Europa, te han declarado la guerra
- Opinión
Cuándo esta mañana miles de bruselenses bajaban a los metros y otros hacían sus trámites de embarque o arribo en el aeropuerto de Zaventem, aunque pudieron imaginarlo, pocos podían creerlo, que frente a ellos el espectro infernal de la guerra se estuviera desplegando. A todos ellos y a millones de europeos ahora si se les acababa de declarar la guerra.
Si bien los atentados de Madrid, Londres y los dos producidos en Paris el año pasado podrían haber sido considerados como acciones de guerra, no fueron más que hechos aislados, no más que acciones independientes, gestos desesperados de europeos de origen musulmán, que habían encontrado una razón para morir, ya que en sus países no le habían dado ninguna para vivir.
Como se dice en el box, en aquellos ataques solo se estaban midiendo, estos nuevos atentados muestran que detrás de ellos no hubo lobos solitarios, como se los llama a aquellos que actúan por la propia, se inmolan en nombre de su Dios y de una organización que puede ser al-Qaeda o Estado Islámico, que en muchos casos no los tiene ni registrados. Estos atentados muestran un nivel de preparación y sincronización pocas veces vistos.
En los recientes atentados de Bruselas es donde se han establecido las leyes de esta guerra, que claramente incluye a todo el mundo. De ningún modo pudieron haber sido organizado por un grupo de improvisados, ya que han debido permanecer bien ocultos por dos fenómenos ocurridos en Bruselas recientemente.
El primero fue la detención de Salah Abdeslam, el principal sospechoso de haber liderado la banda salafista que produjo los hechos del viernes 13 de noviembre en Paris. Con mucho aspaviento las autoridades belgas se jactaron apenas cinco días antes del “éxito” de la detención. Abdeslam, perseguido por todos los servicios secretos, por lo menos, de occidente, no solo no se había fugado, como se creía, a Turquía, Siria o Marruecos, sino que durante estos últimos cuatro meses vivió donde lo había hecho prácticamente toda su vida: el barrio bruselense de Molenbeek.
Haber demorado tanto tiempo en capturarlo, siendo un hombre con escasos recursos, sin mayor estructura, ya que Abdeslam no era Bin Laden, fugándose por las montañas afganas de Tora Bora, sino un pobre desesperado atrapado en su propio barrio, su único refugio, su único cobijo.
La inoperancia de la seguridad belga y europea ha quedado tristemente expuesta: más de 120 días en la búsqueda desesperada de un hombre, sin haberse cruzado con una sola pista de que estos atentados que ya estaban en curso: ¿Ni una llamada telefónica, ni un mensaje de texto, fue interceptado, nada, nada de nada que los hiciera sospechar?
No solo la policía y los servicios de inteligencia belgas estuvieron trabajando en la misma zona donde se refugiaba Abdeslam, sino también, como no pueden quedar dudas agencias amigas como la CIA y otras buscaron y rebuscaron sin observar ninguna otra cosa.
Como si este “error” hubiera sido poco, en la misma ciudad, a pocas cuadras de la estación de metro en que se produjo el ataque, se reunieron nada menos que los 28 jefes de estado de la Unión Europea, más el primer ministro turco para resolver la cuestión de los refugiados y cuánto pagaban por la extorsión turca. Tampoco entonces los equipos, escoltas y espías de cada una de las delegaciones que habrían estado monitoreando la posible actividad terrorista, sospecharon para nada con la clase de croissant con que se iban a desayunar el martes.
Europa bienvenida a tu guerra
El doble atentado en el aeropuerto de Zaventem, apenas separado por unos minutos, poco después de las 8 de la mañana en el área de arribos, provocó en un primer balance de 14 muertos y 96 heridos, según el fiscal federal. Algunos testigos dicen haber escuchado gritos en árabe poco antes de las explosiones. La policía dice haber encontrado una tercera bomba que no había sido activada y una cantidad de armas de puño y fusiles kalashnikov.
Poco más de una hora después, se produjo otra explosión que, en un primer balance, dejó 20 muertos y más de un centenar de heridos, entre los pasajeros del metro, cuando se aproximaba a la estación de Maelbeek, en el barrio donde se encuentran ubicadas varias sedes de instituciones y organismos europeos como: la sede de la mismísima Unión Europea, el Consejo Europeo, la Comisión Europea, el Consejo de la Unión Europea y el Parlamento Europeo, que se combina con la sede de Estrasburgo, y el Comité Económico y Social Europeo.
Rápidamente, el Estado Islámico ha reivindicado la operación, al tiempo que el primer ministro belga, Charles Michel, en un holmeniano ejercicio de deducción, ha confirmado que las explosiones son producto de “atentados terroristas”, por lo que el nivel de alerta terrorista se eleva a 4, el máximo, medida que han copiado casi todos los países europeos. Todo el transporte de la capital (trenes, autobuses y metros) ha sido clausurado, al igual que los aeropuertos e incluso se ha prohibido el tránsito aéreo sobre el país. Los colegios y universidades han sido cerrados, también los centros comerciales, cine y todo lugar público. La red telefónica se encuentra saturada y los servicios sanitarios en alerta, ya que no se sabía si la ola terrorista ya había pasado.
La prensa occidental insiste en decir que esto ha sido una venganza por la detención de Salah Abdeslam, sin tener en cuenta que un atentando de estas características no se planifica en cinco días. Estos grupos ejecutan sus acciones apenas las tienen resueltas, ya que saben tienen a los servicios de seguridad siempre demasiado cerca.
Hoy Bélgica vive lo que vivió una vez Nueva York en 2001, una vez Madrid en 2004, una vez Londres en 2005, y París dos veces en 2015, pero que Siria, Irak, Yemen, Afganistán y Libia, lo viven a cada día, a cada hora, donde los muertos no se cuentan por docenas sino por cientos.
Seguramente ningún culpable murió en Bélgica, todos eran tan inocentes como los 12 millones de congoleños que el Rey Leopoldo II de Bélgica exterminó en sus plantaciones de caucho, entre 1885 y 1908 sin contar a los que se le amputaba los brazos por no haber cumplido con la cuota obligatoria de recolección, lo que le da el triste honor de haberse convertido en el mayor genocida de la historia moderna, superando al propio Adolf Hitler.
Las victimas de hoy tampoco han sido responsables de las atrocidades cometidas también en el Congo, Ruanda y el Chad entre 1960 y 1966 por los famosos paracaidistas belgas. Ya ni hablar de las acciones que Bélgica y sus socios de la OTAN han sido responsables en Libia, Siria, Irak y Afganistán.
Quizás el pueblo belga, al igual que el europeo en general, a la hora de buscar culpables tenga que empezar por casa.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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