Libertad, educación, identidad e historia

13/07/2016
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El derecho a formar trae consigo implícitamente el derecho a ser formado o formarse

 

Siempre he pensado que la libertad de expresión en sentido lato es la más importante manifestación de la libertad y que esta no se discute: ¡se pelea! Quien no pelea su libertad puede perder sus derechos, y quien pierde sus derechos puede dejar de ser persona, ciudadano, y desaparecer en lo social como ente.

 

Hasta los esclavos tenían derechos —limitados si se quiere— pero los tenían. La libertad de expresión le abre cauce a otras libertades: la libertad de informar, por ejemplo. El que no tiene libertad para informar tampoco puede comunicarse con otros; es decir, no tiene derecho o libertad para formar.

 

El derecho a formar trae consigo implícitamente el derecho a ser formado o formarse; esto es, el derecho a la información. En el doble propósito de informar y formar, y de ser y estar informado, en un ámbito de libertad, está la esencia de la educación.

 

El derecho a formarse en libertad es la educación, y es a través de la educación como accedemos, conocemos o llegamos a tener una identidad. La identidad, sea cual fuere, es lo que nos permite vernos y reconocernos en el espejo de la Historia: saber de dónde venimos y hacia dónde vamos; lo que queremos y cómo lo queremos. Para ello, la educación no solo debe ser libre sino crítica.

 

Una formación o instrucción basada en dogmas, de fe o de ideología, no es educación, porque la educación dogmática encierra una contradicción; es por definición incuestionable y va a contravía de la libertad, herramienta indispensable para encontrar la verdad, que es el objetivo fundamental de una verdadera educación.

 

Por ese motivo, Marx desaconsejaba que la educación fuese responsabilidad de la Iglesia o de partidos.

 

Una educación carente de libertad es opresiva e irremediablemente represiva. Por lo tanto, su medio favorito es la manipulación de las mentes, que solo produce seres robotizados y autómatas, idiotas y descerebrados (zombis) o de inteligencia artificial: enemigos de la humanidad.

 

Cuando la libertad de expresión se le niega a los individuos, se les priva de identidad personal, pero también de historia, de memoria histórica, porque la historia es el escenario donde se despliega la identidad.

 

Pero cuando se le niega la libertad de expresión a todo un país, se le niega su carácter de nación; se le niega su nacionalidad, su acceso a la propia identidad y a la entrada a la historia, ¡a su propia historia!

 

Asfixiar a un diario como La Estrella de Panamá, con 167 años de historia, es, en el fondo y al final de cuentas, negarle al pueblo panameño el derecho a la existencia nacional, que es el primer derecho de todo Estado: no es solo y nada más que un lamentable episodio o capítulo desafortunado, un oscuro incidente sin mayores implicaciones, una nota al pie de las páginas comerciales. ¡No y mil veces no!

 

La Decana es el tercer diario más antiguo de la región y el más longevo de nuestro país. Es la escuela donde hemos aprendido día a día y en tiempo real cuál ha sido nuestra historia con todos sus altibajos: historia de lo que los panameños hemos hecho, pensado y soñado, así como también historia de lo que otros nos han hecho, a favor o a pesar nuestro.

 

¡Historia de 167 años en la vida del planeta! De cómo han desaparecido o periclitado reinos y anacrónicos dominios; de cómo han florecido cientos de Estados de las cenizas de los imperios coloniales, y de cómo un solo país, Estados Unidos, se apoderó de todo un continente en un abrir y cerrar de ojos.

 

Cerrar La Estrella de Panamá equivale a cerrar nuestra primera escuela, cuya fundación es concurrente con la apertura del primer ferrocarril interoceánico del mundo, hecho geopolítico fundamental para que las antiguas colonias de Inglaterra se expandieran vertiginosamente y se convirtieran en la primera potencia del planeta.

 

Ahora que esta potencia entra en caída libre hacia su debilitamiento y desarticulación definitiva, cualquiera pensaría que, viendo su desaforado arrebato con la Lista Clinton, algunos síntomas de vejez prematura han empezado a enloquecer a la otrora superpotencia y que ésta, en su afán de aferrarse a su juventud perdida, se resiste a morir sin llevarse a la tumba, como recuerdo de sus pasadas glorias, pero en incomprensible venganza, ¡la joya de la Corona!

 

Julio Yao Villalaz

Analista internacional, exasesor de política exterior y escritor.

 

Publicado en La Estrella de Panamá 11/7/2016

https://www.alainet.org/es/articulo/178770
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