Francisco, rostro humano de la iglesia católica, en México

02/03/2016
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A casi 25 años del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, un nuevo rostro evangelizador recorrió el país: Francisco, el primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita en asumir la máxima representación de la feligresía católica.

 

¿Cómo entender la misión de Francisco a comienzos del siglo XXI? La herencia de Juan Pablo II, el papa peregrino, marcó el camino: abrir la iglesia católica al mundo -sin mencionar el rol geoestratégico que desempeñó en la Guerra Fría. Baste decir que el muro de Berlín comenzó a caer por Polonia, país de origen de Karol Wojtyla, con el movimiento Solidaridad, de Lech Walesa-.

 

La neoevangelización de América Latina tuvo una puerta importante de entrada: México, que tenía una legislación pronunciadamente anticlerical. Había que modificarla, y con la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, de 1992, las relaciones Iglesia- Estado se restablecieron y han sido estrechas hasta la fecha. Antes, en 1979, con la primera visita de Juan Pablo II a México, comenzó el impulso para animar al continente americano en la fe católica.

 

Pareciera que Juan Pablo II dejó un elemento moderno en el perfil como santo padre: el carisma. Siendo esto difícil de cubrir -como quedó de manifiesto con el papa Benedicto XVI-, Francisco lo hace muy bien y con su propio estilo. Va dibujando ya su legado inspirado en San Francisco de Asís: el del compromiso con los más pobres y los excluidos.

 

Desde el inicio de su mandato ha dado muestras de austeridad, siendo fiel a su costumbre. Y dentro de sus pronunciamientos más fuertes se encuentra el reconocimiento a las parejas homosexuales, como hijos de Dios. Aunque no ha habido todavía una fuerte sacudida en el tema de la pederastia, sí ha reconocido el problema al interior de la iglesia católica, y creó un tribunal en 2015 para juzgar a los obispos acusados de encubrir o de no tomar medidas para evitar abusos sexuales por parte de sacerdotes a menores. Ese mismo año ya hubo ceses de clérigos y de algún obispo por encubrimiento de pederastia, como el de Kansas City-Saint Joseph, en Estados Unidos, Robert W. Finn.

 

Francisco trajo a México -del 12 al 17 de febrero- mensajes en temas actuales, como migración, derechos humanos, desaparecidos, narcotráfico, corrupción y pobreza, cuidándose de condenar a persona alguna por su nombre, como marcan los cánones de un jefe de Estado en un país aliado (salvo a Donald Trump, del país vecino de Estados Unidos). Tampoco se reunió con los familiares de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, ni con las víctimas de la pederastia. Se rumora que en el primer caso, se debió a presiones del gobierno. El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, dijo que el pontífice no podía reunirse solo con un sector victimado y dejar de hacerlo con el resto. Sorprendió que Francisco no tocara el tema de la pederastia en México.  Lombardi solo atinó a decir que el papa no podía tocar todos los temas en todos lados.

 

Si bien en la capital de México el papa no tuvo el impresionante arrastre que Juan Pablo II, sí llenó plazas en Ecatepec, Estado de México, en Chiapas, en Michoacán y en Chihuahua.  Salvo Ecatepec, los demás lugares son emblemáticos para el tipo de discursos que emitió. Podríamos entender su parada en esa problemática ciudad del Estado de México, por ser la entidad de donde proviene el presidente Enrique Peña Nieto. Recordemos la primera visita de Juan Pablo II, quien ofició misa en el entonces recién remodelado Chalco, donde se había iniciado el programa social estrella del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, Solidaridad.

 

De acuerdo con su apostolado de pobreza, el pontífice dio un especial lugar a los indígenas del sureste mexicano, lo que causó molestias a las clases acomodadas chiapanecas, exhibiéndose la encarnada discriminación que ahí se vive. Rindió merecido homenaje en su tumba a tatic (nuestro padre, en tzotzil) Samuel Ruiz, el obispo de San Cristóbal de las Casas, el que resultó evangelizado por los indios de Chiapas. Francisco también se ganó ahí el apelativo de tatic.

 

En San Cristóbal de las Casas el papa pidió perdón a los indígenas, no por las acciones del pasado, sino por la ambición de hoy, en que incluso les quitan sus tierras. También permitió que las misas se oficien en los idiomas indígenas, en un discurso que denota su apuesta a una iglesia incluyente, más cercana a los pobres y excluidos, en este caso, de México. En Ciudad Juárez, donde cruza una de las crisis humanitarias más agudas de estos tiempos, la migración, Francisco reconoció que “los migrantes son esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio de tráfico humano, de la trata de personas; no podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas por tren, por carretera o a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos”.

 

Como en Michoacán, el papa reiteró las consecuencias del narcotráfico y sus efectos en los jóvenes,  quienes “son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas, y qué decir de las mujeres que han sido asesinadas”, en clara referencia a las muertas de Juárez, cuando comenzó a calentarse la caldera de la violencia en México.

 

Si bien no es un pontífice radical, su carisma, su origen latinoamericano, su formación jesuita y su énfasis en acercarse al pueblo de Dios, como el que peregrinó por Egipto -retomado en su discurso de los migrantes, en Ecatepec -, Francisco le imprime un rostro más humano y cercano a la iglesia católica. Sus palabras en México encontraron eco en millones de personas ávidas de un mensaje lleno de amor y esperanza para hacer resucitar este territorio y colmarlo de paz.

 

El papa Francisco interpretó el fervor guadalupano (él mismo acudió pronto al manto de la Virgen en la Basílica) y su transición de un México rural a uno despojado de sus tierras, del abandono de las raíces indias, al consuelo en el manto virginal, en palabras del escritor Octavio Paz: “que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar”. Podríamos añadir, en alusión al papel del papa Francisco, de un rostro humano.

 

- Hugo Augusto es director de pulso diario

 

Fuente: Territorio Informativo

 

https://www.alainet.org/es/articulo/175748
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