El pijama

01/07/2015
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Hoy comparto un testimonio del libro Remembranzas:

 

–¿Cuántos comunistas dice que tiene Cuba? –Preguntó sin rodeos Mao Zedong.

 

La respuesta de Ernesto Guevara de la Serna fue con dígitos notables para los nueve dirigentes comunistas latinoamericanos que junto al Che formaban parte de la delegación, pero magros si usted toma en cuenta las gigantescas dimensiones del partido de los comunistas chinos.

 

–¿Y cuántos comunistas dicen que representan? –Embistió nuevamente El gran timonel.

 

Las cifras de la respuesta que dio Che Guevara recibieron una reacción dura, imprevista del presidente Mao:

 

–Nunca cesaremos la polémica pública con los soviéticos, así lo pidan los comunistas de todo el mundo. Discutiremos años, décadas, siglos si es necesario.

 

La respuesta puso punto final a un diálogo de sordos de 10 dirigentes comunistas de igual número de partidos de América Latina, comisionados por la Conferencia de La Habana, en diciembre de 1964, y quienes fueron recibidos tras varias horas de antesala por El gran sol rojo que ilumina nuestros corazones, vestido de pijama y en un tren que hacía el recorrido entre la capital de la República Popular China y Shanghái.

 

El comandante revolucionario era ya un personaje más que conocido por la dirigencia del gigante asiático, pues cuatro años antes realizó la primera gira de trabajo y entabló negociaciones con ella.

 

“La política del pijama” como una muestra de distancia con sus interlocutores, no fue la primera ni la última vez que la utilizó Mao. El mismo recurso empleó con el embajador de la entonces URSS en la hoy Beijing, como lo recuerda Guisseppe Boffa en La crisis del campo socialista, un libro clásico de la segunda mitad de los años 60. (Alguien que sobrestimó al corresponsal mexicano en Moscú pretendió colocarlo, a fines de los 70, ante el reto de escribir la interpretación azteca actualizada de la mirada crítica y analítica del colega de L’Unita, y declinó la ambiciosa tarea).

 

Los latinoamericanos viajaron antes a Moscú para exponer a Leonid Brézhnev lo mismo que a su homólogo chino:

 

–Suspender la polémica pública entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista de China. Preparar una nueva conferencia de los partidos comunistas. Que en la organización intervenga desde el principio el partido chino. Y no intervenir en la vida interna de otros partidos.

 

El éxito obtenido con los dirigentes soviéticos fue efímero, en tanto que las dos partes formaban el centro del disenso que empezaba a causar estragos entre los comunistas latinoamericanos.

 

Recupero el testimonio oral de Arnoldo Martínez Verdugo, integrante de aquella delegación, porque con las deudas editoriales que legó a sus compañeros –Escritos políticos de Hernán Laborde, por ejemplo–, se perderán muchas vivencias y acontecimientos importantes en que participó el talentoso sinaloense de Pericos. Para no mencionar la investigación que él denominó Las regularidades para la formación de un partido revolucionario en México.

 

En abono a la veracidad del testimonio consignado en el capítulo Cronología Comparativa del libro Historia del comunismo en México, pero sin los vitales detalles, la primera versión la escuchó el reportero en una cena con el abogado Hugo Tulio Meléndez, Arnoldo y el corresponsal estadunidense George Natanson.

 

Que Zedong no entendió o no quiso entender lo elemental de los planteamientos acordados en la capital de la mayor de las Antillas, se reconfirmó, una década después, al asegurar sin el menor tacto a Kim Il Sung, su otrora aliado en la guerra de Corea frente a Estados Unidos:

 

–Ustedes, camarada, están con una nalga sentada en Moscú y otra en Pekín.

 

–No, camarada Mao, nuestras dos nalgas las tenemos sentadas en Pyongyang –atajó cortante y puntual Kim.

 

Para la segunda edición de Remembranzas es posible rescatar el testimonio que dio Martínez Verdugo a La Jornada, el 13 de junio de 1986, tras visitar la República Popular China. Cuenta que les dijo Mao Zedong:

 

“La polémica pública no se puede suspender, por un día, ni por un año, ni por diez años, ni por cien años, ni por mil años, y si hay necesidad la vamos a mantener durante diez mil años...”

 

Finalmente sentenció el líder de la Revolución china, acompañado por Deng Xiaoping, el hombre que viró el rumbo maoísta de la República Popular: “Ajá; ahora caigo en la cuenta de que hemos intervenido poco. Tengan la seguridad de que en adelante lo vamos a hacer más y mejor”.

 

Y lo hicieron.

 

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