Matan al embajador ruso pero Putin y Erdogan siguen dialogando
- Opinión
La intervención en Siria de potencias occidentales y regímenes árabes aliados, más los grupos terroristas como ISIS, sumó otro crimen. Fue asesinado en Ankara el embajador ruso. No obstante, los gobiernos de Putin y Erdogan mantienen su diálogo.
El conflicto armado en Siria sigue disparando sangre adentro y en países vecinos. Es un torrente comenzado en 2011 por grupos terroristas aliados de Washington y la OTAN para barrer con el gobierno de Damasco y hacer allí un protectorado suyo. Han provocado muchísimo daño, casi 400.000 muertos, pero no han logrado su propósito principal: que Siria cayera como Irak, Afganistán, Libia y otros escenarios de mentiras, sanciones, intervención militar y crímenes al por mayor, incluso de sus gobernantes.
En Siria esa intervención militar extranjera, cobijando por años a grupos terroristas, les viene dando malos resultados. Bashar al Assad, basado en la movilización de su propio ejército y contando con ayuda de Rusia, Irán y la organización Hizbollah del Líbano, vino recuperando el control del territorio. Y a mediados de diciembre era un hecho la victoria en Aleppo, que desde 2012 estaba ocupada en su mitad oriental por tropas antigubernamentales.
Esa impotencia terrorista ante la derrota casi inevitable en lo político-militar de Aleppo, puede haber llevado a algunos de sus dirigentes o sponsors a concebir la operación de matar al embajador ruso en Turquía. El objetivo evidente era castigar en directo a Moscú, gran responsable del giro favorable a Al Assad en el teatro de operaciones sirio. Y en particular, a tratar de dañar el vínculo positivo que Vladimir Putin cultivó durante 2016 con su colega Recep Erdogan, a pesar de sus diferentes posiciones en aquel escenario. Como se sabe, el ruso fue desde el principio un firme apoyo de Damasco, en tanto el turco ayudó y financió a los grupos terroristas, aunque –como varios otros gobiernos intervencionistas, incluyendo a EE UU- adujera que su aval iba a la “oposición moderada” y no al ISIS propiamente dicho.
Como sea, entre Moscú y Ankara se tejió recientemente una relación de respeto mutuo y eso sirvió para firmar y respetar treguas en Aleppo martirizada al máximo. Además de lo importante que era para el conflicto en Siria, el acercamiento de Turquía a Rusia puso muy nervioso a la administración Obama, Angela Merkel y otros gobernantes europeos. Es algo obvio: Ankara es parte de la OTAN. Y el presidente Erdogan estaba mejorando sensiblemente su relación con el “malo de la película” según el guión binario e imperial que escribe esa entidad belicista.
El embajador ruso Andrei Karlov había sido quien llevó a cabo el trabajo de acercamiento con Turquía. Y fue por eso, justamente, que lo mataron de nueve tiros por la espalda mientras hablaba el lunes 19 en una exposición cultural. Su matador fue un joven policía antimotines que luego de consumar su crimen y antes de ser abatido gritó consignas por Aleppo y el fundamentalismo.
Ayer un portal iraní, Isna, recibió un comunicado de grupos extremistas sirios agrupados en la coalición Jaish al Fatah reivindicando el crimen del embajador. Según Isna los yihadistas se hicieron cargo del suceso y admitieron que en Turquía habían recibido ayuda de ultranacionalistas cercanos a los “lobos grises” (organización paramilitar de extrema derecha nacionalista) y el “Partido Turcomano Islámico”.
Un solo terrorismo
Esa coalición Jaish al Fatah fue creada en 2015 por fundamentalistas sunnitas, opuestos a los alawitas que representa el gobierno laico de Al Assad, y desde entonces provocan enfrentamientos armados en el norte de Siria.
Entre esa agrupación y otras expresiones del terrorismo, como la Brigada Al Nusra y especialmente el ISIS o Estado Islámico (Daesh en árabe), hay disputas; son menos por cuestiones ideológicas o religiosas y más por la recepción y distribución del financiamiento y logística proporcionadas por Estados Unidos, Arabia Saudita, Qatar y la misma Turquía.
Esos grupos tienen en común su odio contra el gobierno sirio y sus aliados en esta pelea. Los sostenes de Siria saben muy bien que ellos mismos son blancos del terrorismo yihadista. Basta citar los atentados de ese signo perpetrados en ciudades de Rusia (no sólo en Chechenia), las campañas de estas bandas descendientes de Al Qaeda contra Teherán y los intentos por apoderarse del Líbano, donde fueron rechazadas por Hizbollah, y la ocupación de Mosul en Irak para formar el califato junto con zonas sirias como Al Raqqa.
De todo ese aparente poderío el ISIS sólo conserva pequeñas posiciones en Irak y la mencionada capital provincial siria. Lo demás lo ha ido perdiendo, a medida que los países atacados lograban organizar la resistencia y cuando a nivel mundial iba quedando claro que lo suyo no era islamismo sino un fundamentalismo total al servicio de potencias mundiales que no creen en dioses sino únicamente en el lucro del gran capital.
Si con el asesinato del embajador ruso en Turquía quisieron que los dos países involucrados volvieran a tiempos de confrontación –como en noviembre de 2015 cuando los turcos abatieron a un avión ruso que regresaba de misiones en Siria- se puede adelantar que ese propósito ha fracasado. Putin no es ningún tonto y no incurrió en ningún juego de la provocación. Al día siguiente de ese crimen confirmó la reunión en Moscú del canciller propio Serguei Lavrov, el de Irán, Mohamad Javad Zarif; y Mevlüt Cavusoglu, de Turquía, quienes avanzaron en los acuerdos para la tregua en Siria. El objetivo propuesto, tan loable como difícil, es que esa tregua desemboque en un acuerdo político entre el presidente Al Assad y una parte de la oposición.
Moscú y Teherán son sostenes del gobierno sirio y Ankara lo es de una parte de la oposición, que tendrá que deslindarse del ISIS, de Al Nusra y de los avales de algunos países no precisamente neutrales en Medio Oriente, entre ellos Israel. El 16 de diciembre, cuando las fuerzas sirias y rusas festejaban haber liberado la casi totalidad de Aleppo, se supo que habían capturado en un búnker a catorce jefes y asesores militares de los grupos terroristas. Los había norteamericanos, de Arabia Saudita, Qatar, Turquía y también uno de Israel.
¡Esa es la runfla que armó el gobierno de Obama y sus aliados monárquicos árabes y potencias europeas para hacer una guerra sucia contra el legítimo gobierno de Siria!
Llegado a este punto el cronista expresa su diferencia total con Eduardo Febbro, corresponsal de Página/12 en Francia, quien el 14 de diciembre pasado publicó una nota titulada “Cómplices de la matanza de civiles” donde planteaba: “Washington, París o Londres prefirieron al final que un tirano sanguinario arrasara casas, hospitales y escuelas antes que ver al país en manos de una insurrección con fuertes elementos islamistas que esas mismas capitales apoyaron al principio de la revolución”. Así puso a Al Assad como un tirano, criminal y único responsable del derramamiento de sangre en Aleppo.
En Clarín y “La Nación” no se leyeron notas como esas, porque siguieron con el tradicional enfoque de que allá luchan “dos demonios”. Para Febbro el demonio es uno solo, Al Assad.
Se acerca el final
Aunque aún no se produjo el final-final de la batalla en Aleppo, parece ahora mucho más cerca desde que su segmento oriental fuera seccionado por las organizaciones yihadistas.
De ese modo el gobierno sirio contará con las cinco ciudades más importantes: Damasco, Aleppo, Homs, Hama y Latakia.
Esto supone una victoria de Al Assad y de la población que votó por él y lo sostuvo en estos años, así como de su Ejército Árabe de Siria. Ese gobierno se apoyó en su fuerza propia, sin la cual de nada habrían servido los aviones rusos a partir de septiembre del año pasado y los militares rusos que ayudaron en el terreno, incluso en estas batallas por Aleppo. La mano de Hizbollah y los Guardias de la Revolución iraní, que tuvieron muertos y heridos en combates, también fue significativa, como complemento de aquella fuerza propia, nacional. Esto a modo de aclaración porque es posible que ahora, los derrotados, empiecen con la versión de que fueron barridos por los rusos. Ellos, los mercenarios que hacían los mandados a Washington, la OTAN y las monarquías árabes, ¿protestan por la intervención rusa en la guerra?
A las fuerzas internacionales que impidieron la intervención militar directa y los bombardeos que estuvieron a punto de lanzarse en 2013 y 2014 contra Damasco debe agregarse el Papa Francisco. Recién asumido hizo fuerzas para que en Siria no se repitiera la tragedia de Libia. Nobleza obliga, ese papel debe destacarse.
Siria deja un grave interrogante para las mentes calenturientas de la que fue una superpotencia mundial. Le habrá quedado claro a Obama y resta saber qué conclusión sacará Donald Trump, que este mundo no es el unipolar de los años ’90. EE UU y sus aliados europeos tienen crisis económicas y políticas. Ellos e Israel no pueden llevarse el Medio Oriente por delante, ni el resto del planeta. Rusia no es más socialista, pero con China que sí lo es, más el Irán islámico, Siria, Cuba, parte del Brics, Unasur y Celac, el Movimiento de Países No Alineados y sobre todo los pueblos movilizados, pueden darles pelea y ganarles como en Siria. El siglo XXI no será “americano” como quieren el Pentágono, Wall Street y la CNN. Será de todos o no será.
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