

El obispo de Roma, Francisco, al encontrarse con miembros del Movimiento, valoró y explicó algunos rasgos esenciales de la economía de comunión. En primer lugar, elogió el esfuerzo de unificar economía y comunión, dos palabras que, a su juicio, la cultura actual mantiene separadas, e incluso en oposición. Según el papa, al injertar en la economía la buena semilla de la comunión, ha comenzado un cambio profundo en la manera de ver y vivir la empresa, la cual puede construir y promover la comunión entre las personas.

 

En segundo lugar, el pontífice ha recordado que esta economía implica comunión de beneficios. Y explica que el mejor y más concreto modo de no hacer un ídolo del dinero es compartirlo con los demás, especialmente con los pobres, venciendo con la comunión la tentación idolátrica. Señala que cuando se reparten y comparten los beneficios, se lleva a cabo un acto de alta espiritualidad y se le dice al dinero: “Tú no eres dios, tú no eres señor, tú no eres patrón”. A la inversa, cuando el capitalismo hace de la búsqueda de beneficios su única finalidad, corre el riesgo de convertirse en una estructura idólatra que mata.

 

En tercer lugar, el papa valora la centralidad que se le da al combate de la pobreza. Y en esta línea, indica que la economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no solo debe ocuparse de las víctimas, sino construir un sistema en el que las víctimas sean cada vez menos. Esto implica cambiar las reglas del régimen económico-social. El enfoque papal, pues, es radical: busca ir a la raíz de lo que produce unos pocos ricos cada vez más ricos y masas de pobres cada vez más pobres. Las siguientes palabras son muy indicativas en ese sentido:

 

El capitalismo sigue produciendo los descartes que luego quisiera curar. El principal problema ético de este capitalismo es la generación de descartes para después tratar de ocultarlos o de curarlos para que no se vean. Una grave prueba de la pobreza de una civilización es la incapacidad de ver a sus pobres, que antes se descartan y luego se ocultan.

 

Francisco es enfático al señalar que mientras la economía siga produciendo una sola víctima, una tan sola persona descartada, no se habrá realizado la comunión, la fiesta de la fraternidad universal no será plena. Sostiene que la razón de los impuestos estriba también en esta solidaridad, que es negada por la evasión y el fraude fiscal, que, antes de ser actos ilegales, son actos que niegan la ley básica de la vida: la ayuda mutua.

 

Finalmente, el papa agradece la experiencia de 25 años que lleva el Movimiento de los Focolares. Reconoce que, de momento, es una experiencia limitada a un estrecho número de empresas, muy pequeño en comparación con el gran capital del mundo. No obstante, dice el pontífice, los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están relacionados con grandes números. Lo decisivo, afirma, es no perder la “enzima” de la comunión, salvar la economía siendo sal y levadura. Y eso supone que el “no” a una economía que mata se convierta en un “sí” a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los beneficios para crear comunión.

 

07/02/2017

 

- Carlos Ayala Ramírez es Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología, Santa Clara, EE.UU.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/183363?language=es
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