Nuestro Fidel
- Opinión
Con Fidel se nos fue la principal figura revolucionaria de América Latina del último siglo. Resulta difícil valorar esa dimensión en medio del gran pesar que genera su fallecimiento. Aunque la emoción dificulta cualquier evaluación, la gravitación del Comandante se aprecia con más claridad cuando ha partido.
Los medios sólo enfatizan esa importancia en un sentido descriptivo. Ilustran cómo estuvo presente en los principales acontecimientos de los últimos 50 años. También sus mayores enemigos del imperio registran ese apabullante peso histórico. Festejan el fallecimiento para olvidar que doblegó a 10 presidentes estadounidenses y sobrevivió a incontables intentos de asesinato por parte de la CIA.
Cuba es la obsesión del Pentágono y la frustración del Departamento de Estado. Ningún otro país de esa extensión infringió tantas derrotas al imperio. Al cabo de 53 años David obligó a Goliat a restablecer relaciones diplomáticas.
Fidel suscita admiraciones que lindan con la devoción. Las alabanzas provienen de su capacidad para tornar posible lo que era muy improbable. Pero frecuentemente esa fascinación está divorciada del contenido de su obra.
Muchos idolatran a Fidel reivindicando al mismo tiempo al capitalismo. Ensalzan al líder caribeño promoviendo variantes del sistema de explotación que Comandante combatió toda su vida. En realidad ponderan al hacedor de universos ajenos, descartando cualquier tránsito propio por caminos semejantes.
Fidel siempre tuvo otro significado para la izquierda. Fue el principal artífice de un proyecto revolucionario, socialista y de emancipación latinoamericana. Llevó a la práctica el objetivo que inauguró Lenin en 1917 y por eso ocupó en América Latina un lugar equivalente al impulsor de los sóviets.
Pero a diferencia de su precursor, Fidel condujo durante varias décadas el proceso que inició en 1960. Puede ser evaluado tanto por su triunfo como por su gestión.
Desde una óptica de mayor duración la gesta de Castro se emparenta con las campañas emprendidas por Bolívar y San Martín. Encabezó acciones regionales para intentar el enlace de una segunda independencia de América Latina, con el avance internacional del socialismo.
Fidel abordó esas metas ciclópeas manteniendo una relación muy estrecha con sus seguidores. Transmitió directamente sus mensajes a millones de simpatizantes que lo vitoreaban en varios continentes. Logró una conexión racional y pasional con las multitudes que lo escucharon en incontables mítines.
El hombre y la epopeya
El dirigente cubano siempre actuó con osadía. Radicalizó su proyecto bajo la presión del imperio y asumió una adscripción socialista que pulverizó todos los dogmas de la época. Demostró que era posible iniciar un proceso anticapitalista a 90 millas de Miami y con la OLAS retomó el objetivo de la unidad antiimperialista de la región.
Estas tres facetas de revolucionario, socialista y emancipador latinoamericano fueron compartidas por Fidel con el Che. La misma sintonía que los reunió en el desembarco del Granma se verificó en la estrategia de acciones armadas contra las dictaduras y los gobiernos reaccionarios. Mantuvieron coincidencias políticas que desmienten todo lo escrito sobre la enemistad entre Castro y Guevara.
El Comandante restauró el internacionalismo socialista al cabo de varias décadas de simples enunciados (o explícitas traiciones) por parte de la burocracia del Kremlin. Extendió esa práctica al África, con el envío de combatientes que tuvieron una participación central en la derrota del apartheid.
Esas acciones sustituyeron la antigua conexión de esclavitud entre África y América Latina por una nueva relación de solidaridad contra los enemigos comunes. Esa actitud afianzó el enorme afecto de las comunidades afroamericanas hacia Cuba. Las impactantes visitas de Fidel a Harlem (y sus encuentros con Mouhamad Alí, Malcom X o Harry Belafonte) corroboraron ese efecto.
Pero la estatura histórica de Fidel emergió con mayor nitidez luego de la implosión de la URSS. Logró nuevamente lo que parecía imposible al sostener la supervivencia de Cuba, en medio de una adversidad sin precedentes. Encabezó los durísimos sacrificios del período especial y sostuvo una resistencia colectiva forjada al cabo de tres décadas de revolución.
Esa batalla de convicciones fue probablemente más extraordinaria que muchas acciones bélicas. Fidel logró lo que muy pocos dirigentes han conseguido en circunstancias semejantes.
Esa victoria sirvió de ejemplo para los procesos radicales que despuntaron en el nuevo milenio. Cuándo el neoliberalismo quedó afectado por las rebeliones populares de Sudamérica, Chávez y Evo Morales tuvieron una referencia política, ausente en otras partes del mundo. Fidel mantuvo el ideal socialista como un norte a recrear sobre otras bases.
En la nueva etapa de América Latina al Comandante motorizó campañas contra la deuda externa y los Tratado de Libre Comercio, mientras fomentaba con el ALBA organismos adaptados al contexto pos dictatorial de América Latina.
En este marco el anhelo del hombre nuevo reapareció en las misiones de los médicos cubanos. Esos contingentes sanitarios demostraron cómo se protege la vida de los desamparados que el capitalismo descarta.
Fidel combinó aptitudes de tribuno (discurso “la historia me absolverá”) con genio militar (batalla de Cuito Cuanvale en Angola) e inteligencia geopolítica (para actuar en el orden internacional).
Desenvolvió ese notable perfil manteniendo una conducta personal muy sobria. Su vida privada es casi desconocida por la estricta separación que estableció entre la intimidad y la exposición pública.
Durante varias décadas estuvo involucrado en todos los detalles de la realidad cubana. Su incansable actividad fue popularizada con un dicho que aludía a esa omnipresencia (“y en eso llegó Fidel”).
Probablemente decidió organizar su propio retiro para contrarrestar esa abrumadora incidencia. Desde el 2006 se ubicó en un segundo plano y concentró toda su actividad en la batalla de ideas. Desplegó un prolífico análisis crítico de la depredación ambiental y la pobreza que genera el capitalismo.
La sorprendente trayectoria de Castro confirma muchas conclusiones de teóricos marxistas sobre el papel del hombre en la historia. El rumbo que sigue una sociedad nunca está dictado por la conducta excepcional de los próceres. Esa evolución queda principalmente determinada por las condiciones objetivas imperantes en cada época. Pero en los acontecimientos decisivos que definen ese curso, ciertos individuos cumplen un rol insustituible. Fidel ratificó ese principio.
Es importante recordar ese protagonismo frente al ingenuo mito que atribuye los logros del proceso cubano a la “presión de las masas”. Esa fórmula supone que el extraordinario rumbo seguido por el país obedeció a exigencias radicales desde abajo, que los dirigentes debieron convalidar.
En los hechos ocurrió lo contrario. Una dirección consecuente convenció a la mayoría mediante la ejemplaridad de su conducta. Fidel encabezó a los líderes que comandaron esa gesta.
Los dilemas irresueltos
Cuba no realizó la revolución que quiso sino la que pudo hacer. Por eso subsiste una significativa distancia entre lo ambicionado y lo obtenido. La principal causa de esa brecha salta a la vista: ningún titán puede construir plenamente el socialismo en un pequeño terreno, bajo el acoso de la principal potencia del planeta. Lo sorprendente es cuánto se logró avanzar frente a semejante rival.
El pequeño país conquistó enormes triunfos que reforzaron la autoestima nacional y la autoridad del Comandante. Desde Bahía de los Cochinos hasta la devolución del niño Elián y la liberación de los cinco apresados en Estados Unidos, Cuba obtuvo importantes victorias bajo el impulso de Fidel.
Pero ninguno de esos hitos alcanzó para remover el bloqueo, cerrar Guantánamo o desactivar a los grupos terroristas que entrena la CIA. Frente al acoso económico, la extorsión familiar, la tentación de ciudadanía estadounidense o el espejismo de opulencia que transmite Miami resulta milagroso el tesón de los cubanos.
Este heroísmo ha coexistido con los problemas propios que la revolución afronta desde hace mucho tiempo. Esas dificultades deben ser evaluadas en proporción a la obra realizada, recordando las limitaciones objetivas que afectan a la isla.
La economía es un área central de esos inconvenientes. Cuba demostró cómo un esquema no capitalista permite evitar el hambre, la delincuencia generalizada y la deserción escolar. En un país con recursos más cercanos a Haití que a la Argentina se lograron avances en la nutrición infantil, la tasa de mortalidad o el sistema sanitario que sorprenden a todo el mundo.
Pero la errónea imitación del modelo ruso de estatización completa condujo a inoperancias, que afectaron severamente la productividad agro-industrial. Esa equivocación obedeció a la dificultad para compatibilizar estrategias revolucionarias continentales con políticas contemplativas hacia el mercado. El idealismo que exige el primer objetivo choca con el egoísmo de la vida comercial.
Luego del período especial el país sobrevivió con el turismo, los convenios con empresas extranjeras y un doble mercado de divisas, que segmentó a la población entre receptores y huérfanos de remesas. La sociedad cambió con esa incipiente estratificación social y con la posterior ampliación de la actividad mercantil para ahorrar divisas y reanimar la agricultura.
Fidel impulsó personalmente ese difícil viraje captando el suicidio que significaba volver a las penurias de los años 90. Muchos analistas estiman que inauguró el retorno al capitalismo, olvidando que ese sistema presupone propiedad privada de las grandes empresas y bancos. Hasta ahora las reformas han abierto mayores caminos para las cooperativas, la pequeña propiedad y los emprendimientos, sin permitir la formación de una clase dominante.
El modelo actual pretende recuperar altas tasas de crecimiento limitado al mismo tiempo la desigualdad social. Por eso preserva la preeminencia económica del sector estatal junto a los sistemas públicos de salud y educación.
Mientras los cambios avanzan lentamente en un marco de mayor desahogo se mantienen abiertas las tres alternativas de largo plazo: restauración capitalista, modelo chino o renovación socialista.
La primacía de uno de estos modelos ya no surgirá de la mano de Fidel, que rechazaba la primera opción, evaluaba la segunda y propiciaba la tercera. Su legado es continuar el proyecto igualitario, dentro de los estrechos márgenes que actualmente existen para implementarlo.
No es fácil desenvolver ese rumbo cuando aumenta el peso del mercado, la inversión extranjera, el turismo y las remesas. Pero la supresión de esos soportes de la economía conduciría al fin de la revolución por simple asfixia. El equilibrio que buscan las reformas es un cimiento indispensable para cualquier transformación futura.
Desafíos mayúsculos
El establishment burgués siempre contrastó la “dictadura” de la isla con las maravillas de la democracia occidental. Los presidentes de la plutocracia estadounidense suelen objetar con gran hipocresía, el sistema de partido único que rige en la isla. Suponen que la corporación indistinta que comparten los Republicanos con los Demócratas contiene mayor diversidad.
Además, evitan mencionar cómo los colegios electorales violan el sufragio mayoritario y cuán bajo es el nivel de concurrencia a las urnas en su país, en comparación a la alta participación de los cubanos.
Una duplicidad aún mayor exhiben los derechistas de América Latina. Mientras convalidan el golpismo institucional en Honduras, Paraguay o Brasil se indignan con la ausencia de formalismo republicano en Cuba.
Las críticas de la izquierda apuntan hacia otra dirección. Cuestionan las restricciones a las libertades individuales que han generado en la isla numerosas injusticias.
Pero si se evalúan las cinco décadas transcurridas, llama la atención el carácter poco cruento de todas las transformaciones radicales implementadas. Basta comparar con los antecedentes de otros procesos revolucionarios, para notar ese reducido número de pérdidas humanas. El alto nivel participación popular explica ese logro.
Cuba nunca padeció la tragedia de los Gulags y por eso se sustrajo al desplome que soportó la URSS. Su modelo político es muy controvertido, pero hasta ahora ningún teórico de la democracia directa, soviética o participativa ha indicado cómo se podría gobernar bajo el asedio imperial, sin recurrir a normas defensivas que restringen los derechos ciudadanos. La propia revolución ha ensayado distintas mecanismos para corregir los errores que genera esta situación.
Muchos analistas consideran que la burocracia es la principal causa de las desgracias del país o la gran beneficiaria de las malformaciones del régimen político. No cabe duda de su responsabilidad en muchas adversidades. Pero como ese estamento existirá mientras subsista el Estado, no se avanza mucho culpándolo de todos los males.
Ciertamente la burocracia multiplica la desigualdad y la ineficiencia. El igualitarismo contribuye a contrarrestar el primer problema pero no corrige el segundo. Una democratización creciente aporta contrapesos a esas desventuras pero no genera milagros. En estos intrincados terrenos del funcionamiento estatal siempre fueron más útiles las convocatorias de Fidel a asumir responsabilidades, que la expectativa en mágicas recetas de laboratorio.
La política exterior concentra otro campo de severos cuestionamientos al castrismo. Los grandes medios presentaban a Fidel como un simple peón de la Unión Soviética, desconociendo la diferencia que separa a un revolucionario de cualquier gobernante servil. No concebían para Cuba otro comportamiento que el practicado por las marionetas del imperio.
Algunos críticos de izquierda tampoco comprendieron la estrategia de Fidel. El líder cubano se apoyaba en alianzas con la URSS para impulsar un proceso revolucionario mundial que su socio rechazaba.
La tensión entre ambas partes se verificó en incontables oportunidades (crisis de los misiles, guerra de Vietnam, sublevaciones en África o Latinoamérica). Hubo concesiones y también errores del Comandante, como su aprobación de la invasión rusa a Checoslovaquia. Esa ocupación sepultó la renovación socialista que prometía la primavera de Praga.
Pero transcurrido el período de mayor fermento revolucionario en América Latina, Fidel optó por un equilibrio entre compromisos diplomáticos y continuado sostén de los movimientos rebeldes. Buscó superar el aislamiento de Cuba manteniendo el apoyo a las luchas de los oprimidos. Castro debió combinar las nuevas exigencias de política exterior con sus ideales de revolucionario.
La derecha continuó criticándolo por su apoyo a las revueltas populares y algunas corrientes de izquierda objetaron su actitud contemplativa hacia los gobiernos de las clases dominantes.
Ciertamente muchos consejos de Fidel fueron problemáticos, pero la responsabilidad de las decisiones quedó en manos de los receptores de esas sugerencias. El Comandante siempre transmitió el valor de la decisión propia en los procesos de cada país y su trayectoria estuvo signada por la desobediencia a las autoridades de la izquierda de su época.
No hay que olvidar cómo Castro desoyó las recomendaciones del Partido Comunista en Sierra Maestra y las opiniones del Kremlin frente a la insurgencia latinoamericana. El líder cubano enseñó con su propia práctica de qué forma actúa un revolucionario
El mejor homenaje
Fidel ha fallecido en un año muy difícil. Figuras tan detestables como Macri, Temer o Trump han llegado al gobierno. Sus ideólogos vuelven a proclamar el fin de los proyectos igualitarios, olvidando cuántas veces enunciaron esa misma sentencia. Fidel habría dicho que corresponde entender lo que ocurre para sobreponerse al desánimo.
Muchos editorialistas afirman que Castro no comprendió la época actual de consumo, individualismo y pragmatismo. Pero en todo caso captó la crisis del capitalismo que determina esos comportamientos. Ese dato central es invisible a los impugnadores de Fidel.
Sus enemigos más vulgares de Miami celebraron con música el fallecimiento, confirmando el nulo valor que le asignan a la vida humana. Pero ese festejo fue un magro consuelo, para conspiradores que no han logrado construir un mínimo basamento dentro de la isla.
Cómo Fidel se retiró hace una década las repetidas especulaciones sobre el futuro de Cuba despiertan menos atención. En cambio interesa mucho lo que hará Trump. No se sabe aún si las brutales declaraciones que formuló sobre la muerte de Castro forman parte de su descontrolada verborragia o si anticipan agresiones de mayor porte.
En cualquier caso América latina debe prepararse para resistir a un mandatario que prometió expulsar a millones de indocumentados. Se aproxima una nueva batalla antiimperialista que requiere lidiar con el escepticismo y la resignación.
Algunos afirman que Fidel encarnó los ideales de un segmento maduro ajeno a las expectativas de la juventud. No toman en cuenta cómo golpea el capitalismo a la nueva generación empujándola a recrear la resistencia. El desarrollo de esa acción tenderá a actualizar el proyecto socialista de emancipación latinoamericana.
Fidel bregó por las transformaciones revolucionarias que necesita la sociedad actual. Ya partió y nosotros continuaremos su obra.
2-12-2016
Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.
Su página web es: www.lahaine.org/katz
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