A 200 años de la Independencia y a 450 años del puntapié económico que creó la Argentina

04/07/2016
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El 9 de julio se cumplirán 200 años de la segunda proclamación de la Independencia Nacional, 407 días después de que las provincias de Córdoba, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, la Banda Oriental y el territorio de Misiones hicieran lo propio el 29 de mayo de 1815 en Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, algo que alcanzó alguna difusión en los últimos tiempos, pero también es muy significativo recordar que el origen del país tuvo lugar 450 años atrás a instancias del primer gran economista americano, Juan de Matienzo, también primer gran teórico mundial sobre los procesos inflacionarios.

 

Fue el 2 de enero de 1566 cuando Juan de Matienzo escribiese una carta al entonces rey de España, Felipe II, en la que le propuso la fundación de la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) en la desembocadura del Río de la Plata como el mecanismo más adecuado para hacer eficiente el traslado de los metales preciosos que se sacaban de las montañas del Potosí y cuyo traslado a España era harto complicado por las dificultades para la logística hasta entonces implementada y los peligros que representaba la existencia de piratas y corsarios en el Caribe desde 1512 con los costos y pérdidas generados por ambas circunstancias.

 

La carta fue de una gran precisión al remarcar los problemas que implica dicho traslado al tener que llevar los metales, casi todo plata, desde las minas potosinas hasta el actual puerto de El Callao, en las vecindades de Lima, a través de 3.400 kilómetros de montaña; metales que una vez embarcados eran llevados hasta el istmo centroamericano para ser descargados en Panamá, llevarlos por tierra hasta Portobello para volverlos a embarcar y, desde allí, Caribe de por medio, luego de atravesar el Océano Atlántico llegar a España, donde la Corona, y esto no lo decía Juan de Matienzo, lo usaba para pagar sus deudas con los banqueros austríacos e italianos.

 

Como contrapartida, el viaje hasta la CABA de nuestros días implicaba un viaje de 3.200 kilómetros, 200 menos, pero mayoritariamente de llanura, lo que facilitaba y aceleraba las cosas ya que desde el Río de la Plata se podía ir directamente a España, sin descargas y recargas mediante, y sin correr el riego de un asalto por parte de algún miembro de la piratería caribeña, por lo cual todo quedaba facilitado y, más aún, si como hipótesis adicional, se construía un puerto en las nacientes del Río Bermejo, en el actual territorio boliviano, para lo cual Juan de Matienzo hizo un meticuloso informe sobre las características de la zona y los lugares a transitar.

 

Así fue como en 1580, catorce años más tarde, el vasco Juan de Garay concretó la fundación sobre la base de ese criterio para cuya elaboración Juan de Matienzo ya se había basado en la suma de datos geográficos que se tenían desde la cultura incaica, de la cual no era afecto, y, más recientemente, de lo conocido luego de la fallida “Primera Fundación de Buenos Aires” de 1536 por parte del granadino Pedro de Mendoza quién había llegado a la región tras haber sido designado con el rango de “adelantado” por el rey Carlos I, padre de Felipe II, más conocido como Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, cargo que compró endeudando a España.

 

De hecho la existencia de los recursos argentíferos del Alto Perú que dieron origen al nombre de la Argentina ya parecían conocerse desde muy antiguo en Europa y así fue como en 1215 el bardo bávaro Wolfram von Eschembach, en su “Oda a Parsifal”, el famoso caballero de la “Mesa Redonda” del rey Arthur Pendragon (Arturo) de Cornwalles, realizó una descripción de un viaje a través del “Atlántico Océano” hacia las tierras del sur hasta un país que “Argentum se llama y siempre será”; poema que seguramente sirvió como inspiración al monje Martín del Barco Centenera para escribir su “Oda a la Argentina” en 1602.

 

Juan de Matienzo había nacido en Valladolid en 1520, estudió en esa universidad y trabajó para la corona española hasta que a los 38 años se radicó en el Virreinato del Perú donde desarrolló importantes tareas hasta su muerte en 1579; pero no solamente tareas como funcionario colonial sino que estudió profundamente la región siendo clave en la elaboración de las “Ordenanzas de Toledo”, sancionadas por el virrey Francisco Álvarez de Toledo, las que rigieron durante tres siglos en lo relacionado con todo lo normativo en materias tales como la economía, las cuestiones sociales y el orden jurídico.

 

Instalado en la ciudad de La Plata, luego Chuquisaca, quedó impresionado sobre el desmadre de los precios de resultas de la riqueza metalífera y así comentó que “En Potosí valen las cosas cuatro veces más que en Lima ordinariamente”, razón que influyó para que cuando falleciera a duras penas contara con los recursos indispensables para afrontar las erogaciones de su entierro, lo que habla de su honradez cuando ya eran comunes hechos de corrupción por parte de algunos funcionarios de la corona como el contrabando del obispo Francisco de Victoria del 2 de septiembre de 1587, hoy conmemorado como “Día de la Industria”.

 

Si bien ya desde la Antigüedad hubo quienes expresaron sus preocupaciones por los procesos inflacionarios, fue Juan de Matienzo el primero en avanzar en análisis profundos sobre el tema dando a los mismos una visión compleja, apelando a diversos factores, entre ellos los de carácter subjetivo, apelando a una corriente “subjetivista” que fue utilizada en algunos aspectos por diversos pensadores posteriores como el propio inglés John Maynard Keynes o más recientemente por los brasileros Persio Arida y André Lara Resende en su notable y no muy difundido trabajo sobre la “inflación inercial”.

 

En su teoría del “Precio Justo” Matienzo rechazó el concepto de que las cosas posean un valor objetivo ya que combinan cuestiones como la escasez y la abundancia; las expectativas de la gente; la necesidad y utilidad de su uso; y la existencia o no de dinero y de monopolios; además de cuestiones objetivas como los costos de producción surgidos de los materiales utilizados y del trabajo empleado, el transporte y las ganancias esperadas, todo lo cual lleva a combinar un valor intrínseco y un valor extrínseco para lo cual “ni siquiera Europa estaba preparada para aprovechar fructíferamente ese caudal de conocimientos” al decir del economista rumano Oreste Popescu.

 

 


 

https://www.alainet.org/es/articulo/178547
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