Algunas ideas sobre el desarrollo y la colonialidad (I)
- Opinión
El desarrollo como concepto ha cumplido ya sobradamente con su periodo de vida útil, para bien o para mal y si los objetivos y los problemas a los que se enfrentaron quienes lo formularon como teoría en su etapa primigenia, de alguna manera lo justificaron, sus estrategias han mostrado no ser ni las mejores soluciones ni las recetas más adecuadas para resolver problemas sociales tales como la escasez y encarecimiento de alimentos básicos, el ingreso monetario digno para las mayorías, el acceso a la educación, la salud, a condiciones materiales de vida aceptables, entre otras cosas.
Por eso, abordar el tema del desarrollo en estos tiempos de economía globalizada parecería no tener sentido, aunque hay necesidad de aclarar ideas y plantear hipótesis que abonen a una discusión que no pierde vigencia. ¿Por qué el desarrollo sería un tema de interés actualmente? ¿qué sentido tiene insistir en que las políticas de desarrollo aplicadas en los países de AL, pero no sólo en ellos, han generado más problemas de los que se propuso y se propone resolver?
Después de setenta años de políticas desarrollistas, el diseño y aplicación de políticas y de programas sociales, aún quedan pendientes como la pobreza, la desigualdad social y el deterioro ambiental, que siguen siendo, hoy por hoy, problemas que ningún gobierno latinoamericano -salvo Cuba-, ha podido resolver.
Es de interés hablar de desarrollo porque se debe abandonar la idea que le dio origen y volver a un esquema tal vez más modesto, local, con tal de abordar las tareas de satisfacción de necesidades básicas mediante el establecimiento de una serie de mecanismos como vía de participación social eficiente, responsable y cuyo alcance logre metas que mejoren las condiciones materiales de vida de la población que se encuentra al margen de los logros que han justificado en las últimas décadas la aplicación del paradigma del desarrollo. Porque a pesar de los avances científicos y tecnológicos como la revolución verde, siguen sin resolverse problemas como el hambre en el planeta y que era uno de los supuestos estratégicos para crear, financiar la investigación y difundir los hallazgos de dicha revolución, para propiciar el cumplimiento de uno de los aspectos ligados al desarrollo: la satisfacción del abasto en productos básicos. Porque el modelo económico actual sigue generando una mayor distancia entre aquella parte minoritaria de la población mundial ubicada en los países del Norte industrial que acapara la riqueza generada mundialmente y el resto de la población, que no accede a los satisfactores necesarios para una vida digna, todo lo cual tiende a generar pobreza, exclusión y desigualdad social.
El desarrollo como estrategia de crecimiento económico ha cumplido ya lo que pudo llevar a cabo, a pesar de que siga figurando como concepto irrefutable en los informes de agencias internacionales de financiamiento, en los comunicados de organismos humanitarios y hasta en informes de ONG’s. A un nivel más local, las dependencias de gobierno aún lo utilizan como parte sustancial en la estructura argumentativa de su retórica para justificar el despliegue de ambiciosos programas sociales con los que intentan resolver necesidades sociales y mejorar las condiciones de vida materiales de la población más desfavorecida. Sin embargo, entre la promesa del crecimiento económico ilimitado, a fin de lograr la prosperidad de los pueblos y la realidad que observamos -especialmente la creciente pobreza en los países del Sur-, esta contrastante realidad nos obliga a una reflexión sobre el concepto de desarrollo. En efecto, la estrategia del desarrollo debe adaptarse y convertirse en un esquema cuyos objetivos, logros y alcances deben concretarse en una manera eficiente de satisfacer las necesidades sociales más apremiantes. Sin eso, hablar de desarrollo seguirá siendo parte de una retórica que justifica las políticas de ajuste estructural, la privatización de sectores estratégicos en las economías nacionales y un patrón de despojo que sólo acentúa la continuidad del modelo colonial del capitalismo en la era de la globalización actual. Como dice Serge Latouche, la globalización se nos presenta como la continuación, por otros medios, del desarrollo iniciado en la posguerra, toda vez que el significado de la palabra desarrollo remite al despegue económico como la revolución industrial en la Inglaterra de finales del siglo XVIII.
Comprender lo anterior pasa por la necesidad de elaborar otras categorías, referir a otros paradigmas que ubiquen el análisis en las realidades de los países de América Latina, a los que se les ha impuesto una visión eurocéntrica que omite el hecho de que las opciones de cambio que se esperan, deben ser producto del conocimiento y análisis procedentes, sobre todo, de la acción participativa de las poblaciones afectadas por esta sempiterna imposibilidad de tener acceso a los satisfactores necesarios para la población de cualquier sociedad.
Desde el siglo XIX, en el agitado escenario político social europeo tan bien descrito por Carlos Marx en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 y El 18 brumario de Luis Bonaparte, rematando con los dramáticos acontecimientos de la Comuna de Paris, tomó forma una esperanza llamada socialismo, misma que por desgracia acabó siendo lo que se conoce ahora como el socialismo real, el goulag, la nomenklatura y Tchernobyl. Pero también hubo otra esperanza (la del desarrollo) y fueron los países coloniales quienes se encargaron de promover y sembrar su semilla antes de abandonar los países donde cómodamente se habían instalado para gozar del despojo, el saqueo y la explotación de riquezas de todo tipo y de usufructuarlas en los territorios que habían colonizado. Dicha esperanza, la del desarrollo, con sus postulados implícitos fue aplicada a pie juntillas en América Latina, con la expectativa de generar un futuro de mayor equidad económica y social.
América Latina posee aspectos culturales, históricos, económicos, sociales y políticos propios que le permiten por un lado, una ruptura definitiva con las ideas teóricas, metodológicas, conceptuales, culturales, políticas y económicas del modelo eurocéntrico-estadounidense de producción de conocimiento científico en las ciencias sociales y por el otro, le permiten también fortalecer y apuntalar una reflexión científica e intelectual colectiva producto de la consciencia de esa condición originaria de colonialidad de nuestros países, con lo cual es posible construir los elementos básicos para lograr una ruptura necesaria con esta misma condición de colonialidad.
Esta tesis podría ser atractiva si consideramos que América Latina en sus orígenes fue un sistema de explotación y de esclavitud organizado por colonizadores de comunidad lingüística latina sobre pueblos no latinos. Mi reflexión se orienta al análisis de un periodo del siglo XX en el que convergen a mi modo de ver, dos aspectos importantes (el conflicto bélico internacional de las dos guerras mundiales y la necesidad de una reconstrucción económica eficiente) y que forman el parteaguas más significativo para mí y del que se desprenden la génesis, alcances, resultados y paradojas del desarrollo, mismos que generaron un impacto importante en los países después de aplicar las políticas basadas en este paradigma. El costo en vidas humanas que tuvo la II Guerra Mundial se calcula entre tres y cinco veces más alta la cantidad de vidas humanas en comparación a las muertes ocasionadas por la I Guerra Mundial. Las bajas que tuvieron los soviéticos entre civiles y militares pudieron llegar a 7, 11, 20 o incluso 30 millones. En fin, en un contexto más amplio, es decir, fuera de los acontecimientos bélicos en Europa, fue precisamente en el siglo XX en el que se dio muerte o se dejó morir a un número más elevado de seres humanos que en ningún otro periodo de la historia humana (cerca de 187 millones de personas).1 Tal vez este aspecto relacionado con la guerra no sería tan importante, de no ser porque en gran medida, “fueron las guerras las que hicieron tabla rasa del pasado y condujeron a una transformación de la estructura de las desigualdades en el siglo XX.” 2 En 1949 Harry Truman marcó la nueva vía que debían seguir todos los pueblos de la tierra en la búsqueda frenética, desencadenada por no decir compulsiva de un logro universal: el desarrollo. Con ello inició un contexto económico mundial que Serge Latouche ilustra con la metáfora de las carreras de atletismo en las que, de forma análoga a las economías nacionales que entraban a la carrera del desarrollo: las que van detrás, a la cola del pelotón y las que encabezan la carrera. Sólo que, en esta carrera, algunos países con sus respectivas economías, ya la abandonaron y otros corren pero en el sentido equivocado.3 En ese nuevo contexto mundial, marcado primero por el Plan Marshall (1947-1948), -en el que Europa se comprometió a seguir el modelo fordista estadounidense- y recién inaugurada la guerra fría, el desarrollo económico anunciado con bombo y platillo por Harry Truman, y ya sin metáforas, lo que buscaba en realidad era hacer que los Estados Unidos como nuevo imperio emergente de la II Guerra mundial y victorioso, se apoderase de las ex-colonias de los imperios europeos para impedirles que cayeran en la temible órbita de influencia soviética y se incrementara el orden capitalista mundial. Años después, Henry Kissinger cínicamente lo confirmaría cuando dijo que “la globalización es el nuevo nombre de la política hegemónica estadounidense.”4 Con el antecedente de la crisis financiera durante la gran depresión y una vez terminada la II Guerra Mundial, después de las importantes inversiones para la reconstrucción económica y material de los países devastados por el conflicto, surge y se implanta un sistema de posguerra en el que se identifican tres pilares básicamente: el fordismo en el Occidente capitalista, el sovietismo en los países del Este y en aquellos países que empiezan a ser designados como países del “Tercer Mundo”, el desarrollismo que como modelo y teoría económica se basa en una tesis evolucionista que en esencia postula objetivos como el crecimiento del PNB, incremento en las rentas personales mediante un proceso de industrialización acentuado, los avances tecnológicos y la modernización social.5 Después de un periodo caracterizado por una cierta estabilidad, “estos pilares poco a poco se fueron erosionando, hasta que al final del ciclo de 1975-1992 se hundieron uno tras otro y desde entonces el mundo ha entrado en una serie de turbulencias que acompañan las reestructuraciones y su eventual articulación en torno a nuevos principios.”6 Esta situación determina que en el Occidente capitalista, es decir, el que queda amarrado detrás de los Estados Unidos, inicie su crisis cuestionando el mito económico del crecimiento indefinido, uno de cuyos puntos de quiebre fue precisamente el 68 europeo, pero también el estadounidense y el latinoamericano. Los años posteriores dieron cierto respiro y la sensación -sólo aparente- de una posible renovación, aunque claramente dichas esperanzas se desvanecieron (…) y a partir de la década de los años ochenta -la “década perdida” latinoamericana-, se inició una ofensiva generalizada marcada por los principios neoliberales que impidieron a las sociedades occidentales salir del túnel de la crisis a la que estaban sometidas, al mismo tiempo que esta crisis generó en los países del Tercer Mundo la erosión de las ilusiones desarrollistas.7 Estos acontecimientos implicaron retos importantes para la economía mundial y para el Estado, quien tuvo que asumir un protagonismo importante desde mediados del siglo XX, expresado en un estatismo a ultranza, inclusive para la Unión Soviética y los demás estados del ex-bloque socialista, donde se adoptó la planificación económica estatal centralizada y el control sociopolítico y cultural del Partido Comunista con el fin de crear un aparato productivo moderno en sociedades muy atrasadas.8
Con la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y de la guerra fría, en la nueva era de la economía globalizada, una nueva hegemonía que despunta remite automáticamente al imperialismo estadounidense y de manera más amplia a la occidentalización del planeta entero.9 Latouche se pregunta ¿cuál era el nombre con el que se conocían estos procesos o cuáles eran sus antecedentes a nivel mundial? O en cualquier caso antes del desarrollismo ¿cuál era la palabra para designar este proceso de occidentalización del mundo? Y él mismo responde que simplemente se trata de la colonización y el viejo imperialismo. Al parecer entonces, hablar de desarrollo es en cierta forma hablar de una colonización -que no ha terminado-, y que sigue por otros medios en las ex-colonias europeas y que involucra forzosamente a América Latina. Entonces, aquí podemos percibir una continuidad entre los anteriores procesos de colonización geográfica, económica, política y cultural que se dieron en América Latina y la actual imposición de una política desarrollista aplicada en aquellos países que durante el siglo XIX accedieron a su independencia, pero no sólo en ellos, sino también en los países que se integraron a la comunidad de naciones independientes de manera más reciente, durante la década de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, en África y Asia, básicamente. En este sentido, creo que el análisis debe ir más allá de las categorías que han sido componentes de los marcos interpretativos tradicionales y que han abordado la modernidad, el eurocentrismo como paradigma interpretativo de la realidad mundial y la globalización y reflexionar de manera más crítica sobre todos esos aspectos, inclusive hay que ir más allá del Tercer Mundo, tal y como lo sugiere Arturo Escobar, en el sentido de moverse más allá o por fuera de la modernidad, cuestionando la interpretación que de ésta se hace desde una perspectiva intra-europea exclusivamente y enfatizar los movimientos sociales contemporáneos desde la diferencia colonial, ya que éstos son la expresión de comunidades que articulan prácticas de la diferencia social, económica y ecológica que son útiles para pensar sobre mundos locales y regionales alternativos.10
Nos interesa pues referirnos a los países y regiones del mundo que fueron objeto de esta política desarrollista y en los que dicho desarrollismo fue instrumentado gracias a la intervención del Estado, con todo y las recomendaciones de una posible alternancia política cuyo abanico de opciones se abría desde mecanismos tibios de democracia representativa hasta los duros matices que caracterizaron a las dictaduras militares. Por otro lado, la forma de orientar la intervención estatal y hacerla transitar por el camino escogido requería de una entidad externa que marcara el derrotero que debían seguir las políticas desarrollistas. De esta manera, instituciones como el FMI, el Banco Mundial y de manera más reciente la OMC, marcaron los vínculos internacionales que debían establecerse con los bancos regionales de financiamiento del desarrollo y las instituciones de cooperación bilaterales que pronto figuraron como parte importante de un complejo sistema público de inversión privado que había desaparecido con la Gran Depresión para rescatar el comercio internacional del proteccionismo, pero no solo eso, sino que además todo este entramado de control económico al mismo tiempo significaba la forma más acabada, en la que se concretaría la colonialidad del poder, que es un concepto que explica cómo las zonas periféricas permanecen en una situación colonial aun cuando han dejado de estar bajo una administración colonialista.11
En otro contexto, y ya que estamos reflexionando sobre la forma en la que las teorías económicas se convirtieron en el eje ordenador de las políticas públicas, la escuela de los Chicago boys durante la dictadura chilena de los años setenta, y los emblemáticos ejemplos de política laboral y económica seguida por Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña (con todo y su desplante imperialista durante la guerra de las Malvinas), parecía que reafirmaban los principios de este fundamentalismo mercadocéntrico para propagarse mundialmente, mostrando sus virtudes y sus alcances. En definitiva, luego de la Segunda Guerra Mundial, el haber concedido un papel prioritario en el desarrollo económico a la industrialización, este modelo desarrollista empezó a diluirse como esquema prioritario en la agenda pública de los años setenta, en la medida en que se le tuvo demasiada confianza a las políticas neoliberales de ajuste y reestructuración de ese período, y “la década perdida” mostró los pobres resultados que se esperaban del desarrollo socioeconómico de América Latina. Lo que se suponía generaría una notable mejoría económica no se refleja en la situación social de muchos países, toda vez que las condiciones sociales continuaban siendo iguales o peores que en los años setenta.
Desde entonces a nivel internacional se abrió un ciclo de protestas sociales (Globalifóbicos en Seattle, “Indignados” en España, “Occuped Wall Street” en N. York, la Guerra del Agua en Bolivia, etc…) y conductas individuales y colectivas claramente anti-sistémicas (narcotráfico, narco-política, juventud sin futuro, presa fácil del narcotráfico, incremento de índices de drogadicción, violencia política y social, desaparecidos por motivos políticos, corrupción en todos los niveles de la burocracia estatal, corporaciones de seguridad, ejército y órganos federales de impartición de justicia, impunidad, etc…), que proliferan y agudizan las añejas diferencias y enconos entre sectores sociales y representantes de la autoridad, en varios países no sólo de América Latina. En Estados Unidos e Inglaterra, los países modelo en la aplicación de las recomendaciones neoliberales, se verifica un crecimiento económico pero también una distribución desigual del ingreso y la generación de un tipo de pobreza que ha impactado notoriamente a los sectores sociales más vulnerables caracterizados por la precariedad laboral, la dificultad por acceder a los beneficios sociales y a condiciones de vida material y económica aceptables. Ya se ha mencionado que de seguir esta tendencia, “habrá pequeños islotes de extrema riqueza en los países de la OCDE para alrededor del 15% de los habitantes del planeta, que disfrutarán de cuatro quintas partes del ingreso mundial, sobre los cuales presionarán la pobreza relativa y absoluta de la inmensa mayoría del 85% restante de la población, que tiene que sobrevivir con sólo un quinto del ingreso mundial.” (O. Sunkel, 2007: 475).12 Además, otra fuente señala que la diferencia en el ingreso entre los mil millones de seres humanos más ricos y los mil millones de seres humanos más pobres pasó de 1 a 30 en 1960 a 1 a 150 en 1990. En 1998 los bienes de las 200 personas más ricas del mundo sumaban más que el ingreso total del 41 por ciento de la población mundial (2 mil 500 millones de personas). La brecha entre ricos y pobres se agranda, no sólo entre países sino al interior de los mismos. En 1960 los países con el quinto de personas más ricas del mundo contaban con un ingreso per cápita 30 veces mayor que el de aquellos con el quinto más pobre: para 1990 la proporción se había duplicado 60 a 1 y hacia 1995 llegaba a ser de 74 a 1, o como señala puntualmente E.W. Said, “los poderosos probablemente adquirirán más poder y serán más ricos y los débiles tendrán menos poder y más pobreza”.13
En este sentido, al parecer un ejercicio obligatorio consiste en confrontar los postulados de la ideología triunfalista -la del desarrollo y sus postulados de industrialización y crecimiento económico a ultranza-, con esta realidad de concentración de la riqueza en un sector minoritario de la población mundial. Por esta serie de circunstancias que saltan a la vista, los científicos sociales formados al cobijo de los postulados del desarrollo, han tenido que repensar la visión con la que se observó durante un cierto tiempo la modernización de las elites políticas, para llegar a entender que el desarrollo es sobre todo una ideología, es decir, no se trata de un proceso materializado que tiene lugar al margen de la sociedad, sino que es una forma de entender los vínculos y las relaciones sociales de una manera tal, que reduce la vasta complejidad socio-histórica a un proceso evolucionista inspirado en las inversiones económicas, según el cual primero llegaron a la meta fijada los países centrales, devastados por las guerras mundiales y coloniales, y los Estados Unidos y después llegarían los países del Sur, ex-colonias de éstos.14 Esta dinámica histórica genera una necesidad de cuestionar lo que hasta ahora se ha intentado en materia económica y los resultados que se han obtenido, dicho sea de paso, son desoladores. Es la prueba contundente de que después de 70 años de dar palos de ciego, algo no ha funcionado, cuando menos en lo que a redistribución y equidad social se refiere. ¿Y si concluimos que es precisamente de eso de lo que se trata? ¿De generar más desigualdad económica y social y concentrar cada vez más la riqueza que se produce a nivel mundial? ¿cuál es la importancia de una reflexión social crítica al respecto?
- Yanga Villagómez Velázquez / CER-Colmich
1 Eric Hobsbawm. 1996. Historia del siglo XX. Barcelona, España. Ed. Crítica., p.21
2 Tomás Pikkety. 2014. El Capital en el siglo XXI. México Fondo de Cultura Económica. pág. 519
3 Serge Latouche. 2004. Survivre au développement. De la décolonisation de l’imaginaire économique à la construction d’une société alternative. Paris. Editions Mille et une nuits.
4 Serge Latouche. 2004. op.cit. pág.25
5 Amartya Sen. 2000. Desarrollo y libertad. Barcelona. Planeta. pág.19
6 Samir Amin, 1995. La nueva organización capitalista mundial vista desde el Sur. México. Unam-CIICH.
pág. 16
7 Samir Amin op.cit. pág.17
8 Osvaldo Sunkel. 2007. “En busca del desarrollo perdido” en Vidal, Gregorio; Guillén R., Arturo. (Comp). Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización. Homenaje a Celso Furtado. pág.471
9 Serge, Latouche. 2005. Décoloniser l’imaginaire. La pensée créative contre l'économie de l'absurde. Editions Parangon. págs. 9-10
10 A. Escobar, 2005. Más allá del Tercer Mundo. Bogotá Colombia. ICANH Instituto Colombiano de Antropología e Historia. pág 24.
11 A. Quijano, 2000a. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.” en Edgardo Lander (comp.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina; O. Sunkel, 2007. “En busca del desarrollo perdido” en Vidal, Gregorio; Guillén R., Arturo. (Comp). Repensar la teoría del desarrollo en un contexto de globalización. Homenaje a Celso Furtado. pág. 472
12 El País. “El reparto de solicitantes de asilo abre un nuevo pulso en la UE. Aparte de la redistribución, la UE pide que se acoja a 20.000 refugiados en origen” Lucía Abellán Bruselas 13 mayo 2015. Un dato significativo indica que hasta julio del 2015, 140 mil migrantes de origen africano han llegado a las costas europeas después de atravesar el mar Mediterráneo en embarcaciones precarias buscando un futuro mejor.
13 John Holloway. 2005. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy. Caracas, Venezuela. Ed. Melvin. C.A.; Edward W. Said. 2001. Cultura e imperialismo. Barcelona, España. 2a ed. Anagrama. págs. 437-438; Susan George señala que “ya que la mundialización neoliberal no puede matemáticamente incluir a todo el mundo, fabrica, globalmente más perdedores que ganadores, ya sea que se trate de individuos, empresas, regiones o países y atrapa a los mejores y rechaza a los otros sin contar con un proyecto para los rechazados” (Susan George, 2001 “Mundialización y política” en Capitalismo, mundialización, socialismo. Montevideo. Ed. Izquierda Hoy. p. 35)
14 Martins, Paulo Henrique. 2012. La decolonialidad de América Latina y la heterotopía de una comunidad de destino solidaria. Buenos Aires. Fundación CICCUS. p.12
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