“Tirar la primera piedra” frente a la corrupción

02/10/2016
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Hace cuatro años, menos dos meses, quedó más que claro que la improvisación no es uno de los lados fuertes del titular del Ejecutivo federal. Con el paso del tiempo comete menos errores, usa pocas palabras fuera lugar, como el todavía muy reiterado “eventualmente”, que como casi todos los hablantes, disponemos de un vocablo del que abusamos. Práctica errónea de muchos, pero él gobierna bien o mal –“el peor (presidente) en la historia”, dice el ahora “liberal” Jorge Castañeda–, a 127 millones de mexicanos, pronuncia discursos cinco días a la semana y cuenta con el más numeroso grupo de asesores, redactores y auxiliares del país.

 

Valga lo anterior para comentar una muy desafortunada frase que pronunció Enrique Peña al inaugurar la Semana Nacional de Transparencia 2016, organizada por Instituto respectivo que preside Ximena Puente y para quien “La transparencia es un corrector de instituciones, de errores, de desviaciones, de malas prácticas y de vicios; un corrector de inercias, de aquella frase que dice ‘está mal, pero es que siempre se ha hecho así’. La sociedad y los medios hacen bien en criticar, que es el mejor instrumento para corregir. No nos enojemos con la transparencia, no nos molestemos con el mensajero”.

 

En ese marco y acompañado del secretario de Marina señalado por usar un escritorio que presuntamente valía 500 mil pesos y encabeza una institución que no rinde cuentas; amén de Pablo Escudero, senador del Partido Verde, un ícono de la corrupción política, Peña Nieto lanzó la sentencia:

 

“Este tema que tanto lacera, el tema de la corrupción, está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos, no hay alguien que pueda atreverse a arrojar la primera piedra”.

 

Es insostenible que Peña respalde su improvisado planteamiento para contemporizar con la corrupción en una figura de La biblia –“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, habría dicho Jesús según el Evangelio de Juan–, el libro más que clásico y que en 2012, como candidato presidencial dijo en la FIL de Guadalajara: “Marcó mi vida”. Lo hace ahora que los legisladores de su partido, el PRI, bloquean la iniciativa de ley sobre matrimonio igualitario para no lastimar las redituables relaciones con la jerarquía católica azteca y sobre todo la vaticana.

 

La estrechísima lectura que de la realidad hace Enrique Peña sobre el cáncer social más enraizado en el México de hoy y de ayer, no le da derecho a involucrar a todos sus paisanos en unas prácticas en las que él y sus familiares destacan, como Arturo Montiel Rojas y Alfredo del Mazo González, el Grupo Atlacomulco y buena parte del enjambre de funcionarios provenientes del estado de México e Hidalgo.

 

Para que existan los corruptos son indispensables los corruptores. Y éstos provienen, por lo general, de las poderosas y depredadoras trasnacionales, cuyas matrices están ubicadas en las “democracias” occidentales “desarrolladas”.

 

La corrupción cruza todos los niveles de la pirámide socioeconómica porque sigue siendo, por más discursos presidenciales y Sistema Nacional Anticorrupción, el aceite que lubrica al sistema de dominación para que funcione.

 

Con la frase justificadora de las escandalosas prácticas de corrupción del gobierno que jura “Mover a México”, quizá de menor cuantía que las del gobierno de Carlos Salinas o de Miguel Alemán, dos sujetos paradigmáticos del saqueo de las riquezas nacionales, el presidente Peña revela que no conoce a una parte de los mexicanos, donde no son pocos los que pueden (podemos) “atreverse a arrojar la primera piedra”.

 

 

 

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