La convivencia. ¿Qué estamos haciendo desde las ciencias sociales?

04/12/2015
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El día de ayer la prestigiosa Universidad de Costa Rica, orgullo de este pueblo que es motivo de compromiso sobre todo de sus estudiantes, otorgó el doctorado honoris causa a Edelerto Torres Rivas, acucioso investigador guatemalteco-centroamericano de la formación de los Estados, de las democracias realmente existentes, de los gobiernos y las clases políticas. Ya anciano con aire nostálgico y palabras de despedida, reconoció que había trabajado mucho en los años pasados pero al concluir la frase dijo que lamentablemente nada había cambiado.

 

Cualquier sociólogo sensato sabe que hay una terrible falta de claridad en su apreciación, pues hay un principio de comprensión que dice que todo cambia. Y al parecer la realidad lo confirma. Pero también todo sociólogo con conciencia de la realidad centroamericana (que es una realidad presente en muchas otras latitudes como lo es el sureste mexicano) sabe que tiene una escalofriante certeza su dolorosa afirmación. La injusticia, las estructuras de clase, la centralización de la riqueza, la explotación y expropiación, el racismo en las relaciones interétnicas, las relaciones de dependencia, la militarización, la lamentable distancia entre leyes, pueblo y vida cotidiana; todo ello sigue campeando por nuestros espacios y entre nosotros mismos, así como hace cuarenta años.

 

Él recibió dicha distinción unos días después que lo hicieran el preclaro impulsor de la imprescindible categoría de la colonialidad del poder, Anibal Quijano, el peruano de todo el mundo, cuya contribución ha logrado una radical transformación en la orientación del quehacer sociológico y de las ciencias sociales y humanas en general; y también Franz Hinkelammert, el tico-alemán, al que no le han querido dirigir los reflectores -pero que a decir de Enrique Dussel es el más grande filósofo latinoamericano de nuestros tiempos y a decir de Boaventura de Sosa Santos: en su obra “está todo”-, quien denuncia la “modernidad in extremis” y quien ha llevado a su más honda comprensión a la idea y la categoría de la fetichización (que es la producción de la realidad aparente y el encubrimiento del horizonte anhelado), advirtiéndonos y hasta casi suplicándonos de estar atentos, pues “lo bueno es lo malo”.

 

Pero también le fue entregada tal condecoración, el mismo día en que lo hiciera post-mortem la Universidad de Guadalajara a Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina (texto que publicó a sus 31 años). Helena, la esposa del uruguayo “recogedor de las palabras de abajo”, en el momento culminante, dijo: “ENTONCES: Para concluir: Señor rector, integrantes de la comunidad de la Universidad de Guadalajara […] Con el dolor de su ausencia, que lo trae con amor hasta el presente […] Como sé que Eduardo lo hubiera querido, DEDICO en su nombre este doctorado honoris causa otorgado por la Universidad de Guadalajara a la lucha de esos Nadies doctorados en Ayotzinapa, los queridos 43, que le han enseñado al mundo que los músculos de la conciencia son antídotos contra el espanto, y que en estos tiempos donde no abunda la solidaridad, hay muchos corazones decentes que laten juntos”.

 

Toda una constelación de personas cuya vida fue y ha sido entregada a ser palabra-vida, es decir de vida ante la muerte, de justicia porque pone en evidencia la injusticia, de pasión e inconformidad ante el anquilosamiento y el sometimiento. Esta constelación de pensadores comprometidos nos está interpelando en nuestro quehacer. Pero, y entonces, ¿qué debemos hacer?

 

La tarea de toda ciencia es desarrollar conocimiento; pero, ¿para qué? Para impulsar, para mejor atinar, enmendar y adecuar actitudes y comportamientos, para comprender lo que se opone y lo que promueve la convivencia. La actividad científica es antes que cualquier otra cosa actividad humana y por tanto sería un contrasentido si ésta no tuviese como fin último la convivencia. Aunque lamentablemente en muchas ocasiones así lo es y esto debe ser denunciado.

 

El vivir con, el habitar en comunidad, el anhelar común; la convivencia es exactamente lo opuesto a la guerra, es la armonía, es el Sumak kawsay -buen vivir-, es el Reino de Dios, el Nirvana, el Al-Qadar… es el respeto-amante promovido por los chuj, el amor cristiano, el equilibrio budista. Las ciencias de la naturaleza no tienen el mandato de conocer o desarrollar conocimiento para controlar, sino para saber convivir con el cosmos, con la naturaleza y todo cuanto la integra, sus procesos y dinámicas. Convivir puede ser defenderse, pero en el sentido de “estar-a-las-vivas” ante fenómenos y eventualidades, con astucia y amor, y no en la actitud aniquilante o destructiva o de modificación de “lo otro” que puede “acecharte” (puesto que en realidad son relaciones de convivencia propias de la naturaleza). Defenderte del frío porque lo hay, pero no queriendo desaparecer el frío del planeta o ni siquiera de tu entorno; defenderte de la lluvia pero no queriendo y haciendo cosas para que deje de llover.

 

Las ciencias sociales tienen el mismo mandato: conocer o desarrollar conocimiento para saber convivir; pero dado que es en el ámbito de las relaciones sociales y humanas donde el desequilibrio, es decir: la injusticia, el dolor provocado, la usurpación, la muerte y la aniquilación; en otras palabras la autodestrucción ha sido la constante, dicho ámbito sí debe ser trastocado y por tanto éstas, las ciencias sociales y humanas, sí están obligadas a transformar, a contribuir en su transformación: que deje de haber acaparamiento, que deje de haber injusticia, que se acabe todo tipo de fetiches, que se deje de mercantilizar todo, que se deje de aniquilar la dimensión espiritual. Nos defendemos y actuamos ante todo esto. Alentarlo es la tarea de las ciencias sociales, pues su mandato es la convivencia.

 

¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo estamos haciendo nuestra labor que resulta que andamos al revés: en el ámbito de las ciencias naturales y las tecnológicas hay quienes se empeñan en el control, es decir la ruptura de las lógicas de convivencia natural, en tanto que en las ciencias sociales y humanas no estamos haciendo lo suficiente y necesario para cambiar las lógicas de nuestras relaciones que hoy están dirigidas a producir muerte y encausarlas hacia la convivencia? Cuando las ciencias funcionan de esta manera se han fetichizado, produciéndonos “verdades”, “deseos”, “intereses” y “necesidades” en cuyo empeño generamos muerte y nos distancia del horizonte anhelado de la convivencia, es decir y de nuevo: del Reino de Dios, del Nirvana, del Al-Qadar, del Equilibrio.

 

- Fernando Limón Aguirre es sociólogo. Coordinador del Departamento de Sociedad y cultura. El Colegio de la Frontera Sur

https://www.alainet.org/es/articulo/174042?language=es
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