La mejor forma de ayudar a Uribe es llamarlo “paraco”
- Opinión
Madurez psicológica para una verdadera paz…
Colombia ha empezado a dar pasos firmes hacia el logro de su madurez psicológica. Ello a pesar de la mayoría de sus dirigentes políticos que se comportan como personas inmaduras. Ese proceso de avance es liderado por personalidades surgidas en la investigación científica, la cultura, el arte y el deporte. Rodolfo Llinás, Arturo Escobar, William Ospina, Juan Gabriel Vázquez, Ciro Guerra, Shakira, Nairo Quintana, Catherine Ibargüen, entre otros, nos dan a diario lecciones de moderación cuando valoran sus triunfos en cada una de sus disciplinas.
Solo minorías fanáticas se rasgan las vestiduras porque Nairo no gana el Tour de Francia o porque la selección Colombia no consigue ser el campeón mundial. Claro, son los que más bulla hacen pero las mayorías celebran sus triunfos, aprecian la grandeza de su esfuerzo y se explican sus limitaciones a la hora de juzgar sus “derrotas”. Los medios de comunicación tratan de estimular el fanatismo ciego como estrategia de ventas o para amarrar la audiencia, pero esa actitud ya no es tan efectiva. Es un buen síntoma.
Lo mismo ocurre en la política. Aunque hay desazón frente a dicha actividad, la moderación empieza a imponerse. Un caso específico es lo relacionado con el “proceso de paz”. Una buena parte de la gente ha empezado a formarse su propia opinión. Esa “ciudadanía activa” apoya la terminación negociada del conflicto armado con las FARC pero no cree en la falsa paz de Santos. Esa parte de la población valora la “mano firme” de Uribe pero rechaza su espíritu vengativo y condena el uso de métodos ilegales (paramilitarismo). Así mismo, ven con buenos ojos la actitud civilista de las FARC pero no aceptan su sobradez triunfalista.
Es evidente que todavía nos falta. Si esa “ciudadanía activa” se organiza puede ayudar a avanzar a los sectores confundidos y neutralizar a los fanáticos, que son minoría. Como se trata de un ejercicio psicológico, es interesante revisar lo que Lacan dice sobre el tema. Él plantea que existen dos formas falsas de identificación: la imaginaria y la simbólica. La primera es el “yo idealizado”; la segunda es la “idealización del yo”. La una, es la identificación con un ideal: un deportista, artista, científico o político. La otra, es la aceptación del “yo” pero limitada a lo que se cree que es la imagen de uno que los demás aceptan con agrado. Para lograr madurez hay que superar ambos tipos de falsa identificación.
Ejemplo: En Colombia los seguidores de Uribe se identifican con su imaginario idealizado: “fuerte, combativo, vengador”. Sus contradictores creen afectarlo cuando lo llaman “paraco”. Pero eso no sirve. Se fortalece esa identificación. Él utiliza esa imagen para contrastarla con la de Santos a quien identifica como “débil, perfumado, oligarca bogotano, traidor”. Ese tipo de ataques son propaganda para Uribe porque refuerza esa imagen entre sus seguidores. Se juega dentro de lo mismo y se mantiene la polarización. En realidad, el proceso de superación de esa “identificación idealizada” requiere el reconocimiento pleno de lo que somos y de lo que otros son. Con sus defectos y limitaciones, con sus cualidades y potencialidades.
¿Cómo debilitar a Uribe sin atacarlo? El primer paso es desmitificar a sus enemigos. Hay que mostrar la complejidad de cada uno de los actores del conflicto. Las FARC surgieron de una justa resistencia campesina, es su “lado bueno”. Después, se dejaron degradar por la “guerra sucia” que los convirtió –en el imaginario popular– en “narcoterroristas”, “delincuentes” y “secuestradores”. Es su “lado malo”. Claro, ellos también ayudaron a construir esa imagen. Pero son mucho más que eso, son tan complejos como la sociedad colombiana. Pero además, hay que mostrar que la parte “mala” ha sido derrotada y que su parte “buena” puede servirle a la nación. De esa forma, desmitificando a la guerrilla, aprendemos a identificarnos nosotros mismos. Nos reconocemos en nuestra complejidad y nos preparamos para el perdón.
Esa ciudadanía “activa, ponderada y madura” organizada en un “gran movimiento” debe hacerle ver al conjunto de la sociedad que en la derrota de la guerrilla no se desconoce el papel de Uribe, Santos y sus antecesores. Pero, a la vez, debemos hacer ver que no podemos quedarnos mirando hacia atrás. Hay que superar la polarización. Debemos romper los mitos que han ido surgiendo. Hay que demostrar que se requiere otra cosa hacia el futuro. Que ya cada cual cumplió su papel y que el camino no es “aliarnos con Uribe para derrotar a Santos” ni “unirnos con Santos para derrotar a Uribe”. Ya ese momento pasó.
Si lo vemos desde el punto de vista psicológico Uribe es un ser endeble que oculta su debilidad con manifestaciones de fuerza. En vez de miedo genera lástima. Tuvo que soportar como miles de personas los abusos de una guerrilla a su vez degradada por la política imperial pero aprendió a usar su resentimiento y odio para convertirlo en poder político y económico. Ahora, que las mayorías quieren salir del conflicto armado, Uribe no es capaz de superar su “trauma” –no porque sea obsesivo e incapaz de perdonar–, sino porque cree que si lo hace, la gente que lo ha idealizado lo va a abandonar. Se ha enamorado de su “síntoma” diría Lacan. Está preso de su propia identificación imaginaria.
Por ello, no es bueno hablar de derrota. Es un “triunfo-derrota” de Uribe, Santos y las FARC. El SI a la terminación del conflicto armado es un triunfo de Uribe porque las FARC dejarán de existir como grupo armado. Es una derrota porque no los pudo exterminar y, si son inteligentes, van a sobrevivirlo desde el punto de vista político. Es triunfo de Santos porque logra la desmovilización y el desarme de las FARC y es derrota, porque ese hecho no se puede identificar con la plena Paz. Y es una derrota de las FARC porque la sociedad no los recibe como sus liberadores (si así fuera no pedirían cupos en el Congreso, estarían seguros de su “triunfo político” como pasó con el M19 en 1990), pero también es un triunfo porque obligaron al Estado a negociar y logran proteger a la población de sus territorios históricos.
Así, si un movimiento ciudadano abre la brecha y gana las elecciones de 2018 será un triunfo construido tanto sobre las derrotas de Uribe, Santos y las FARC, pero también, sobre sus triunfos. Si lo hace, logrará que la sociedad colombiana cambie su identificación imaginaria por un reconocimiento de su complejidad: de la existencia de conflictos de clase, región, etnia, género, culturas e intereses diversos, que deberán tener solución civilista y pacífica.
La identificación simbólica (“cómo nos vemos nosotros mismos”) también está cambiando. La superación del conflicto armado nos va a ayudar enormemente. Los extranjeros podrán venir y descubrir la complejidad colombiana y nosotros avanzaremos mucho más en la tarea de identificarnos con lo mejor de lo que somos: un pueblo trabajador y sufrido, recursivo y alegre, cosmopolita y abierto, que puede construir su futuro en paz buscando alternativas nuevas para superar la desigualdad, acabar con la corrupción político-administrativa, y consolidar nuevas hegemonías sociales que dejen atrás nuestro pasado colonial, patriarcal, racista, clasista, excluyente, clerical y reaccionario, que ha sido la causa de todos nuestros anteriores y cruentos conflictos armados.
De esa forma, Colombia alcanzará la madurez y será “otra” sin dejar de ser la misma.
Popayán, 14 de julio de 2016
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