En plebiscito de Colombia perdió ajustadamente el Sí a la paz
- Opinión
El domingo fue día de sorpresas políticas en Colombia. Esa tarde se supo que en el plebiscito había ganado el No: una mayoría ajustada rechazaba el acuerdo de paz negociado por el presidente y la guerrilla. Se abre una nueva etapa, con muchas dudas.
El viernes pasado se comentó aquí cómo pronosticaban las encuestas sobre el plebiscito: “todas las encuestas coinciden en que ganará el Sí. Opinómetro de Datexto, publicado por el diario El Tiempo de Bogotá el 27 de septiembre, registró que la intención de voto por el Sí es del 55 por ciento y el del No el 36,6. El mismo día, Cifras y Conceptos, en conjunto con Caracol Radio y Red+Noticias, aseguró que el 62 por ciento que participe del plebiscito del domingo refrendará los acuerdos de paz. Ipsos Napoleón Franco estimó que el 66 por ciento votará por el Sí, frente a un 34 por ciento que lo hará por el No”.
Sin embargo, como en tantas otras ocasiones y en diversos países, las urnas desairaron completamente a esos sondeos coincidentes. El domingo 2 los números fueron muy distintos: había ganado el No, con el 50,2 por ciento de los votos (6.431.372), por sobre el Sí, que colectó el 49,7 por ciento (6.377.000). La diferencia fue mínima, de menos de 54.000 sufragios, pero ninguno de los muchos defensores del acuerdo de paz desconocieron ese resultado. Antes bien, pese a lo reñido, lo dieron por válido y empezaron a debatir, puertas adentro y afuera, las razones de rechazo al mecanismo de refrendación de lo firmado entre Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, “Timochenko”.
El grado de participación en un país de 48 millones de habitantes no fue el esperado. Es que apenas se llegó hasta los centros de votación el 36,37 por ciento del electorado y eso que se trataba de una elección clave para el futuro de Colombia, superior incluso a las presidenciales cada cuatro años. Esta era más relevante por lo que estaba en juego, pero casi 64 por ciento de los electores no lo vio así. La abstención suele contener una buena dosis de crítica de parte de la sociedad hacia los actores políticas, por motivos varios y en muchos casos con fundamentos. En este caso el cronista opina que ese alto abstencionismo no puede ser justificado como crítica de un sistema político tantas veces ajeno a los dolores de los colombianos de a pie. Aunque habrá mezcla de razones para la gente que no fue a votar el domingo, su falta no está justificada. Ni siquiera podría argumentarse el mal tiempo imperante en la costa atlántica, azotada por el huracán Matthew, aunque por cierto que este factor climático metió la cola para la abstención.
Los números definitivos dejan claro que Colombia está partida casi exactamente al medio, entre valorar como positivo el acuerdo arribado en Cuba el pasado 26 de agosto, y los que lo rechazaron por juzgarlo como negativo, como una violación de la Constitución de 1991 y, peor aún, diría el uribismo y el Centro Democrático, una entrega del país al “terrorismo de las FARC”.
Lamentablemente ganó quienes rechazaban la paz, un resultado que puede entenderse no sólo a la luz de una política conservadora en Colombia sino también en orden a los vientos de ese mismo signo que soplan en la región.
División y mentiras
Los resultados mostraron que en los departamentos del país -hay 32 en total- donde el conflicto armado tuvo más vigencia y víctimas, en general hubo mayoría de votantes a favor de respaldar el fin de ese derramamiento de sangre. En el grueso de las ciudades, salvo notablemente Bogotá, ganó la opción del No, sobre todo en Medellín, Antioquia, donde el rechazo a lo firmado ascendió al 62,97 por ciento, con 431.173 votos y una amplia diferencia con el Si. El ex gobernador y ex presidente Álvaro Uribe lo convirtió en su base política más sólida y desde allí nutrió su campaña por el No a nivel nacional, designando como voceros a sus tres precandidatos presidenciales para 2018 de Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, Iván Duque y Carlos Holmes Trujillo.
En cambio, los que adherían al Sí actuaron con alto grado de inconexión y la falsa idea de que ya habían ganado la compulsa antes de su realización. Eran una variedad de agrupaciones, unidas por la papeleta, pero sin un plan coordinado: partidos de La U (Social de Unidad Nacional), Liberal, Cambio Radical, Conservador, Alianza Verde, Polo Democrático Alternativo y Unión Patriótica.
Bogotá resultó coherente con un voto masivo por la paz, con el 56 por ciento, que implicó casi 1.5 millón de votos. Aún sacándole una buena diferencia al No, más de 300.000 sufragios, lamentablemente no alcanzó para compensar la ventaja del uribismo en otros departamentos.
La paridad de la elección quedó de manifiesto en que en la mitad de las capitales de departamentos ganó el Sí (16) y la otra mitad lo hizo el No; en cuanto al total de los votos de departamentos hubo una leve ventaja del Sí, que triunfó en 19.
El bando más derechista que impulsaba el No lo hizo con el acompañamiento de medios de comunicación y redes sociales, que difundieron muchas mentiras. En esto la campaña colombiana no se diferenció mucho de las elecciones en Argentina, la cobertura en Brasil de la destitución de Dilma Rousseff, etc.
Primera mentira: que Santos entregaría la banda presidencial a Timochenko, regalando el poder a los “terroristas”. Los ex guerrilleros iban a ocupar cargos dominantes en el Congreso, las gobernaciones, etc. Segunda mentira, los desmovilizados iban a ganar mucho dinero porque se les iba a pagar millones de dólares. Tercera mentira: si ganaba el Sí, la Colombia próspera y estable se iba a parecer inmediatamente a la empobrecida y caótica Venezuela, con desabastecimiento e inflación del 700 por ciento.
A la luz del resultado, tal campaña horadó unas cuantas mentes de la oligarquía colombiana y clase media, también de sus clases bajas.
¿Hacia dónde va Colombia?
Aquellas mentiras, como suele ocurrir, tienen alguna mínima dosis de verdad que las hace más creíbles. Por ejemplo, es falso que Santos fuera a entregar el poder a las FARC, pero se concedían a la organización política por crearse 5 curules en el Senado y otros 5 en Diputados, por dos mandatos, para asegurarles un lugar minoritario para hacer política legal.
Que Colombia se iba a convertir en otra Venezuela es falso, pero no dejó de tener influencia en los departamentos de La Guajira, Cesar, Norte de Santander, Boyacá, Arauca, Vichada y Guainía, que son fronterizos con Venezuela. Y se sabe que el país refundado por Hugo Chávez está atravesando un muy difícil momento político y económico-social. El uribismo metió su veneno en esas heridas, agravándolas.
Y sobre la ayuda que el Estado se comprometió a dar a los ex guerrilleros, hay que cuantificarla para no falsear la realidad como Uribe. Los acuerdos previeron pagar a cada desmovilizado la suma mensual de 620.000 pesos durante dos años. ¿Es mucho dinero? En absoluto, es el 90 por ciento del salario mínimo. Como el peso colombiano tiene una paridad de 2.945 pesos por dólar, quiere decir que son 210 dólares mensuales por 24 meses, un tiempo durante el cual personas que vienen de la lucha armada en zonas recónditas durante 19, 20 0 30 años deben reinsertarse en la sociedad con un trabajo. Eso no significa una millonada de dólares para terroristas, que fue la prédica del Centro Democrático.
Al cronista le parece que esa propaganda sucia era similar a la de Sergio Massa en Argentina, cuando acusó al gobierno anterior de pagarles a los delincuentes presos más plata que a los jubilados. Ambas mentiras posiblemente nacieron de alguno de los “thinks thanks” de la extrema derecha estadounidense.
¿Qué pasará en el futuro inmediato, tras la victoria del No?
Timochenko desde La Habana ratificó que sigue comprometido con la paz y con la palabra como arma política. Por las dudas el presidente ceda a la presión de Uribe, el líder de las FARC dijo que el acuerdo de paz ya es un bien jurídico, puesto que fue depositado como documento oficial del país en Suiza.
De todos modos no se puede ser ingenuo. Uribe presionará para que se renegocien en La Habana algunos puntos del acuerdo. En particular quiere impedir que líderes de la guerrilla puedan ocupar cargos políticos, piden que esos jefes rebeldes vayan a prisión y que sea esta fuerza la que indemnice a las víctimas del conflicto armado, como si el Estado y sus fuerzas militares hubieran sido inocentes de la tragedia de 52 años.
Santos convocó ayer a una reunión de todos los partidos en la Casa de Nariño, pero el Centro Democrático estuvo ausente, disfrutando de su inesperada victoria. Allí se decidió crear una comisión amplia política, incluido el uribismo, para ver cómo se reconduce el proceso de paz: si se pueden reformular algunos de sus términos o no.
Lo bueno es que esas discusiones, que pueden ser más arduas que las tenidas desde noviembre de 2012 en el Palacio de las Convenciones de la capital cubana, por injerencia ahora del fortalecido Centro Democrático, podrían principiar sin los sonidos tremendos de la guerra. Es que tanto Timochenko como Santos, por separado, declararon -luego de conocerse la victoria del No- que sigue vigente el acuerdo de alto el fuego que comenzó a las cero horas del 29 de agosto pasado.
Sin derramamiento de sangre, la política ahora mucho más complicada aún tiene alguna chance de avanzar hacia la paz.
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