Discurso beligerante y acciones imperceptibles

07/10/2016
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Una semana después del ataque a un convoy integrado por 17 soldados que escoltaban una ambulancia de la Cruz Roja en la que trasladaban al capo conocido como Kevin, y en el que murieron cinco militares –dos fueron incendiados tras asesinarlos– y 10 lesionados a la entrada de Culiacán, Sinaloa, no se conoce de acción castrense para detener a los autores, salvo que un centenar de elementos especiales del Ejército fueron enviados a la capital y Badiraguato, bajo disputa por los hermanos Beltrán Leyva y los hijos de Joaquín Guzmán. Según los boletines les propinan “severos daños” en plantíos e infraestructura. Lo de siempre, desde 1977.

 

Es comprensible la secrecía después del publicitado homenaje rendido primero por el titular de la Secretaría de la Defensa –muy merecido por las víctimas y sus familiares–, más tarde por el comandante supremo de las fuerzas armadas, el secretario de Gobernación y el general secretario juntos; además del Senado y lo que se acumule.

 

Después del derribo del helicóptero el 1 de mayo de 2015, en el ejido de Villa Vieja, en Villa Purificación, Jalisco, con la muerte de nueve soldados por sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación, la de Culiacán es la acción más importante realizada en contra del Ejército.

 

Resultan comprensibles pero exagerados los verbos empleados por Salvador Cienfuegos para despedir los restos mortales en la sede de la IX Zona Militar, el sábado 1:

 

“Vamos con todo, con la ley en la mano y la fuerza que sea necesaria”; “que a la fuerza que apliquen tendrán la respuesta que corresponda (sic) por parte de la autoridad”; “esta dolorosa e irreparable pérdida no nos hará bajar la guardia; no nos amedrentan, por el contrario, nos impulsan a redoblar esfuerzos”. “La adversidad forja las almas valientes; el daño sufrido es grave, de ninguna manera diezma la grandeza de la institución militar, que es de y para los mexicanos”. Exagera el divisionario al equiparar el tamaño de la provocación criminal con la magnitud de las fuerzas armadas.

 

Para rematar hizo un autorretrato de la Sedena que corresponde a la sociedad hacerlo: “Somos ciudadanos ejemplares que día a día aspiramos a ser mejores en actitud y comportamiento; somos ciudadanos comprometidos con el servicio a la patria; somos ciudadanos en uniforme militar que velamos por la nación y por los nacionales; somos ciudadanos en servicio que merecemos respeto y respaldo de otros ciudadanos (…) somos ciudadanos que buscamos el bien común, encaramos nuestros errores y no aceptamos infundios”. Y eso que todas las encuestas colocan muy alto el respaldo ciudadano al Ejército.

 

Enrique Peña Nieto, por su parte, el día 6 volvió el hospital Militar de Mazatlán que inauguró apenas el 29 de agosto, sólo que para reconfortar a los heridos, en medio de estrictas medidas de seguridad –precauciones que brillaron por su ausencia en Santa Fe, el martes 4, para inaugurar la Semana Nacional del Emprendedor, y donde un profesor universitario sin buscarlo quedó a centímetros de él y lo observó “muy delgado y demacrado”–, para alentar a los heridos y destacar que los militares son ejemplo “de que la misión no es fácil y hay que tener un gran valor, una enorme valentía y un gran coraje para seguir al frente y cumpliéndole a México en estas difíciles tareas”.

 

Tareas de seguridad pública que fueron asignadas inconstitucionalmente por políticos que durante décadas administran y solapan el tráfico y producción de narcóticos sin atacar las raíces socioeconómicas y políticas.

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