Ultraderecha venezolana tiene necesidad estructural de un golpe de Estado

31/01/2016
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En Venezuela se ha confirmado lo que la gente informada y honrada ya sabía desde siempre, que la oposición de derecha perfectamente podía ganar elecciones, no había impedimentos “autoritarios” como la persistente campaña de los monopolios mediáticos globales repite majaderamente.

 

La llamada “oposición” de derecha, que una parte pequeña sí lo es y otra gran parte no, son golpistas, ganó por fin las elecciones parlamentarias de diciembre pasado, consiguiendo una clara mayoría de escaños en la Asamblea Legislativa, casi de tres quintas partes.

 

Sólo la desinformación o la parcialidad malintencionada puede desconocer que la base de ese triunfo electoral está en la inmisericorde guerra económica, mediática y paramilitar que sufre el proceso de cambios bolivariano desde hace 15 años, cuando el entonces recién electo Presidente Hugo Chávez dio inicio a la más grande transformación hacia la justicia, la inclusión y la integración latinoamericana en la historia de Venezuela desde Simón Bolívar.

 

La pérdida de un liderazgo excepcionalmente genial y carismático con el fallecimiento del Presidente Chávez agudizó esta guerra inmisericorde que ha devastado la economía y desgastado el apoyo al gobierno y la tolerancia a los muchos y naturales errores y limitaciones del proceso, por parte de significativas capas de la población. Para hacerse una idea de la virulencia de esta agresión total y permanente, puede compararse con un caso casi idéntico, el del Chile del Presidente Allende, que por las mismas razones sufrió similar asedio y resistió apenas tres años.

 

Un factor que ha hecho la gran diferencia es el ejército. La arraigada formación soberana y patriótica de significativos sectores de los militares, iniciada por el joven oficial Hugo Chávez muchos años antes de llegar al gobierno, en combinación con una política de control y alianzas con los sectores castrenses “más tradicionales”, ha restado el apoyo decisivo a los numerosos intentos de golpe de estado desatados permanentemente por la ultraderecha venezolana y la injerencia norteamericana a lo largo de la última década y media.

 

En ese marco, más allá de las interpretaciones interesadas de uno y otro lado de los resultados electorales, el mensaje de la población en las urnas es objetivo, claro y contundente: “Estamos desgastados, queremos urgentemente salir de esta situación crítica en que nos ponen el golpismo y la injerencia, pero no vamos a apoyar un golpe de estado, la salida debe ser institucional y pacífica”.

 

He ahí la desesperación de los líderes golpistas y los planificadores del pentágono en Washington. Saben con toda certeza que lo que sigue es el referéndum revocatorio del Presidente Maduro y que es probable que lo ganen, pero eso les resulta odioso e insuficiente porque por esa vía institucional se reconoce la legitimidad de los cambios estructurales de la revolución bolivariana. Y eso es lo que no quieren ni pueden, en primer lugar, aceptar.

 

Los objetivos y el programa, es decir por lo que lucha este sector político, no son la democracia ni los derechos, eso es propaganda para encubrir los verdaderos móviles que son de suyo, por definición, impopulares. Y ese es su drama y su tragedia.

  

Su único y exclusivo horizonte es instalar la política neoliberal que implica desmantelar las radicales políticas de garantía estatal a los derechos laborales y sociales de la población (a las que llama “populismo”), en favor de los grandes intereses económicos; así como de soberanía e integración continental para volver a las de beneficio del poder fáctico norteamericano al que responde. Y esos objetivos simplemente no pueden lograrse con sólo ganar el gobierno, lo que es perfectamente posible y están ahora más cerca que nunca de lograr a través de las elecciones.

 

Lo cierto es que, a pesar del actual giro derechista electoral en el continente, la derecha en el poder por vías democráticas no tiene nada que ofrecer que no sea el favorecer a los grandes intereses globales en desmedro de sus pueblos. Ahí está el caso de la derecha en Chile con Piñera, que duró apenas un período y salió tras cuatro años sin posibilidades electorales de siquiera pelear la próxima elección.

 

Peor aún en Venezuela, donde el proceso revolucionario ha generado un “pueblo chavista”, masivo, consciente y organizado, que aunque pierda el gobierno en elecciones, resulta demasiado fuerte como para dejarse arrebatar esos derechos que ha conquistado.

 

Ese pueblo chavista mantendría una bancada significativa en la Asamblea Legislativa y en los poderes municipales, como quedó demostrado en las últimas elecciones locales. Más preocupante aún para los golpistas, permanecería sólido en las Fuerzas Armadas, que difícilmente volverán a subordinarse a los planes norteamericanos y menos a disparar alegremente contra los reclamos de su propio pueblo, como hacían antes de la revolución.

 

Ninguna realidad es idéntica a otra, pero hay variables similares y ahí está el ejemplo del sandinismo en Nicaragua, derrotado en elecciones, pero fuerte en el movimiento popular y en el ejército, no sólo impidió una arremetida de reformas de ultraderecha, sino que retomó el gobierno por la misma vía electoral (justamente con apoyo decisivo del Presidente Chávez) y hoy es uno de los puntales del ALBA y ejemplo de políticas sociales.

 

Frente a ese ejemplo, la ultraderecha piensa, nostálgica y ansiosa, en el modelo de Chile, Allende y Pinochet. Un golpe de estado salvaje, que rompa y desmonte la legalidad democrática y permita barrer con un baño de sangre ese pueblo chavista en el movimiento social y las Fuerzas Armadas. Único escenario en que se podría implementar la política neoliberal que añoran y sueñan. No es cuestión de gustos de uno u otro líder derechista, como bien lo saben los halcones injerencistas del norte, es una necesidad estructural.

 

Algo que deberían reflexionar en serio, éticamente, quienes desde el progresismo se ven desorientados (no los bien rentados, que saben muy bien lo que hacen) por la propaganda monopólica de los medios mundiales y creen ver una bandera democrática en la ultraderecha guarimbera y paramilitar de Venezuela, que apenas ganadas las elecciones ya echaba a correr rumores de insubordinación militar contra el gobierno y está en estos mismos días asesinando chavistas como el periodista Ricardo Durán.

 

Se puede engañar a los demás pero no a uno mismo. Como dijo el general San Martín: “Cada uno es centinela de su vida”. 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/175116
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