El cuidado de la casa común
Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes de que las nuevas formas de poder terminen arrasando con la libertad y la justicia.
- Opinión
Se ha publicado Laudato si, la encíclica del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común, que consta de seis capítulos: (1) “Lo que está pasando a nuestra casa”; (2) “El Evangelio de la creación”; (3) “Raíz humana de la crisis ecológica”; (4) “Una ecología integral”; (5) “Algunas líneas de orientación y acción”; y (6) “Educación y espiritualidad ecológica”. El documento está estructurado siguiendo tres momentos de análisis: ver, pensar y actuar. En el primero se hace un recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, con el fin de dejarse interpelar en profundidad por ella. En el segundo (pensar) se retoman algunas razones que se desprenden de la tradición judeocristiana y de la ciencia, a fin de procurar una mayor coherencia en el compromiso con el medioambiente y enfrentar las raíces de la actual situación. Y en el tercer momento (actuar), a la luz de la reflexión previa, se proponen líneas de diálogo y acción que involucren tanto a los habitantes del planeta como a la política internacional.
El hilo conductor que atraviesa toda la encíclica es saber responder al desafío urgente de proteger nuestra casa común. Eso incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Se confía en que la humanidad aún tiene la capacidad de colaborar para construir, cultivar y cuidar nuestro planeta. En este sentido, un modelo de referencia e inspiración lo encuentra el papa en san Francisco de Asís. Creo, dice el obispo de Roma, “que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados (…) Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”.
Ahora bien, centrémonos en este primer comentario a la encíclica en aquellos problemas que hoy provocan inquietud y que ya no se pueden mantener ocultos. Siete son los aspectos señalados por el papa. Hagamos una mirada rápida.
Contaminación y cambio climático. Según la encíclica, existen formas de contaminación que afectan cotidianamente a todas las personas. La exposición a los contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes prematuras. A eso se suma la contaminación a causa del transporte, el humo de la industria, los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, los fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. Estos factores están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.
La cuestión del agua. Para Francisco, este es un asunto de primera importancia, porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e industriales. La provisión del líquido permaneció relativamente constante durante mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta sostenible, con graves consecuencias a corto y a largo término. El papa plantea también que un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre ellos son frecuentes las enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil.
Pérdida de biodiversidad. En el documento se critica el hecho de que el planeta está siendo depredado a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar recursos sumamente importantes en el futuro no solo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades, entre otros.
Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social. En la carta se indica que si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad única, no se puede dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. Para el papa, no es propio de la condición humana que vivamos cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
Inequidad planetaria. El ser humano y la naturaleza se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación de la segunda si no prestamos atención a las causas de la degradación humana y social. Y el deterioro del medioambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta. Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla; la contaminación del agua afecta particularmente a los más pobres, que no tienen posibilidad de comprar agua envasada; y la elevación del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse.
La debilidad de las reacciones. Francisco llama la atención sobre la debilidad de la reacción política internacional. Expresa que el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las cumbres mundiales sobre medioambiente. Hay demasiados intereses particulares, y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos.
Diversidad de opiniones. Finalmente, la encíclica hace mención de las diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la situación y sus posibles soluciones. En un extremo, algunos defienden el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano solo es una amenaza y perjudica al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería identificar posibles escenarios.
Estas realidades tomadas en su conjunto, según Francisco, provocan el gemido de la Tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo y al clamor de cambiar de rumbo. Ese cambio requiere construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades de las generaciones actuales sin perjudicar a las futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes de que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecno-económico terminen arrasando no solo con la política, sino también con la libertad y la justicia.
- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
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