Tras la renuncia de Tsipras en Grecia

La doxa agrietada

23/08/2015
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Mientras se profundiza el drama vital de los estratos sociales más expuestos a la pérdida de resguardos, derechos y horizontes, de la brutal intromisión en sus mundos laborales, de la corrosión de la cotidianeidad, la crisis griega retorna a la esfera política. A aquel lugar del que sólo imaginariamente habría escapado por breve período tras el oscuro telón de las negociaciones económicas con la troika. La renuncia del Primer Ministro griego, Alexis Tsipras, es el indicador de que la primera vuelta de esta previsiblemente larga carrera en el cerrado velódromo de la Euro Zona (EU) ha concluido. Una nueva etapa se abre para todas las fuerzas políticas y sociales. Para la izquierda griega, en particular, emerge la oportunidad de orientar la mirada crítica hacia sus propias imposibilidades sin debilitarse necesariamente por ello. Por el contrario, bien pude permitirse un golpe de volante en dirección a la satisfacción de las expectativas que generó en un pasado reciente, si es que perviven. Requerirá para ello de un reencuentro con la imaginación frente a los encierros que enfrenta, y fundamentalmente, del compromiso práctico con el rescate de los tantos pellejos humanos abandonados en la rugosa banquina de la historia, por los aparatos de dominio económico, técnico y simbólico del establishment europeo.

 

A la gravedad de la situación objetiva, debe sumarse la celeridad con la que los acontecimientos se precipitan. Volví a revisar mis propios artículos sobre Grecia porque me costaba aceptar que dataran de tan sólo un mes atrás. Pero más sorprendente aún –para mi ingenua mirada- fue que de un domingo para otro, pasara de subrayar la instauración de un modelo opuesto de representatividad, basado en la movilización y la convocatoria ciudadana a decidir directamente, a su negación práctica con la aceptación parlamentaria de un nuevo acuerdo concluyendo que se trataba ya de otro gobierno y otro programa. No es que la insinuación de un posible abandono, aún parcial, de la subordinación ciudadana al imperio de élites burocráticas y políticas fuera ficticio. De hecho se concretó en el plebiscito. La candidez proviene del acompañamiento a lo que reconocí en menos de una semana como un mero amague: la fugaz democracia ateniense resultó el aggiornamiento del históricamente recurrente obsequio troyano. Este brusco giro no ha pasado desapercibido y si algo puede agradecérsele a la historia griega reciente, es el haber conminado al campo intelectual a expedirse al respecto. Seguramente sea la primera vez en lo que va de este siglo en que los principales filósofos, economistas e historiadores, entre otros astillamientos del grueso tronco intelectual, intervienen a un tiempo sobre el mismo fenómeno. 

 

En esta dirección crítica, por ejemplo, el filósofo sloveno Slavoj Zizek, expresa el carácter dilemático de los proyectos en pugna ya en el propio llamado a referéndum. La elección entre el Grexit (la salida de la EU y consecuente reaparición del dracma) y la genuflexión ante la troika, reproducen por igual la visión eurocrática dominante, conjuntamente contraria a la significación que le atribuye al “No”, como gesto de libertad y autonomía. Compartiendo la caracterización central del problema, no puedo despojar a su crítica del tufillo conspirativo que parece invadirla. A pesar de la movilización que Syriza impulsó y sostuvo en apoyo al “No”, deja entrever que el resultado, de original victoria para el gobierno, devino una mala sorpresa no sólo para las fuerzas reaccionarias, sino particularmente para Tsipras, quien habría tenido la secreta esperanza de que el gobierno perdiera, de modo que una derrota le permitiría salvar el honor al rendirse a las exigencias de la UE bajo la excusa de respetar la voluntad de los votantes. Tal predisposición subjetiva explicaría que en la misma mañana del lunes, antes incluso de que se acallaran los cantos de victoria en las plazas públicas, ya anunciara la reanudación de negociaciones. Sin duda Zizek está más cerca de los protagonistas para poder captar intencionalidades tácitas, aunque desconfío del rigor metodológico de este tipo de especulaciones. Si la traición aparece en todo análisis histórico, el propio concepto pierde toda potencia explicativa por abuso de generalización. Si bien es obvio que los sucesivos “rescates” le han permitido contar con la aprobación de mayorías parlamentarias abultadas y mantenerse en el poder, no resulta nada confortable hacerlo con decenas de parlamentarios propios en contra, sostenido prioritariamente por los más retrógrados adversarios. En esas condiciones y en un régimen de gobierno parlamentario como el griego, la dimisión resulta casi inevitable, máxime para quién manifiesta estar en desacuerdo con la naturaleza y consecuencias de los acuerdos suscriptos.

 

La disputa en el proceso electoral que se abre, probablemente esté determinada por la captura y representación del 61% del electorado que optó claramente por el “No”, devenido por imperio del carácter fiduciario de la representación en un “Sí” virtual, lo que resitúa el centro de gravedad del debate en la política, donde siempre debió estar. O más precisamente, sería deseable que así fuera. Aunque ya Syriza es, en el mejor de los casos, sólo parte de lo que fue dada la creación del grupo “Unidad Popular”, formado por 25 diputados del bloque originalmente oficialista y liderado por Panayotis Lafazanisha quién fue hasta junio Ministro de la Recuperación de la Producción, Energía y Medio Ambiente, particularmente combativo de las pretendidas privatizaciones en general y en el sector energético en particular. A este sector hoy virulentamente enfrentado a Tsipras, debe sumarse la posición del llamado “Grupo de los 53” (del que por ejemplo proviene el actual Ministro de Finanzas, Efklidis Tsakalotos y cuenta con 19 integrantes del Comité Central de Syriza quienes solicitaron al Premier retirarse del acuerdo) que sin llegar a romper con Tsipras intenta con escaso éxito defender la unidad y encontrar una tercera alternativa. Por último no debe minusvalorarse al ya mediático ex ministro de finanzas Yanis Varoufakis quien viene trabajando por la creación de un frente antiausteridad, aunque con pretensiones de alcance europeo más que ceñidamente griego. En consecuencia, Syriza está partido y sus fragmentos no parecen ser simples expresiones testimoniales de descontento o sectarismo fraccional sino actores de peso.

 

La centralidad de la esfera política no la interpreto como obliteración del debate económico. Por el contrario, resultará ineludible dada la situación económico-social que enfrenta Grecia y la experiencia de los últimos meses de gestión y negociación. Pero esta discusión resultará más fructífera si las izquierdas y progresismos intervinientes logran responder de modo relativamente común a la pregunta por el margen de maniobra que puede tener cualquier medida de gobierno permaneciendo en la EU. Una pregunta que en nuestra región deben formularse idénticos sujetos políticos sobre la autonomía de gobiernos municipales, regionales o provinciales. Mi opinión simplificada al respecto es que el tal margen es estrechísimo en el plano económico, a diferencia de lo que resulta potencialmente transformable en las esferas política, cultural e ideológica. Obviamente también deberá responderse ante idéntica interrogación por fuera de la EU, es decir suponiendo la recuperación de la autonomía monetaria en el caso específicamente griego.

 

Las dificultades políticas con las que tropiezan las expresiones políticas de pretensiones superadoras de las más graves miserias capitalistas actuales, sean más izquierdistas o simplemente reformistas o progresistas, para usar una clasificación algo burda pero sintética, no son independientes de las problemas del campo intelectual y sus limitaciones para iluminar algo de los borrosos y ásperos caminos por los que transcurren sus búsquedas. La aventura intelectual no puede ser ajena a aquella de carácter transformador. En otros momentos, acaso los de los sesenta y setenta, también la producción contrahegemónica portaba ambigüedades teóricas o dilemas irresueltos, pero en un ambiente de optimismo crítico y de fuertes creencias sobre el papel colectivamente relevante del pensamiento, la acción, y su mutua interpenetración. Problema cardinal que excede la coyuntura griega e incomoda las certidumbres y axiomas de las alternativas fácticas del cambio social. Desde “Podemos” en el viejo continente hasta los progresismos latinoamericanos en el poder o a su acecho, debemos mirar atender a las preguntas que la crisis griega nos formula.

 

Todas estas expresiones políticas alternativas, con sus mayores o menores fundamentos teóricos, vinieron a agrietar la superficie de aquello que Parménides y Platón denominaban “doxa” como estado de opinión o mero conocimiento superficial, opuesto a la verdad. Lo que contemporáneamente el sociólogo Bourdieu reinterpretó como los esquemas irreflexivos y naturalizados que sustentan las acciones en la vida social, que, lejos de ser estáticos, pueden verse sometidos a cambios diversos. Incluso tan veloces como el que promete la actual coyuntura griega, llamando a ensanchar la brecha.

 

Con picos y palas, aún viejos y herrumbrados, siempre es posible ayudar.

 

- Emilio Cafassi, profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

 

https://www.alainet.org/es/articulo/171897?language=en
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