Encíclicas y sindicalismo católico
- Opinión
En 1891, el papa León XIII (1878-1903) dictó la Encíclica Rerum Novarum (1891). Allí enfiló contra todo socialismo, al que consideró “subversivo”. Afirmó dos principios: la “necesidad de las desigualdades y de los sufrimientos”, y la “necesidad de la unión mutua entre las clases sociales”. Pero señaló, claramente, que la pobreza ajena que logra mayores lucros para ricos y amos, es “contra derecho divino y humano”. Ensalzó la caridad cristiana, la necesaria acción católica y la obligada protección del Estado para los obreros: descanso, jornada adecuada, límites al trabajo de mujeres y niños, “justo salario”. León XIII inauguró la Doctrina Social de la Iglesia.
El enfoque renovador fue continuado por Pío XI (1922-1939) en su Encíclica Quadragesimo Anno (1931). Avanzó en el criterio de justicia social y sustentó varios principios: defensa del derecho de propiedad, justa relación entre capital y trabajo, redención del proletariado y su “desaparición” mediante el acceso a la propiedad (accionariado obrero), justo salario, “bien común” como fin supremo del Estado. El Papa observó que la libertad económica del capitalismo se ha convertido en una dictadura de los ricos y poderosos. Tal como pensó León XIII, la nueva Encíclica concluye en la necesidad de cristianizar a la sociedad.
Las precursoras enseñanzas de la Doctrina Social Católica prendieron en una serie de jóvenes conservadores, que en 1906 lograron crear el Centro Católico, que hermanó a un sector de artesanos. Siguieron las Corporaciones Vicentinas y los Centros de Cultura del Obrero, promocionados en 1933 por el dominico Inocencio Jácome, quien impulsó, además, la formación de barrios obreros en Quito, como fueron La Vicentina y Las Casas.
Pero la reacción decisiva del núcleo de jóvenes promotores católicos influidos por la Doctrina Social de la Iglesia ocurrió en 1938, cuando fue convocado el Tercer Congreso de Trabajadores del Ecuador que se reunió en Ambato y que fue convocado por sectores de la naciente izquierda en el país.
Para los promotores católicos, dicho Congreso evidenciaba el “avance comunista” en el país, contra el cual había que luchar. Por ello, propusieron otro congreso, que agrupara al sindicalismo y al obrerismo cristiano, para la defensa de las clases trabajadoras en los principios de la Fe y la Doctrina Social Católica. Esas iniciativas culminaron en el Primer Congreso Obrero Católico Nacional, realizado en Quito, entre el 28 de septiembre y el 2 de octubre de 1938, en el cual se decidió fundar la Confederación Ecuatoriana de Obreros Católicos (Cedoc), que se convirtió en la primera gran central de trabajadores ecuatorianos.
La creación de la Cedoc tuvo en su mira el combate al “sindicalismo marxista”. Como lo sostuvo Isabel Robalino Bolle, abogada y líder histórica de esa organización, en uno de sus escritos sobre el tema, la fundación del sindicalismo obrero católico se hizo “con planteamientos nuevos y audaces para un medio extremadamente reaccionario, que teme aún la difusión de las encíclicas papales”.
Ecuador, lunes 29 de junio de 2015
- Juan J. Paz y Miño Cepeda, historiador ecuatoriano, es coordinador del Taller de Historia Económica. http://puce.the.pazymino.com
Publicado en El Telégrafo 29/06/2015
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