Retomar la iniciativa
- Opinión
Aun sin haber logrado profundizar las políticas en el anterior gobierno y, ahora, habiendo cedido el gobierno ante una nueva alianza electoral, los sectores del campo popular no pueden ni deben resignar la ambición de concretar la integración de los pueblos latinoamericanos sobre la cual montar un proyecto de desarrollo.
La posibilidad y el deber se funden como una misma determinación en la visión del cuadro de situación único y completo. Sin ello, cualquiera de los planes y -menos que eso- cualquiera de las acciones que se pretendan realizar (desde la resistencia activa al abrazame hasta que vuelva) pondrán en movimiento solo la operatoria del desgaste y la fragmentación social.
La primera condición de la iniciativa es la visión. Quizás haya sido CFK la única que pudo manifestarlo abiertamente en su último mensaje a la repleta Plaza de Mayo del 9 de diciembre pasado, en parte como explicación del marco general dentro del cual aconteció la derrota electoral y dentro del cual se inscribe el tiempo presente y futuro. Fue un mensaje de aliento, en el orden del deber de la militancia de seguir luchando y de la posibilidad de seguir haciéndolo aun sin contar ya con los beneficios de ser gobierno.
Señalarlo así, implica reconocer a la vez que no todas las organizaciones sectoriales y políticas configuraron de ese modo la contienda electoral y -por lo visto hasta ahora- tampoco delinean el rumbo por venir.
Las contundentes medidas adoptadas por la Alianza PRO en los pocos días que lleva siendo gobierno ratifican los argumentos planteados en campaña por el kirchnerismo y los embravece de una bronca razonable y en aumento: los hechos demuestran que la campaña del miedo no era ni lo uno ni lo otro, sino el anticipo de lo que el ADN de ese sector efectivamente iba a hacer.
Pero lo razonable, en este caso, es aún otro retroceso: contrastar lo que se dijo contra los hechos consumados no nos otorga ninguna razón porque justamente no es la razón en sí misma lo que está en juego: no se trata de discurrir sobre quién la tenía y quién no. De lo que se trata, es de la capacidad de utilizarla para construir una nueva verdad que, va de suyo, sólo será tal si se concreta como realidad.
Por lo tanto, además, intentar recuperar la razón no es lo mismo que comenzar a construir ahora lo que no se pudo antes. Discutir sobre el pasado en término de mejores y peores razones fragmenta al equipo incluso antes de salir a la cancha.
Esta mirada no abandona ni la crítica ni la auto-crítica. Muy por el contrario, intenta que no se conviertan en distribución de culpas y pases de factura por lo hecho y lo no hecho. Y que no configure el nuevo escenario mediante dos formas de lo mismo: el posibilismo. O solo la resistencia o solo el ponerse a disposición, que son las maneras clásicas como los sectores reaccionan frente a un nuevo gobierno cuidando el interés particular, el de cada uno, y que justamente, es el preámbulo de la fragmentación.
Esas visiones parciales de la situación -que emparentan “naturalmente” el poder en juego con el cambio de gobierno-, ponen de manifiesto el trabajo en común que aún debemos hacer para que esas variadas razones puedan convertirse en verdad.
Unidad de concepción es, en la liturgia del movimiento nacional, su argamasa. Y lo sigue siendo en términos metodológicos para poder estar a la altura de las nuevas circunstancias. Pero, por el contrario, no lo será si esta certeza instrumental es usada solo como metáfora de otros tiempos que se añoran y de identidades que, a los ojos vista, han podido ser -sino quebrantadas- al menos desgastadas o desgranadas por dentro por el propio sistema.
El cambio estructural en el mundo del trabajo, la incorporación de nuevas generaciones como población económicamente activa, el despliegue del mercado de consumo como ordenador de la inclusión y de la pertenencia social, son algunos de las nuevas variables a las que se le suma el goteo sucesivo y cotidiano de un liberalismo homogeneizante -con aspiraciones universalistas- cuya contundencia no se explica solo con cinco tapas de diario ni mediante el contenido de las dos ediciones diarias de cualquiera de los noticieros televisivos, sino que resulta del funcionamiento orgánico de toda la industria de la cultura y del entretenimiento. Aparato que, por la misma causa que los cambios del ritmo y del modo del trabajo, se ha convertido en la pedagogía socializante de esta época.
Los micro-climas de guerras, crisis económicas y enfrentamientos sociales en distintas latitudes son la constante en el mismo y único plano en el que se ha convertido el mundo: el global. Y la tipología de estos hechos y su sincronía configuran un antagonismo principal que se pone en juego en todos los lugares a la vez. Eso es, así, un escenario de estado de guerra al que se llega cuando el poder de ordenar todo el tablero a la vez (no ya sólo suma de países) es lo que está en juego. Por caso, recordemos que luego del triunfo de Mauricio Macri en Argentina, el 6 de diciembre en Venezuela la oposición -que también asesora Durán Barba- obtuvo la mayoría parlamentaria.
Así como el inicio del juicio político a la presidenta brasilera Dilma Rouself y la derrota electoral argentina que condicionaron el proyecto bolivariano, tan o más significativos del peso relativo de lo que está en juego fueron los movimientos militares de las fuerzas que despliegan sus ejércitos en Ucrania, Siria, Iraq, Mar Mediterráneo y Mar Negro: ese primer domingo 6 de diciembre, EE.UU. puso un portaviones en las Guyanas y China y Rusia movilizaron los suyos en aguas del Caribe venezolano.
Quizás haya sucedido que parte de los sectores integrantes del proyecto nacional y popular afrontaron estas últimas elecciones presidenciales con la misma “naturalidad” sistémica e institucional de años anteriores. Una institucionalidad que, en su estado de “normalidad”, ofrece a los ciudadano-electores diversas alternativas de gobierno y que, en la anterior contienda, había arrojado un 54% de votos positivos para el Frente para la Victoria.
Pero sucede que, justamente, “lo normal” ya no es lo mismo. La situación es otra porque lo puesto en juego ha rebasado y está más allá de la institucionalidad. Y esto nuevo que aparece como inexplicable es ese marco, es síntoma de crisis: es el estado crítico que ha alcanzado la lucha política a partir de la acumulación en el ciclo anterior.
Frente a la tradición y la normalidad, parece derrota. Frente a la construcción de una nueva sociedad, esta agudización de las tensiones que han escalado a nivel global, son el marco de una posibilidad histórica.
Ventana o bisagra. Como se quiera. Lo importante es saber que, a esa altura, se pone en juego nuestro deber como organizaciones libres del pueblo para definir el tipo de problema que querramos ver, tener y afrontar. Y en ese marco, el sentido de confluencia que le demos a las tareas que, seguramente, seguiremos haciendo a diario.
23-12-2015
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