Amor cotidiano y utópico

12/04/2016
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Amoris Laetitia (La alegría del amor) es el nombre de la más reciente exhortación apostólica del papa Francisco. El texto recoge el fruto de los sínodos celebrados en 2014 y 2015. En los primeros párrafos, el papa enlista ideas previas para comprender los contenidos y desafíos que se plantean en esta nueva exhortación. En este sentido, se menciona que, a pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, el deseo de familia permanece vivo; que el camino sinodal permitió poner sobre la mesa la situación de las familias en el mundo actual y reavivó la conciencia sobre la importancia del matrimonio y la familia; que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales; que debido a la riqueza de los dos años de reflexión que aportó el camino sinodal, la exhortación aborda, con diferentes estilos, muchos y variados temas, lo cual explica su inevitable extensión.

 

Se dice también que el texto adquiere un sentido especial en el contexto del Año Jubilar de la Misericordia, por dos razones. En primer lugar, porque es una propuesta para que se valoren los dones del matrimonio y de la familia (el amor, el compromiso, la generosidad, la fidelidad o la paciencia). En segundo lugar, porque procura alentar a todas las personas a que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se desarrolla con paz y gozo. Y en lo que respecta a su estudio, no se recomienda una lectura general apresurada, sino la profundización paciente parte por parte, o concentrarse en aquellas temáticas asociadas a las necesidades que demanda una circunstancia concreta.

 

Siguiendo este último criterio, queremos detenernos en los valores que propone la exhortación de cara a que el matrimonio y la familia puedan constituirse en una comunidad de personas fundada y animada por el amor. ¿Cómo serían las relaciones entre la pareja o en la familia cuando se tiene el amor como principio y fundamento? El documento responde desde el espíritu y actualización del llamado Himno al Amor atribuido al apóstol Pablo. Veamos cómo se describen algunas de las características de este amor cotidiano (del día a día) y utópico (acicate que nos impulsa hacia el mayor amor), que en definitiva nos capacita para vivir la vida de un modo nuevo.

 

Frente a un corazón estrecho y corto de miras, se propone la paciencia o comprensión. Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. Se muestra cuando las personas no se dejan llevar por los impulsos y evitan agredir. Esta paciencia se afianza cuando se reconoce que el otro también tiene derecho a vivir en esta tierra, así como es. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, y la familia se volverá un campo de batalla.

Ante la autosatisfacción con los sentimientos de bondad, el Himno al Amor plantea la necesidad de una actitud de servicio. En todo el texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor no es solo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido que tiene el verbo “amar” en hebreo: “hacer el bien”. Como decía san Ignacio de Loyola, “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Así puede mostrar toda su fecundidad y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir.

 

Para encarar la absolutización de los propios intereses y preferencias, se proclama la sanidad de la envidia. La envidia es entendida como tristeza por el bien ajeno, que muestra que no nos interesa la felicidad de los demás, ya que estamos exclusivamente concentrados en el propio bienestar. Mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos lleva a centrarnos en el propio yo. El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza, y se libera del sabor amargo de la envidia. Acepta que cada uno tiene dones diferentes y distintos caminos en la vida. Entonces, procura descubrir su propio camino para ser feliz, dejando que los demás encuentren el suyo.

 

Frente al círculo vicioso de ofensas y réplicas, se recuerda que el perdón es posible y deseable para sanear la convivencia familiar. Esto exige una pronta y generosa disponibilidad de todos a la comprensión, la tolerancia, el perdón, la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión. De allí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Y ante la actitud venenosa del que se alegra cuando ve que se le hace injusticia a alguien, el amor contrapone el gozo y alegría por el bien del otro. La familia debe ser siempre el lugar donde la persona que logra algo bueno en la vida sabe que allí lo celebrarán con él.

¿Cuál es, pues, el desafío que presenta el documento en lo que atañe al amor conyugal y familiar? Francisco responde en los siguientes términos: “En la vida familiar hace falta cultivar esa fuerza del amor que permite luchar contra el mal que la amenaza. El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de lastimar o de cobrarse algo. El ideal cristiano, y de modo particular en la familia, es amor a pesar de todo”.

 

 

- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/176692
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