El regreso de los fantasmas
- Opinión
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.”
Carlos Marx, “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”
Esta historia parece alucinante. Cualquiera creerá que es ficción. Pero así es la vida. Los hechos de estas dos últimas semanas me empujaron a escribirla. Todo el mundo la conoce pero el asunto y el dilema es cómo interpretarla. Colombia definitivamente para quien no la vive y sufre, es muy difícil de entender. Y para los mismos colombianos, a veces, también.
Breves antecedentes inmediatos
Para el 17 de marzo se anunció un paro nacional. No lo hubo. Todo estuvo tranquilo. El gobierno salió a felicitar a los organizadores. Ese día también se conoció el fallo de la CIJ de La Haya contra Colombia. No trascendió mucho porque todos los partidos políticos respaldaron la decisión de retirarse de esa Corte. Hasta el Centro Democrático se adhirió dado que Uribe también está comprometido con ese fracaso.
Después llegó el 23, la fecha anunciada para la firma de los acuerdos de La Habana. Ya el gobierno había informado días antes su imposibilidad. Ese incumplimiento fue minimizado por el respaldo del gobierno estadounidense que fue protocolizado en la reunión del Secretario de Estado John Kerry con la delegación de las FARC en Cuba. Sin embargo, los negociadores de ambos bandos reconocieron que había “diferencias de fondo” sobre temas cruciales como las zonas de concentración y los procedimientos para la desmovilización y dejación de armas.
Poco después, se anunció el inicio de las negociaciones con el ELN. Fue un respiro para el gobierno colombiano. El panorama de la paz marcha hacia adelante con los problemas propios de un proceso complejo. Las denuncias de asesinatos y amenazas de dirigentes sociales y defensores de DD.HH. enturbiaron el ambiente. El gobierno se comprometió a realizar las investigaciones exhaustivas.
Pocos daban un peso por las marchas de Uribe del 2 de abril. Lo que nadie imaginó es que una banda criminal que se creía debilitada pudiera, desde el 29 de marzo, impactar a la población de más de 36 municipios de 8 departamentos con un “paro armado” que paralizó carreteras y comercios durante tres días y dejó un saldo de 5 policías y un militar asesinados, así como numerosos heridos y vehículos incendiados. Eso no estaba en las cuentas de nadie. Finalmente, las marchas uribistas no fueron tan masivas pero tampoco un fracaso. Vuelve y juega un “nuevo pulso”. Hay desconcierto y miedo.
Preguntas lógicas
A pesar de todo lo que hemos vivido en Colombia... ¿por qué una parte de nuestro pueblo le cree y sigue a Uribe? ¿Sólo es manipulación? ¿Todos ellos son ignorantes? ¿Son todos comprados? ¿Son tan pocos que no nos deben preocupar? ¿Los 7 millones que votaron por su candidato en 2014 ya no existen?
Si no entendemos la naturaleza del contradictor o adversario, si cerramos los ojos, si negamos la realidad, si no hacemos un serio esfuerzo de análisis, estaremos preparando nuestra propia derrota. Insultar a esa parte del pueblo no los va a hacer reflexionar ni desaparecer.
¿La alianza con Santos en torno a la paz –como se viene haciendo–, es la línea correcta? ¿Ha fortalecido a los demócratas y a la izquierda? ¿Hemos crecido y avanzado? Si el paramilitarismo redivivo logró paralizar una importante región del país en las narices de un gobierno comprometido con la paz... ¿no será que algo está mal? ¿No se nos estará pasando algún detalle? ¿Cómo avizoramos el futuro? ¿Qué se debe corregir de nuestro accionar?
El desconcierto y lo inconcebible
Lo que noto en general es un total desconcierto entre los demócratas y la izquierda. Las “autodefensas gaitanistas”, “urabeños” o “Clan Úsuga” se mueven en zonas donde las AUC tuvieron el control en el pasado. Parece que nunca desmontaron su poder. Lo más seguro es que tienen una red política de respaldo como la de “Kiko” Gómez en La Guajira. No hay que olvidar que, por ejemplo, “Otoniel” fue militante del EPL, de allí pasó a las FARC, después a las AUC, y luego formó su propia banda.
El fenómeno de las Bacrim (paramilitares en hibernación durante varios años que hoy hacen su reaparición para reforzar la posición de Uribe) muestra la precariedad de un Estado débil, que ha seguido en manos de mafias regionales que se alimentan de todo tipo de economías legales e ilegales (una burguesía emergente en plena formación y fortalecimiento). Es el escenario ideal para la presencia de las poderosas transnacionales que hacen su agosto en nuestro país, tanto en “paz” como en guerra.
Eso lo sabíamos. Pero, la izquierda ha sido contemporizadora con el gobierno en cuanto a permitir que el “uribismo” siga dentro del gobierno, ejército, administración pública nacional, regional y local (Cambio Radical apoyó a la candidata de Kiko Gómez en La Guajira y en otros departamentos y municipios), y que presione desde adentro y desde afuera. La izquierda, a la cola de Santos le deja el campo de la oposición a Uribe. ¡Es inconcebible!
Entonces terminamos pidiéndole al gobierno que nos garantice la seguridad y nos proteja. ¿Cómo lo va a hacer? Ahora, cuando el “proceso de paz” entra –de hecho– en una fase de inercia, por un lado, para empatar con las negociaciones del ELN (que supuestamente va a realizar la “constituyente de hecho”, la “convención” dentro de la negociación con base en una participación comunitaria); y, por otro, para esperar a que el gobierno dizque desmantele el “nuevo” paramilitarismo.
Con lo ocurrido Uribe intenta posicionarse para negociar su impunidad y ahora sí subirse –por la puerta grande– al “proceso de paz”. Él lo venía intentando cuando estuvo en su momento de mayor “fortaleza” (cuando la muerte de los soldados en Suárez-Cauca), incluso hubo acercamientos con el gobierno pero Santos creyó que estaba más débil de lo que se creía. Santos –y creo que todos– pensábamos que el respaldo gringo era suficiente y que Uribe iba a negociar con un perfil bajo. Creo que nos equivocamos.
Sus palabras para justificar lo del Clan Úsuga lo dicen todo: “El paro armado se veía venir por la política de impunidad que el gobierno les ha ofrecido a las FARC” (http://bit.ly/1UNTWsW).
Es indudable que el “chico” se alargó. Las FARC quieren tres tipos de zonas: “campamentos” donde ellos mantienen sus armas en depósito (bajo supervisión internacional); zonas de transición donde ellos puedan empezar a hacer política con sus bases sociales con una seguridad privada o miliciana, y los “Terrepaz” en formación, que serían áreas mucho más amplias con seguridad del Estado. (Ver entrevista: http://bit.ly/1UWaTj3).
Ayer la "paz" con los “paras” sin las guerrillas, no sirvió realmente para mucho. Hoy la “paz” con las guerrillas sin Uribe y sin las "Bacrim-paras", no irá a ningún lado.
Aspectos estructurales a tener en cuenta
Existen en Colombia unas ventajas comparativas que en forma paradójica nos convierten en un país problema. Somos un país en desarrollo, la 3a economía de América Latina, pero con un Estado fallido.
Tenemos todas las condiciones para que existan conflictos bélicos endémicos paralelos y diversos:
1. Ubicación estratégica: 2 océanos, mar caribe, próxima al canal de Panamá, en el centro de América Latina, al lado de la más grande reserva mundial de petróleo (Venezuela).
2. Geografía diversa y complicada: montañosa, quebrada, boscosa, selvática, 3 cordilleras, Orinoquía y Amazonía como territorios de gran riqueza natural y enorme biodiversidad.
3. Intereses estratégicos transnacionales de marca mayor.
4. Inmensos recursos naturales: páramos y fuentes de agua, petróleo, oro, carbón, coltán, tierras laborables, biodiversidad.
5. Fuerza de trabajo laboriosa y barata (profesional, técnica, operativa).
6. Un mercado comercial y turístico en desarrollo.
7. Economías ilegales en crecimiento: narcotráfico, contrabando, minería ilegal, tráfico de armas y de personas, y otras.
8. Escaso control territorial del Estado, aparato de justicia en crisis, alta corrupción política-administrativa.
9. Permanentes conflictos étnicos y territoriales.
10. Cultura delincuencial y presencia de grupos armados ilegales.
11. Nuevas fuerzas económicas y sociales emergentes.
12. Enorme desigualdad social y económica, pobreza, desempleo.
13. Crisis de representación política y débil organización social.
El deseo mimético, la paradoja y el “mal”
Empiezo por el “mal”. En los análisis literarios del “mal” no se parte de conceptos morales. Personas bien intencionadas, “normales”, se ven enfrascadas en “situaciones maléficas”, no porque ellos lo quieran sino porque la vida los va llevando de una forma fatal. Esas son las verdaderas tragedias que nos cuentan los mejores escritores desde que existe la literatura. Y no surgen de su imaginación sino de la realidad. Es el “sumun” del drama humano descrito por verdaderos genios.
Así estamos en Colombia. Los actores principales de nuestra tragedia hacen lo que tienen hacer. Uribe, explota los miedos de la gente; las FARC, posan de triunfalistas con los diálogos de paz; Santos, cede en lo que tiene que ceder –que tampoco es mucho–, pero que debe presentar como “lo máximo” para obtener apoyo y, la izquierda-progresista casada con la bandera de la paz va a la cola de ellos. Pero no se respira un clima de paz. Por el contrario, los espíritus se crispan, la polarización se agudiza, y la paz se diluye.
Ahora entra en juego la paradoja. Todos quieren la paz pero ninguno puede ceder en sus posiciones. Uribe sabe que Santos lo traicionó como persona, no como clase social. Perdió el poder del gobierno porque se lo cedió a Santos. Él sabe que políticamente las FARC no son su enemigo principal pero entiende que tiene que hacer crecer artificialmente el “poder” de la insurgencia para atemorizar a la gente con la “amenaza castro-chavista”. Así debilita al “santismo” que aspira a gestionar el post-conflicto.
En ese juego Uribe utiliza el escepticismo, la incredulidad y los miedos que generó y acumuló la guerrilla en la fase de la guerra en donde se dejó degradar por su verdadero enemigo: la oligarquía imperial, que va más allá de Uribe. Los ataques indiscriminados a los pueblos, el secuestro, el tratamiento inhumano a los retenidos, las pescas milagrosas, la extorsión, el “cinismo revolucionario”, el desplazamiento forzado, el pragmatismo frente a las economías ilegales (narcotráfico, minería ilegal, los acuerdos temporales con terratenientes dóciles, alianzas no declaradas con grupos delincuenciales), la destrucción terrorista de la infraestructura (carreteras, torres de energía, etc.), todo eso es cobrado ahora.
La paradoja es que la insurgencia no puede salirse de la trampa simbólica de Uribe. No pueden reconocer su auto-derrota ética que no fue total pero sí circunstancial y parcial. No pueden negar que muchos delincuentes se infiltraron en sus filas. No pueden ocultar que por el afán de crecer y ensanchar sus áreas de operación, las economías ilegales lograron descomponer una parte de sus filas. Tampoco pueden reconocer su parcial derrota política, porque creen que eso los debilitaría ante su gente. Y entonces, sólo les queda lo militar que es su fuerte pero es el que más atemoriza.
La paradoja consiste en que entre más fuertes se presenten las FARC, entre más triunfalistas se muestren ante el pueblo, entre más “poder” logren en las negociaciones, así no sea real, sus enemigos convierten esa “fuerza” en demostraciones de soberbia, prepotencia, cinismo y amenaza. La paradoja es que entre más poderosos se muestren frente a quienes quieren salvar de la injusticia social y de la anti-democracia de la oligarquía y del sometimiento imperial, más miedo y resistencia generan. Y claro, los medios de comunicación engrandecen mediáticamente ese temor.
Y esa paradoja surge del “deseo mimético”1. La naturaleza de las FARC que en sus inicios era de “resistencia” campesina e indígena que se inspiraba en el espíritu suntzuniano2 de Marulanda, mutó a partir de 1982-83 en el alma clausewiana3 de Jacobo Arenas, para quien la conquista del poder político con base en la destrucción de las fuerzas militares y económicas del enemigo, era lo sustancial. De una guerra sostenida principalmente por las bases sociales de las FARC se pasa a una guerra de movimientos que es financiada con recursos externos.
La lucha por el “poder” en manos de la oligarquía convierte a una guerrilla campesina en una máquina de guerra que en muchas regiones termina por ser un “ejército de ocupación”. El deseo mimético de lo que posee el “otro”, nos convierte en lo que combatimos. La auto-derrota ética que estaba en larva, se hace real; la mística revolucionaria se convierte en brío militarista y destructivo. El triunfo militar estaba a la mano pero el camino hacia la derrota política lo iban pavimentando los mismos guerrilleros. Una supuesta “ética” en favor de los “pobres” sirve de justificación para el uso de “cualquier” medio. La falsa combinación de las formas de lucha (que hoy revive en manos de Uribe) se convierte en la base ideológica de la degradación de la lucha insurgente. Es parte de la tragedia, es la causa de la paradoja y la esencia del drama que vivimos los colombianos.
La salida
Sólo un actor social y político no comprometido con las pasiones y resentimientos heredados puede impulsar una dinámica que rompa con el “fatalismo”. En la Colombia de hoy, sólo un Movimiento Ciudadano, no alineado ni preso de la dicotomía izquierda-derecha, que pueda deslindarse tanto de Santos, Uribe y de la “izquierda tradicional” (armada y desarmada), puede romper con el “maleficio”, derrotar a las fuerzas que viven de la guerra e iniciar un camino hacia una paz duradera y estable.
Ese camino ya lo viene pidiendo y mostrando la juventud pero requiere del esfuerzo, la ayuda, la colaboración y la capacidad de riesgo de quienes son o representan las reservas democráticas de esta nación: los ciudadanos del común capaces de dilucidar la trampa de los ideologismos heredados y de no dejarse asustar por fantasmas.
Popayán, 3 de abril de 2016
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
1 Deseo mimético: concepto elaborado por René Girard. crítico literario, historiador y filósofo francés notable por su teoría de la mímesis que utilizó para analizar obras literarias en las que se muestra relaciones interpersonales miméticas. Posteriormente fue aplicada al análisis de la violencia en las sociedades primitivas que se fundamentan en lo sagrado, y por extensión, a la violencia en las sociedades contemporáneas.
2 Sun Tzu, teórico militar chino para quien el máximo arte militar era “triunfar sin combatir”, derrotar al enemigo causando los más mínimos daños.
3 Carl von Clausewitz, teórico militar alemán, influyente historiador y teórico de la ciencia militar moderna.
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