La reacción ante Patricia, experiencia a repetir

26/10/2015
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Sorprende gratamente la reacción oportuna, coordinada y por ello eficaz del gobierno federal en particular, pero también de las autoridades de Colima, Jalisco y Nayarit y de sus municipios, frente al huracán Patricia y su devastadora amenaza que gracias a la naturaleza no llegó a las costas del Pacífico con la fuerza sin precedente que amenazaba, debido a la monumental sierra Madre Occidental.

 

Falta, por supuesto, el recuento final de los daños causados y que en forma preliminar son: 235 mil personas sin energía eléctrica, 3,500 casas dañadas y el mismo número de hectáreas de cultivos destruidas. El hecho de que no se contabilice una sola pérdida humana habla muy bien de la eficacia de las medidas preventivas adoptadas por los habitantes de los tres estados que contribuyen con 9.9 por ciento del producto interno bruto del país y es, además, una importante zona turística, factores que cuentan a la hora de la reacción pública y privada.

 

Hasta hoy la diferencia en la actitud de las autoridades el 15 de septiembre de 2013, en Guerrero, es como de la noche respecto al día. El ciclón Manuel causaba severos estragos en diversas regiones guerrerenses y todos los titulares del gabinete festejaban en Palacio Nacional el Grito de Dolores, cierto es que la cena fue suspendida, mientras el entonces gobernador y su primer círculo amanecieron brindando. Ángel Aguirre lo negó, pocos le creyeron y entre ellos no estaba Manlio Fabio Beltrones, el cuidadoso líder tricolor en San Lázaro que con motivo de una diferencia política lo exhibió como borracho, recurso elemental que puede revertírsele a cualquiera, incluido el ahora presidente del Partido Revolucionario.

 

Reconocido el importante papel desempeñado por el gobierno de “Mover a México” que, en efecto, logró moverlo, es oportuna la reflexión que siempre hago, para mis adentros por ser políticamente incorrecta, sobre qué sentido práctico tiene la asistencia del presidente de México, con independencia de su nombre y partido, en los sitios donde la naturaleza cobra rigurosamente la factura por contradecirla, por no cohabitar con ella en los mejores términos posibles.

 

Sé que sirve para estimular los abatidos estados de ánimo después de la tragedia, pero con altos costos materiales y humanos que en esos momentos son invaluables para los damnificados. Y también que la concurrencia del jefe de Estado es una práctica generalizada, pero no exenta de los rasgos más criticables de la política convertida en politiquería.

 

Como lo mostró la presencia de Jorge Luis Preciado en Playas Paraíso, Colima –“acompañado de una despampanante mujer”, registró Roberto Garduño–, y a quien Enrique Peña Nieto espetó:

 

“–Jorge Luis, ¿tú andas haciendo campaña o estás ayudando?

 

“–¡Nooo! –Replicó el excandidato panista al gobierno del estado–, yo vine a acompañar al presidente de Tecomán, porque sus playas resultaron afectadas.

 

“–Me da mucho gusto –repuso el presidente–, ahora yo voy a llevar la labor de reconstrucción. Yo voy a ayudar en la reconstrucción; en la parte política, ¡en esa ni me meto!” Sobran los comentarios.

 

Y mientras el rústico senador escuchaba gritos de apoyo: “¡Preciado, mi próximo gobernador, chingao! –¡A güevo, putos! –replicaba gustoso.” (La Jornada, 25-X-15).

 

También están presentes los reclamos de apoyo a puntos de la geografía rural de la región no turística, como Cihuatlán, Jalisco, porque “Nadie ha venido, nadie se acuerda de traernos agua, despensas, tortillas”.

 

Utopía 1598

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