¿Hay un partido nacional-uribista en formación?

26/10/2016
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alvaro uribe coombia
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En el corto tiempo del siglo XXI, la democracia colombiana ha perdido su contenido esencial de legitimidad y permanece tomada por un sentido de legalidad, en un contexto cuya impunidad general supera el 95% y la justicia está atrapada por las reglas del poder político y económico y de su sistema de alianzas.

 

La primera derrota propinada a la legitimidad de la democracia en este siglo se la produjo la modificación del artículo constitucional que permitió la reelección del presidente Uribe, quien durante ocho años dedicó sus mejores esfuerzos a consolidar un régimen basado en la seguridad (sostenida en su correlato de terror y miedo) y los intentos por crear un estado de opinión y que fue validado procedimentalmente con herramientas legales e ilegales, que acomodaron a su favor un debilitado Estado de Derecho, que con relativa facilidad sucumbió a los embates por el control de las cortes de justicia, las mayorías del congreso, la conversión del departamento de seguridad (DAS) en policía política del régimen y de las fuerzas armadas en una institución educada solo para la guerra.

 

En suma el Estado perdió su función legitimadora de la política que hacia adelante solo ha respondido a la prueba de legalidad. La validez de la política ya no se detiene en los procesos, ni los métodos, si no en el resultado matemático, sin contexto, sin causas.

 

A los gobernantes parece importarles poco o nada la acción política en su contra, los asusta más un proceso jurídico cuando lo sienten distante del alcance de sus tentáculos de clientelismo o corrupción. Los presidentes del congreso, jueces, gobernantes locales, ministros y otros funcionarios que han ido a prisión no han sido destituidos de sus partidos, ni abandonado sus actividades políticas, sencillamente porque a la democracia se le despojó de su pilar de legitimidad. Transitar por la democracia sin legitimidad, se convirtió en una práctica socialmente aceptada e incuestionable, que ha sido puesta a prueba en las decisiones del Congreso, las Cortes, las Universidades y en general Instituciones.

 

Los resultados del plebiscito en torno a los acuerdos de paz de La Habana, representan la última embestida de alto impacto en la consecución de resultados democráticos sin legitimidad y en este caso también con evidentes carencias de legalidad. Eliminar la legitimidad implica que la democracia está realmente débil y bajo la amenaza de quedar convertida de manera irreversible en un cascaron vacío de principios y expuesta al vaivén de formas de dominación totalitaria, en las que se gana o pierde obediencia en función del carisma de los líderes y la aceptación o no de un programa único, fijado por un grupo de elegidos, que determina los valores a seguir y refuerza sus actuaciones convocando a su defensa para no perderlos. Ese modo de acción anuncia que primero se impone la obediencia y luego se fijan las leyes como en todo oscurantismo.

 

La campaña del No, dejo en claro que la legitimidad para ellos no cuenta, haberla eliminado es parte esencial de su botín para regresar al poder. La campaña a la vez permitió observar que sus anuncios iban más allá de la urgencia del plebiscito y que estaban a prueba tanto una visión del mundo como la capacidad de representación de sus líderes y su proyecto. La maquinaria electoral del No, fue resultado de la combinación de estrategias de fe con estrategias de guerra movidas mediante confusas razones y sentimientos y direccionada por personalidades destacadas de la vida política, procedentes de distintos partidos, movimientos y agrupaciones sociales, políticas y económicas.

 

Las voces del No, mostraron suficiencia para alentar la destrucción de la realización de la paz conquistada, pero además para hacerse al control del poder, lo que se traduce en un enorme desafío para quienes hacen unidad contra la guerra y contra la ideología neoliberal, porque con el plebiscito quedó definida una área política nueva en la disputa por el poder, que supera el marco tradicional de los partidos, se sale de la disputa entre las elites por ocupar el centro y se desplaza totalmente hacia la derecha (su geografía va desde el cero del cuadrante derecho hacia el infinito de la extrema derecha) con el objeto de atraer y copar partes esenciales de todos los sectores sociales y económicos. No parece buscar consenso con un programa de partido a la manera de la política tradicional si no con una visión del mundo, que se acerca al individuo concreto y se esparce de manera selectiva en todos los sectores de población. Se conecta por principios generales y valores cristianos y despliega una inmensa potencia para incluir cualquier aspecto y dimensión de la vida, grande o pequeño, en una perfecta combinación de escalas mayores y menores, angustias y deseos.

 

La virtud de la propuesta es que se extiende sobre principios generales orientadores, basados en la defensa de la vida ligada a un orden natural que pretende ser violentado, lo que sirve de soporte a un discurso de la seguridad antes que la libertad y de defensa del orden moral en permanente riesgo de ser atacado por enemigos difusos. La violencia que se transmite en esta visión del mundo no opera frontalmente si no por contagio, por reacción en cadena, se origina un enemigo fantasma y se actúa por polarización, cada uno es emprendedor de sí mismo para defenderse desde adentro y desde afuera del sistema. Este fenómeno político, bien puede terminar con el descoyuntamiento total del Estado Democrático y sobre su debilidad instaurar lo que podría ser un totalitarismo de ultraderecha en el que la idea de vida buena, del buen vivir y de convivencia exitosa en paz, cede a la preocupación por la supervivencia, que será más sencilla de llevar con las promesas de futuro que ofrezcan sus líderes, no se moviliza a la masa por pura agitación, si no que reproduce y acelera lo ya existente.

 

En el modo de actuar, en su discurso, en su mismo silencio se refleja un proyecto en marcha hacia la estructuración de una tercera república (la primera se instauró sobre la barbarie desatada contra los patriotas e intelectuales de la independencia y la segunda sobre la impunidad de la violencia que originó el frente nacional), en todo caso sin abandonar el cascaron democrático. Lo ocurrido con el plebiscito puso al descubierto el proyecto en marcha y los liderazgos de su dinámica política.

 

Encabezan los dos últimos expresidentes que gobernaron durante 12 años al país (Uribe, Pastrana, en el cambio de siglo), exministros (Martha Lucia Ramírez de Defensa, Jaime Castro de Gobierno, Holmes Trujillo de educación), el recientemente cesado Procurador (A. Ordoñez, de la ultraderecha católica de Tradición, Familia y Propiedad ), Ex vicepresidentes (Francisco Santos vinculado a la formación del bloque capital del paramilitarismo y Angelino Garzón con origen en el sindicalismo), Senadores y Representantes (Paloma Valencia, nieta del presidente que inauguro la política contrainsurgente y arremetió por primera vez contra las Farc; María Fernanda Cabal, empresaria del sector ganadero comprometido con el paramilitarismo esposa de Félix Lafourie defensor de las tierras del despojo; José Obdulio Gaviria, primo de Pablo Escobar e investigado por vínculos con el paramilitarismo; Viviane Morales, nombrada en la comisión de notables del presidente Uribe para la reforma política, defensora de la familia y los valores cristianos y opositora al reconocimiento de derechos de diversidad y diferencia, su esposo paso de guerrillero a asesor de las autodefensas), Periodistas (Herbin Hoyos, representante de un sector de víctimas de la guerrilla, con varios premios internacionales; Claudia Gurisatti que encabeza la cruzada antichavista); Gobernadores (Casanare), Generales Retirados, Alcaldes, Funcionarios, Pastores de Iglesias Cristianas (700 pastores firmaron el pacto cristiano y representan a más de 6000 iglesias), representantes de la iglesia tradicional y medios de comunicación (RCN, Cadena Manantial de Vida, Misión Carismática).

 

Estos nombres controversiales, contribuyen a entender que efectivamente hay un proyecto de poder en marcha, para ser ejercido libre de cualquier prueba de legitimidad y con mayor énfasis en ceder el espacio de la política a la administración de necesidades sociales dejando intacto el marco de relaciones socioeconómicas ya existentes y sobrevalorando a la sociedad de la opinión (con la aparente condición de que las opiniones no tienen ideología). El proyecto en marcha se preocupa por crear la percepción de que la acción política se origina adentro mismo de cada persona y encuentra un lugar común en la masa para unirse en comunión como defensores de la tierra (en manos de sus despojadores), de la familia tradicional forjada con valores cristianos y, de la seguridad ante el enemigo fantasma. Estos principios de conjunto definen una visión del mundo sometida y guiada por el arbitrio de los lideres (el líder) de una comunidad inspirada en sentimientos subjetivos y dispuesta a constituir un todo llamado partido y un modo de acción política como relación empresarial de la que se pueden sacar dividendos particulares, su construcción no está en términos de región, si no de nodos de liderazgo (militar, eclesial, económico, cultural, jóvenes, artístico). A ese proyecto que marca una ruptura y que supera las márgenes de la política tradicional y se presenta con una aureola de misterio, bien podría llamarse Nacional-Uribismo (NU).

 

 

Retos de la movilización social de la paz

 

Ante esa nueva presencia política, que ha venido madurando a lo largo de este siglo y que llega para elevar al máximo su placer de someter a su designio la conducta de los otros, del país entero, y que ha demostrado tener la astucia y fuerza suficiente en todos los juegos estratégicos en los que ha participado, tendrá que enfrentarse el país que quiere la paz con justicia social y democracia real, el país que se moviliza en torno a dignidad y derechos, el que resiste los embates del modelo económico de nueva explotación y esclavitud -asociada a la extracción de riquezas naturales y biodiversidad en general- y el que teóricamente conformaría el área política que va del centro hacia el margen izquierdo para hacer el contrapeso.

 

El reto principal de la movilización social y política que enfrente la nueva política de ultraderecha, está en entender el enigma que se presenta y asumir las tareas de la unidad con nuevas estrategias, con nuevas instituciones de poder alternativo, con imaginación y renovados modos de acción, asumiendo que ya no existirán dos agendas de lucha popular (armada y desarmada) si no una sola, que no está construida aun, y que está llamada a completarse con las partes históricamente faltantes de género, etnia y diversidad y a forjar sus propios valores en igualdad, libertad y solidaridad, pero a la vez con el encargo urgente de fortalecer la formación ideológica y política de sus propios sujetos de lucha. El proyecto de ultraderecha no ha cesado de formar ideológicamente a los suyos, de enseñar unas maneras de entender, actuar y defender su propia visión del mundo.

 

Este país no se enfrenta entonces solo a una postura espontanea ante la guerra y la paz, que se manifestó en el plebiscito, si no esencialmente ante una visión del mundo, que hunde sus bases en el derecho natural, que no reconoce legitimidad ni ética como valores políticos, ni tampoco reconoce derechos conquistados por los pueblos, ni acepta opositores políticos, ni cree en las reglas de la democracia que se forja entre confrontaciones y conflictos. El proyecto NU crea su propia forma de validez basada en la autoridad de sus líderes a la manera de antiguas monarquías que manipulan distintos componentes: íntimos que tocan el cuerpo de cada elector como encarnación natural llamada a defenderse de anormalidades como: derechos de diversidad sexual y diferencia, dosis personal, prostitución, adopción, aborto, unión libre, divorcio, cuotas de poder, indígenas y afro como sujetos políticos, ambientalistas) ; locales y regionales que llaman a defender lo existente del enemigo difuso que puede destruirlo (defender en común a propietarios de la tierra y de otros medios de producción que son presentados como promotores de trabajo y progreso y bienestar); nacionales centrados en sumar descontento e inconformidad contra el gobierno incapaz de dar soluciones a las necesidades más básicas en un ámbito de injusticia e inequidad (indignar contra el gobierno, rechazo a impuestos, a venta de activos y patrimonio) e; internacionales repitiendo su desprecio por los gobiernos de la América Bolivariana (Venezuela, Ecuador, Bolivia y cercanos como Nicaragua).

 

Este diseño estratégico de poder entreteje el odio con necesidades y deseos aplazados (de los que el régimen Uribe fue su principal responsable) y los articula con técnicas del terror y el miedo -ya probadas en la guerra-, para poner al descubierto la desesperanza, a la que acude como fuente de salvación en la que cobra sentido el todo vale para alcanzar la victoria, producto de una mezcla de elementos de medioevo y modernidad. Hay una combinación de técnicas racionales que incluyen una idea de justicia entendida como aquella que se ocupa de lo moralmente correcto cuando se trata de dirimir conflictos sociales y al tiempo potenciar las habilidades psicológicas, sociales e intelectuales de sus líderes para seducir a otros, crear un entramado de seducción y rapto y; del lado de la fe integran técnicas de la comunidad de creyentes, convocando a sus electores como a hermanos solidariamente unidos a los demás y vinculados por un sentido de pertenencia a una comunidad que les ha prometido no abandonarlos ni dejarlos sin futuro.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/181236?language=en
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